Este fin de semana te he pillado con la bragueta desabrochada, y tengo derecho a saber dónde has ido y con quién.

No es tu vida la única que está en juego, Brad, sino también la mía.

No vives solo, no puedes permitirte el lujo de ir y venir, divirtiéndote a tu antojo, y pasar por la “fonda Clarken, entre una partida de golf y otra.

Te lo digo muy en serio.

¿Quién eres tú realmente, Brad? ¿Qué diablos ocurre? A Page la corroía la ira, y él parecía más enfadado que culpable.

– Ya lo has adivinado, cno? ¿Necesitas que te lo dé por escrito? Page creyó que el corazón le estallaría en pedazos.

Se preguntó cuánto dolor era capaz de absorber en un solo fin de semana.

Habría querido que Brad lo negase todo, que no fuera verdad.

Pero lo era, y obviarlo de nada serviría.

– ¿Es un idilio reciente? -preguntó.

– No pienso discutir este asunto contigo, Page.

– Más vale que lo hagas, Brad -repuso ella-.

No intentes jugar al gato y el ratón.

¿Es una persona importante en tu vida? -¡Maldita sea, Page! ¿Por qué tenemos que hablar de eso ahora? -Porque no puede esperar.

No olvides que eres tú quien ha provocado el conflicto.

Quiero saber a qué atenerme.

¿Es un amor pasajero o hay algo más? ¿Hace mucho que dura? ¿Por qué? -Page miró a Brad y dijo con una voz que era casi un gemido-: ¿Qué nos ha sucedido? ¿Cómo es posible que no lo intuyera? ¿Tan ciega había estado? ¿Hubo algún indicio que le pasó inadvertido? Ni siquiera ahora, al hacer memoria, vislumbró ninguno.

Brad se derrumbó en una butaca y observó a su esposa cariacontecido, odiando aquella situación.

Siempre había detestado los enfrentamientos con Page.

Sin embargo, sabía que aquél no podía aplazarse ni eludirse.

Quizá era mejor así.

Tarde o temprano habría tenido que admitirlo.

– Reconozco que debí decírtelo antes, pero pensé…

Pensé que romperíamos pronto y que podría ahorrarme el mal trago.

¿Vais en serio? Clarke guardó silencio y, cuando al fin la miró a los ojos, el corazón de Page casi dejó de latir.

No se trataba de un amorío sino de una relación formal.

Se preguntó con un espasmo de pánico si su matrimonio había terminado así, sin previo aviso.

¿Y bien? -Ella misma notó que la pregunta brotaba como un chillido, pero intentó forzarle a responder-.

¿Es algo serio, sí o no? -Podría serlo -dijo Brad con indecisión-.

No lo sé, Page.

Por eso no te lo había contado.

¿Cuánto tiempo hace que salís? ¿Cuánto tiempo había estado ciega, cuánto había durado su imperdonable imbecilidad? -Unos ocho meses.

Todo empezó en un viaje de negocios.

Ella trabaja en el departamento creativo de la agencia, y fuimos juntos a Nueva York para presentar una campaña a un cliente.

¿Cómo es? Page sintió un ligero vahído, pero deseaba saberlo todo.

¿Ocho…

ocho meses? ¿Cómo había podido ser tan estúpida? -Es muy diferente de ti.

Es…

no sé cómo describirla…

Es una mujer de veintiséis años, liberada, independiente, con mucha personalidad.

Procede de Los Angeles, vino para estudiar en Stanford y se quedó.

Es algo…

ccómo te lo diría? Pasamos largas horas hablando y tenemos gustos afines.

Me he repetido una y otra vez que debía cortar con ella, pero no puedo.

Es superior a mí.

Brad miró a Page muy compungido, tanto que ella se habría apiadado de no ser porque sus palabras le destrozaban el alma.

Le habría gustado preguntarle si era guapa, si se llevaban bien sexualmente, si la amaba de verdad.

Pero ¿hasta dónde podía llegar sin excederse? ¿Y hasta dónde sin venirse abajo? -¿Qué planes tenéis para el futuro, Brad? ¿Piensas abandonarme? -No lo sé.

Lo único cierto es que así no podemos continuar.

¡Me siento muy confundido! -Clarke se mesó el cabello, sin apartar los ojos de Page-.

Estoy al borde de la locura.

– ¿Dónde he estado yo todo este tiempo? ¿Por qué no me he dado cuenta de nada? -Page observó a su marido, todavía incrédula.

Era una situación inverosímil y atroz.

Sus peores pesadillas se habían realizado.

Allyson yacía moribunda en una cama de hospital y Brad se había enamorado de otra-.

¿Qué nos ha ocurrido, Brad? ¿Por qué nos hemos encerrado tanto en nosotros mismos? cPor qué estás siempre fuera de la ciudad o jugando al golf, y yo soy el chófer siempre disponible de toda la comunidad infantil? ¿Es ése el problema, que nos hemos distanciado de un modo imperceptible? Ansiaba comprender las causas de su fracaso, pero de momento no se hizo la luz.

– No es culpa tuya -dijo él con gesto galante, pero luego meneó la cabeza, visiblemente desorientado-.

O quizá sí lo es, quizá seamos culpables los dos.

Hemos permitido que nos arrastrara el torbellino.

Nos hemos dejado atrapar por las insignificancias y los embustes de cada día.

iDaría cualquier cosa por saberlo! Pero, hoy por hoy, ignoro la respuesta.

Aquella ignorancia había durado ocho meses y era la razón de que no se hubiera decidido a separarse de su mujer ni a decirle que tenía una amante.

– ¿Estarías dispuesto a dejar de verla? -inquirió Page con toda sinceridad.

Clarke meditó varios segundos antes de negar con la cabeza, helándole la sangre en las venas -.

¿Y qué se supone que debo hacer? ¿Mirar hacia otra parte mientras tú te acuestas con la señorita creativa? De pronto, observándole, sintió una oleada de cólera, un impulso incontrolable de triturarle, con la palabra cuando no con los puños.

Brad pareció entenderlo.

En los últimos ocho meses se había reprochado frecuentemente su actitud, sobre todo en los momentos en que Page era amable con él, o le dispensaba atenciones, o quería hacer el amor.

Durante aquellos ocho meses se había sentido como un miserable traidor siempre que estaban juntos.

Sin embargo, no había podido romper con Stephanie.

No era capaz de renunciar a ninguna de las dos.

Se decía a sí mismo que las amaba a ambas, aunque honestamente no era así.

Quería a Page, pero no estaba enamorado de ella.

El amor se había ido entibiando sin que Brad supiera por qué, hasta que por fin la llama se extinguió.

La quería, la respetaba, era una madre ejemplar para sus hijos y una esposa inmejorable.

Era una buena compañera y una persona extraordinaria.

Representaba todo lo que un hombre podía desear y, no obstante, ya no inflamaba su corazón ni espoleaba sus sentidos como lo hacía Stephanie, y nada de lo que pudiese decir cambiaría esta realidad.

– ¿Qué tengo que hacer, evaporarme sin más? ¿Arreglarle la vida a la parejita? -Page tuvo un repentino escalofrío, temerosa de que Brad pretendiera echarla de casa o de que él se marchase.

¿Y Andy, qué sería de su niño? Se echó a llorar al pensarlo, al meditar sobre su negro porvenir conyugal que, además, se agravaba aún más con la angustia por Allie-.

¿¡Qué esperas de mí? -preguntó, tan descompuesta en,apariencia como en su interior.

El habría deseado reconfortarla, pero no podía mentir ya más.

– No espero nada.

Ayudemos a Allyson en su trance y, por ahora, concentrémonos en la supervivencia.

Solventaremos nuestro problema más adelante.

No podemos ocuparnos de todo a la vez.

Era una sugerencia razonable, pero Page estaba demasiado desbordada para actuar con cordura.

¿Y qué propones, mudarte cuando Allie despierte…

o después del funeral? -increpó a su marido, amarga y de nuevo asustada, pero él no hizo ningún ademán de consolarla.

No podía.

También él estaba muy trastornado, y sabía que cualquier iniciativa que tomase sería contraproducente.

Además, ahora que Page conocía la existencia de Stephanie, Brad sentía la necesidad de mantener cierta distancia.

– No sé lo que vamos a hacer, Page.

Hace meses que me lo estoy planteando, pero no he avanzado un solo paso.

Quizá tú encuentres la manera de resolverlo.

No estaba preparado para divorciarse ni había llegado a ninguna decisión con respecto a Stephanie, quien le había prometido esperar hasta que ordenase sus ideas.

Ella no le presionaba en absoluto.

Era más bien su propia pasión por ella lo que le impelía a buscar soluciones.

Y no quería construir su vida sobre un engaño, ni consumirse en el complejo de culpabilidad que Page le inspiraba, especialmente ahora que habían puesto las cartas sobre la mesa.

Lo único que sabía era que las quería a ambas, aunque con un cariño muy distinto, y que él mismo se había metido en aquella disyuntiva irresoluble.

Y todavía sería peor a partir de hoy, con Page en antecedentes y previsiblemente cada vez más desquiciada.

Al menos, durante los ocho meses anteriores no había sospechado nada cuando él le decía que debía ausentarse por negocios, lo que fue verdad algunas veces, pero las menos.

Había permitido que la situación se complicara.

Y todo el mundo tenía grandes probabilidades de salir mal parado: Page, Stephanie, él y sus propios hijos.

– Creo que ahora mismo no somos capaces de razonar como es debido, Page.

Deberíamos posponer lo nuestro hasta que Allyson se haya repuesto, o al menos hasta que esté fuera de peligro.

¿Y entonces, qué? Page se obstinaba en exigirle respuestas que no tenía y aumentar así su desdicha, pero, dadas las circunstancias, tampoco podía reprochárselo.

– No lo sé.

Estoy muy ofuscado.

– Cuando te aclares, comunícamelo.

Page se levantó y miró fijamente a Brad.

De pronto le resultaba un completo extraño.

El hombre a quien había amado tanto tiempo, a cuyo calor había dormido tan confiada, llevaba casi un año traicionándola.

La mitad de su alma le odiaba.

La otra mitad temía perderle.

– Supongo que es ridículo decirte que lo siento -masculló Brad con voz apagada.

Sabía que le debía mucho más que una disculpa, pero no tenía nada que ofrecer.

– No es ése el adjetivo que yo habría escogido.

“Insuficiente" sería más propio.

Sólo nnsentirlo" es muy poco para lo que yo te he dado, Brad.

¿No te parece? Las lágrimas centellearon en los ojos de Page al tropezarse sus miradas de un extremo a otro de la sala.

En su faz había odio, furia y más dolor del que Brad había visto jamás.

– Siempre he sabido que te las compondrías bien sin mí, Page.

Eres muy fuerte y te llenas la vida de trabajo.

Pensé que ni siquiera me añorarías.

¿Acaso fue ella quien le alejó de su lado? ¿Era culpa de Page y no de Brad? ¿Había desatendido a su esposo? Mientras escuchaba sus argumentos, se acusó a sí misma tanto como a él.

– Creo que somos un par de idiotas -dijo cáusticamente-.

Yo, por supuesto, lo he sido.

– Te mereces algo mejor, Page -dijo Clarke con franqueza.

También él lo merecía.

Tenía derecho a estar donde realmente quería, y no humillándose a los pies de su mujer y pidiéndole perdón.

Claro que, en justicia, era el precio que debía pagar.

Sin embargo, aquello marcaba uno de los momentos más cruciales de sus vidas y, unido al accidente de Allyson, adquiría tales dimensiones que fácilmente podía destruirles a ambos.

– Todos nos merecemos algo mejor -dijo Page en un murmullo, y salió de la habitación.

En la cocina actuó como un robot.

Puso una pizza en el microondas para que Andy cenara, y le llamó al cabo de cinco minutos.

Tenía temblores, náuseas, y cada vez que sonaba el teléfono daba un respingo pensando que era del hospital con malas noticias de Allie.

Su mente saltaba del terror del accidente a la revulsión de lo que Brad le había confesado.

¿Cómo va eso, campeón? -preguntó a Andy con fingida naturalidad, y le sirvió la cena en el mostrador de la cocina.

Brad estaba todavía en el salón.

Page se sentía como si el mundo se le hubiera caído encima.

– Estoy bien -contestó el pequeño-, pero tú pareces cansada, mamá.

Siempre había sido un niño considerado, tierno y juicioso.

Ella había creído que Brad también era así, pero ahora había descubierto una faceta insospechada, y que preferiría no haberla descubierto jamás.

– Y lo estoy, cariño.

Allie se encuentra fatal.

– Ya lo sé.

Pero papá me ha dicho que se pondrá bien.

Era el evangelio según san Brad.

¿Y si Allyson moría? Como todas las otras miserias de su existencia, habría que dejarla para más tarde.

– Esperémoslo.

El niño, receptivo, miró extrañamente a su madre.

¿Tú también crees que se curará? -Espero que sí -repitió Page.

¿Qué más podía decirle? Cuando Andy terminó su pizza, le sentó en su regazo y le abrazó.