– Por favor, continúe -le pidió Terrence.

– Los Baker le dijeron a Robbie que había sido malo. Que sus padres ya no lo querían.

Leslie emitió un jadeo.

– ¡Robbie no pudo creerse eso! ¡Él sabía que lo adorábamos!

La detective Slater asintió.

– En cierto modo, eso hizo más imperativo aún que Robbie enterrara su antigua vida y aceptara la nueva. Ese amor que él recordaba le hacía mucho daño, porque él veía que el regresar no estaba al alcance de su mano. Así que aceptó aquella nueva identidad como protección hacia los Baker, que tenían un comportamiento violento, y como protección hacia los recuerdos agridulces del pasado.

Leslie se tapó la boca con la mano. Peter se acercó rápidamente a su madre.

– ¿Mamá? ¿Te traigo algo? -le dijo. Miró a su padre, cuya expresión no había vacilado-. Papá, ¿estás bien?

– Sí, hijo, estoy bien -respondió Terrence Logan, y tomó aire-. ¿Y qué pasó después?

La detective miró a Leslie y titubeó.

Trent apretó los puños sin poder evitarlo. ¿Qué le había ocurrido al pequeño Robbie? Terrence Logan debía de tener agua helada en las venas si podía seguir sentado allí tan tranquilo, como si fuera de piedra.

– Robbie supo la verdad por Joleen poco antes de que ella muriera. Él ya había terminado la universidad y tenía un buen trabajo en St. Louis. Al saberlo todo, se quedó asombrado. Los recuerdos que había tenido durante su vida los había descartado como si fueran fantasías.

– Pero… el dos mil uno -dijo Peter-. Eso fue hace poco. ¿Por qué no se puso en contacto con papá y mamá?

– Había pasado por muchas cosas con los Baker -dijo la detective Slater-. Más que muchas cosas. Después de todo lo que tuvo que experimentar, sentía que no era lo suficientemente bueno para su familia verdadera.

– ¿Que no era lo suficientemente bueno? -Katie se levantó para acercarse a su suegra y le puso las manos sobre los hombros-. Eso no tiene sentido.

– En parte, se culpaba a sí mismo por lo que sucedió. Pensaba que debía haber sido capaz de escapar y de encontrar la manera de volver con su familia -le explicó la detective.

Leslie se hundió entre los cojines del sofá.

– Mi niño -dijo, llorando-. Mi pobre niño…

Katie miró a Trent. Ella también estaba llorando. Y Trent sabía que estaba pensando lo mismo que él. ¿Y si su sobrino, el hijo de Danny, estaba en manos de gente como los Baker? Peter miró a su mujer, se dio cuenta de la angustia que sentía y se acercó a ella para abrazarla.

Trent apretó los puños y se preguntó por qué hacía tanto frío en aquella esquina. Katie y Peter tenían una casa con muchas corrientes.

– Señor y señora Logan -dijo el detective Levine-. No sé cómo decirles lo siguiente…

– Sin rodeos -le indicó Terrence Logan-. Díganoslo sin rodeos.

El detective asintió.

– Su hijo se mudó a Portland, pero no se atrevió a ponerse en contacto con ustedes. Se mezcló con mala gente, señores Logan. Con muy mala gente.

Terrence asintió.

– Me está diciendo que Robbie no está muerto.

– No. Robbie está bajo custodia policial, acusado de varios delitos cometidos con el nombre de Everett Baker.

– ¿Everett Baker? -preguntó Leslie, abrumada.

¡Everett Baker! Trent no podía creerlo. Cuando la policía le había preguntado por Joleen y Lester Baker, Trent no había relacionado los apellidos.

– ¿Everett Baker? -dijo Terrence. Era imposible saber lo que estaba pensando. Tenía el rostro sin expresión y la voz neutral.

Trent pensó de nuevo que le corría agua helada por las venas. Rebecca lo había acusado de no tener emociones, pero Terrence Logan era el verdadero robot de Portland.

«Pero así es como te ve Rebecca a ti».

Leslie miró a su marido y después a Peter y a Katie.

– ¡Está vivo! -dijo, y se desmayó.

Todo el mundo se acercó rápidamente a ella, pero sólo tardó uno o dos segundos en recuperar el conocimiento. Katie y Peter quisieron llamar a una ambulancia, pero Leslie les aseguró que estaba bien.

– Ha sido la excitación -les dijo.

Ellos la taparon con una manta y, al cabo de unos instantes, su rostro recuperó algo de color. Después extendió una mano hacia Terrence.

– ¡Querido, nuestro Robbie! ¡Nuestro Robbie!

Él se llevó la mano de su mujer a los labios y sonrió. Era la primera emoción que Trent había percibido en él. Después, Terrence comenzó a llorar, con la misma sonrisa en la cara.

Atónito por el cambio del semblante de Terrence, Trent dio un paso atrás y se topó con Peter.

– Tu padre… ¿está bien?

Peter asintió.

– Mi padre consigue mantener la cabeza fría durante mucho tiempo, pero no cometas el error de pensar que no tiene corazón.

«No cometas el error de pensar que no tiene corazón».

Con sólo ver a Terrence compartiendo aquellas emociones con su mujer, uno podía darse cuenta de que sí tenía corazón.

Terrence miró hacia arriba, hacia Peter y Trent.

– ¡Nuestro hijo está vivo!

Y Trent creyó que entendía un poco la alegría del otro hombre, porque su hijo no estaba vivo.

Antes de que aquel pensamiento lo superara, antes de empezar a gritar de dolor, salió de casa de Katie.

Capítulo 15

Desde la sala de estar, Rebecca oyó cerrarse la puerta principal de la casa de Trent y se asomó al vestíbulo. Él estaba allí. Desde la última vez que ella lo había visto, Trent se había quitado la chaqueta y la corbata. Estaba despeinado y se había remangado la camisa descuidadamente. Ella nunca lo había visto tan desarreglado.

– Has vuelto.

– Sí.

– Bien, me alegro.

Él se quedó sorprendido.

– ¿Te alegras?

– Necesito que me ayudes. Ven a la sala -le pidió Rebecca.

Mientras entraban, ella tuvo unos segundos para parpadear y atajar las lágrimas que amenazaban con derramársele por las mejillas.

– ¿Qué necesitas? -le preguntó él.

«A ti. A nosotros. Todo como era antes, pero mejor». Sin embargo, aquello no podía ser, así que Rebecca se lo quitó de la cabeza.

– El castillo de juguete es demasiado grande y no cabe por la puerta. Quizá entre los dos podamos oprimirlo un poco, o sacarlo inclinado, o algo así.

Él se metió las manos en los bolsillos y observó el castillo de cartón con la cabeza ladeada. Ella también lo miró. Ya quedaba muy poco por hacer antes de que estuviera listo para Merry. Durante la semana anterior, los dos habían terminado la construcción y después ella había ido dando los toques finales durante sus ratos libres. Lo había pintado de verde, con ladrillos rojos alrededor de la puerta y las ventanas. El tejado y el puente levadizo eran azules. Había margaritas de colores en la hierba que crecía en la parte baja de los muros.

Rebecca se inclinó para levantar el puente levadizo. Lo empujó por la parte de la puerta y notó que los parches de velero lo cerraban un poco. Aquello también había sido una brillante idea de Trent. Después se agachó por la parte trasera y le dio un pequeño empujón que lo movió un par de centímetros.

– 0 quizá si yo empujara y tú tiraras…

Trent tiró del castillo y lo deslizó hacia la entrada un par de metros.

– Es demasiado grande -le dijo a Rebecca-. Nunca lo vamos a conseguir así.

– ¡Pero tengo que llevármelo! -respondió ella. No podía dejarse nada atrás. No podía-. Tiene que haber un modo de sacarlo.

Hubo otro momento de silencio. Entonces, ella oyó los pasos de Trent en la cocina. Oyó que abría un cajón y después lo cerraba.

– Puedes utilizar esto -le dijo él cuando volvió.

Rebecca rodeó el castillo y lo miró. Llevaba un cortador en la mano.

Ella se quedó observándolo y tragó saliva. Después alzó la mirada.

– ¿Quieres que corte el castillo de Merry?

– Si quieres sacarlo de aquí, tendrás que hacerlo.

Ella alargó la mano para tomar el cortador, pero los dedos le vacilaron antes de hacerlo. Respiró profundamente y se obligó a bajarlos.

Sin embargo, antes de que Rebecca tomara el cortador, Trent cerró el puño y bajó el brazo.

– No hagas eso, Rebecca -le dijo-. No destruyas algo que hemos construido juntos.

– Pero no hay otra forma de hacerlo. Tú mismo lo has dicho.

Él apretó los labios.

– Podría quedarse donde está. Tú podrías quedarte donde estás.

– Trent…

– Está atascado ahí, Rebecca. Igual que tú estás atascada en mi corazón.

Ella sacudió la cabeza.

– No. Tú no me quieres. Tú no quieres eso.

– Bueno, Rebecca, quizá no esté muy contento -le explicó él en un tono de impaciencia-. Quizá estuviera acostumbrado a pasarme dieciocho horas al día en la oficina. Quizá se me diera muy bien ser Trent Crosby, el presidente de la empresa adicto al trabajo, pero no se me da bien en absoluto ser Trent Crosby, marido y amante de Rebecca. Pero no tengo elección.

– Eso es porque te sientes responsable por mí.

Él suspiró.

– Me concedes demasiados méritos.

Ella no lo creía. Aquél era un hombre que había criado a sus hermanos pequeños. El hombre que tenía nueve años cuando se había sentido culpable por el secuestro de otro niño en su casa.

– Entonces, es que nuestro matrimonio fue un error y tú no quieres admitirlo -le dijo Rebecca, intentando utilizar todo lo que se le ocurría para mantenerse a salvo de él.

Trent apretó la mandíbula y dio un paso hacia ella.

– Reconozco que me equivoqué en cuanto al amor. Eso es lo que estoy admitiendo, Rebecca. Estoy diciendo que te quiero. Que estoy enamorado de ti.

– No -respondió ella, sacudiendo la cabeza con vehemencia. No podía permitirse creerlo-. No.

– ¡Maldita sea! -exclamó él y, enfadado, tiró el cortador a una esquina-. ¿Qué hace falta para llegar hasta tu corazón, Rebecca?

Rebecca comenzó a llorar. Hacía semanas que él había llegado hasta el fondo de su corazón. Sin embargo, ella no podía permitir que Trent lo supiera, así que se secó las lágrimas de las mejillas.

– Lo siento, lo siento. Son las hormonas. El médico me dijo que podía ocurrirme.

– Oh, demonios, Rebecca. -Trent se acercó a ella y la abrazó-. ¿No ves que éste no es el momento para tomar una decisión tan importante?

Ella quería apartarse de él. Sin embargo, se quedó donde estaba, entre sus brazos, sacudiendo la cabeza.

– No eres tú misma.

Rebecca alzó los ojos llorosos para mirarlo.

– Sí soy yo, Trent. Estoy asustada. Tú no creías en el amor. Yo no creía que pudiera pasarme de nuevo. Esto que hay entre los dos tiene que ser otra cosa. Tiene que serlo.

– Yo no sé cuál es la respuesta. No sé qué es lo que ha cambiado. Nos vimos en esta situación…

– Por error.

– Nos vimos en esta situación que nos dio la oportunidad de encontrarnos el uno al otro. ¿Y qué hicimos?

– Nos convencimos para casarnos y después lo embrollamos todo.

– Hicimos este castillo, Rebecca. Construimos algo que reflejaba lo que teníamos dentro.

– Tengo que decir que tú fuiste el que se nombró a sí mismo arquitecto real.

– Sí, ¿verdad? ¿Y no te parece que al menos por eso me merezco que te fíes de mí y que creas también que esto puede tener un final feliz?

Rebecca se apartó de él y se llevó la mano al vientre.

– Ya no hay final feliz.

Él tomó aire bruscamente.

– No de la manera que lo planeamos, pero piensa esto: si hubiera nacido Eisenhower, siempre habríamos pensado que tuvimos que casarnos. De este modo, sabremos que elegimos estar juntos.

– Estás intentando convencerme con la lógica, ¿verdad?

Él sonrió.

– ¿Y funciona?

Ella ya no podía negarlo más. No tenía sentido.

– Está bien, Trent, está bien. Yo te quiero. Estoy enamorada de ti -dijo, pero alzó la mano cuando él intentó acercarse a ella-. Pero yo… yo necesito algo más de ti. Hay algo que falta.

– ¿Qué? ¿Qué puede faltar?

Él había hablado de su corazón, pero ella no lo había visto. Rebecca se encogió de hombros.

Trent la miró y sacudió la cabeza.

– Eres una negociadora muy dura, Rebecca Crosby, ¿lo sabías?

– No soy uno de tus clientes, Trent.

Y aquél era el quid de la cuestión, pensó ella. Aunque él había conseguido decirle todas aquellas cosas, Rebecca tenía miedo de que estuviera llevando las cosas como si se tratara de una reunión de negocios, pasando todos los puntos del día.

Él habló de nuevo, en un tono impaciente.

– He vuelto a casa porque creo en ti. En nosotros. ¿Qué tengo que hacer para demostrártelo, Rebecca?

– Enséñame tu corazón, Trent -le dijo ella. No sabía explicárselo de otra manera más sencilla-. No me hables de lo que hay en él. Enséñamelo.

Él se pasó la mano por el pelo.

– He tomado tu té verde…

– Enséñamelo.

– ¡Maldita sea! La semana pasada hice la colada…