Por un instante Page estuvo tentada de contarle la verdad, pero le pareció mezquino.
Se limitó a menear la cabeza y guardar silencio.
Finalmente dijo: -Ha reaccionado muy mal.
Está excitado, pusilánime e irascible.
Culpa a Phillip del suceso.
Pero, de algún modo, me lo reprocha también a mí por no haber adivinado los planes de Allie.
No lo ha dicho explícitamente, pero la acusación flota en el ambiente.
– Era un medio como otro de zafarse de su propia culpa.
A Brad Clarke le reconfortaba tener algo que echar en cara a su mujer-.
Lo peor -añadió Page entre sollozoses que no se equivoca.
Yo soy la única culpable.
Si hubiera estado más atenta, si hubiera sido más sagaz y la hubiera sondeado, o no la hubiese creído, esto no habría sucedido.
Lloró con lágrimas de agotamiento y de emoción.
Thorensen le pasó el brazo por el hombro.
– No debes abandonarte a esos pensamientos.
No había motivo para sospechar de nuestras hijas.
Nunca antes habían hecho una travesura semejante, y no podemos ser el eterno sargento.
Confiarnos en ellas, lo cual no es ningún crimen, como tampoco lo fue su pequeño embuste.
Casi todos los chicos de su edad hacen lo mismo.
Lo criminal ha sido el resultado, pero ¿quién podía preverlo? -Brad cree que yo.
– Y Dana me ha achacado a mí lo mismo.
Pero es pura palabrería.
Necesitan descargar su dolor y nosotros somos sus chivos expiatorios.
No te lo tomes muy a pecho.
Brad está trastornado.
No sabe ni qué decir ni contra quién despotricar.
– Seguramente -convino Page, y recordó algunas estadísticas que había leído sobre cómo los accidentes y las muertes infantiles solían destruir a las parejas.
Si había ya una grieta, se abría de par en par.
Por lo visto, la grieta de ellos dos debía de ser tan ancha como el Cañón del Colorado-.
La verdad -dijo al fin tímidamente, con una sinceridad que sorprendió a Trygvees que Brad y yo atravesamos un mal momento.
No sabía por qué se lo contaba, pero tenía que desfogarse con alguien.
Nunca en su vida se había sentido tan sola ni tan desdichada, y no conocía a ninguna otra persona con quien confiarse.
Sabía que tendría que llamar a su madre cualquier día, pero todavía no estaba preparada.
Necesitaba tiempo para adaptarse a la nueva situación antes de localizarla en Nueva York y ponerla en antecedentes.
Era más de lo que ahora mismo podía asumir.
De hecho, todo era excesivo salvo sus estancias en el hospital, las visitas a Allie y las conversaciones con Trygve.
– Brad…
– empezó, pero no encontró palabras.
– No es preciso que me lo expliques, Page.
– Thorensen intentó allanarle el camino-.
No hay nadie que no zozobre ante una cosa así.
Hace sólo un minuto pensaba que mi unión con Dana se habría ido a pique si no estuviera ya rota.
Todavía no podía creer que, después de su llamada, Dana no hubiera regresado de inmediato a Norteamérica.
Le había acusado a él de negligencia, pero ni siquiera se le ocurrió volar hasta San Francisco para ver a su hija.
Sólo expresó el deseo de que se recuperase pronto y pudiera reunirse con ella en Europa durante las vacaciones de verano.
Definitivamente, no era una mujer digna de admiración y menos aún una madre aceptable.
Casi se asombró de haber estado diecinueve años casado con ella.
Algunas veces, cuando reflexionaba sobre el pasado, se sentía como un idiota, pero no era menos cierto que últimamente la había aguantado sólo para evitar el disgusto a sus hijos.
– Nuestro problema no tiene nada que ver con el accidente.
– Page se esforzó en abrirse-.
El azar ha querido que estallara ahora, en medio de todo este drama -dijo lacónicamente, pero quedó patente que sus disidencias conyugales la habían marcado.
“Quizá Brad tiene una amante", pensó Trygve, que era un experto en amoríos ilegítimos y sus efectos sobre el matrimonio.
Pero no acababa de entenderlo.
Clarke no le parecía el clásico marido infiel.
– En plena crisis no pueden formarse juicios.
¿Por qué no? ¿Crees que no sé discernir la realidad? ¿Y si resulta que, en todos estos años, nada ha sido tal y como yo creía? ¿Y si mi vida se ha basado en una mentira? -Ya despejarás esas incógnitas más adelante.
Pero no las analices ahora.
Ninguno de los dos estáis en condiciones de actuar con ecuanimidad.
¿Cómo lo sabes? -preguntó Page.
Tenía mucho en que pensar, y en cierto sentido el hospital era el sitio ideal para ello.
– Tengo una amplia experiencia en relaciones difíciles y apariencias engañosas.
Créeme, sé de lo que hablo.
Y sé tam bién que ahora todo se os ha vuelto del revés.
No podéis exigiros responsabilidades por lo que digáis o hagáis, ni por las reacciones de cada uno.
Fíjate en ti misma, extenuada, debilitada.
– Sí, supongo que tienes razón.
Yo estoy muy desorientada tras dos días sin dormir y sin probar un plato decente.
He vivido con Brad desde los veintitrés años.
Siempre pisé fuerte, creyendo que nuestra unión era perfecta, y de repente me he asomado al abismo.
No sé qué pensar, ni quién es el hombre con el que me casé.
A mi alrededor todo se confunde.
– Y había sucedido en cuestión de días, de horas, de minutos.
Tu hija ha salvado la vida a duras penas.
Estás completamente traumatizada.
¿Quién no lo estaría? Pues bien, recuerda que Brad, yo mismo e incluso nuestros otros hijos nos encontramos en el mismo caso.
¿Te fiarías de tus reflejos, de tus impulsos? ¡Caramba, si no me atrevo ni a comprar en el supermercado! Soy capaz de pedir alpiste para el perro.
Tienes que darte un respiro, Page.
Procura no pensar en nada.
Vive sólo el presente.
– Recuerda lo que te he dicho antes -reiteró Trygve-.
No hagas juicios en medio de una crisis.
– Lo intentaré -prometió ella con voz queda, sorprendida de su predisposición a contarle a Trygve tantos pormenores de su vida.
Pero la deslealtad de Brad la había sacudido visceralmente, y sentía una necesidad apremiante de sincerarse con alguien.
Y Trygve le inspiraba confianza.
No habría podido decir por qué, pero le gustaba de un modo intuitivo.
– Ignoraba que ejercieses de consejero matrimonial -dijo Page con una sonrisa, y él soltó una carcajada.
– Lo triste es que sólo conozco las desdichas.
Si te ocurre algo bueno, no me consultes.
¿Tan nefasta fue tu experiencia? -Peor -se quejó él, aunque con tono de broma-.
Creo que Dana y yo protagonizamos uno de los matrimonios más desgraciados de la historia.
Finalmente he podido rehacerme, gpero me da pánico reincidir.
Prefiero mil veces vivir solo que con una mala esposa.
Ambos se sentían como viejos amigos y Trygve todavía tenía a su vecina abrazada por el hombro.
En las últimas cuarenta y ocho horas la había apoyado como no lo hubiese hecho su mejor amigo.
Incluso Brad le dejó en la estacada.
Thorensen, en cambio, estuvo siempre a su lado.
Y eso era algo que ella jamás olvidaría.
Page recordó lo que había comentado Allyson el sábado por la tarde, que Thorensen nunca salía con mujeres, y se compadeció de él.
Era un hombre atractivo, inteligente y tratable.
– Quizá necesitas algo más de tiempo -le dijo con amabilidad, pero Thorensen rió.
– Sí, unos cuarenta o cincuenta años.
No tengo prisa por reincidir en los mismos errores y arruinar mi vida y la de mis hijos.
Mientras llega ese día, me lo tomo con calma.
Ellos se merecen algo mejor de lo que han tenido, y yo también.
No es fácil encontrar a la persona apropiada.
– A lo mejor, cuando superes tus resquemores te resultará más sencillo -sugirió Page.
– Es probable, pero tampoco me quema la impaciencia.
En casa todos somos felices tal y como estamos.
Para mí es esencial, Page.
Era casi la medianoche.
Habían hablado largo y tendido, con diversos intervalos para entrar en la UCI y verificar el estado de sus hijas respectivas.
Chloe dormía y Allie continuaba inconsciente.
Pero cuando Trygve, muy fatigado, se disponía a volver a casa, apareció el médico residente y le comunicó a Page que Allyson sufría complicaciones.
La inflamación del cerebro que tanto temían había empezado, y Allyson experimentaba una intensa presión en la herida y en el cráneo.
Era la que habían pronosticado, nntercera lesión" y el médico les explicó que existía riesgo de embolia.
Llegó el cirujano jefe e informó que las dificultades de Allyson iban en aumento.
Con la tumefacción le había subido la tensión sanguínea y aminorado el pulso, y el doctor no auguró nada bueno.
Hacia la una, el final parecía inminente.
Thorensen se ofreció a quedarse con Page en el hospital.
Page no podía creer lo que estaba pasando.
Sólo una hora an tes sus constantes permanecían estables…
y dos días atrás su hija era una chica normal.
A veces la vida puede dar un giro de ciento ochenta grados sin previo aviso.
Para cuando se reunieron los demás miembros del equipo médico, Page había hecho varios intentos de hablar con Brad, pero estaba puesto el contestador y no respondió a sus llamadas.
Al fin, desesperada, le rogó a Trygve que telefoneara a Jane Gilson para que fuera a su casa, le despertase y le relevara en el cuidado de Andy.
Trygve volvió del teléfono cabizbajo, y comunicó a Page el mensaje de Jane: Brad no había pasado a recoger a Andy.
El niño dormía tranquilamente en su cama y Jane no tenía la menor idea del paradero de Brad.
Ni siquiera la había llamado.
¿Que no ha llamado? Page se quedó atónita.
¿Cómo podía comportarse así después del discurso que él mismo había hecho? ¿Le importaba más su satisfacción sexual que su propia hija? -Jane dice que no ha tenido noticias suyas.
Lo lamento, Page.
– Trygve apretó cariñosamente su mano y pensó que lo que había sospechado debía de ser verdad.
Brad tenía un idilio, o se estaba emborrachando para ahogar sus penas.
No podía haber escogido momento más inoportuno.
Thorensen lo sintió por Page, que cargaba sola con aquella responsabilidad.
Sin embargo, Thorensen estaba de vuelta de todo.
Era una repetición de lo que había vivido con Dana-.
No te preocupes -la animó mientras esperaban que los médicos terminasen su evaluación-.
Ya dará señales de vida.
Aquí tampoco podría hacer nada, ni Brad ni ninguno de nosotros.
– Pero al menos contribuiría con su presencia, igual que Page, igual que Trygve, tan entregado a Chloe-.
No todo el mundo está capacitado para estos menesteres.
Yo antes sentía náuseas cada vez que escuchaba la palabra “hospital".
– ¿Qué te hizo cambiar? -Mis hijos.
Tuve que esforzarme por ellos, ya que Dana se desentendía.
Brad puede apoyarse en ti con la tranquilidad de que Allyson está en buenas manos.
Sonrió con afabilidad, buscándole a Brad unas excusas que, Page bien lo sabía, no merecía en absoluto.
¿Y quién la respaldaba a ella?, pensó.
Si Trygve no se hubiera quedado a hacerle compañía, habría estado sola.
Supuso que Brad había ido a casa de su amante, pero no sabía dónde vivía.
Volvieron los médicos para informarles.
Allyson se había estabilizado un poco, pero la crisis no había pasado.
Una inflamación cerebral siempre era inquietante, tanto si constituía un indicio de heridas más graves como si era una secuela concreta de la operación del domingo.
El diagnóstico era comprometido y no querían fomentar falsas esperanzas.
Dada la gravedad de la paciente, no había que descartar un desenlace fatal.
¿Cuándo, ahora mismo? -preguntó Page con expresión descompuesta-.
¿Esta noche? ¿Qué habían querido decirle, que estaba a punto de morir? “¡No, Dios mío, por favor!", rezó para sus adentros.
Cuando se lo permitieron, acudió junto a su hija y se sentó calladamente en la cabecera de la cama, donde, con el rostro demudado por el llanto, sujetó su mano como si de esa manera pudiera impedir que se le fuera, que marchase hacia la eternidad pese a todo lo que ya había resistido.
Aquella noche la dejaron quedarse todo el tiempo que quiso, y Page no se movió de la UCI, con la mano de su hija asida fijamente, observándola, orando.
– Te quiero -susurraba de vez en cuando-.
Te quiero, mi pequeña -insistía, con la esperanza de que Allie la oyera.
Al amanecer, la inflamación no había empeorado y la paciente respiraba mecánicamente, conectada a varios tubos.
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