¿Cómo tienes estómago para ir? Brad estaba congestionado y Page, impasible, se encogió de hombros.

– Los Chapman han perdido a su único hijo, y no hay pruebas de que el accidente fuera culpa suya.

¿Cómo puedes negarte a asistir? -No les debo nada -repuso Brad fríamente-.

Los análisis han demostrado que había bebido alcohol.

– En cantidades muy pequeñas.

¿Y qué me dices de la otra conductora? ¿No pudo ser ella la causante de todo? -Trygve se lo había planteado, y Page también, pero a Brad no se le había ocurrido.

– Laura Hutchinson es la mujer de un senador, tiene tres hijos crecidos y nunca rondaría por las calles borracha, al volante de un coche o cometiendo negligencias -sentenció Clarke con absoluta convicción.

¿Cómo lo sabes? -Page no habría puesto la mano en el fuego por nadie, ni por la esposa del senador ni siquiera por Brad-.

¿Cómo puedes defender tan seguro su inocencia? -Porque estoy seguro de ello, tanto como la policía.

No le hicieron la prueba de la alcoholemia, obviamente, porque no la consideraron necesaria; de lo contrario se la hubieran exigido.

No la han acusado de nada.

Sin duda a Brad le bastaba con eso.

– A lo mejor les impresionó su apellido.

– En los últimos días discutían por todo, y Page se alegró de que Andy estuviera en la escuela-.

Sea como fuere, pienso asistir al sepelio.

Trygve Thorensen pasará a recogerme a las dos y cuarto.

Brad enarcó las cejas.

¡Muy entrañable! -No seas impertinente.

– Page miró a su esposo con un peculiar brillo en los ojos, producto de la ira y el cansancioDurante tres días hemos pasado las horas muertas en ese hospital que tanto aborreces, atentos al más mínimo progreso de nuestras hijas.

Phillip Chapman conducía el coche donde viajaba Chloe, pero eso no le impide a Thorensen ofrecer sus condolencias a los padres del chico.

– Es un tipo fantástico.

Quizá lleguéis a haceros amigos íntimos ahora que yo he perdido todo mi atractivo.

Clarke estaba enfadado por el rechazo de antes, aunque en el fondo lo comprendía.

Pero le soliviantó que Page elogiara a Trygve.

– -Tienes razón, Brad, es fantástico.

Posee un gran sentido de la amistad.

Incluso se ha quedado en el hospital sólo para apoyarme.

Ayer, cuando nadie sabía dónde te habías metido, estuvo conmigo y me ofreció su mano, y también velamos juntos la noche del accidente, mientras tú te divertías con tu amiguita.

Ha sido una joya de hombre.

Y te diré más: es lo bastante cabal como para guardarse la virilidad en los pantalones y anteponer sus hijos al sexo.

Así que si pretendes hacerme sentir culpable o apurada, no te molestes.

Dudo mucho que a Trygve Thorensen yo le importe un comino como mujer, y así debe ser, porque no busco amante.

Sólo necesito un amigo que me preste su hombro, ya que no tengo marido.

Poca réplica podía presentar Brad a aquellas palabras, de modo que se encerró en el cuarto de baño.

Sin dirigirle la palabra a su mujer, diez minutos después salió de la casa dando un sonoro portazo.

Ella estaba tan furibunda que de buena gana le hubiera estrangulado, aunque también se sentía triste.

¡Su vida se había derrumbado tan precipitadamente! Era incomprensible.

Ahora les acuciaban tensiones muy agudas pero ya antes se habían deteriorado otros aspectos de su unión, y ella no lo supo ver.

El accidente fue el gran detonante, y había aportado sus nefastas consecuencias.

Page se duchó y se vistió para acudir el sepelio, y Trygve pasó a recogerla a las dos y cuarto en punto.

Llevaba un traje; azul marino, camisa blanca y corbata oscura, un atuendo sobrio pero que le favorecía mucho.

Page se puso un vestido negro de hilo que había comprado en Nueva York la última vez que fue a visitar a su madre.

Las exequias se celebraron en la iglesia episcopal de Saint John.

Page no estaba preparada para la multitud de adolescentes que había allí, con sus resplandecientes rostros juveniles ensombrecidos por la pérdida del amigo, sus corazones llenos de una aflicción avasalladora.

A modo de recordatorio, los maestros de ceremonias entregaron a los asistentes una bonita fotografía de Phillip con el equipo de natación.

Page comprobó que los chicos que las distribuían eran precisamente los miembros del equipo.

Vio también a Jamie Applegate.

Escoltado por su familia, era la imagen de la devastación.

No obstante, ellos le respaldaban.

Su padre le llevaba abrazado por el hombro.

Se emitieron canciones de estilo joven, y Page, al oírlas, notó en la garganta la contracción del llanto.

En la iglesia se habían congregado trescientos o cuatrocientos chicos, y Page supo que Allyson tampoco habría faltado de no yacer en coma en un hospital.

Al fin, con porte muy digno, aunque deshechos por la pena, hicieron su entrada los padres de Phillip y ocuparon sus lugares en el primer banco.

Les acompañaba una pareja bastante mayor, los abuelos.

Daba pena verlos.

La intensidad del golpe se hacía palpable en sus caras.

El oficiante habló emotivamente de los-misterios del amor divino y del gran dolor que siempre causa perder a un ser querido.

Platicó sobre el magnífico joven que había sido Phillip, admirado por todos y con un brillante futuro.

A Page la homilía le traspasó el alma, y pensó, entre sollozos, qué dirían de Allie si moría.

Sería algo parecido.

También la admiraban y querían todos sus conocidos.

Ella jamás se reharía de su pérdida.

La señora Chapman lloró profusamente durante toda la ceremonia.

Al final del servicio, el coro escolar en pleno cantó el Amazing Grace.

Luego, cada uno de sus componentes fue invitado a subir al altar para recitar una breve plegaria, un postrer tributo al compañero.

La iglesia entera estaba sumida en llanto, y Page, al mirar alrededor, quedó hondamente conmovida por la consternación que se reflejaba en aquellos semblantes casi infantiles.

Fue entonces cuando vio a Laura Hutchinson.

Estaba sollozando discretamente en un banco algo apartado.

Al parecer había venido sola y se sentía tan desolada como el resto de los presentes.

Page la observó largo rato, pero sólo vio a una doliente más, y muy afectada.

Sorprendentemente, la despedida de la ceremonia fue rápida.

La gente aún no había salido de su estupefacción.

¡Era tan doloroso! De repente, Page y Trygve detectaron la presencia de los periodistas.

Al principio persiguieron a la señora Hutchinson, pero ella se marchó en una limusina sin hacer declaraciones.

Después sacaron fotografías de algunos jóve – nes que lloraban en la acera.

De súbito, toda la prensa se arremolinó en torno a los Chapman.

El padre de Phillip se encolerizó y les espetó entre lágrimas que eran unos cerdos desalmados.

Ellos no se fueron, aunque retrocedieron ligeramente.

Phillip Chapman era todavía una noticia candente.

Después de las exequias había una recepción en la sala de actos del instituto, y más tarde los Chapman habían invitado a su casa a algunos amigos.

Page no fue ni a un sitio ni a otro.

Era superior a sus fuerzas.

Sólo ansiaba quedarse sola, aislarse, recuperarse de la tremenda conmoción que había supuesto el oficio fúnebre.

Consultó a Trygve con la mirada y descubrió que había llorado tanto como ella.

¿Te encuentras bien? -le preguntó Thorensen.

Page asintió, pero con un nuevo acceso de llanto-.

Sí, yo estoy igual.

Te llevaré a casa.

Ella volvió a asentir y le siguió hasta el coche, donde permanecieron largo rato en silencio.

Page no había reunido valor para abordar a los Chapman, así que los dos habían firmado en el libro que había a la puerta de la iglesia.

Luego leería en el periódico que se recibieron más de quinientos pésames.

– ¡Dios, ha sido muy duro! -exclamó al fin, intentando componerse un poco.

Trygve la miró, arrasado por sus propias emociones.

– Es espantoso.

No existe nada peor.

Espero no vivir lo bastante para ver morir a uno de mis hijos.

Se arrepintió de aquellas palabras, puesto que la vida de Allyson estaba aún en peligro, pero Page se hizo cargo.

Tampoco ella quería pasar por esa experiencia.

– He visto a la señora Hutchinson.

Es todo un detalle de su parte haber venido.

A los Chapman les habrá impresionado favorablemente.

Su gesto demuestra cuán solidaria es, cuán humana.

Ha sido una astuta jugada.

Pero ¡qué cinismo el mío! -se riñó Page a sí misma-.

A lo mejor actuaba de buena fe.

– Lo dudo.

Conozco a los políticos.

Créeme, es su marido quien le ha mandado que asista.

Quizá ella no tuvo la culpa del accidente y es totalmente inocente.

Pero nunca está de más vender buena imagen.

¿Y ése es el único motivo? -Page se sintió decepcionada.

– Probablemente.

No lo sé.

Sigo pensando que cometió algún descuido, que los chicos no fueron responsables del choque, aunque tal vez soy yo quien me empeño en creerlo.

– A los Chapman les ocurría otro tanto.

Thorensen encendió el motor y se dirigieron a casa de Page tras la lenta caravana que marchaba hacia la escuela, pero a mitad de camino ella recordó quë nëbía pasar por el hospital a recoger su camioneta.

Además, quería ver a Allie.

¿Te importaría dejarme allí? -preguntó, sonriendo con tristeza.

Había sido una tarde terrible.

Page había telefoneado varias veces al hospital para preguntar por Allyson, pero no se habían producido cambios desde la mañana.

– ¡En absoluto! Igualmente tenía intención de visitar a Chloe.

Hoy más que nunca debemos agradecer que estén vivas, cverdad? Page asintió con la cabeza, evocando lo que había dicho Brad en el fragor de su disputa, que no le interesaba una Allie imperfecta.

Y parecía creerlo en serio.

– Prefiero tener a Allie en cualquier estado antes que perderla.

Quizá me equivoque, pero es lo que siento.

Brad opina que, si ha de quedar incapacitada, más vale que muera.

– La suya es una visión elitista de la vida, un maniqueísmo en blanco y negro.

Estoy de acuerdo contigo, prefiero juntar los pedazos, antes que tener las manos vacías.

Page coincidía con Trygve en todo, pero curiosamente no en lo relativo a su matrimonio.

En ese terreno era más intransigente que él.

Claro que lo veían desde ópticas distintas.

– Mi marido no ha podido enfrentarse a todo esto.

Sale huyendo a la primera ocasión -dijo con voz serena, procurando no volver a excitarse.

– Hay muchas personas que no saben sobrellevar las desgracias.

– Sí, como Dana…

y como Brad.

¿Y por qué nosotros nos metemos hasta el cuello? ¿Somos unos valientes o sólo un par de tontos? -Seguramente una mezcla de ambos -repuso Thorensen con una risita irónica-.

Me temo que no tenemos otra alternativa.

Cuando los demás saltan por la borda, nos ponemos al timón.

– Dirigió a Page una mirada de franqueza.

Había pasado suficiente tiempo a su lado para hacerle una pregunta directa-: ¿No te saca de tus casillas? -Le intrigó la aparente predisposición de Page a aceptar un matrimonio que distaba mucho de ser modélico.

Brad no se había dejado ver desde el accidente.

– Me pone furiosa -admitió Page sonriente-.

A la hora de comer hemos tenido un enfrentamiento por esa razón.

– Al menos eres humana.

Yo también me ponía como un basilisco cuando Dana se esfumaba en el momento en que más la necesitábamos los niños o yo.

– En mi caso, existen complicaciones de otra índole.

Trygve movió la cabeza, decidido a no indagar.

Pero finalmente no pudo contenerse.

¿Complicaciones graves? -Eso parece -contestó Page-.

Yo diría que terminales.

¿Y te han pillado por sorpresa? -La verdad es que sí.

He estado casada dieciséis años, y hasta hace tres días creía que mi matrimonio era perfecto.

– Estaban ya en las inmediaciones del hospital-.

He cometido un error.

Un error mayúsculo.

– Quizá no.

Es posible que estéis pasando una mala época.

De vez en cuando, todas las parejas tienen sus altibajos.

Ella reflexionó unos segundos, y negó con la cabeza.

– Había muchas facetas oscuras que yo desconocía.

Sin saberlo, me he estado engañando a mí misma durante largo tiempo.

Pero, ahora que lo sé, no podría disimular que todo va bien.

No es mi estilo.

Mi relación huele a podrido -explicó ácidamente.