– Recuerda lo que te he dicho antes, que algunas personas pierden la brújula cuando deben afrontar una crisis.
– Brad la perdió hace ya meses.
Pero le ha salido mal, porque le he pillado con la bragueta abierta.
Page torció la boca en una afectada sonrisa siniestra, y Trygve soltó una carcajada.
– Vaya, ha tenido mala suerte.
Page estaba anonadada por la naturalidad de aquel diálogo.
Se sentía capaz de contárselo todo a Trygve, incluso secretos que jamás habría revelado a su hermana, por supuesto, ni a Jane Gilson, que era una antigua amiga pero no una confidente.
Tras los rigores de sus inicios, nunca se había sincerado con nadie excepto con Brad, lo cual hacía su traición aún más abyecta.
Y ahora, para su asombro, a Trygve le contaba cosas que se habría resistido a confiarle a Brad aun antes de que estallara la guerra entre ambos.
Una vez en el hospital, se encaminaron hacia la UCI todavía alicaídos por el ambiente que había reinado en el sepelio, pero a ambos les alivió ver a sus hijas.
Chloe tenía algunos espasmos, aunque progresaba, y Allie continuaba igual.
Por el momento, su condición era estable.
Esta vez, Page se marchó antes que Trygve.
Volvió a casa hacia las cinco para recoger a Andy en la de Jane.
El niño había ido al entrenamiento de béisbol en el autocar de la escuela, y a esa hora debía estar ya de vuelta.
Page tenía muchas ganas de verle cuando aparcó el coche frente al garaje de Jane.
La tarde había sido un suplicio, y el sepelio de Phillip le helaba la sangre cada vez que recordaba los lloros de los jóvenes y el pesar de los padres.
Todos habían sollozado inconsolables al abandonar el templo, y el corazón de Page voló hacia ellos.
Mientras pulsaba el timbre de casa de Jane, todavía vibraban en sus oídos los cánticos del coro.
– Hola, ¿cómo estás? -Jane miró a su amiga y frunció el entrecejo-.
¿o no debería preguntártelo? Quizá Allyson había empeorado.
Page estaba consumida, pálida y patéticamente triste.
– No te apures -dijo con voz quebrada-.
Me ves así porque he ido al entierro de Phillip Chapman.
– ¿Y qué tal? -inquirió Jane, franqueándole la entrada.
– Tan deprimente como cabía esperar.
Había cuatrocientos jóvenes anegados en llanto, y la mitad de adultos.
– Es justo lo que necesitabas.
¿Te ha acompañado Brad? -No, me llevó Trygve Thorensen.
Hemos visto a la esposa del senador.
Estuvo muy en su papel, sacudida por el dolor en la medida justa.
Francamente, esa mujer ha tenido muchas – agallas al presentarse.
Trygve piensa que ha ido por razones políticas, para seguir el juego a los reporteros y dejar constancia de cuán buena e inocente es.
– ¿Lo es? -preguntó Jane circunspecta.
– Empiezo a sospechar que nunca lo sabremos.
Probablemente no existe un único culpable, fue un cúmulo de coincidencias y maniobras mal sincronizadas.
– Tengo mis dudas.
¿Había periodistas en la ceremonia? -Sí, cámaras de televisión y algunos fotógrafos de prensa.
Han hinchado el asunto porque está involucrada la señora Hutchinson.
Pero a mí me parte el corazón ver a esos chicos, por no mencionar a los padres.
– En la crónica que leí ayer dejaban traslucir que el responsable fue el chico Chapman.
¿Son meros rumores o hay algo de verdad? ¿Bebió realmente alcohol? -Al parecer, no el suficiente para inculparle.
He oído que el señor Chapman va a querellarse contra el periódico y reivindicar el nombre de Phillip.
Como te decía, no hay evidencias que permitan acusar a ninguna de las partes, ni al chico ni a la señora Hutchinson, pero él era muy joven y había bebido media copa de vino…
y dos tazas de café negro.
Trygve y ella habían debatido el caso hasta la saciedad, sin sacar nada en claro.
Había sido un desgraciado accidente, aparentemente sin culpables.
Y Page entendió que los Chapman quisieran rehabilitar la memoria de su hijo.
Había sido un chico extraordinario y merecía que su reputación fuese respetada, aunque sólo fuera por sus padres.
En aquel instante, Andy la divisó desde el jardín y fue corriendo a su encuentro.
Llevaba el uniforme de béisbol y estaba tan adorable que Page se emocionó al verle.
Su salud y su normalidad le recordaron el último partido al que le había llevado, cuando su vida discurría plácidamente.
Allie aún estaba bien.
Y Brad no había confesado su engaño.
¿Cómo te van las cosas, Andrew Clarke? -preguntó Page con una sonrisa luminosa.
El pequeño le echó los brazos al cuello.
– ¡Fenomenal! Hoy he marcado una carrera a la base.
Andy estaba satisfecho de sí mismo, y a su madre aquel abrazo la hizo revivir.
¡ Magnífico! También él estaba muy contento de verla.
Le dirigió una mirada inquieta y preguntó: ¿Vas a volver al hospital? ¿Debo quedarme aquí? -No, hoy irás a casa conmigo.
Page había decidido tomarse una noche libre en honor de su hijo.
Sabía cuánta necesidad tenía de ella y no quería negarle su presencia.
Además, mientras Allie se mantuviera estacionaria se lo podía permitir.
Le guisaría una buena cena para variar, algo más que una pizza congelada, y luego se sentaría a charlar largamente con él.
Así no se sentiría tan abandonado.
¿Por qué no nos prepara papá una barbacoa? -Page ignoraba si Brad dormiría en casa aquella noche, de modo que no quiso prometer nada y pretextó que tenía mucho trabajo-.
De acuerdo.
En ese caso, haremos una cena corriente.
El niño parecía entusiasmado con el plan.
Al cabo de unos minutos estaban los dos en su cocina.
Page hizo hamburguesas, con patatas al horno para Andy y una gran fuente de ensalada acompañada de aguacates y tomates rojos.
Pegó un respingo cuando oyó entrar a Brad, en el preciso momento en que se sentaban a la mesa.
No le esperaba, pero había preparado su plato por si aparecía y deseaba cenar.
– ¡Papá! -exclamó Andy muy excitado.
Page leyó en su cara cuán ansiosámente buscaba el contacto de ambos.
El chico estaba más preocupado de lo que dejaba adivinar.
– ¡Qué sorpresa verte! -dijo ella con retintín, y Brad le lanzó una mirada torva.
– No empecemos, Page.
– También él había tenido un día complicado, pero se había esforzado para llegar a casa a la hora de cenar-.
¿Hay un plato para mí? -preguntó secamente, señalando la mesa y la cena que Page se disponía a servir.
– -Desde luego -dijo ella, y unos instantes después le sirvió un plato completo.
Andy le contó a su padre todos los incidentes del partido, especialmente su carrera a la base en el cuarto ataque.
Luego le habló largo rato de sus compañeros de clase.
Era como una esponja que succionara cada segundo que le dedicaban, cada momento que podían escatimarle a su hermana.
Observándole, Page tomó conciencia de lo asustado que estaba, de lo mucho que les necesitaba.
En su mentalidad infantil, tenía tanto miedo como ella.
En cierto sentido lo pasaba aún peor, porque no había visto a Allyson.
¿Puedo ir al hospital este fin de semana? -pidió tras terminar su patata.
Page estaba encantada de lo bien que había cenado, y ahora, ya ahíto, parecía más relajado.
Pero eso no significaba que pudiera ver todavía a su hermana.
El estado de Allie era sobrecogedor y el peligro, acuciante.
Si moría, no deseaba que guardase de ella semejante recuerdo.
– Me temo que no, cariño.
Más vale esperar hasta que se reponga un poco.
Page sabía también que para visitar la U C I había que tener once años cumplidos, pero el médico le había dicho que haría una excepción con Andy.
– ¿Y si tarda mucho en reponerse? Yo quiero verla.
El niño empezó a gimotear.
Page miró de soslayo a Brad, pero él no estaba atento.
Hojeaba el periódico con el ceño fruncido y expresión de infelicidad.
Stephanie se había enfurecido cuando le anunció que cenaría en familia.
– Ya veremos -dijo Page respecto a la visita de Andy mientras cambiaban los platos.
Como postre sirvió helado con salsa de chocolate, y para ella se preparó una taza de café.
Nadie lo había notado, pero Page apenas probó la cena.
Pasados unos minutos, fijó los ojos en su marido y dijo: -Brad, cpodrías dejar el periódico para después de cenar? Odiaba que leyera durante las comidas, y él lo sabía.
¿Por qué? ¿Tienes que decirme algo? -le espetó él.
Page se encrespó, bajo la mirada angustiada de Andy.
Nunca antes les había visto reñir acaloradamente, pero a lo largo de los últimos días no habían hecho otra cosa, así que el niño estaba con el alma en vilo.
Después de cenar, Brad fue a buscar algo al estudio.
Andy se retiró a su cuarto seguido de Lizzie.
Era la viva estampa del desamparo.
Page ordenó la cocina, quitó los últimos platos, preparó la mesa para el desayuno y escuchó los mensajes del contestador.
Había al menos una docena de personas que se interesaban por Allie.
Algunos de los asistentes al funeral de Phillip preguntaban cuándo podrían verla.
Afortunadamente, el personal médico del hospital se encargaba de rechazar las visitas y siempre que llegaba un ramo de flores lo enviaban a la sección de maternidad, porque en la U C I estaban prohibidas.
Page prefería no recibir aún a los amigos de Allie.
No habría podido responder a sus preguntas.
El último mensaje que había en la cinta era de un reportero que solicitaba una entrevista.
Page ni siquiera se tomó la molestia de apuntar su nombre.
Telefoneó a varios chicos que le habían dejado sus datos, pero le resultó extenuante explicarles todo lo acontecido, o contar repetidamente la historia a sus madres.
Se le ocurrió preparar una grabación especial con un sucinto parte médico de Allie.
Sin embargo, lo que debía decir era tan inquietante, y las esperanzas tan ínfimas, que no se vio con ánimos.
Finalmente, fue a la habitación de Andy y le encontró sentado en su cama, llorando y hablando con Lizzie.
Le relataba a la perra el accidente de Allie y decía que se curaría, pero que todavía dormía, que tenía los ojos vendados y la cabeza muy hinchada.
Era un resumen no del todo exacto, aunque bastante aproximado, y Lizzie le escuchaba moviendo la cola.
– ¿Cómo vamos, cariño? -preguntó Page lánguidamente, y se sentó en el borde de la cama.
Se alegraba de haber pasado unas horas en casa con su hijo, pues había comprobado cuán afectado estaba y cuán necesitado de cariño y atención.
Se felicitó por haber tomado la decisión de dormir los tres en casa.
Andy lo necesitaba más que nunca, y era positivo que Brad estuviera allí, aunque no se mostrara precisamente simpático.
¿Por qué papá y tú os peleáis tanto? -preguntó Andy, apenado-.
Antes no erais así.
– Estamos nerviosos…
por lo de Allie.
Las personas mayores, cuando tienen preocupaciones o algo les asusta, no saben demostrar sus sentimientos y empiezan a criticarse entre ellas, incluso se gritan.
Perdónanos, amor mío.
No queremos entristecerte.
Page acarició la cabeza de su hijo.
– ¡Te pones tan agresiva cuando le hablas! ¿Cómo iba a explicarle al niño que su padre la había traicionado, que había tirado por la ventana todos aquellos años de matrimonio? No debía, y no lo haría.
– Es muy duro estar en el hospital con Allie.
¿Cómo es posible, si no hace más que dormir? Andy estaba sumido en un mar de confusiones.
Todo resultaba tan difícil, tan enrevesado, y sus propios padres se cornportaban de un modo tan extraño…
– Es que sufro mucho por ella, igual que sufro por ti.
Page sonrió, pero Andy continuó ceñudo.
– Y papá, ctambién sufres por papá? -Claro que sí.
Padezco por todos vosotros.
Es mi oficio -dijo ella con una sonrisa forzada.
Unos minutos más tarde, llenó la bañera del niño.
Después del baño le leyó un cuento.
Luego, Andy fue a dar las buenas noches a su padre, pero Brad estaba ocupado con una conferencia telefónica y le hizo una desabrida señal de que se alejara.
Tenía los nervios de punta no sólo con Page, sino también con su hijo.
Cenar en casa no le había resultado fácil, y todavía no sabía si había hecho bien.
Page acostó a Andy y le arropó.
El pequeño le suplicó que dejase encendida la luz del pasillo, algo inusual en él.
Tan sólo se lo pedía cuando sentía mucho miedo o cuando estaba muy enfermo, pero en aquel momento los tres tenían síntomas de todo.
– Como quieras, cariño.
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