– Francamente, no deberíais venir -dijo Page con fingido aplomo.
Lo último que deseaba era tener a su madre en casa, y menos todavía a Alexis.
– No discutas conmigo -replicó la madre-.
Llegaremos el domingo.
– Mamá, piénsatelo bien…
No tendré tiempo de atenderos, ni a ti ni a Alexis.
Debo dedicarme por entero a Allie.
Y encima, Andy acaba de sufrir un accidente.
Page habría hecho cualquier cosa para disuadirla.
– ¿Qué? -Por una vez, la voz de su madre subió de tono.
– No es nada importante.
Se ha fracturado el brazo.
Pero entre uno y otro me tienen completamente ocupada.
– Por eso vamos, querida.
Queremos ayudarte.
Page suspiró.
Ya no sabía qué más argumentar.
– Sigo creyendo que no es necesario.
– Estaremos ahí el domingo a las dos.
David enviará un fax a la oficina de Brad con toda la información.
Hasta entonces.
– Y, antes de que su hija pudiera replicar, colgó.
Page miró fijamente a Trygve.
– No te lo vas a creer -dijo con desaliento.
– Deja que lo adivine.
Tu madre viene desde el Este.
¿Te causa eso alguna dificultad? ¿Dificultad? ¿Bromeas? ¿Como Dalila a Sansón, o David a Goliat…
o incluso el áspid a Cleopatra? El término nndificul tad" es una pálida definición.
Llevo más de una semana tratando de mantenerla a raya.
Y no sólo se presenta ella, sino que trae también a mi hermanita.
– A quien tú aborreces -apuntó Trygve, haciendo un cursillo acelerado de historia familiar.
– Ella me aborrece a mí…
En realidad dedica toda sus energías en amarse a sí misma.
Es una narcisista impenitente.
No ha tenido hijos y está casada con un cirujano plástico de Nueva York.
A los cuarenta y dos años se ha corregido las bolsas de los ojos, ha exhibido tres narices, se ha operado los senos, se ha hecho la liposucción en cien sitios y dos estiramientos faciales.
Es una mujer perfecta en todo, en las uñas, la cara, el cabello, el vestido y el cuerpo entero.
Emplea cada minuto de cada día en embellecerse.
Nunca en su vida le ha importado ningún alma viviente salvo la suya, y mi madre es igual.
Te explicaré la trama de esta parodia.
Si vienen aquí, es con la única finalidad de que yo me ocupe de ellas, les asegure que a Allie no le ocurre nada y, si le ocurre, que no las salpicará, incomodará, importunará ni afectará de ninguna manera.
– Por lo que cuentas, no te serán muy útiles -dijo Thorensen, y besó a Page en la punta de la nariz, divertido por la descripción.
Sus propios padres eran unas personas excelentes.
Durante toda la semana se habían ofrecido mil veces a tomar el primer vuelo para San Francisco, aunque él les había dicho que no lo hicieran, pues vivían retirados en Noruega.
Pero, al mirar a Page con mayor atención, Trygve se percató de que hablaba en serio.
La deprimía hondamente hablar de su madre y su hermana.
– “Ütiles" es una palabra irrelevante en este contexto -dijo, a la vez que se ponía en pie.
¿¿Se puede saber adónde vas? Trygve sujetó su mano y volvió a tomarla en sus brazos.
– A incendiar la habitación de invitados -contestó Page con displicencia, pero al cabo de un momento se besaron una vez más y casi olvidó a su madre.
– Tengo una idea mejor.
La voz de Thorensen sonó ronca e insinuante, había empe zado a besarla en el cuello mientras Page, entornados los párpados, saboreaba cada segundo.
¿Cómo era posible? En diez días había perdido al único hombre que había amado de verdad, y ahora se recreaba inesperadamente en el abrazo de otro, de alguien que había sido muy noble con ella, que la deseaba tanto como a la inversa…
Era todo tan descabellado, pero ¡tan placentero! -Todavía no, por favor -susurró entre besos, y él sonrió y la repasó de arriba abajo.
– Ya lo sé, tonta.
No soy ningún necio.
Tenemos tiempo de sobra, así que no voy a forzar la marcha.
¿Por qué no? -le provocó Page, pero Trygve la miró seriamente y contestó con sentimiento: -Porque quiero tenerte para mucho tiempo, Page, si es que me aceptas.
No me arriesgaré a perderte.
– Estampó un nuevo beso en sus labios y transcurrieron varios minutos antes de que se separasen.
Page le indicó que más valía que se fuera, o Andy se despertaría y les sorprendería haciéndose carantoñas en su dormitorio.
Trygve prometió regresar más tarde para ver cómo estaban.
Quizá le diría a Bjorn que le acompañase.
Y también se brindó a relevarla en la UCI.
Page no quería dejar solo a Andy hasta el día siguiente, y él decidió hacerse cargo de todo, incluso de su cena.
– ¡La señora desea algo más? -preguntó desde el coche, mientras Page, erguida en el umbral, le despedía con la mano.
– ¡Sí! -gritó ella.
– Dispara.
– Trygve frenó el automóvil.
– ¡Asesina a mi madre! Trygve Thorensen soltó una carcajada y arrancó inusualmente contento.
CAPITULO XI
Brad quedó consternado cuando se enteró del accidente de Andy, y sugirió que la culpable había sido Page, aunque se guardó de decirlo abiertamente.
– ?¿Estás segura de que no hay complicaciones? Es el brazo derecho, ¿no? -Sí, y se lo ha roto en un mal ángulo, pero los médicos dicen que se soldará limpiamente.
Con el hombro habrá que tener más precauciones.
Esta temporada no podrá hacer de pitcher, y quizá tenga que dejar el béisbol hasta el año que viene.
– ¡Mierda! -renegó Brad, casi tan disgustado como cuando se enteró del accidente de Allie.
Pero ahora todas sus reacciones eran improcedentes.
Ambos eran presas del miedo y de premoniciones de desastre.
Page comprendió perfectamente por qué reaccionaba así respecto a Andy.
– Lo siento, Brad.
– Sí, ya -repuso él con aire abstraído, y de pronto se acordó de lo otro.
¡La estancia en Chicago había sido tan relajante!-.
¿Cómo va Allie? -Igual.
No la veo desde esta mañana.
Hoy me he quedado en casa con Andy.
Page no dijo que Trygve y Bjorn les habían llevado la cena y, curiosamente, tampoco Andy lo mencionó.
Ella no le había pedido que ocultase nada a su padre, nunca habría sembrado en el niño tamaña confusión.
Era más bien como si un sexto sentido advirtiera al pequeño de que sus padres ya tenían bastantes conflictos.
Trygve y Page estuvieron muy comedidos durante la visita de éste, pero circulaba entre ellos una corriente distinta, más cálida.
Desde aquella mañana todo había cambiado, y de re pente se les hizo muy cuesta arriba tener que reprimir sus emociones.
Estuvieron hablando un buen rato en la sala de estar, mientras los chicos jugaban pacíficamente con la perra en el cuarto de Andy.
A Bjorn le encantaron los cromos de béisbol y la colección de rock del verano anterior.
También quiso jugar al “tute", pero Andy estaba agotado.
A ambos les dio mucha pena que los Thorensen se fueran, y Page permitió a Andy dormir en su cama y éste, por fin, no mojó las sábanas.
Parecía más tranquilo que en los días anteriores, y los analgésicos que le habían prescrito le ayudaron a descansar de un tirón hasta la mañana.
Mientras dormía, Page estuvo largo tiempo tendida a su lado, arrullándole, acariciando su pelo, pensando en él, en Brad y en Trygve.
No sabía qué hacer.
Trygve se había convertido en un amigo muy querido…
y muy atractivo.
Brad, por su parte, había sido su marido durante dieciséis años.
Todavía no podía asimilar la idea de que iba a perderle, y sin embargo, de alguna forma, sabía muy bien que ya no había nada entre ellos.
Pero nunca le había traicionado y, por seductor que fuese Thorensen y por penosa que resultara la infidelidad de Clarke, no deseaba dar ningún paso del que después pudiera arrepentirse ni iniciar su nueva relación con mal pie.
Aquel miércoles, al volver de Chicago, Brad estuvo frío y distante, y se comportó como si Page fuera una desconocida.
Durmió fuera la noche del jueves, sin siquiera avisar, y el viernes se mostró gélido con ella cuando pasó fugazmente por casa.
Era absurdo simular que su matrimonio no había concluido.
Las huellas de Stephanie se hacían manifiestas en todo su ser.
Llevaba corbatas diferentes, había renovado su vestuario y exhibía un corte de pelo distinto.
Pero, aunque Brad llegara a los peores extremos, Page no quería arrojarse en brazos de Trygve sólo por despecho.
Deseaba aclarar su situación con Brad antes de actuar por su cuenta y riesgo.
No obstante, él se negó a hablar.
Lo único que dijo fue lo mucho que le enfurecía la visita de su madre.
– ¿Cómo le consientes que se plante aquí ahora? ¡Y, para como, con tu hermana! ¿Has contratado un peluquero per manente, o prefiere que nos manden uno a domicilio cada vez que lo necesite? -Yo tampoco salto de alegría, Brad.
– Esta discusión tenía lugar el viernes por la tarde, poco antes de que él saliera a cenar, supuestamente, con unos clientes-.
Pero ¿cómo voy a prohibirles que vengan? Allie se encuentra en estado crítico y quieren verla.
– Dicho así, parecía razonable, aunque Page sabía que no era el raciocinio lo que predominaba en las mentes de aquellas dos mujeres.
Brad siempre las había odiado y ellas tampoco le apreciaban mucho.
Aunque su madre presumía de adorarle, era pura hipocresía.
Brad conocía demasiados detalles del pasado, y Maribelle le guardaba a su hija un enconado rencor porque se los había contado-.
Hice cuanto pude para desanimarlas, pero mi madre se mantuvo en sus trece y anunció su llegada.
– Pues ahora anúnciale tú que aquí no pueden quedarse -dijo él, y Page leyó en sus ojos una firme determinación.
– No me pidas eso, Brad.
Son mi familia -replicó.
Había conseguido huir de ellas y se alegraba, pero era muy duro dejar de verlas o marginarlas enteramente de su vida.
– ¡Maldita sea! Diga lo que diga, harás lo que te dé la gana.
Al oír aquello, Page empezó a soliviantarse.
Brad no había movido ni el dedo meñique para ayudarla, y ahora le venía con ultimátums.
– ¿Es que tú no lo haces también, Brad? ¿Acaso temes que entorpezcan tu vida social, ahora que has roto las cadenas? Una vez más, había estallado la guerra, tras el remanso de paz con ocasión del viaje a Chicago.
– He tenido mucho trabajo en la agencia.
– ¡Y un cuerno! Apuesto la mano derecha a que en Chicago sí has estado muy activo.
Brad le clavó una mirada fulgurante para advertirle que no hurgase más en la herida.
Aunque era él quien había fallado, no toleraba el agobio de Page.
Era injusto, y lo sabía, pero no pensaba ceder.
– No es asunto tuyo -dijo con tirantez.
¿Por qué? -Los acontecimientos van demasiado deprisa para mi gusto.
También para Page corrían demasiado.
Las dos últimas semanas habían sido más fulminantes que un rayo, y no por culpa suya.
– Quiero que las aguas se calmen un poco antes de tomar una decisión definitiva -agregó Brad y se giró hacia ella-.
He comprendido que no puedo mudarme todavía.
Page, sorprendida, le estudió en silencio, preguntándose si habían cambiado sus sentimientos o si ahora se peleaba también con Stephanie, o bien, sencillamente, si le había acobardado todo lo que entrañaba una separación.
¿Por razones de índole geográfica, o tiene algo que ver con nuestro matrimonio? -inquirió, sintiendo en el corazón una punzada de ansiedad.
Pese al daño que le había hecho en los últimos tiempos, Brad era su marido y quizás aún le amaba.
– No lo sé -admitió Brad compungido, pero sin acercarse a ella-.
Irme de esta casa es un paso trascendental, y me da pavor.
Me temo que he sido un cretino…
Estoy en un mar de dudas, aunque confieso que tampoco me veo capaz de reemprender nuestra vida de antes.
Ambos eran conscientes de que nada volvería a ser igual.
Page no confiaría en él nunca más, y Brad sabía que no rompería con Stephanie.
Aquélla era la clave de todo.
Sin embargo, abandonar a Page significaba perder a Andy.
En la última semana había pensado mucho en su hijo, y casi enloqueció.
Stephanie no parecía entenderlo.
Decía que Andy les visitaría a menudo, pero no era lo mismo, y él lo sabía muy bien.
– Todavía no he resuelto el dilema -dijo Brad, y miró a Page con desazón-.
No sé por dónde camino.
Se sentó en la cama y se mesó el cabello, bajo la mirada de su mujer.
Estaba recelosa frente a un hombre que la había herido tanto, y que, a su modo, continuaba martirizándola día tras día.
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