Fue un bebé sano y rollizo, una perfecta bolita con la cara sonrosada, vivaz, enmarcada en una pelusa de cabello rubio.
Pese a lo laborioso que había resultado su alumbramiento, Page había intentado cogerla en el instante mismo del nacimiento.
Rememorarlo ahora la hizo sonreír, y se centró en Allyson para contarle la historia, como había hecho en un centenar de ocasiones.
Dos enfermeras se enjugaban las lágrimas y fueron a atender a otro paciente, pero el cirujano permaneció allí.
Una hora después de su llegada, al examinar nuevamente los monitores, comprobó que no había cambios.
Las constantes no habían mejorado, pero tampoco estaban peor.
En algún recóndito lugar de su ser, Allyson luchaba.
Page permaneció sentada en la banqueta, sosteniendo su mano y hablándole con ternura.
Había abierto las compuertas de su corazón y liberado, por fin, a su hija.
No tenía derecho a retenerla si no era ése su destino.
Para ella, Allie era como un ángel y sentirla próxima le daba una gran felicidad.
– Te quiero, preciosa mía.
– No se cansaba de repetirlo, necesitaba imperiosamente decírselo mil veces más antes de que Allyson les dejase-.
Te quiero, Allie.
– Una parte de Page todavía esperaba que despertara, le sonriera y contestase: “Yo también te quiero, mamá”, aunque sabía que no sería así.
El doctor Hammerman la mantenía bajo continua observación, y de vez en cuando palpaba sus manos, ajustaba unanmáquina, verificaba la respiración y volvía a retirarse.
Estas idas y venidas duraron un par de horas.
Page se afligió de la ausencia de Brad, que no se despidiera de su hija también él.
El médico se acercó con andar sigiloso y dijo: ¿Ve ese artilugio? -Señaló uno de los monitores-.
Indica que el pulso se ha regularizado.
Nos ha tenido a todos en jaque pero, en mi opinión, lo está superando.
Los ojos de Page se empañaron con la emoción y le vino a la memoria un día ya remoto en el que Allyson se había caído en una piscina y casi se ahogó.
Al tenerla de nuevo en sus brazos, el primer impulso de Page fue darle una tunda por el mal rato que le había hecho pasar.
Ahora la miró, con una sonrisa desvaída, y lamentó no poder vapulearla, pegarle, llenarla de besos, abrazarla o llorar las dos juntas.
¿Está seguro? -Vigilemos un poco más.
Page le susurró a su niña sobre el episodio de la piscina y del susto que se habían llevado.
Por aquel entonces Allie tenía sólo cuatro o cinco años.
Más tarde les había dado otro sobresalto, metiéndose en el tráfico de Ross montada en bicicleta cuando su madre estaba embarazada de Andy.
Page también le contó esa historia, y le recordó una y otra vez cuánto la quería.
Cuando el sol empezaba a elevarse sobre las colinas de Marín, Allyson pareció amagar un suspiro y abandonarse a un pacífico sueño.
Se diría que había partido para luego regresar, exhausta tras la aventura.
Page casi percibió cómo se trasladaba de un espacio a otro.
No tenía ya aquella indefinible sensación de que Allyson se les iba.
Su hija había vuelto al mundo de los vivos.
– En mi profesión vemos muchos milagros -afirmó el doctor Hammerman, entre un corrillo de enfermeras que observaban y cuchicheaban.
Horas antes, todas ellas estaban convencidas de que Allyson Clarke no viviría hasta el amanecer-.
Esta jovencita es muy obstinada.
No quiere darse por vencida…
y yo tampoco.
– Gracias -dijo Page, abrumada por sus sentimientos.
Había pasado la noche más extraordinaria de su vida.
Aunque lo ocurrido fue pavoroso, Page no había sentido miedo.
Presintió que Allie les dejaba y no obstante se alegró por ella, se tranquilizó, pese a que la congoja la embargaba.
Notó cómo su hija dejaba el valle de la vida y cómo regresaba después.
Y ahora, al contemplarla y besar la yema de sus dedos, Page supo que no volvería a amilanarse ante nada.
Sentía una placidez interior que no había experimentado en años.
Había sido bendecida.
Cuando finalmente dejó el hospital para irse a casa, estaba sobrecogida por el poder de aquella bendición.
Toda la noche había intuido la mano de Dios y ahora se sintió más segura que nunca, como si Allyson hubiera obtenido la salvación eterna.
Con infinita gratitud y absoluta paz interior, Page avanzó por las calles de Ross al calor de los primeros rayos solares.
CAPITULO IX
Durante el resto del día, perduró en Page la impresión de que su vida se había transformado.
Nunca se había sentido tan ligera ni tan feliz.
Era inexplicable, pero sabía que no volvería a tener miedo ni a ser desdichada.
Las adversidades que pesaban sobre ella habían dejado de importar, la inundaba una serenidad sobrenatural y se había reconciliado con el mundo entero.
Incluso Brad advirtió el cambio.
Su mujer ya no estaba cansada ni abatida.
Aunque había pasado toda la noche en vela, parecía fresca y casi radiante mientras preparaba los desayunos.
Clarke respiró aliviado al enterarse de que Allyson había superado la crisis, y se emocionó mucho por todo lo que Page le contaba.
Acompañó a Andy a la escuela y emplazó a su mujer para la hora de la cena.
Cuando se hubieron marchado, Page llamó a su madre y le dio las últimas noticias de Allie.
La madre se ofreció nuevamente a ir a visitarles y, como siempre, tergiversó cuanto le referían, pero por una vez no soliviantó a Page.
Continuaba serena y contenta al colgar, tras prometerle a Maribelle que volvería a telefonear más adelante.
Nunca se había sentido tan cerca de Allyson y sabía que su hija se hallaba a salvo y en manos de Dios.
Era el primer día en que Page no consideraba necesario estar en el hospital a todas horas.
Se duchó, se acostó y se sumió en un sueño profundo.
Despertó con tiempo suficiente para pasar un momento por el hospital antes de recoger a Andy.
Allie estaba otra vez en la UCI.
Page evocó la noche anterior como un largo recorrido que madre e hija habían realizado juntas.
Se sentó a su lado, acunó su mano yerta entre las suyas y le habló con voz melosa.
– Hola, mi niña, bienvenida a casa.
– Sabía que Allie enten – dería el significado de aquella frase en algún lugar de su corazón-.
Te quiero con toda mi alma.
Anoche me asustaste, pero no estoy enfadada.
– Casi sintió sonreír a su hija, en forma de una tibieza que le levantó el ánimo.
Era como si pudiera penetrar en ella, como si pudieran comunicarse sensorialmente-.
Te necesito aquí, Allie, yo y todos los demás.
Debes darte prisa en recuperarte.
Te echamos de menos.
Siguió hablándole a su hija durante un rato.
Al marcharse, sentía una extraña paz interior.
Trygve entraba en ese momento en el hospital, y advirtió su transformación.
Andaba con paso más garboso, su cabello ondeaba al viento y exhibía su primera sonrisa franca en muchos días.
– ¡Dios mío! ¿¿Qué te ha pasado? -No lo sé…
Ya tendremos ocasión de comentarlo.
¿Cómo va tu hija? -Mejor.
Ayer resistió bien la operación y, tras darnos un susto a media noche, se ha estabilizado, lo cual ya es algo.
– Pero había mucho más que contar, demasiado para exponerlo de pie en un pasillo-.
Por cierto, acabo de ver a Chloe.
Ahora duerme, pero cuando llegué estaba despierta.
Se quejaba continuamente, lo que debe de ser buena señal, y tiene un aspecto muy aceptable.
– ¡Gracias a Dios! ¿Piensas volver más tarde? -No lo creo.
Iré a buscar a Andy y le llevaré al entrenamiento de béisbol.
Después me gustaría cenar en casa, salvo que la señorita Allyson vuelva a tirar de la cuerda.
Estaba convencida de que no lo haría.
Sabía que el momento que habían vivido la víspera no se repetiría; un suceso como aquél sólo ocurría una vez en la vida.
– Hasta mañana entonces.
Trygve sintió cierta decepción, pues en la UCI se hacían mutua compañía durante los trances difíciles.
– Vendré a primera hora, después de dejar a Andy en la escuela -dijo Page con una sonrisa, y se marchó en busca de su hijo.
Pasaron una tarde agradable.
Andy jugó bien, aunque no tan brillante como de costumbre.
Seguía conmocionado, pero finalmente se imbuyó de la calma de su madre.
Ya en el coche, el niño se arrimó a ella con un helado en la mano, postura que trajo a la memoria de Page el sábado anterior.
Costaba creer que, sólo cinco días antes, sus vidas eran completamente normales.
Sí, hacía cinco días del accidente, y cuatro desde que se había desmoronado su convivencia con Brad, y sin embargo parecía una eternidad.
Su marido no fue a cenar a casa, aunque esta vez llamó y dijo que se le había amontonado el trabajo y que sería más “cómodo”, quedarse en la ciudad.
Page sabía lo que aquello significaba, pero al menos la había prevenido.
Ella misma se sorprendió de lo bien que se lo tomaba.
Estaba muy a gusto sola con el niño, y animada porque Allyson no había vuelto a recaer.
Metió a Andy en la cama y llamó a Jane, que había recibido una información muy inquietante.
Aquel día había visto en la ciudad a una amiga suya, una mujer que conocía de antiguo a Laura Hutchinson, y que le dijo que la actual esposa del senador había tenido problemas con el alcohol en su juventud.
Años atrás había seguido un tratamiento de desintoxicación y, según la amiga de Jane, no había reincidido desde entonces.
“Pero ¿y si ha sufrido algún revés últimamente? -se preguntó Jane-.
¿Y si ha empezado a beber otra vez, o se achispó aquella noche?” Nunca lo sabrían.
Page escuchó el resto del relato y lo fue analizando.
No eran más que murmuraciones, conjeturas, ansias de culpar a alguien.
Pero los hechos eran inalterables.
– Lo más probable es que esté limpia -dijo finalmente.
– Si no lo está, cualquier día lo leeremos en la prensa amarilla -repuso Jane-.
Los periódicos se han cebado en ella desde aquella noche.
– Espero por su bien que no sea el caso -repuso Page pausadamente-.
Y espero también que no la atosiguen mucho.
Los chismes sólo sirven para hundir a la gente.
– Pensé que te interesaría conocer su historia -dijo Jane.
A ella la había excitado mucho.
– No me parece ético juzgarla por una debilidad que tuvo hace décadas -replicó Page-.
De todas formas, te agradezco que me hayas informado.
– Si averiguo algo más, te lo haré saber.
Page dio a su amiga el parte habitual sobre Allie.
En los últimos días aquél era su tema casi exclusivo de conversación.
Tras colgar el teléfono, se ocupó de varias facturas y contestó cartas atrasadas.
Era el primer momento que tenía en toda la semana para ponerse al día, y lo encontró estimulante.
A la mañana siguiente dejó a Andy en la escuela y fue directamente al hospital para ver a Allie.
En sólo dos días, Page creía haber conquistado algunos logros.
Había dedicado parte de su tiempo a Andy, que la necesitaba vitalmente, y ella misma se había serenado.
Ahora sabía que, si el proceso se alargaba, debía mantener la cabeza erguida y las fuerzas intactas.
Allí seguía sin novedad cuando su madre llegó al centro, poco después de las nueve.
Todas las enfermeras sonrieron al verla.
Sabían cuán cerca de morir había estado la paciente tras la operación, y aquello hacía que cada momento, cada día, fuese un don infinitamente precioso.
¿Cómo está? -preguntó Page.
Había telefoneado varias veces durante la noche, y siempre le habían dicho que no había novedades.
Allyson continuaba estable.
– Igual que ayer.
– La enfermera de turno le sonrió.
Era una mujer de la misma edad que Page, de mente lúcida, corazón amable y un gran sentido del humor.
Se llamaba Frances-.
El doctor Hammerman la ha visitado hace una hora y ha quedado satisfecho de sus progresos.
– ¿Ha disminuido la inflamación cerebral? No podía apreciarse bajo el abultado vendaje, pero Allie parecía descansar serenamente, y su tez había cobrado un punto de color.
– Un poco.
Con la intervención hemos conseguido que se redujera la presión.
Page asintió.
Se sentó junto a Allyson, cogió su mano como solía hacer e inició un dulce monólogo mental dedicado a su hija.
Aunque no se advertían cambios ostensibles desde la víspera, Page se sentía mejor, más capaz de aceptar lo ocurrido, e incluso menos despechada con Brad.
No habría po dido explicar el porqué, pero la experiencia con Allie del día anterior la había convertido en otra mujer.
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