– He dicho que no hay más café -declaró Claudine-. No quiero que descargues esa vena malvada tuya con la joven tan guapa que acaba de llegar.
– ¿Vena malvada? No le eches la culpa de eso al café, vieja bruja. Es por aguantarte -le dijo, y frunció el ceño-. Espera, ¿qué joven tan guapa?
– La que está en tu despacho. Y no me preguntes lo que quiere. Dijo que era un asunto personal -le dijo Claudine, y se puso a arreglarle el nudo de la corbata.
Él le apartó las manos, preguntándose quién podía tener asuntos personales con él. Como norma, Trent Crosby no se acercaba a un nivel personal a nadie.
Su ayudante intentó de nuevo arreglarle el nudo de la corbata y, de nuevo, él se escapó.
– Déjame, vieja bruja. Y eso me recuerda… ¿no te ha llegado ya la edad de jubilación obligatoria?
Ella resopló.
– Yo estaré aquí, arreglando los desaguisados que tú hayas causado, cuando tú te retires. Ahora, entra en tu despacho y averigua por qué una mujer agradable iba a tener algún asunto personal con un dictador malhumorado como tú.
Él la miró con los ojos entrecerrados.
– Bruja.
Ella imitó su mirada.
– Tirano.
– Verdulera.
– Déspota.
Después, se sonrieron y marcharon en direcciones opuestas.
Trent aún estaba sonriendo cuando abrió la puerta de su despacho. Sin embargo, la sonrisa se le borró de los labios cuando vio que la joven guapa y agradable era la misma mujer de las cajas del día anterior.
– Tú -dijo.
Lo primero que dijo ella fue algo que él ya sabía.
– No soy una espía industrial.
– Ya lo sé -admitió Trent-. Cuando ibas hacia tu coche me di cuenta de que no era posible.
– ¿Y cómo lo supiste? -le preguntó ella, sorprendida.
Aquella muchacha era menuda y tenía unos enormes ojos marrones con las pestañas largas.
– Por tu uniforme. Quizá si hubiera sido de ese color verde de hospital… pero unos como los tuyos -dijo él, señalando los pantalones y la bata que llevaba Rebecca. Aquel día eran de color amarillo limón y llevaban peces bizcos estampados-. No son exactamente lo que llevaría un espía.
Ella suspiró y lo miró con expectación.
– Mira…
– Mira…
Ambos hablaron a la vez, y entonces, ella se ruborizó. Aquello distrajo la atención de Trent de los enormes ojos marrones a su piel suave y blanca. Durante un segundo, pensó en cómo sería acariciar aquella piel.
– Mira, lo siento, ¿de acuerdo? -dijo él, metiéndose las manos en los pantalones-. ¿Era eso lo que querías oír?
– ¡No! -dijo ella, y sacudió la cabeza con vehemencia-. No quiero nada de ti. Por eso estoy aquí.
Bien. Confuso por aquel comentario, él la vio morderse el labio inferior y sintió una súbita fascinación por su boca. Tuvo que obligarse a apartar la mirada de sus labios y de su pelo castaño y suavemente ondulado y se sentó tras su escritorio. Decidido a librarse de ella y a seguir con su día de trabajo, se fijó en la etiqueta de identificación del Hospital General de Portland que llevaba prendida a la blusa del uniforme.
– Bien, Rebecca Holley, enfermera diplomada, tengo mucho que hacer. ¿Cuál es el motivo de tu visita?
Ella se sentó frente a él y volvió a morderse el labio.
– Es un poco difícil de explicar…
Sin embargo, para conmoción de Trent, ella consiguió explicarle lo que había ocurrido con frases breves. Un lío en Children's Connection. Su esperma. Su embarazo. Durante toda aquella explicación, lo único que pudo hacer Trent fue mirarla fijamente, aturdido.
Increíble.
Increíble y abrumador.
Cuando ella se quedó callada, él se dio cuenta de que esperaba una respuesta por su parte.
– Mis hermanas te han pedido que me gastes esta broma. Es un poco tarde para el Día de los Inocentes, pero…
– No bromearía con algo así -le dijo ella secamente, irguiendo la espalda-.Yo no haría bromas con mi bebé.
Bebé. Bebé.
Los recuerdos se le agolparon en la mente. Sus hermanas cuando eran unas bebés regordetas y sonrientes. La adoración infantil hacia él en los ojos de su hermano pequeño. El tremendo horror que había sentido a los nueve años, el día en que Robbie Logan había sido secuestrado mientras jugaba en el jardín de su casa. Y veinte años más tarde, la sensación de ahogo y de pánico cuando había sabido que su propio sobrino había sido secuestrado.
Y después, aquella sensación de mareo y de náuseas en la consulta de Children's Connection, cuando su esposa había admitido por fin que el único problema de fertilidad que ella tenía era él. Que no había dejado de tomar la píldora anticonceptiva durante aquellos años porque no quería tener un hijo con él, ni estar casada con él durante más tiempo.
Comenzó a notar un dolor de cabeza molesto y se llevó los dedos a las sienes.
– Es una broma -repitió con la voz ronca-.Tiene que ser una broma de alguien.
Fijó la mirada en aquella guapa mujer que quizá no fuera una espía industrial, pero que estaba cometiendo un delito igualmente. La señaló con el dedo, aunque consiguió mantener la voz a un volumen controlado.
– Y no me voy a reír si aún estás sentada ahí cuando vuelva.
Con aquello, Trent se levantó y salió por la puerta de su despacho.
– Espera…
Pero él no le prestó atención, sino que siguió caminando por el pasillo y estuvo a punto de chocarse con su ayudante.
– Lo siento, Claudine. Lo siento.
Ella se quedó mirándolo con asombro.
– ¿Trent? ¿Qué te pasa?
Nada. Todo. No podía ser cierto. Miró a su alrededor, intentando encontrar algo en lo que concentrarse. Propuestas. Informes. Hojas de cálculo. Los detalles de trabajo que siempre habían llenado su vida.
Pero no pudo ver otra cosa que bebés sonrientes, niños desaparecidos y secuestrados. Esperanzas que no habían llegado a nacer.
Entonces sintió un movimiento tras él y supo que no podía quedarse allí ni un minuto más. No podía verse de nuevo frente a la mujer que le había hecho pensar en todo aquello. Se dirigió hacia las escaleras y le dijo a Claudine:
– Tómate el resto de la tarde libre. Te lo mereces.
– ¡No! ¿El matón de la empresa me da tiempo libre? ¿Y se va a casa antes de que acabe la jornada?
Él no tuvo corazón para devolverle el insulto. Pero aquello estaba bien, ¿no?
Después de todo, los corazones no eran más que una maldita molestia.
Capítulo 2
Después de un largo día en el hospital, Rebecca llegó a su casa y se encontró con que Trent Crosby la estaba esperando en la puerta. No había vuelto a saber nada más de él desde el día anterior, cuando había salido de su despacho sin expresión en la cara, y ella se había atrevido a esperar que las cosas continuaran así.
– ¿Qué quieres? -preguntó ella sin acercarse.
Tenía razones para ser cautelosa. Un día la había acusado de ser una espía y, al día siguiente, de ser una gamberra. ¿Quién sabía lo que podía salir de la boca de ese hombre en aquel momento?
– Tenemos que hablar -respondió Trent-. Por favor, dame una oportunidad.
Como ella continuó estudiándolo en silencio, él dio un paso hacia ella.
Ella dio un paso atrás.
Él se quedó inmóvil.
– Quiero compensarte por lo de ayer -dijo, y sonrió-.Te he traído un regalo.
Oh, no. Aquella sonrisa encantadora asustó mucho a Rebecca, porque con tan pequeño esfuerzo la estaba afectando, estaba consiguiendo derretir su frío recelo hacia él.
Así pues, Rebecca lo miró con cara de pocos amigos.
– ¿Un regalo?
Se recordó a sí misma que a los hombres ricos les resultaba fácil hacer regalos. Su ex marido también hacía muchos regalos. Los que había cargado a las tarjetas de crédito de cuentas comunes eran los que la habían avisado de que la estaba engañando, porque aquellos regalitos tan glamurosos nunca habían ido a parar a ella.
– ¿Qué regalo?
Trent se volvió a medias y arrastró algo que había en el porche y que ella no había visto.
– Cajas -le dijo él-. Había una pila de ellas en la basura hoy, y cuando salía de la oficina me he acordado de ti.
Le había llevado cajas.
Por supuesto, la única razón por la que aquello estaba haciendo que todas las defensas de Rebecca se derrumbaran era que se había pasado una hora después de su turno de trabajo con Merry, la niña asmática a la que le había prometido la cabaña. Aquellas cajas significaban que al día siguiente podría darle a la pequeña un informe sobre los avances del proyecto.
Con aquello en mente, se acercó apresuradamente a Trent. Le había llevado seis cajas. Seis cajas plegadas, extra grandes, del tamaño ideal para construir aquella cabaña.
– Gracias -dijo ella, pensando de nuevo en Merry. Rebecca se sacó las llaves del bolso mientras respiraba profundamente-. Está bien, puedes pasar -le dijo. Sin embargo, iba a mantenerse en guardia.
Trent entró tras ella al pequeño salón de su casa. Mientras Rebecca colgaba el bolso en la percha del vestíbulo, vio cómo él recorría lentamente con la vista lo que lo rodeaba. Una fina alfombra oriental sobre el suelo, limpio pero rayado. Un sofá cubierto con una colcha que había comprado en un mercadillo, unas cortinas que ella misma había confeccionado con la ayuda de una máquina de coser y unas estanterías típicas de piso de estudiante o de mujeres que estaban recomponiendo sus vidas después de un matrimonio fracasado.
Mientras ella se volvía hacia Trent, pensó que para él sería una casa demasiado modesta. Él volvió la vista hacia la entrada que llevaba a la cocina y después la miró a la cara.
– Agradable -le dijo-.Acogedor.
Ja. Más bien, feo. Pero no había ni rastro de malicia ni de desprecio en sus ojos al decirlo, y Rebecca notó que la grieta que había en el hielo se agrandaba más y más.
– Bueno, pasa a la cocina -le dijo. No era mejor que el resto de la casa-. ¿Te apetece tomar un poco de té frío?
Él respondió que sí y se sentó en una silla junto a la mesa diminuta.
– ¿Es té verde?
– Sí, y sin teína. ¿Te parece bien?
Él asintió sin mirarla.
– Perfecto.
Ella sirvió dos vasos y se sentó, fatigada. Durante las últimas noches no había dormido apenas, y aquel turno tan largo que había tenido en el hospital le pesaba sobre los hombros. Alzó el vaso de té e intentó disimular un bostezo.
Sin embargo, él debía de tener un oído excelente.
– ¿Ocurre algo? -le preguntó.
Ella intentó responder.
– No, nada. Nada más que un día muy largo, el embarazo y un hombre extraño en mi cocina.
– ¿Has comido algo?
– Sí, en algún momento del día… A la hora de comer.
Él se levantó y comenzó a rebuscar en los armarios antes de que Rebecca pudiera reaccionar.
– Tienes que comer.
– Espera, no…
– No te levantes -dijo Trent-. Soy soltero. Puedo preparar algo parecido a una comida si es necesario.
Rebecca se quedó tan sorprendida que no pudo moverse del asiento. En silencio, observó cómo él le ponía delante un plato con rebanadas de pan tostado, queso y pedazos de manzana.
Después, Trent se sentó.
– Ahora, a comer. ¿Estás tomando vitaminas prenatales?
Ella se quedó boquiabierta.
– Eh… sí. ¿Cómo sabes…?
– Tengo dos hermanas. Una acaba de tener un niño y la otra está embarazada -dijo-. Al principio, Ivy se mareaba con las vitaminas a no ser que las tomara con pan. Y Katie tenía que tomarlas con espaguetis con mantequilla fríos.
– Yo no me mareo -murmuró Rebecca.
Para su contrariedad, se sentía… intrigada. Casi encantada. ¿Quién hubiera pensado que aquel hombre de negocios tan importante pudiera saber los detalles de los embarazos de sus hermanas?
– Tienes… eh… muy buena educación.
Él se encogió de hombros.
– Lo que ocurre es que estoy bien informado. Soy el mayor de mis hermanos. Crecí limpiándoles la nariz y administrándoles aspirina infantil. Supongo que los más pequeños siguen acudiendo a mí cuando no se encuentran bien.
– Yo también soy la mayor -dijo ella.
Sin embargo, aunque sus hermanos la admiraban como hermana mayor, acudían a papá y mamá cuando estaban enfermos.
– Come -insistió él.
– Está bien, está bien -le dijo ella.
El primer bocado le supo a gloria, pero se sentía cada vez más cansada. Cada vez que masticaba tenía que invertir más energía.
– He hablado con Morgan Davis -dijo Trent.
Rebecca tragó saliva y notó una inyección de adrenalina que la hizo ponerse en alerta.
– ¿Y?
– Y me ha explicado que ha habido una confusión con las muestras de semen. Están intentando averiguar cuál fue el verdadero problema. Me dijo que está muy preocupado por la reputación de la clínica y por las posibles… dificultades legales. Sin embargo, Children's Connection ha hecho tanto bien que yo le he asegurado que no los demandaré. Me dijo que tú le habías asegurado lo mismo. Así que… bueno, siento mi manera de reaccionar de ayer. No me esperaba…
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