– ¿Y qué ocurrió?

Trent la miró de nuevo, como si se hubiera olvidado de que estaba allí.

– El aeroplano se quedó atrapado en la rama de un árbol y Danny entró a pedirle ayuda a mi madre. Yo seguí jugando al baloncesto.

– Con Katie a tu lado.

– Sí, con Katie a mi lado. Y entonces… Robbie se salió a la calle. Desde la casa, mi hermano lo vio hablando con un extraño, pero cuando alertó a mi madre, Robbie Logan y el extraño ya habían desaparecido.

– Los Logan -dijo ella, y se estremeció-. Había oído decir que su hijo mayor fue secuestrado hace muchos años. Nunca lo encontraron, ¿verdad?

Trent apretó la mandíbula.

– Encontraron sus restos.

A Rebecca se le encogió el estómago.

– Pero tú tienes que saber que no fuiste el responsable. Tú no pudiste…

Él emitió una carcajada fría y seca.

– Lo sé. Creo que incluso fui capaz de olvidarlo durante un tiempo hasta que el niño de Danny, mi sobrino, fue secuestrado.

– ¡No!

– Sí -dijo Trent, con expresión ausente-. Ocurrió hace cuatro años, cuando el niño tenía un año. Su madre, mi cuñada, se suicidó unos meses después.

– Oh, Dios. Lo siento, Trent -le dijo ella, y le tomó las manos-. Siento muchísimo que tu familia haya pasado por todo eso.

– Por eso quiero formar parte de la vida de este bebé. De nuestro bebé.

– Trent…

– Quiero llegar a un acuerdo por el que no te resulte fácil apartar al niño de mí.

– Yo no lo haría…

– Y tampoco quiero ser un padre a tiempo parcial. He tenido uno de ésos.

Rebecca se puso tensa.

– Yo tampoco quiero ser una madre así. No he hecho todo esto para ser una madre a tiempo parcial.

– Pues el hecho es que, si no nos casamos, Rebecca, los dos seremos padres a tiempo parcial. Yo me aseguraré de eso.

Ella apartó sus manos de las de él.

– ¿Me estás amenazando con quitarme al bebé?

– No. Te estoy diciendo que voy a estar en la vida de este niño. Te estoy diciendo que, si compartimos la custodia, ninguno tendrá lo que quiere. Por eso debemos casarnos.

Ella no podía hacerlo… pero la determinación de aquel hombre por ser el padre de su hijo hacía el ofrecimiento un poco más tentador… «Oh, Eisenhower, debe de quererte. Ya debe de quererte tanto como yo». Sin embargo, sería una locura.

– Trent, no.

Pero él debía de haber visto una expresión afirmativa en su rostro.

– No te preocupes, Rebecca. Te prometo que no habrá ningún problema. Tú intervendrás en todo igual que yo.

– Pero, ¿cómo va a funcionar? ¿Y si un día te enamoras…?

– No me hagas reír. Los dos estamos desengañados del amor, ¿no te acuerdas? Lo mejor sería que creáramos una especie de sociedad. Tú no crees que el amor llegue por tu parte, ¿no?

– No -dijo ella con vehemencia-. Esto debe de ser una pesadilla. Oh, por favor, dime que voy a despertar en cualquier momento.

Trent negó con la cabeza.

– Rebecca, creo que deberíamos casarnos lo antes posible -murmuró él-. No hay ninguna razón para esperar y tenemos todos los motivos para conocernos y, cuanto antes, mejor.

Aquella idea era tan abrumadora que Rebecca ni siquiera pudo protestar. Cada vez estaba más fatigada y, poco a poco, fue aislándose del sonido de la voz de Trent, que iba contándole cuentos de hadas.

Más tarde, se estiró y descubrió que estaba en su habitación, vestida, tapada con una colcha que le había hecho su madre. Cuando estiró el brazo para taparse mejor, dio con un pedazo de papel. Una nota. Y el hecho de tener luz suficiente para leerla le dio a entender que era de día.

Y también se dio cuenta, de repente, de que Trent se había salido con la suya, después de todo.

La nota era una lista de cosas con las que, aparentemente, había llegado a un acuerdo con ella.


1. Fecha de la boda: jueves a las tres de la tarde, en el Juzgado del Condado.

2. Análisis de sangre: lunes por la mañana.

3. Despacho de abogados: jueves a las dos de la tarde, para firmar el acuerdo prenupcial.


Ella recordó que había insistido en el último punto.

Bien, de todos modos no iba a seguir sus instrucciones. ¡Claro que no! Ella no creía que casarse con Trent Crosby fuera una solución razonable, por muy desilusionados que estuvieran con el amor. Y para enfatizarlo, tiró la nota a un lado.

Sin embargo, sabía que se sentía tentada a aceptar.

El teléfono de la mesilla de noche sonó en aquel momento.

– Hola, prometida -le dijo Trent cuando ella se puso el auricular junto al oído.

Capítulo 5

– Reconócelo. Sabes muy bien que hemos cometido un error. Sabes que has cometido un error.

Trent observó la expresión ansiosa de Rebecca mientras el ascensor descendía otro piso.

– Estás bromeando, ¿verdad? Llevamos casados menos de diez minutos. Ni siquiera hemos salido aún del juzgado. ¿Cómo va a ser un error ya?

– Llevo mi uniforme de enfermera. ¿Qué novia comienza su matrimonio vestida con el uniforme de trabajo?

– Una novia a la que le pidieron que hiciera un turno extra y que no pudo decir que no, aunque era el día de su boda. Y que conste que ha sido tu error, no el mío.

– Pero todo esto fue idea tuya, y… -Rebecca se interrumpió cuando se abrieron las puertas del ascensor y entraron tres personas más.

Cuando por fin salieron del edificio y se dirigieron hacia sus coches, él miró a Rebecca de reojo y le habló con determinación.

– Créeme, Rebecca, esto no ha sido un error.

– No estoy convencida de que seas el tipo de hombre que reconoce que ha cometido una equivocación -refunfuñó ella.

Bueno, aquello era cierto. Y él también era el tipo de hombre que, cuando había decidido que quería algo, iba tras ello de un modo sistemático y metódico hasta que finalmente lo conseguía.

A su entera satisfacción.

Como aquel día.

Se aferró a aquel pensamiento feliz hasta el momento en que los dos estuvieron frente al porche de su casa. Con ambas maletas en las manos, titubeó un momento antes de dejarlas en el suelo para buscar las llaves y abrir.

– Eh… espero que te guste.

En vez de mirarla, miró la pesada y fea puerta. ¿Qué estaba diciendo? A Rebecca le iba a parecer horroroso. Él mismo odiaba su casa. Se la había comprado justo después de su divorcio a otro tipo divorciado, y carecía de toda calidez. Cuando abrió la puerta, Rebecca entró inmediatamente. Él tomó las maletas y la siguió.

Ella se detuvo en el vestíbulo, mirando a su alrededor.

A la derecha había un salón con una alfombra blanca, a un nivel más bajo que el resto del suelo. Enfrente había una escalera curva que llevaba al piso superior. A la izquierda, el comedor y la entrada a la cocina de acero inoxidable. Todo estaba brillante e impoluto, desde el mobiliario de laca y cristal del salón hasta los tulipanes rojos de plástico que había en un jarrón sobre la mesa del comedor.

– ¿Qué te parece? -le preguntó él en voz baja.

– Es… está muy limpio.

Él se rió sin poder evitarlo.

– Es horrible. Sé que es horrible.

– No quería…

– No, no intentes echarte atrás ahora. Tengo que admitir que carece por completo de encanto.

– Trent -le dijo ella-, ¿por qué vives en esta casa si no te gusta?

Él se encogió de hombros.

– Antes no me importaba. Sólo estaba yo y… no me importaba dónde vivía. Me pasaba la mayor parte del tiempo en la oficina.

La expresión de Rebecca se volvió de duda.

– Pero ahora voy a cambiar eso -se apresuró a decir él-. Con el bebé y contigo, voy a pasar mucho más tiempo en casa -le aseguro.

Después le hizo una señal con una maleta, preocupado porque, si las dejaba en el suelo, quizá ella agarrara la suya y saliera corriendo de allí. Trent comenzó a subir las escaleras mientras le decía:

– Podemos comprar una casa nueva o reformar ésta, si quieres. Agrandar las habitaciones. Donar todos los muebles.

En el piso de arriba, él hizo un gesto hacia un espacio abierto.

– Es mi despacho. Puedes usarlo siempre que quieras.

Ella asintió y después se dirigió hacia el corto pasillo que había a la derecha.

– ¿Y las habitaciones están aquí?

– Sí. Pensé… -él se quedó helado al mirarla.

– ¿Pensaste? -dijo ella, para animarlo a que siguiera hablando.

– E… e… e… -¡Trent estaba tartamudeando!-. Me pareció que esta primera habitación podría ser la habitación del bebé. Tiene mucha luz por las mañanas y está cerca de las escaleras. ¿0 quizá no sea bueno que esté tan cerca de las escaleras? Y la luz matinal podría despertar al bebé demasiado pronto o…

Horrible. Estaba balbuceando. Trent Crosby, el alto ejecutivo siempre seguro de sí mismo estaba balbuceando.

– ¿Estás bien? -le preguntó Rebecca, preocupada.

– Claro que estoy bien -respondió él.

– Entonces, a mí me parece una buena habitación para el bebé -dijo Rebecca-. ¿Y dónde voy a dormir yo?

La pregunta del millón de dólares. La que acababa de terminar con toda la seguridad y la tranquilidad de Trent. La que sólo se le había ocurrido cuando ella había pronunciado la palabra «habitaciones».

– ¿Trent? -ella lo estaba mirando con preocupación de nuevo, y se acercó a él-. ¿Qué te ocurre?

Cuando Rebecca estuvo junto a él, Trent percibió su olor dulce 'y se preguntó sin poder evitarlo si el sabor de su piel sería igual de dulce.

Ella lo estaba mirando fijamente con sus preciosos ojos marrones y él se sintió como un viejo verde. Porque, cuando le había propuesto aquel matrimonio práctico, no había pensado en que debía ser un matrimonio casto. Entre ellos había habido la suficiente atracción sexual como para que él supiera que iba a ser probable que deseara una relación física.

Sin embargo, con la prisa por llevarla al altar, no había hablado de aquello con Rebecca. Y le parecía un poco agresivo sacar el tema en aquel momento.

Lo cual significaba que, pese a su modo sistemático y metódico de lograr las cosas que deseaba, sí había cometido un error.

No había planeado exactamente cómo llevarse a su mujer a la cama.


Sin especificar las razones, Rebecca había pedido unos días libres en el trabajo, pero al día siguiente de su boda, estaba de vuelta en el Hospital General de Portland para asistir a una reunión de un grupo que se había hecho un hueco en su corazón.

Unos meses atrás, le habían pedido que diera una charla sobre primeros auxilios para niños para la Asociación de Padres Adoptivos de Children's Connection. Era un grupo de apoyo para personas que habían utilizado los servicios de Children's Connection, como ella. En una de aquellas reuniones era donde Rebecca había tenido la idea de usar un donante de semen para quedarse embarazada.

A partir de aquel momento, asistía a las reuniones de la asociación, sobre todo como experta en asistencia sanitaria, pero también a causa de la camaradería y el afecto que había entre los miembros, así como por los consejos profesionales que podía dar. Cuando estuviera preparada para dar la noticia de su próxima maternidad, los primeros en saberlo serían sus amigos de la Asociación de Padres Adoptivos.

Y también ellos serían los primeros en saber que se había casado con Trent Crosby. Si decidía no terminar con aquello antes.

Aquel día, Morgan Davis, el director de Children's Connection, que asistía a las reuniones también, la saludó y le dijo que no iban a tener reunión, sino una improvisada celebración. Y a los pocos segundos, se dio cuenta de que todo el mundo estaba mirando la puerta de la sala y miró también; al mismo tiempo, oyó los lloros de un bebé y vio a una pareja sonriente con un niño en brazos. El hombre se volvió y tomó por el codo a la adolescente que los seguía, e hizo que se adelantara suavemente para poder pasarle un brazo por los hombros a la muchacha y el otro a su mujer.

Entusiasmado, Morgan Davis se acercó a ellos y anunció:

– ¡Aquí están! Brian y Carrie Summers, y Lisa Sanders. Y su pequeño, Timothy Jacob, que fue encontrado la semana pasada, ¡sano y salvo!

Todo el mundo comenzó a aplaudir y Rebecca supo el motivo de aquella celebración.

A finales del enero anterior, Lisa Sanders había dado a luz a un niño al que iban a adoptar los Summers. Sin embargo, en las horas siguientes al parto, el niño había sido secuestrado de la sala de neonatos del hospital, y la posterior investigación de la policía había dado con los secuestradores durante los últimos días. Uno de ellos se había entregado a la policía y les había dicho dónde podían encontrar a Timothy. Estaba en casa de una mujer que vivía en el campo, a las afueras de Portland. La mujer tenía más hijos, y Timothy, gracias a Dios, había recibido buenos cuidados.

Brian Summers contó todos los detalles que le permitía la investigación policial mientras recibía las felicitaciones de todo el mundo, y mientras se repartían grandes pedazos de bizcocho y tazas de café.