La familia se opuso y rehusó ayudarla económicamente, pero ella había ganado un dinero haciendo trabajos eventuales, e incluso se empleó como camarera nocturna en un restaurante a fin de sufragarse los gastos.

Habría hecho cualquier cosa por alejarse de aquel ambiente.

Sabía muy bien que de ello dependía su supervivencia.

Estaba tan enfrascada en sus recuerdos, que no le oyó enTrar.

Continuaba sentada en la cama, con la ropa muy arrugada y la vio junto al teléfono.

Brad había cruzado media habitación cuando ella se movió, y ambos se sobresaltaron.

– ¡Por el amor de Dios! -bramó Clarke-.

¿Por qué no has dicho nada? -No te había visto.

¿Vienes a casa para comer? -dijo ella con tono irónico.

Page tenía la respuesta preparada.

¡ Sólo faltaba que apareciesen ellas! el cabello revuelto, pero tenía un aspecto más relajado que unas horas antes.

– He venido a dejar unas cosas -replicó Brad con vaguedad, a la vez que echaba una camisa sucia en el cesto del cuarto de baño.

lavar? ¿A qué hora las quiere el señor? buscar una muda porque piensas pasar fuera también esta noche? -Page destilaba cólera y veneno-.

¿No te parece que, como mínimo, podrías haber llamado? ¿O quieres borrar de un plumazo todos estos años de matrimonio? ¿Qué más da que llamase o no? De todos modos no estabas en casa…

Brad parecía tan brutalmente insensible que a Page le hubiera gustado machacarle.

– Pues hubieras telefoneado a la UCI, o a Jane, nuestra vecina.

Andy te estuvo esperando.

Creyó que tú también habías tenido un accidente.

¿o es que ya no te importa tu hijo? Allyson ha sufrido una recaída muy grave -disparó a bocajarro y Brad recibió los impactos donde más le dolía.

¿Cómo está? -Resiste, pero muy precariamente.

Brad Clarke miró a su mujer con cara de arrepentimiento.

Sólo había querido tomarse una noche libre.

Fue un gran alivio abstraerse del hospital, de Page, e incluso de Andy.

– Me olvidé de llamar.

– Su excusa era impresentable y él lo sabía.

– Yo también querría olvidar.

Tienes suerte de conseguirlo -musitó Page, entristecida.

Pero ella no podía desentenderse – de sus hijos, ni lo deseaba.

Tres días antes, tampoco se habría distanciado de Brad.

Ahora todo era distinto-.

No puedes seguir escabulléndote, Brad.

Lo que nos ocurre es real, y debes afrontarlo.

¿Cómo te sentirías si Allie hubiese muerto anoche? -¿Tú qué crees? -repuso él, y miró a su esposa.

– Andy también te necesita.

Y puede que te convenga pasar más tiempo con Allyson.

Si sucediera algo…

– Page no habría podido estar en ningún otro sitio, pero Brad no era como ella.

– Que me siente junto a su cama no la salvará -repuso Brad, a la defensiva-.

Conmigo o sin mí, el final será el mismo.

Me deprime verla y, además, obstinarse en que viva a toda costa no es la mejor solución.

– Pero cqué dices? -Page quedó horrorizada-.

¿Insinúas que debemos dejarla morir? Sintió ganas de echarse a gritar.

¿Qué le había pasado a Brad? ¿Cómo podía hablar así? -Digo que quiero recuperar a Allie.

A Allie, ccomprendes? A mi hija de siempre, a la mujer en que se habría convertido de no mediar esta tragedia.

Quiero a mi niña bonita, fuerte e inteligente, con un sinfín de aptitudes, capaz de conseguir cuanto se proponía.

¿De veras deseas que viva sin todo su potencial? ¿Deseas ser la enfermera permanente de una disminuida mental? ¿Es eso a lo que aspiras para ella? Yo no.

Prefiero que muera ahora mismo si la alternativa es la invalidez.

E ir al hospital a contemplar cómo se inflama su cerebro y cómo le insufla oxígeno una máquina no contribuirá en nada a que mejore.

Hemos hecho todo lo posible.

Sólo resta esperar.

Y a Allie le da lo mismo que esperemos aquí o en la UCI, pegados a ella.

¿Y si no era así? ¿Y si Allyson percibía de algún modo su presencia? Al oírle, Page sintió repulsión.

– Andy te necesita tanto como ella.

¿o también el niño te sobrepasa? -atacó a su marido sin piedad, pues no se la merecía.

Les estaba fallando a todos por motivos puramente egoístas.

– Me sobrepasa todo.

¿A ti no te ha ocurrido nunca? -preguntó Brad, acercándose a Page unos pasos.

Detestaba tener que verla ahora que sus encuentros siempre degeneraban en altercados, reproches o una retahíla de acusaciones.

– Tu único problema es que tienes un alto grado de autocompasión, y por ello vas a tomar decisiones funestas.

El tiempo no se detendrá porque tú lo quieras, Brad.

No puedes nndarte un respiro" mientras solventas tu apetito sexual.

Allie te necesita, sean cuales sean tus ideas sobre su estado y su futuro.

Precisamente te necesita más por esa razón.

Y Andy se encuentra en el mismo caso.

El pobrecillo está aterrorizado viendo cómo la familia se desintegra ante sus propios ojos, sabiendo que su hermana podría morir, sufriendo tus ausencias y teniendo que vivir todo el día en casa de los vecinos.

– Entonces quizá deberías venir a dormir aquí -dijo Brad, y quedó paralizado cuando Page se levantó y avanzó unos metros hacia él.

– Entérate de una cosa, Brad: no dejaré a Allie hasta que sepa si va a recuperarse, o hasta que exhale el último suspiro.

Y si muere -añadió Page con ojos llorosos, pero con voz inquebrantable-, estaré a su lado, sostendré su mano y la ayudaré en su tránsito al otro mundo igual que la ayudé a venir a la vida.

No pienso quedarme contigo, a menos que sea en el hospital, ni siquiera con Andy.

Yo, por lo menos, no me refugio en un amante fingiendo que no pasa nada.

Se dio la vuelta.

No soportaba la cara de Brad, aquella expresión que hacía evidente que ya no le pertenecía.

– Page…

Ella se volvió hacia su esposo, sorprendida al percibir en su voz el temblor del llanto.

Clarke se desplomó en una silla y enterró el rostro entre las manos.

– No resisto verla tan maltrecha -dijo Brad-.

Es como si ya se hubiera ido…

¡No lo soporto! Page no comprendía aquella actitud.

¿Qué le hacía pensar que tenía otra opción? Tampoco ella lo aguantaba, pero debía sobreponerse.

Debía luchar por Allie.

– De momento, todavía está entre nosotros -dijo más apaciguada, con ánimo de alentarle, pero remisa a aproximarse a él.

Les separaban poderosos sentimientos de dolor, aversión y desengaño.

No confiaba en Brad, ni le creía.

Ni siquiera sabía – ya quién era-.

Le queda una última oportunidad.

No puedes desecharla.

– No tiene por qué ser así -replicó Clarke.

Él no era de los que se rendían fácilmente, y Page no entendía su postura.

Era como si buscase la salida más sencilla para él e incluso para Allie, aunque significara perderla, renunciar.

Ella jamás compartiría ese punto de vista-.

No sé cómo explicarlo…

Cuando la vi, tuve la impresión de que no se recuperaría nunca, y no quiero que sea un vegetal el resto de su vida.

Los médicos sólo hablan de comas, parálisis espástica, pérdida de motricidad, cerebro, cerebelo, neuronas, atrofia…

¿Cómo puedes oír tantas atrocidades y seguir pensando que volverá a ser normal? -Porque todavía conservo la esperanza.

Quizá sea un camino difícil, quizá su recuperación sea incompleta, o ¡qué demonios! quizá muera.

Pero en todo caso -dijo Page, y sus ojos se llenaron nuevamente de lágrimas-, necesitará toda nuestra ayuda.

Brad miró a su mujer con desespero, llorando en silencio.

– Yo no podré ayudarla, Page.

Sé que no podré.

Estaba mortalmente asustado, y ella lo advirtió.

Se acercó a su butaca y le rodeó con ambos brazos.

él hundió la cabeza en su pecho.

Page acarició el negro cabello de Brad, y anheló no haber llegado tan lejos en su mutua destrucción.

Por desgracia, nada podía borrarse ya, de igual modo que no se podía conjurar el accidente de Allie.

– Tengo miedo -susurró Brad con la cabeza apoyada con= tra los mullidos senos-.

No quiero que mi hija muera, pero tampoco quiero que sobreviva en estas condiciones, Page.

Siento vértigo sólo de verla.

Y perdóname por lo de ayer.

No debería haber desaparecido; si lo hice fue porque no podía afrontar la situación.

– Page asintió, comprensiva, aunque ella había sido la primera perjudicada.

Brad tuvo necesidad de huir y así lo hizo, pero la dejó sola y desvalida frente a la pesadilla que vivía con Allie-.

¿Y si se nos muere? Clarke dirigió a su esposa una mirada angustiada, y ella tragó saliva al pensarlo.

– No lo sé -admitió con voz entrecortada-.

Anoche creí que sucumbiría, pero se repuso.

Hemos ganado otro día, y sólo nos queda rezar.

él asintió con la cabeza, envidiando su entereza.

Todavía deseaba escapar, ¡y Stephanie se lo ponía tan fácil! Se compadecía de él y le ayudaba a evadirse del horror que afrontaba su hija.

Le permitía abandonarse a la idea de que él no podía hacer nada.

Le había dicho que Page sabría encargarse de todo y le urgió a dejarla actuar.

Pero cuando Brad vio a su mujer debatiéndose contra todo aquel dolor, de repente renació sú sentido de culpabilidad.

Ahora, apoyado en su cálido cuerpo, Brad sintió la punzada del deseo, una agitación interna que era el prólogo de un acercamiento.

La abrazó por la cintura e intentó sentarla en su falda para besarla.

Pero ella se puso rígida y le miró con rencor.

¿Cómo te atreves? Después de todo lo que había descubierto desde el accidente, le repelía el contacto con su marido.

– Te necesito, Page.

– Eres repugnante -replicó ella con vehemencia.

Ya tenía a Stephanie.

¿Qué más quería, un harén? Antes de saber lo de su amante, era diferente.

Pero ahora no podía aceptarle.

El la besó de todas formas, un beso de pasión y frenesí.

Aun así, no ablandó a Page, que se sintió más distante.

Brad Clarke se había convertido en un extraño.

Era la pareja de otra mujer, no la suya.

Se zafó bruscamente, retrocedió unos pasos y le dejó hundido en la silla, sin aliento.

– Lo siento -se disculpó Page por su vehemencia y se retiró.

Brad quedó con expresión de enfado y sensación de estúpido.

Sabía que obraba mal hiriendo a su mujer y aferrándose a Stephanie, pero, como la propia Page acababa de decirle, últimamente sólo tomaba decisiones nefastas.

Un poco más tarde, fue a la cocina en su busca.

Page se estaba preparando una taza de té, y no volvió la cabeza al oírle entrar.

– Lo lamento -dijo él-, me he dejado llevar.

He sido muy inoportuno con todo lo que está ocurriendo.

– A Page le parecía inverosímil que sólo una semana antes hubieran hecho el amor como si su matrimonio fuera viento en popa, sin albergar la menor sospecha de que Brad tenía una amante.

Pero ahora las cosas habían cambiado.

Y, dada su relación con Stephanie, Page no quería que él la tocase.

Habría sido distinto si, asolado por el arrepentimiento, le hubiera prometido poner fin al idilio.

Sin embargo, en ningún momento hizo esa promesa.

En todo caso, los que habían terminado eran ellos dos.

Tal era, al parecer, la voluntad de Clarke.

Ahora que su lío de faldas había salido a la luz, su primera reacción había sido marcharse de casa, indiferente a las necesidades de su familia, a una posible urgencia de Allyson e incluso a los sentimientos de Andy.

Stephanie se había impuesto a cualquier otra consideración.

La constatación de este hecho golpeó a Page como una roca de diez toneladas.

No podía ignorarlo.

– Creo que deberías darme su número.

Si sucede algo y estás con ella, sabré dónde informarte -dijo Page sin volverse, para que Brad no viera las lágrimas que se habían agolpado en sus ojos.

– Te aseguro que no se repetirá.

Esta noche me quedaré en casa con Andy.

– No me interesa lo que digas.

– Ahora Page se giró en redondo para encararse con Brad, y él se asustó al ver su expresión.

Estaba dolida, indignada y decidida más allá de las palabras.

Era obvio que su breve lapso de intimidad había pasado-.

Se repetirá, y quiero tener su teléfono.

– Bien.

Te lo anotaré en la agenda.

Page asintió y bebió unos sorbos de humeante té.

¿Qué piensas hacer hoy? -Clarke suponía que volvería al hospital, y se sorprendió al comprobar que no.

– Dentro de un rato asistiré al entierro del joven Chapman.

¿Quieres acompañarme? -Ni lo sueñes.

Ese malnacido casi mató a mi hija.