– ¿Que yo estuviera embarazada, y gracias a ti?
Él parpadeó y se rió.
– Sí. Exactamente.
Rebecca sonrió sin poder evitarlo. Con aquella expresión de buen humor en el rostro, era difícil pensar que aquel hombre rico y poderoso pudiera amenazar el futuro feliz que ella había planeado para sí misma y para Eisenhower.
Sólo era un hombre, un hombre que se preocupaba por los demás, que le había llevado cajas y que sabía algo sobre embarazos. Todo iba a salir bien, pensó Rebecca, y lo dijo en voz alta.
– Todo va a salir bien.
Trent la miró.
– Sí, estoy de acuerdo. Creo que todo va a salir bien.
Rebecca le dio otro sorbo a su té, pero estaba tremendamente cansada. El libro sobre el embarazo que estaba leyendo decía que era muy común sentirse cansada durante el primer trimestre, y ella lo estaba.
– ¿Rebecca?
– ¿Sí?
Trent se acercó a ella y la ayudó a levantarse.
– Deja que te ayude. Estás rendida.
Pese a sus débiles protestas, él la llevó hasta su habitación y la ayudó a tenderse sobre la cama.
– Buenas noches, Rebecca Holley.
– Buenas noches, Trent Crosby -respondió ella-. Siento que no hayamos podido hablar más.
Pero hablarían de nuevo, porque era un hombre bueno, un hombre en quien se podría confiar y que no se entrometería en su vida y en la de su bebé si ella no quería. Y Rebecca no quería. Un gran bostezo hizo que le crujiera la mandíbula.
Él se quedó un momento más allí.
– ¿Ibas a decir algo? -le preguntó Rebecca, mientras se le cerraban los ojos sin que pudiera evitarlo-. Lo siento, pero he tenido un turno muy largo en el hospital y estoy muy cansada.
– Ya lo veo. Y yo tengo la solución a nuestro problema. Me gustaría que lo pensaras.
– Mmmm -dijo ella, mientras caía en un sueño ligero.
Las últimas palabras de Trent le entraron por los oídos y le salieron de nuevo antes de que pudieran causarle una pesadilla.
– Cuando tengas el bebé -dijo Trent-, si me concedes la custodia, te daré medio millón de dólares.
En su escritorio, Trent garabateaba en una libreta. Al darse cuenta, soltó el bolígrafo, disgustado. ¡Él nunca hacía garabatos distraídamente!
Eran las dos y media. Hacía más de cuarenta y dos horas que no había tenido noticias de Rebecca Holley. Él tenía mucha práctica en el arte de negociar y sabía que el próximo movimiento debía proceder de ella, pero aquella espera lo estaba volviendo completamente loco. No tuvo más remedio que admitir que no podía concentrarse en ninguna otra cosa. Se levantó de la silla y salió de su despacho.
Claudine alzó la vista desde su escritorio, que estaba a unos pasos de la puerta de Trent.
– ¿Habéis terminado con los informes del departamento?
Él le echó una mirada malvada, dando gracias al cielo por aquella distracción.
– ¿Otra vez? ¿Cuántas veces tengo que decirte que no me hables en plural?
– Es el plural mayestático -respondió ella-. Porque eres una molestia real.
Él tuvo que contener la risotada para no darle la satisfacción a Claudine. Pasó por delante de ella sin mirarla.
– ¿Adónde vais, majestad?
– A Recursos Humanos. A recoger los formularios necesarios para despedirte.
– Sin mí, tú no podrías encontrar Recursos Humanos, y menos rellenar esos formularios.
– Arpía -le dijo él desde el pasillo.
– Autócrata.
Trent siguió andando y alzó la voz. Estaba decidido a decir la última palabra.
– Gruñona.
La respuesta de Claudine llegó a sus oídos igualmente.
– Oligarca.
Aquello hizo que Trent se detuviera. Volvió y asomó la cabeza por la puerta.
– ¿Oligarca? Ésa es buena. Ya lo creo, muy buena.
Claudine esbozó una sonrisa petulante.
– Claro que sí. Yo soy muy buena.
Él soltó un bufido y comenzó a moverse de nuevo.
– ¿Adónde vas, Trent?
Él suspiró.
– Cúbreme un rato, ¿de acuerdo, Claudine? Quizá esté fuera un par de horas.
Mientras bajaba hacia el aparcamiento, pensó que era hora de ir a ver a Rebecca Holley y decirle en términos claros y concisos lo que quería de ella.
Un poco después, Trent entraba en la habitación de juegos de la planta de pediatría. Rebecca estaba sentada en el suelo, con un bebé en el regazo y una niña algo mayor colgada del cuello. Se quedó observándola unos segundos desde la puerta, porque ella se estaba riendo, y su expresión feliz lo conmovió. Sin embargo, Rebecca alzó la vista y se extinguió la sonrisa de sus labios.
– ¡Oh!
– Rebecca -dijo él, a modo de saludo.
Ella se puso en pie con el bebé en brazos.
– Éste es Vince, uno de mis pacientes -le dijo Rebecca a Trent-. Y te presento a Merry -añadió, mirando a la niña con la que había estado jugando.
– Encantado de conocerte -le dijo Trent a la niña.
Merry saludó tímidamente con la mano.
– ¿Qué tal estás? -le preguntó entonces Trent a Rebecca.
– He comido mucho mejor estos días -le aseguró ella-, y también he descansado más-. Me gustaría disculparme por haberme dormido cuando estuviste en casa el otro día. Nunca me había ocurrido nada semejante.
– No pasa nada.
– Bueno, gracias -dijo ella, y después lo miró con extrañeza-. ¿Querías algo?
– Pues… sí. ¿Podríamos hablar un rato?
Ella parpadeó un par de veces.
– Oh… eh, claro. Pero tengo que quedarme en la sala de juegos. Le dije a mi amiga Janet que la sustituiría un rato. Tiene que haber una enfermera aquí durante todo el tiempo.
Después miró hacia abajo y le dijo a Merry que le iba a servir un vaso de zumo y que le dejaría ver la televisión durante un ratito. Entonces, Trent se ofreció para tomar a Vince en brazos.
– No te preocupes -le dijo a Rebecca cuando ella lo miró sin saber qué hacer.
– ¿Estás seguro?
– Claro. Estoy acostumbrado a los bebés.
– Ya me doy cuenta -respondió Rebecca, y sacudió la cabeza como si estuviera sorprendida.
Sin embargo, si ella conociera a su madre como la conocía Trent, no se sorprendería. Él no había sido la figura paterna perfecta, pero había hecho lo que había podido con sus hermanos pequeños mientras crecía, cuando su padre pasaba todo el tiempo trabajando y su madre los había desatendido. Trent también haría su papel lo mejor que pudiera con el niño que Rebecca tenía en el vientre.
Cuando Rebecca terminó de atender a Merry, ambos se dirigieron a una esquina de la habitación de juegos y se sentaron en un par de sillones enfrentados. Trent le entregó el bebé a Rebecca y se dispuso a abordar el asunto que había estado preocupándolo durante las últimas cuarenta y tres horas.
– ¿Qué piensas de mi oferta?
Ella se quedó helada.
– ¿Tu oferta?
– Sí, la de la otra noche.
– ¿La de la otra noche?
Trent suspiró ante sus evasivas.
– Rebecca…
– ¿Por qué estaba tu esperma en Children's Connection?
Aquella pregunta le tomó por sorpresa.
– ¿No te lo dijo Morgan Davis?
Él había pensado que el director de la clínica le habría contado toda la historia.
Ella sacudió la cabeza.
– Sólo que no fue donado con el propósito de la inseminación.
Aquello hizo que Trent se hiciera otra pregunta.
– Y, a propósito, ¿por qué elegiste tú este camino? ¿Por qué no seguiste el viejo método natural?
– Ese método no era posible. Me divorcié hace dos años del supuesto marido perfecto.
– Lo dices con amargura. Parece que estás tan desengañada del amor y del matrimonio como yo.
– ¿Tú estás desengañado?
Él se encogió de hombros y soltó una carcajada seca.
– Sí. Me has preguntado por qué estaba mi esperma en la clínica. Mi ex mujer, mi mujer en aquel momento, claro, iba a ser inseminada. Pensamos que incrementaría las posibilidades de que se quedara embarazada. Pero cuando llegó el gran día, ella se echó atrás. Salió de mi vida.
Rebecca suspiró.
– He llegado a la conclusión de que, aunque hay buenos matrimonios construidos sobre el amor,- son una excepción. Yo no tengo esperanzas de que eso me ocurra a mí.
– Bien. Así que no estás buscando compañero. Pero, ¿por qué quieres tener un hijo? ¿No tienes muchos bebés que ocupan todo tu tiempo en el hospital? -le preguntó él, mirando a Vince.
– Soy muy buena en mi trabajo, ¿sabes? -le dijo Rebecca.
Trent daba aquello por sentado, y asintió.
– Bien. Eres buena en tu trabajo y…
– Hace falta gente que haga bien este trabajo. Cuesta mucho, ¿sabes? Tienes que ver a niños enfermos durante todo el día, todos los días. Niños heridos, niños que sufren y que mueren, Trent.
Él miró a Vince, que se había quedado dormido acurrucado contra el pecho de Rebecca. No podía preguntarle qué le ocurría al bebé. No quería saberlo.
No podía imaginarse cómo saldría Rebecca del trabajo todos los días.
– ¿Por qué?
– Porque puedo ayudar a muchos de ellos, y además, muchos se curan. Porque los consuelo. Porque… porque puedo.
Durante un segundo, él se sintió avergonzado, porque lo único que hacía en la vida era dirigir una gran empresa de informática. Después, carraspeó.
– Pero, ¿por qué otro niño, Rebecca?
– Necesito mi propio hijo, mi propia familia para llenarme la vida, Trent. Para que sea mi luz, la fuerza que necesito para hacer un trabajo que puede destrozarme por dentro. Quiero llegar a casa y estar con mi hijo, con alguien que me repare el corazón que se me rompe un poco cada día. Necesito alguien mío a quien querer.
Trent asintió.
– Supongo que eso nos lleva a mi oferta -le dijo él finalmente.
– Tu oferta -repitió Rebecca, y palideció-. Creía… estaba tan cansada, que pensé que lo había soñado. No podía creer…
– ¿Que te hubiera hecho semejante proposición? -le preguntó Trent-. Pero lo hice. Te daré medio millón de dólares por la custodia del niño. Y, después de lo que me acabas de decir, estoy dispuesto a aumentar la oferta a un millón.
Capítulo 3
Rebecca se quedó mirando boquiabierta al hombre que tenía enfrente. Trent no era una pesadilla, sino más bien un sueño, pero ella debería estar gritando de todos modos.
– ¿Me darías un millón de dólares por mi bebé?
– Nuestro bebé. Y sí, te daría un millón de dólares, pero tú no lo aceptarías, ¿verdad?
De alivio, Rebecca se dejó caer sobre el respaldo de la silla.
– Eh… yo…
Uno de los niños del otro extremo de la sala emitió un grito que atrajo la atención de Trent. Cuando se volvió hacia Rebecca de nuevo, le dijo:
– Necesitamos hablar en un lugar más privado.
– Está bien -dijo ella con la voz ahogada.
– Esta noche tengo un compromiso, pero, ¿qué te parece mañana por la noche? -le preguntó mientras se levantaba de la silla.
Ella también se levantó, con Vince acunado en un brazo.
– Está bien -respondió.
Aún estaba intentando asimilar lo que había ocurrido. Trent había ido a verla con la intención de comprarle a su bebé pero, afortunadamente, se marchaba en aquel momento, y parecía que estaba convencido de que no lo conseguiría porque ella no iba a acceder. Sin embargo, ¿significaba eso que iba a cederle todos sus derechos? Eso era lo que ella quería.
Se pasó la mano libre por el vientre. «¿Qué debería hacer, Eisenhower?»
Mientras acompañaba a Trent hacia la salida de la sala de juegos, su mirada se posó sobre un cartel que había pegado con celo en la puerta de cristal.
– La feria -dijo.
– ¿Qué? -Trent se detuvo y se volvió hacia ella.
Si él la veía con niños de nuevo, si llegaba a conocerla un poco mejor, se daría cuenta de que iba a ser una buena madre y de que no necesitaba ni quería nada de él. Trent continuó mirándola, esperando.
– Mañana es sábado -le dijo ella-. Si no tienes nada que hacer, ¿te gustaría venir a ayudar por la mañana a la feria infantil? Más o menos, estoy a cargo, y sé que siempre vienen bien un par de manos.
– ¿Una feria infantil? -preguntó él, como si nunca hubiera oído nada similar.
– Sí. Dijiste que se te dan bien los niños.
– Y es cierto -respondió él, y salió de la sala.
– ¡A las diez en punto! -dijo Rebecca-. ¡Espero verte allí!
A las diez menos cuarto de la mañana, Rebecca se dio cuenta de que ya lo había conseguido todo. Hacía semanas, había comenzado a preguntar entre la plantilla del hospital si había voluntarios para la feria, y todos se habían ofrecido sin reparos. Los beneficios estaban destinados a Camp I Can, un campamento de verano para niños que había organizado Meredith Malone Weber, una fisioterapeuta infantil del hospital. Gracias a aquella buena causa, las auxiliares de enfermería ayudaban a los niños a pintarse las caras, los internos se acercaban en sus descansos a hacer perritos calientes para los niños y para repartir muestras de crea protectora contra el sol y otros voluntarios hacían de todo, desde vender entradas a supervisar la cola de los ponis.
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