Aún era lo bastante pequeño para sentarse en su falda y así, arrullados, ambos hallaban solaz.
Ahora mismo necesitaba a su hijo más que a nadie, más que nunca.
– Te quiero, mamá.
– Andy era todo espontaneidad.
– Y yo a ti, tesoro mío -dijo Page con los ojos humedecidos, ensimismada, pensando no ya en Andy sino en Allie, en Brad y en sus recientes desdichas.
Bañó al niño, le acostó y le leyó un cuento.
Luego, se tendió diez minutos en su habitación.
Cerró los ojos e intentó dormirse, pero en su cabeza se arremolinó un aquelarre de imágenes monstruosas, lacerantes, de interrogantes sobre Allyson, sobre Brad, sobre su convivencia de tantos años, sobre la vida, la muerte y lo que todo ello significaba.
Oyó un ruido, y al abrir los párpados vio a Brad en el umbral.
¿Quieres que te traiga algo? -él no sabía cómo abordarla.
Habían vivido demasiadas tensiones, habían dicho y revelado demasiado sobre sí mismos como para volver a ser la pareja bien avenida de otro tiempo.
Era devastador pensarlo, e imposible simular que nada había ocurrido-.
¿Has comido? -No me apetece nada, gracias.
– Page no tenía apetito, y por razones justificadas.
– Puedo preparartte algo en la cocina.
Ella hizo un gesto de negación y trató de borrar de su memoria la escena del salón, pero estaba obsesionada con la mujer de la agencia, con aquellos ocho meses de citas secretas.
¿Y antes? ¿Hubo otra mujer antes? ¿En cuántas ocasiones le había sido infiel su marido? ¿Había tenido muchas amantes? ¿Había perdido ella su atractivo para Brad o sencillamente llegó el hastío? Cayó en la cuenta de que aún llevaba el suéter raído de la víspera y sus vaqueros viejos, y que tenía el cabello muy enmarañado tras las horas de espera en el hospital.
No podía competir con una licenciada de Stanford de veintiséis años sin responsabilidades ni obligaciones familiares.
Se preguntó qué habrían hecho el fin de semana.
¿Adónde fuisteis ayer? -le soltó a bocajarro a su marido antes de que se escabullera de la estancia.
– ¿Y a ti qué más te da? A Brad le fastidiaba que le agobiase, y esa irritación enfurecía a Page.
– Tengo curiosidad por saber dónde te habías metido mientras yo te buscaba a ciegas.
¿Qué clase de lugares frecuentaba con ella? Page se sentía totalmente excluida de la vida de Brad, como si fueran dos desconocidos.
– Pasamos la noche en el John Gardiner -respondió Brad inesperadamente.
Era un rancho con hotel y pistas de tenis situado en Carmel Valley.
Pero cuando telefoneó a Page estaban ya de vuelta en la ciudad, en el piso de Stephanie, motivo por el cual se había presentado tan deprisa en el hospital.
– Deberías comer un bocado -insistió él, en un intento de desviar el tema.
Si algo no deseaba en aquellos momentos era contarle sus andanzas con Stephanie.
Pero Page estaba empecinada en averiguar todos los detalles, como si fuesen a darle la clave de su propio naufragio.
– Me daré un baño y volveré al hospital -anunció pausadamente.
En casa no tenía nada que hacer.
Quería estar con Allie.
– Ya te han dicho que no podrás verla -le recordó Brad.
– No me importa.
Quiero permanecer cerca de ella.
él asintió, pero de repente se le ocurrió una objeción.
– ¿Qué pasa con Andy? ¿Piensas regresar antes de que amanezca? -No.
Mañana tú mismo puedes vestirle y mandarle a la escuela.
No me necesitas para eso.
yo tal vez sí? ¿ Era aquél el único servicio que le interesaba ahora de ella, el de niñera de sus dos hijos? -No -convino Clarke.
Y añadió con un tono que denotaba pesar-: Pero te necesito para otras cosas.
¿De veras? -preguntó Page, mirándole con distanciamiento-.
¿Por ejemplo? No puedo recordar ninguna.
– Page, te quiero.
– La frase sonó vacía.
¿En serio, Brad? -repuso ella desde las profundidades de su congoja-.
Por lo que he oído hace un rato, me he estado engañando a mí misma durante meses, y puede que tú también.
Quizá sea mejor que hayamos descorrido el velo.
De todos modos, la verdad no la había aliviado, sino que la había herido hasta desgajarle el alma.
– Estoy desolado -susurró Clarke, pero no dio ningún paso en dirección a ella, lo que era suficientemente expresivo.
Les separaba todo un mundo.
– Y yo -dijo Page.
Se levantó del lecho, observó a Brad unos segundos y entró en el cuarto de baño sin despegar los labios.
Abrió el grifo de la bañera, cerró la puerta y, una vez sumergida, dio rienda suelta al llanto.
Ahora tenía a dos seres por quienes llorar.
Había sido un fin de semana memorable.
CAPITULO VI
Page pasó la noche del domingo en el hospital, ovillada en una silla de la sala de espera.
Pero ni siquiera advirtió la incomodidad del asiento.
Apenas durmió, pendiente como estaba de Allie.
El bullicio de la planta la mantuvo despierta, junto a los típicos olores de clínica y el miedo a que, en cualquier instante, se segara la vida de su hija.
Fue un descanso cuando por fin, a las seis de la mañana, le dieron permiso para verla.
Una enfermera joven y atractiva la acompañó a la sala de reanimación, y por el camino le habló amablemente de lo guapa que era Allie y de su magnífica cabellera.
Page la oyó sin escucharla y, mientras recorrían los interminables pasillos, dejó vagar su mente.
Estaba demasiado consternada para prestar atención.
Sin embargo, agradeció los esfuerzos de la enfermera por animarla.
No imaginaba cómo podían atisbar la belleza de Allyson.
Había quedado muy desfigurada y le habían tapado los ojos con vendas tras intervenirle las cuencas oculares.
A su paso se abrieron varias puertas electrónicamente, y Page se obligó a sí misma a volver a la realidad.
Por un momento se había distraído pensando en las confesiones de Brad, pero ahora Allie requería toda su atención.
Lo que vio al aproximarse a la camilla en que yacía su hija no fue exactamente alentador.
Su aspecto, en todo caso, era peor que antes de la intervención.
El vendaje de la cabeza resultaba espeluznante, la habían rapado, tenía la tez pálida como la muerte y estaba rodeada de monitores y máquinas.
Sumida en coma, parecía hallarse a millones de kilómetros.
La enfermera de la sala preparatoria le había guardado a Page un ondulado y sedoso mechón de rubios cabellos, que su compañera de la sala de reanimación le entregó a Page en cuanto la vio entrar.
Una vez más, los ojos de Page se anegaron en lágrimas mientras aferraba el rizo con una mano y, con la otra, tocaba suavemente a Allyson.
Permaneció largo rato a su lado, en silencio, acariciando su mano y evocando cómo era su vida tan sólo dos días antes.
Le parecía increíble que todo se hubiera malogrado tan abruptamente.
Ya nunca podría confiar en nada ni en nadie, y mucho menos en la suerte o el destino.
¡Qué crueles habían sido, tanto como Brad en sus sentimientos! Al cavilarlo, Page se dijo que no soportaría el dolor de perder a Allie.
Recordó cómo se había sentido años atrás al nacer Andy, cuando se temió un desenlace fatal.
Page había estado horas enteras contemplándole, tratando de insuflar vida en aquel diminuto cuerpo que, acribillado de tubos, se debatía en la incubadora.
Milagrosamente, Andy lo consiguió.
Ahora, Page se sentó en una estrecha banqueta y murmuró suavemente en los oídos vendados de la chica, rezando para que captase sus palabras: -No dejaré que te vayas, amor mío…
No, no lo permitiré.
Te necesitamos, y yo te quiero demasiado.
Tienes que ser valiente y luchar.
¡Vamos, pequeña, no te rindas! Te adoro, niña mía.
Pase lo que pase, siempre serás mi hijita querida.
Allyson olía a productos químicos y en las máquinas pulsaban sus débiles constantes, pero no emitió ningún sonido, no hizo ademán ni gesto de reconocimiento.
Aunque Page sabía que sería así, necesitaba hablar con ella, sentirla cerca.
Las enfermeras las dejaron tranquilas durante largo tiempo, hasta que a eso de las siete, al producirse el cambio de turno, sugirieron a Page que bajara a la cafetería a tomar un café.
Ella se quedó en la sala de espera, donde se abstrajo pensando en todo lo ocurrido.
No oyó entrar a nadie, y sólo al notar una presión en el brazo levantó los ojos y vio a Trygve.
Estaba aseado y afeitado, llevaba una inmaculada camisa blanca y pantalones vaqueros, y se había peinado cuidadosamente su mata de cabello rubio.
Parecía repuesto y saludable.
Pero, al mirar a Page, su rostro se contrajo.
Era lunes por la mañana, el fin de semana había supuesto para ella una experiencia muy dura y sus huellas eran patentes.
– ¿Has vuelto a pasar aquí toda la noche? Page asintió.
Estaba muy desmejorada, peor aún que la víspera.
Pero Thorensen comprendía mejor que nadie su ferviente deseo de velar a Allie.
– He dormido aquí mismo.
– Page intentó sonreír, aunque fue más bien una mueca patética.
¿Dormido? -repitió Trygve con el tono que adoptaría un padre severo.
– Sí, aunque no lo creas he echado alguna cabezadita -dijo ella, de nuevo con una sonrisa ajada-.
Tengo suficiente.
Esta mañana me han dejado ver a Allie en la sala de reanimación.
¿Cómo está? -Me temo que igual que ayer.
Pero ha sido estupendo pasar un rato a su lado.
– Al menos seguía en este mundo, y Page podía estirar la mano y tocar un cuerpo vivo.
No podía asumir la idea del fin, su más urgente deseo era volver a reanimación para acompañarla, para decirle una vez más cuánto la quería-.
¿Cómo va Chloe? -Todavía duerme.
Acabo de pasar por su sección.
La mantienen muy sedada para que no sienta dolor.
Supongo que es lo más conveniente.
Page asintió con la cabeza y Trygve se sentó en la silla contigua.
¿Cómo se lo han tomado tus hijos? -Bastante bien.
Bjorn se impresionó mucho al verla.
Antes de traerle consulté a su médico, y él me dijo que lo hiciera, que era importante para él.
Hay cosas que mi hijo no puede entender a menos que las vea con sus propios ojos.
Pero fue una experiencia muy dura.
Lloró con desconsuelo y ha tenido pesadillas.
¡ Pobre muchacho! Page se compadeció de su vecino.
¡ Qué difícil era a veces la vida, qué injusta! Había que ser muy entero para aceptarla.
¿Cómo está Andy? -Asustado.
Brad le contó que su hermana se recuperará, y yo fui menos optimista.
No considero positivo darle esperanzas infundadas.
– Estoy de acuerdo.
Seguramente tu marido no lo ha asi milado del todo.
A veces la negación es el camino más fácil.
– Sí, quizá -dijo Page, con gesto tan desencantado y hundido como lo estaba interiormente.
– Voy a hacerte una pregunta tonta: ¿estás bien, Page? Es decir, dejando aparte la desgracia.
Pareces muy desencajada.
– Sí, no te apures por mí.
Todo es cuestión de acostumbrarse…
Eso espero.
– ¿Cuándo has comido por última vez? -No lo sé…
Anoche, creo.
Le hice una pizza a Andy y cogí un trocito.
– No debes abandonarte así, Page, tienes que conservar tus fuerzas.
Nadie saldrá beneficiado si caes enferma.
¡Venga, levántate! -ordenó Trygve, irguiéndose él mismo y mirándola con autoridad-.
Vamos a desayunar.
Page se conmovió, pero lo último que le apetecía ahora era comer.
Sólo quería acurrucarse en un rincón y olvidarse del mundo, o tal vez morir, si Allie expiraba.
En lo que a ella atañía, había empezado el duelo.
Se condolía por lo que su hija había sido y no volvería a ser, por lo que había vivido junto a Brad, por los sentimientos que ya nunca tendría.
El suyo era un luto múltiple.
Lloraba a Allyson, a su matrimonio, a sí misma, a una vida que sería diferente por siempre jamás.
– Gracias, Trygve, pero no podré tragar un solo bocado.
– Habrá que intentarlo -insistió él-.
No cejaré hasta que me acompañes y comas algo.
Si no me obedeces, avisaré al médico para que te alimenten por vía intravenosa.
¿Es eso lo que quieres? Vamos -añadió, asiendo su mano y tirando de ella-, mueve el trasero y ven a desayunar.
– Está bien, iré contigo -accedió Page con una sonrisa renuente, y le siguió pasillo abajo hasta la cafetería.
– El sitio no es muy agradable -se disculpó Trygve-, pero tenemos que conformarnos con lo que hay.
Pasó una bandeja a su compañera y le indicó que se sirviera copos de avena, huevos revueltos, lonchas de bacon, tostadas, jalea y una taza de café.
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