¿Cómo voy a convivir con algo tan horroroso? -barruntó abstraída, hablando más para sí misma que a su compañero, y de pronto se acordó de Bjorn y sintió vergüenza-.

Perdona, Trygve, no sé lo que me digo.

– Descuida, comprendo muy bien lo que estás sufriendo.

O al menos eso creo.

Yo abrigo sentimientos parecidos respecto a las piernas de Chloe, y no he olvidado cómo reaccioné cuando nos confirmaron que Bjorn tenía el síndrome de Down.

Thorensen era franco con ella.

A fin de cuentas, ambos se esforzaban en prever los reajustes que tendrían que afrontar.

Page estudió a su amigo.

Tenía el cabello desgreñado y llevaba vaqueros, una vieja camisa de cuadros y zapatillas de deporte sin calcetines.

Miró entonces su propio suéter de faena y recordó que ni siquiera se había peinado.

Pero la estética poco le importaba, e incluso sonrió al reparar en la imagen que ofrecían.

– Estamos impresentables -dijo-.

Aunque reconozco que tú vas algo mejor que yo.

Salí de casa con tanta precipitación que es un milagro que me haya vestido.

Trygve le devolvió la sonrisa por primera vez en toda la noche, adoptando un aire muy juvenil y nórdico con sus grandes ojos azules de rubias pestañas.

– Estos pantalones son de Nick, y la camisa es de Bjorn.

Las zapatillas no sé a quién pertenecen; las encontré en el garaje.

Poco faltó para que viniera descalzo.

Page asintió, imaginando mejor que nadie lo que había sentido cuando recibió la noticia.

Ella misma apenas soportaba el recuerdo, y todavía tenía que comunicárselo a Brad, otra pesadilla difícil de afrontar.

Ansiaba poder decirle que Allyson seguía con vida, que había esperanzas.

Pero era improbable que se supiera algo concreto en el momento de localizarle.

– Estaba pensando en Bjorn -susurró Trygve, reclinado en el respaldo de la silla con actitud reflexiva-.

Al principio fue espantoso.

Dana empezó a odiar a todos cuantos le rodeaban, en especial a mí, porque no sabía en quién más verter su resentimiento.

Y también le aborreció a él.

No podía aceptar que su bebé tuviera un defecto.

Hablaba del niño como si fuera un vegetal y pintó un cuadro macabro de lo que nos deparaba el futuro.

Quería internarle en una institución.

– ¿Por qué no lo hicisteis? Page estaba intrigada, y no tuvo reparo en preguntárselo.

Sabía que Brad habría rechazado a un niño anormal.

– No creo en esa solución.

Quizá sea por mi educación noruega, quizá por mi carácter particular.

Yo opino que no hay que huir de los problemas, por arduos que sean.

Nunca lo he hecho -agregó y sonrió con desencanto al rememorar sus diecinueve años de matrimonio infeliz-, aunque en algunos casos quizá pequé de demasiado constante.

Verás, en lo que a mí respecta, los ancianos, los niños, los enfermos y las personas con limitaciones son parte de la vida.

El mundo no es perfecto, y tampoco hay que pedírselo.

Digamos que, tal y como yo lo veo, debemos conformarnos y sacarle el mejor partido posible.

Dana se negó a participar en el cuidado de Bjorn, así que lo convertí en mi misión personal.

Realmente tuvimos mucha suerte.

El mal no se ha desarrollado en él tanto como en otros chicos y, aunque está limitado, posee un montón de habilidades.

Es un chaval bien dotado para la carpintería, las obras que realiza son artísticas en su estilo infantil, se encariña con la gente, es enormemente afectuoso y leal, cocina de maravilla, posee un gran sentido del humor, es responsable hasta cierto punto e incluso ha aprendido a conducir.

Es verdad que nunca será como Nick, como tú o como yo.

No estudiará en la universidad, ni dirigirá un banco, ni ejercerá de médico.

Pero es Bjorn, voluntarioso, trabajador y amante de los deportes, los niños y el prójimo en general.

Quizá lleve una vida feliz a pesar de sus impedimentos.

Yo espero que así sea.

– Le has dado mucho -apostilló Page-.

Es un joven afortunado.

Trygve habría querido responderle que Brad también lo era.

Por lo que había podido ver aquella noche, presentía que Page era una mujer excepcional.

Acababa de recibir un revés ante el que cualquiera se habría desmoronado, pero ella lo encajaba con entereza y todavía le ayudaba a él y le sobraba tiempo para pensar en los demás, en su marido, en su hijo e incluso en los Chapman.

– Se lo merece, Page.

Bjorn es un chico fenomenal.

No quiero ni pensar cómo habría sido su vida en una institución.

Quizá no habría evolucionado tanto, o quizá sí.

No lo sé.

Pero estando en casa va a comprar a la tienda, por ejemplo, y se siente orgulloso.

Hay veces en las que confío más en él que en la misma Chloe.

Los dos rieron.

Decididamente, las adolescentes tenían sus propias limitaciones.

¿No te sientes frustrado alguna vez? ¿No querrías que hubiera llegado más lejos? -No adelantaría nada quejándome, Page.

Ha hecho lo máximo que podía.

Es más fácil así, y yo me enorgullezco de mi hijo.

Sin embargo, los dos sabían que sería muy diferente si Allyson quedaba mentalmente incapacitada y no podía cumplir la vida a que aspiraba.

– Sigo sin entender cómo se adapta uno a estas situaciones.

Supongo que has de desechar tu anterior escala de valoraciones y empezar de nuevo, dando gracias por cada paso, por cada palabra, cada atisbo de maduración y de progreso.

Pero ¿cómo olvidar? ¿Cómo olvidar lo que fue y aprender a aceptar logros tan nimios? -No lo sé -contestó Thorensen apesadumbrado, sin una experiencia que aportar-.

Tal vez debes agradecer que esté viva y partir de cero -sugirió.

Ella asintió con la cabeza, comprendiendo cuán dichosa iba a sentirse si Allyson sobrevivía.

– Me temo que yo aún no estoy en esa fase.

Eran casi las ocho de la mañana y Page decidió llamar a uno de los socios de Brad para intentar conseguir algún dato de su paradero en Cleveland.

Excusándose, despertó a Dan Ballantine y le contó sucintamente lo sucedido.

Dijo que Brad estaba citado para jugar al golf con el director de la empresa de Cleveland y que, si Dan no sabía en qué hotel se hospedaba, podía telefonear al citado director y dejarle recado de que Brad la llamase.

Era un método algo complicado de ponerse en contacto con su marido, pero no se le ocurrió ninguno mejor.

Dan prometió actuar de inmediato, y dijo que daría el número del hospital de Marín sin ser demasiado explícito, para no asustar a Brad.

Al despedirse, expresó su pesar por el accidente y su confianza en que Allie se repondría.

– ¡Ojalá así sea! -contestó Page, y le reiteró su agradecimiento.

No había transcurrido una hora cuando Dan la llamó por la extensión de urgencias.

Había telefoneado al director de la compañía de Cleveland, y el hombre afirmó que su cita con Brad era para el día siguiente.

Según él, no había acordado jugar al golf ni encontrarse el domingo por la mañana.

– ¡Qué raro! Pero si Brad me comentó que…

Olvídalo, seguramente hubo un malentendido.

En fin, tendré que esperar a que él me llame -dijo Page con laxitud.

Estaba demasiado agotada para pensar por qué le había dicho que jugaría al golf con aquel hombre.

Se figuró sin más que habían anulado la partida y que Dan se armó un lío.

Por lo menos lo había intentado y, antes o después, su marido se enteraría de todo.

Tal vez para entonces podría darle mejores noticias.

– No han podido localizarle -anunció a Trygve cuando volvió a la sala de espera, sentándose a su lado en una incómoda silla.

A Thorensen le asomaba ya la barba, y parecía tan extenuado y deprimido como ella-.

Cuando llame, Jane le dará este número.

¡Pobrecillo! La idea de contárselo me pone mala.

– Te comprendo.

Yo he llamado a Dana en Londres mientras hablabas por teléfono.

Acababa de regresar de un fin de semana en Venecia.

Se ha llevado un disgusto mayúsculo y, como siempre, me ha achacado todas las culpas.

Me ha regañado porque dejé salir a Chloe, por no saber con quién iba, y ha añadido que debo de ser idiota para no sospechar que maquinaba algo.

Es posible que tenga razón…

He sido muy negligente, pero de vez en cuando hay que confiar en ellos, o de lo contrario nos volveríamos locos.

No puedes erigirte constantemente en su guardián y, a decir verdad, Chloe suele portarse bien.

Sólo de tarde en tarde hace alguna trastada.

– Allie también es así.

No acostumbra saltarse las normas.

Imagino que querían probar sus alas, lo cual es muy normal, sólo que esta vez su escapada se ha saldado trágicamente.

¡Ya lo creo que sí! En todo caso, Dana me ha hecho responsable.

¿Y tú estás de acuerdo? -De hecho, no.

Pero siempre hay una parte de ti que se lo cuestiona.

En el fondo, podría no estar tan desatinada.

Me horroriza pensarlo.

– Pues no lo pienses, porque Dana se equivoca y tú deberías saberlo.

Ha sido un abyecto capricho del destino, pero sin ningún culpable, excepto tal vez la conductora del otro coche.

Ambos deseaban creer que había fallado Laura Hutchinson y no Phillip Chapman.

Si el accidente había sido un golpe de mala suerte y Phillip no tuvo nada que ver, sería más fácil soportarlo.

O quizá no, quizá no cambiaría nada.

Antes de que discutieran ese punto, apareció el cirujano ortopédico para decirles que la operación de Chloe había sido un éxito.

Había perdido mucha sangre y pasaría bastante tiempo débil e inválida, pero el equipo se sentía optimista en cuanto a su recuperación.

La pelvis estaba en su lugar, habían restaurado la cadera, y en ambas piernas llevaba clavos y tornillos de acero que tardarían un año o dos en quitarle.

Debía despedirse de la danza, pero, si todo iba bien, volvería a caminar, a bailar con los amigos y algún día incluso podría tener hijos.

Aunque había que esperar su evolución en las semanas siguientes, el cirujano se mostró muy satisfecho de su trabajo y de la reacción de Chloe, Trygve lloró al escucharle.

Chloe estaba aún en la sala de reanimación, y el médico dijo que no aconsejaba moverla hasta el mediodía.

En ese momento la trasladarían a una sala de cuidados intensivos, donde permanecería aproximadamente una semana, y por fin a la habitación.

Informó a Thorensen de que a lo largo del día le harían un par de transfusiones y le preguntó si él o alguno de sus hijos tenían el mismo grupo sanguíneo.

Se alegró de saber que sí, que todos podían ser donantes.

– ¿Por qué no se va a casa y descansa unas horas? Su hija está bien atendida.

Si quiere, puede volver por la tarde, cuando la llevemos a la UCI.

Piense que esto va a ser muy largo.

Chloe pasará en el hospital un mes, probablemente más.

Es absurdo que se agote usted en los prolegómenos.

Trygve encontró muy seductora la propuesta de echar una cabezada, pero no le apetecía dejar a Page sola con Allyson en el quirófano.

Al final decidió quedarse, y se tendió en uno de los sofás de la sala de espera.

Page habría hecho lo mismo, y consideró un deber no moverse de su lado.

Pasó el mediodía y, a las dos de la tarde, Chloe ingresó finalmente en la U C I.

Estaba todavía muy aletargada pero reconoció a su padre, y no parecía tener dolores, lo cual no dejaba de ser extraordinario después de su tremenda experiencia y de los numerosos aparatos a los que estaba conectada.

Thorensen se animó al ver a los médicos tan satisfechos y esperanzados.

¿Cómo está? -se interesó Page cuando Thorensen regresó.

Ella había llamado a Jane y hablado con Andy.

El crío estaba preocupado por su ausencia, y más aún por su hermana.

Pero Page procuró disimular.

Era prematuro explicárselo todo cuando ni siquiera Brad lo sabía.

Su marido no había telefoneado, así que Jane permanecía a la espera para darle el mensaje.

– Está como abotargada -dijo Trygve respecto a Chloe-.

Pero tiene buen aspecto, a pesar de todos los artilugios que le han colocado.

De su cadera cuelgan tubos y placas metálicas, y de sus piernas sobresalen clavos, hierros y más placas.

Más tarde la escayolarán, pero aún es pronto.

Aunque la he visto muy maltrecha, supongo que debo agradecer mi buena estrella.

– Eso es algo que siempre me ha chocado -respondió Page, con la voz igual de gastada que el resto de su persona-.

En situaciones como ésta la gente se empeña en decirte que tienes que estar agradecido.

Hace sólo veinticuatro horas Allie era una chica de quince años sana, exultante e ilusionada, que intentaba conquistarme para que le prestara un suéter rosa.