– ¡Dios mío! Gracias.
Colgó sin decir una palabra más y a continuación llamó frenéticamente al servicio de información, donde obtuvo el número del hospital de Marín.
Marcó y pidió que le pasaran con la sala de urgencias.
Sí, tenían internada a Allyson Clarke; sí, seguía viva; no, nó podían darle más detalles.
Todo el equipo médico estaba atendiéndola y nadie podía ponerse al aparato.
Allyson Clarke figuraba en la lista de los pacientes críticos.
Las lágrimas afloraron a los ojos de Page mientras, con un temblor convulsivo en las manos, telefoneaba a sus vecinos.
No podía dejar a Andy solo…
Tenía que llamar, tenía que vestirse e ir sin tardanza al hospital.
Sollozó sordamente y rezó para que Allyson estuviera con vida cuando ella llegase.
– ¿Diga? -preguntó una voz somnolienta tras el quinto timbrazo.
– ¿Jane? ¿Podrías venir? Page hablaba entrecortadamente y con ahogo, como si le faltara el aire.
¿Y si se desmayaba? ¿Y si Allyson moría? “¡Dios mío, no lo permitas!" -¿Qué ocurre? -preguntó Jane Gilson.
Conocía bien a Page y nunca la había visto abandonarse al pánico -.
Qué tienes? ¿Te has puesto enferma? ¿Hay alguien ahí? -Tal vez merodeaba algún intruso por la casa.
– ¡No, es Allie! -repuso Page con un chillido aterrorizado y disonante -.
Ha tenido un accidente, un choque frontal.
Está en el hospital de Marín en situación crítica.
Brad se ha ido de viaje.
Tengo que dejarte a Andy…
– ¡Qué espanto! No tardo ni dos minutos.
Jane Gilson colgó y Page corrió hasta su armario.
Cogió unos vaqueros y el primer suéter que encontró.
Era el viejo jersey azul que usaba para trabajar en el jardín y que estaba descolorido y lleno de agujeros y lamparones.
Pero ella no reparó en nada al embutírselo por la cabeza y calzarse luego los mocasines.
Sin siquiera peinarse, fue al estudio de Brad en busca de la libreta donde solía anotar el nombre y número telefónico de su hotel siempre que salía de viaje.
Sabía que la encontraría allí.
Sin embargo, no le llamaría antes de haber visto a Allyson, por si las noticias eran mejores de lo que ella auguraba.
Se pondría en contacto con su marido desde el hospital.
Pero en el bloc no había señas, número ni ninguna indicación.
La página estaba en blanco.
Por primera vez en dieciséis años, Brad había olvidado dejarle los datos.
Era como si el destino intentara hacerles una vil jugarreta.
Pero Page no tenía tiempo de solucionar el problema.
Más tarde llamaría a algún compañero del trabajo y se las ingeniarían para dar con él.
Ahora tenía que ver a su niña.
Recogió el bolso en el momento en que sonaba el timbre de la puerta.
Abrió a toda prisa.
Jane Gilson estrechó en un abrazo a su querida amiga.
Conocía a los Clarke desde que se habían mudado al vecindario, antes de que naciera Andy, y a Allyson desde los siete años.
– Se salvará, tenlo por seguro.
Y trata de calmarte, Page.
Ya verás como es menos serio de lo que parece.
Procura no perder la serenidad.
– Le habría gustado llevarla en su automóvil, pero su esposo tampoco estaba en casa.
Se había ido de acampada con sus dos hijos, que habían venido desde la universidad para pasar en Ross las vacaciones trimestrales.
No había nadie más a quien confiar el cuidado de Andy.
El niño dormía profundamente en la cama de su madre, ignorante del drama que vivían-.
Si aún no has vuelto, cqué le digo cuando despierte? -Que Allyson ha enfermado y he tenido que acompañarla al hospital.
Te llamaré para tenerte al corriente.
Y sobre todo, Jane, si telefonea Brad acuérdate de apuntar su número.
– De acuerdo, ve tranquila.
Y conduce con prudencia.
Page salió a la tibia noche con el cabello alborotado y el monedero bajo el brazo, montó en el coche y un segundo después desapareció por la avenida.
Durante todo el camino se arengó a sí misma, instándose a la calma, a respirar, reconfortándose con la idea de que Allyson estaría a salvo y suplicando al cielo que así fuera.
Todavía no había asimilado el desastre.
El hospital quedaba a ocho minutos de distancia.
Page aparcó en el primer sitio que vio, dejó las llaves en el contacto y entró atropelladamente en el edificio.
La iluminada sección de urgencias era un galimatías de gente que corría de un lado a otro, se asomaba a las habitaciones o salía disparada, mientras media docena de personas aguardaban en el pasillo para recibir tratamiento.
Una parturienta deambulaba molesta y cansina, atendida por su marido.
A Page lo único que le importaba era ver a su hija, a su pequeña.
De pronto distinguió a unos periodistas, dos tipos que entrevistaban a un agente de tráfico y tomaban nota de sus palabras.
Page se dirigió al mostrador de recepción para preguntar a una enfermera, cuyo rostro se ensombreció instantáneamente al alzar la mirada.
Tenía unas bonitas facciones, con unos ojos que rebosaban afabilidad, y al ver a aquella mujer lívida y temblorosa sintió una gran compasión.
– ¿Es usted su madre? Page asintió, con unos espasmos cada vez más intensos.
– ¿Está…? ¿Ha…? -Está viva.
– A Page se le doblaron las piernas.
La enfermera rodeó el mostrador para sostenerla con brazos firmes-.
Ha sufrido lesiones gravísimas, señora Clarke, incluida una lesión cerebral.
Todo el equipo de neurocirugía se ha volcado en ella, y ahora mismo esperamos al jefe de servicios.
Vendrá a informarla en cuanto pueda.
Pero sepa que su hija vive.
– Llevó a Page hasta una silla y la ayudó a sentarse.
Era como si el mundo entero se hubiera vuelto del revés en cuestión de minutos-.
¿Quiere una taza de café? Miró solidariamente a Page, quien negó con la cabeza e hizo un esfuerzo sobrehumano para contener el llanto.
Fue en vano.
Las lágrimas se desbordaron mientras intentaba asimilar lo que acababan de decirle: neurocirugía…
lesiones gravísimas…
¿Por qué? ¿Cómo ha ocurrido? Se encuentra bien? inquirió la enfermera.
Era una pregunta retórica, pues obviamente Page estaba muy mal.
Se secó el llanto y meneó la cabeza, deseando con toda el alma haber podido retrasar el reloj.
¡Y pensar que se había enfadado porque Allie no cumplía el horario! Mientras ella se enfadaba, su hija se estrellaba.
La sola imagen era insufrible.
¿Ha habido más heridos? -preguntó al fin con un quiebro de voz.
La enfermera asintió apenada.
– El conductor ha muerto.
Y tenemos a otra chica con heridas de consideración.
– ¡Oh, Dios! ¿Muerto? ¿Había muerto Trygve Thorensen? Pero, por el amor de Dios, cqué había sucedido? Mientras le daba vueltas en su cerebro, vio salir de una de las salas de urgencias a un hombre que se le parecía extraordinariamente.
El individuo cruzó la puerta con aire desorientado y miró hacia Page, aunque en realidad no la vio.
Fue ella quien le reconoció, quien supo súbitamente que era Trygve.
¿Cómo era posible? La enfermera le había dicho que había muerto en el accidente.
¿Qué era aquello, una broma de mal gusto, quizá una pesadilla? ¿Se ha bía vuelto loca, o estaba soñando? No obstante al fijarse mejor comprendió que su espejismo era real.
La enfermera se apartó discretamente, y Trygve, echando a andar, miró también a Page con lágrimas en las mejillas.
– Page, estoy desolado -dijo Thorensen.
Tendió el brazo para tomar su mano, y la retuvo unos instantes-.
Debería haberlo sabido, haberlo previsto, pero no presté la debida atención.
¿Cómo he podido ser tan estúpido? Ella le observó horrorizada.
Había tenido un descuido y ahora sus hijas se debatían entre la vida y la muerte.
¿Cómo era capaz siquiera de decírselo? ¿Y por qué la enfermera le comunicó su muerte, cuando no era verdad? -No entiendo nada -admitió, y clavó una mirada de angustia en Thorensen, que se sentó a su lado pesadamente, cabizbajo, incrédulo aún.
– Yo empiezo a entenderlo.
No sé cómo no me di cuenta al verla salir con aquel conjunto.
Llevaba una falda de cuero prestada y unas medias negras que debieron de pertenecer a Dana.
¡Soy un necio imperdonable! Estaba trabajando con Bjorn y la dejé escabullirse sin hacer preguntas.
Dijo que la invitabas tú, y no sospeché nada.
¡ Como me arrepiento de no haberla detenido a tiempo! -¿Que la invitaba yo? ¿No eras tú el que conducía el coche? Page sintió una nueva punzada de miedo.
Las chicas no habían salido con Trygve.
Pero entonces, ¿con quién iban? ¿Quién conducía? -No, no era yo.
– Allyson me dijo que ibas a llevarlas a cenar a Luigi's y a una sesión de cine.
No se me ocurrió dudarlo.
– De repente, al meditarlo, las piezas del rompecabezas comenzaron a encajar también para ella: el suéter rosa de cachemira, la falda blanca y la absurda huida a casa de Chloe en lugar de dejarse acompañar-.
¿Cómo he podido ser tan imbécil? -Ambos hemos fallado en lo mismo.
– Trygve miró a Page a través de sus lágrimas, y ella rompió a llorar-.
Deberías haber visto a Chloe cuando la ingresaron.
Tiene fracturas abiertas y múltiples en las dos piernas, la cadera triturada, rotura de pelvis y heridas internas.
Ahora le están extirpando el bazo, y quizá sufra una atrofia en el hígado.
Han de ponerle una prótesis en la cadera, le han reconstruido la pelvis con pinzas, y es probable que no vuelva a caminar.
– Se echó a llorar abiertamente-.
Y su mayor sueño era convertirse en una gran bailarina, ¡pobre hija mía! ¿Cómo puede ocurrir esto? Page hizo un gesto con la cabeza, abrumada por lo que acababa de escuchar.
Chloe en una silla de ruedas.
¿Y Allyson? Olvidado el malentendido de antes -la presunta culpabilidad de Trygve-, se atrevió a preguntarle: -¿Has visto a Allyson? Le asustaba enfrentarse a los hechos, y sin embargo necesitaba desesperadamente noticias.
Le habían dicho que esperara hasta que los neurocirujanos terminasen su evaluación.
¿Y si moría antes y ella, su madre, no estaba a su lado? ¿Y si…
o si…? -No -contestó Trygve más compuesto, enjugando sus sollozos-.
Pedí autorización, pero no me han dejado.
Hace poco rato que Chloe ha entrado en el quirófano.
Dicen que tardarán de seis a ocho horas, tal vez más.
Nos aguarda una larga noche.
O no.
La de Page podía ser más corta, para desgracia de ella y de Allyson.
Quizá todo concluiría rápidamente.
– Me han dicho que Allyson sufre una grave lesión cerebral, pero no me han especificado nada más -agregó Thorensen en un cuchicheo.
– Sí, es la misma explicación que me han dado a mí, pero ni siquiera sé lo que significa.
¿Quedará dañado el cerebro? ¿Morirá sin remedio? ¿Puede recuperarse? -Las lágrimas volvieron a agolparse en los ojos de Page-.
La están examinando en neurocirugía.
– Tienes que creer con todas tus fuerzas que se repondrá.
Es lo único que nos queda.
– Pero ¿y si no lo logra? Page se alegraba de tener a alguien con quien conversar, y además una persona que compartía los terrores en que estaba sumida, salvo que Chloe, aunque muy maltrecha, no parecía correr peligro de muerte.
– Intenta no plantearte tantas preguntas -aconsejó Thorensen-.
Yo incurro en el mismo error con Chloe: ¿y si queda inválida, paralítica? ¿Podrá volver a andar, a bailar y correr? ¿Podrá ser madre? Hace apenas unos momentos me he sorprendido a mí mismo organizando la colocación de rampas en casa para su silla de ruedas.
Debes desechar esos pensamientos.
Aún no sabemos nada con seguridad.
Vive al minuto.
Page asintió.
Trató de imaginar qué le diría a Brad si Allyson moría, pero se negó a aceptarlo.
– ¿Sabes quién era el conductor? -indagó lúgubremente, recordando las palabras de la enfermera.
– Sólo su nombre.
Phillip Chapman, un chico de diecisiete años, esa es toda mi información.
Chloe no estaba en condiciones de responder a ninguna pregunta.
– He oído hablar de él.
Creo que incluso me han presentado a sus padres.
¿Tienes idea de dónde se conocieron? -En la escuela, o en alguna competición deportiva, o en el club de tenis.
Nuestros hijos se hacen mayores, Page.
De todas maneras, con los chicos nunca me he visto en un caso parecido.
Nick no se mete jamás en líos.
– Y Bjorn, claro, era distinto-.
Me temo que las niñas son más emprendedoras, al menos las nuestras.
– Trygve intentaba arrancarle una sonrisa, pero Page estaba más allá de cualquier consuelo.
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