A veces era extenuante.

– Iré dentro de un rato -dijo Trygve.

– Bien.

Nos marcharemos enseguida -anunció Page, renuente, y ambos permanecieron unos minutos más sentados en el jardín, vivificados por la brisa y contentos de estar juntos.

Trygve no intentó ningún nuevo acercamiento y, camino de su casa, Page, decidió que todo habían sido figuraciones suyas.

Era un hombre independiente y tenía una vida propia.

Además, como Allyson dijera el sábado anterior y él mismo había corroborado después, vivía estupendamente sin la presencia de una mujer.

Dana le había dejado hondas cicatrices.

Y Page llevaba marcadas las heridas de Brad.

Por ese motivo, fue extraño descubrir cuánto le atraía Trygve.

Nunca se había detenido a meditarlo, pero, tras una semana de mantener estrecho contacto, hubo de admitir que no sólo le encontraba apuesto, sino seductor.

Estaba pensando en él, con una sonrisa involuntaria, cuando Andy, que iba en el asiento trasero, le hizo una pregunta que la dejó patidifusa.

¿Quién es Stephanie? ¿Qué dices? El corazón de Page aceleró su ritmo.

– El otro día gritaste ese nombre en una discusión con papá.

Y luego oí que él la telefoneaba.

– Creo que es una compañera del despacho -mintió Page con tono pretendidamente neutro.

Trygve tenía razón.

Los niños eran más receptivos de lo que se suponía.

Se preguntó qué más habría oído Andy la noche de su pesadilla.

– ¿Es guapa? -persistió el pequeño.

– No la conozco -repuso su madre, todavía inexpresiva.

– Entonces, cpor qué te enfadaste tanto con papá a causa de esa señora? Page empezó a irritarse.

– No me enfadé con papá, y no quiero hablar más del asunto.

– ¿Por qué no? Por teléfono me pareció simpática.

¿Por teléfono? -inquirió Page.

Aquello le sentó como un puñetazo en el estómago.

– Fue ayer, cuando estabais en el hospital.

Me pidió que le dijese a papá que había llamado.

¿Y le diste el recado? -Me olvidé.

Espero que no me regañe.

– Descuida, no lo hará -dijo Page.

Aparcó el coche en la avenida de grava, se apearon y entraron en la casa.

¿Te has disgustado conmigo? -preguntó Andy mientras su madre le ayudaba a quitarse la ropa.

Ella le miró, contando hasta diez.

Era absurdo hacerle pagar al hijo las acciones del padre.

– No, cariño, no me he disgustado.

Tan sólo estoy cansada.

– Desde el accidente de Allie te ha cambiado el humor.

– Ha sido muy duro para todos.

También para ti, no creas que no lo sé.

– ¿Y con papá estás disgustada? -A veces me crispa los nervios, sí.

Pero casi siempre se debe al agotamiento y la preocupación por Allie.

Ni él ni yo tenemos nada contra ti, hijo.

Tú estás al margen de todo lo que ocurre.

¿Le tienes manía a Stephanie? Andy intentaba aclarar la situación, y era muy perspicaz para su edad, más de lo que él mismo suponía.

Page suspiró antes de contestarle.

– Ni siquiera la conozco -era cierto.

Era en Brad en quien debía descargar su cólera, en Brad que la había traicionado, que le había mentido y le destrozó el corazón.

Todo había sido culpa de su marido, no de la chica con quien se había liado -.

No me pasa nada, ni con tu padre ni con nadie.

– ¡Menos mal! -El niño sonrió aliviado, y Page barruntó que tendrían que decirle algo a no mucho tardar, sobre todo si Brad se iba de casa-.

Bjorn me ha caído bastante bien.

– Y a mí.

Es un chico muy majo.

– Es el mayor de mis amigos.

Ya ha cumplido dieciocho años y tiene algo especial.

– Tú también lo tienes -dijo Page sonriendo.

Acostó a su hijo, le besó y le arropó bien.

Luego se tumbó en la cama de su propio dormitorio y pensó en cómo había cambiado su vida en una sola semana, cuán fácil había sido todo unos días atrás, cuando supuestamente Allie salía a cenar con los Thorensen y Brad volaba hacia Cleveland.

Entonces su existencia era un lecho de rosas, pero ahora habían salido las espinas.

CAPITULO X

Page pasó la mayor parte del domingo en el hospital, tras dejar a Andy en casa de un compañero de clase.

Brad había llamado por la mañana para decirle que no tendría tiempo de verle.

Superada la decepción inicial, Andy estuvo encantado de ir a jugar con su amigo.

Trygve se reunió con Page en la sala de espera de la UCI y le llevó bocadillos y galletas.

Chloe tenía la habitación llena de amigos y se sentía eufórica de poder verlos, e incluso ello parecía influir positivamente en su recuperación.

– Por cierto, ayer Bjorn se divirtió muchísimo -comentó Trygve mientras compartía un bocado con Page.

Era obvio que se alegraba de verla, pero ella se convenció de que su ilusión de la víspera había sido sólo eso, una ilusión.

Thorensen no se mostraba romántico, sino sólo cordial.

– Andy también.

No deja de mencionar lo bien que lo pasó.

Le habría gustado devolverle la invitación a tu hijo, pero ha tenido que ir a casa de un amigo.

Brad le ha telefoneado para anular su visita de hoy.

– De todas formas, Bjorn tenía que hacer los deberes de la escuela.

¿Cómo ha reaccionado Andy a la llamada de su padre? -No ha dado saltos de júbilo, pero se ha resignado.

Conversaron durante un rato y luego Trygve regresó a la habitación de Chloe.

Page, antes de volver a casa, recogió a Andy y pararon a tomar un helado.

En un mundo donde todo se había trastocado de la noche a la mañana, los rituales más intrascendentes les brindaban solaz.

Ambos se sorprendieron cuando Brad llegó a casa poco después que ellos, y anunció que se quedaría a cenar.

Preguntó por Allie y Page le dijo la verdad: seguía con vida pero no se detectaba ninguna mejoría.

Los tres se instalaron en la cocina.

Después de la cena, Page vio que su marido hacía la maleta.

¿Te marchas? -inquirió sin aspavientos, como si ya lo esperase, lo cual entristeció a ambos.

Habían tocado fondo en sólo ocho días.

– Voy a Chicago por negocios.

Brad no dijo que Stephanie le acompañaría.

Esta vez había insistido en estar con él.

– ¿Cuándo? -preguntó Page, preparada para todo.

Esta noche.

¿Y abandonas a Allie? ¿ Qué haría si su hija volvía a recaer? ¿Podría vivir Brad con el remordimiento? Page sabía la respuesta antes de que él la dijera.

– No tengo otro remedio.

Debo cerrar un trato importante.

Ella no pudo contenerse.

– ¿Es un trato real, o como el de Cleveland? -No empecemos, Page -replicó Brad ásperamente-.

Te lo digo en serio.

– Y yo también.

– No confiaba en él, aunque lo que pudiera hacer no era ya de su incumbencia.

– Te recuerdo que todavía tengo un trabajo.

Aparte de mi situación personal, me debo a él.

Y ese trabajo me obliga a desplazarme a otras ciudades.

– Lo sé -repuso Page, y salió de la habitación.

Antes de irse, Brad dio un beso de despedida a Andy, y dejó anotado el número de teléfono del hotel en el bloc de la cocina.

Estaría fuera tres días.

A Page no le importaba.

Su ausencia aliviaría la tirantez que había entre ellos.

– Volveré el miércoles -le dijo Clarke al partir.

No dijo nada más, ni un “te quiero", ni siquiera nnadiós".

Tan sólo cerró la puerta y se marchó calle abajo.

Tenía el tiempo justo para recoger a Stephanie camino del aeropuerto.

– ¿Estáis enfadados papá y tú? -preguntó Andy.

Había advertido el tono de voz de sus padres y se sentía frenético.

Incluso se había tapado las orejas con la almohada para no oírles en caso de que empezaran a gritar.

– -No, no lo estamos -contestó Page, pero sus ojos la contradijeron.

Tras la marcha de Brad se puso a leer, intentando no pensar en todos los cambios que habían vivido.

Eran demasiados.

Al fin apagó la luz y se metió en la cama, no sin antes llamar al hospital para saber cómo seguía Allie.

A la mañana siguiente, una vez hubo dejado a Andy en la escuela, fue a ver a su hija con el propósito de quedarse todo el día en la UCI.

Frances, la enfermera jefe, la dejó pasar las horas muertas a la cabecera de Allie.

Para Page se estaba convirtiendo en una rutina.

No tenía otra vida, otra ocupación ni otros intereses que atender a salto de mata las necesidades de Andy, montar guardia en el hospital y reñir con Brad.

Era increíblemente claustrofóbico.

Permaneció allí, sentada y entumecida, observando cómo las máquinas respiraban por Allyson.

Le habían quitado el vendaje de los ojos.

Hubo un instante, el tiempo de una exhalación, en el que creyó advertir un leve pestañeo, pero tras observar larga y atentamente a su hija llegó a la conclusión de que lo había imaginado.

Algunas veces las personas veían aquello que deseaban, pero sólo sucedía en sus mentes, como un espejismo.

Se reclinó en el incómodo respaldo de la silla y cerró los ojos.

Se hallaba aún en esta postura cuando apareció Frances.

Page esperaba a la fisioterapeuta que se encargaba de mover las extremidades de Allie.

Era esencial realizar aquel ejercicio, pues de lo contrario podían atrofiarse los músculos o producirse un anquilosamiento en las articulaciones que dificultaría la recuperación.

Incluso con una paciente en coma, había mucho que hacer.

¿Señora Clarke? ¿Sí? -dijo Page, dando un respingo.

– Hay una llamada para usted.

Puede responder en el mostrador de recepción.

– Gracias.

Probablemente era Brad, que se interesaba por su hija desde Chicago.

Era la única persona que sabía dónde localizarla, excepto Jane, y ella no tenía motivos para telefonearla.

Andy estaba en clase.

Sin embargo, la llamada era de la escuela primaria de Ross.

Se disculparon por molestarla y añadieron que se trataba de una urgencia, que su hijo había tenido un percance.

¿Mi hijo? -dijo Page atónita, como si Andy nunca hubiera existido.

Parecía a punto de sufrir un colapso-.

¿Qué ha pasado? -preguntó, paralizada por el pánico.

– Lo siento, señora Clarke.

– Le hablaba la secretaria de dirección, a la que Page apenas conocía-.

Ha habido un accidente.

Se ha caído de las barras de gimnasia.

“¡Oh, Dios! Andy ha muerto." Se había partido la columna, seguro, o lesionado el cerebro.

Page se echó a llorar.

¿Acaso no comprendían que no podía pasar nuevamente por todo aquello? -¿Qué ha ocurrido? -preguntó con voz casi inaudible.

Una de las enfermeras observó su rostro y vio que se volvía ceniciento a medida que escuchaba.

– Creemos que se ha fracturado la clavícula.

Ahora mismo le están trasladando al hospital de Marín.

Si baja a la sala de urgencias, podrá recibirle allí.

– Sí, claro…

– Page colgó sin despedirse y miró, despavorida, en todas direcciones-.

Mi niño…

mi hijito…

ha tenido un accidente.

– Cálmese, por favor.

No será nada grave.

– Frances tomó las riendas de la situación.

Sentó a Page en una silla y le ofreció un vaso de agua-.

Procure mantener la serenidad, Page.

Su hijo se pondrá bien.

¿Adónde le han llevado? -Está aquí, en urgencias.

– Yo la acompañaré -dijo la enfermera jefe.

Impartió algunas instrucciones y acompañó a Page hasta urgencias.

Page estaba pálida y al entrar en la sala temblaba ostensiblemente.

Pero Andy todavía no había ingresado.

Frances la dejó al cuidado del personal de urgencias y regresó a sus quehaceres.

Page se dirigió a un teléfono público.

Sabía que era una estupidez, pero, por una vez en su vida, no podía apañarse sola.

Necesitaba a Trygve.

Respondió al segundo timbrazo, con voz ausente.

Segura mente estaba escribiendo.

Page sabía que tenía pendiente un artículo para The Neze› Republic.

¿Diga? -preguntó Trygve.

– Perdón, pero tenía que llamarte.

Ha habido un accidente en la escuela.

Al principio Thorensen no la reconoció y pensó que telefoneaban del colegio de Bjorn.

Por fin, supo quién era.

– Page.

¿Qué ocurre? -inquirió, alarmado por su tono de angustia.

– No lo sé.

– Page sollozaba y apenas podía hilvanar las frases-.

Es Andy…

me han llamado de la escuela…

está herido…

se ha caído de las barras…

– Su llanto recrudeció, temiendo lo peor.

Trygve se levantó raudamente de su asiento.

– Voy enseguida.

¿Dónde estás? -En la sala de urgencias del hospital.