– Bien, habrá que esperar.

– Quizá el accidente había influido en el talante de Clarke, aunque Page sabía que no era ésa la causa principal de su cambio-.

¿Quieres que acudamos a un psicólogo? -preguntó titubeante, pues ella misma no estaba segura de desearlo, pero la respuesta de Brad fue rápida y tajante: -No.

No iría si eso implicaba dejar a Stephanie.

No estaba dispuesto a perderla.

Tampoco quería dejar todavía a Page, pero no podía renunciar a su amante.

Era fundamental en su vida.

Para Brad personificaba la juventud, la esperanza y la fe en el futuro, casi tanto como Allie.

No obstante, incluso él veía que se debatía en un caos, y que todo lo que hacía aumentaba su incertidumbre.

– No sé qué más sugerirte, como no sea un abogado.

– Ni yo tampoco.

– Por fin, Clarke habló a su esposa con honestidad-.

¿Puedes seguir así durante algún tiempo, o te pesa demasiado? -No sabría decirlo.

No podré aceptarlo permanentemente, y hasta es posible que me harte muy pronto.

Desde luego, mucho tiempo no lo aguantaré.

– Ni yo -coincidió Clarke con expresión abatida.

Stephanie le estaba asediando para que abandonase a Page y se casara con ella, así que su decisión no podía demorarse mucho.

Sin duda todo lo que había compartido con su mujer se destruía irremisiblemente: su matrimonio, su hija mayor, la relación, la confianza mutua…

En su mente se había creado una extraña dicotomía en la que Page encarnaba el pasado y Stephanie el porvenir.

Mas aquella noche, al acostarse, el pasado renació.

Andy dormía y la puerta estaba cerrada.

Page leía cómodamente en el lecho, sin hacer caso de su marido, pero de repente él empezó a besarla como no lo había hecho en meses, con un fuego y una pasión ignorados.

Al principio ella se resistió, pero Brad estuvo tan enérgico y tan ardiente que, antes de que se diera cuenta, le había quitado el camisón y se restregaba contra su cuerpo.

Pese a que no deseaba en absoluto ha cer el amor, la resistencia de Page se diluyó.

Después de todo, todavía era su esposo, y unas semanas atrás creía amarle con locura.

Despacio, con exquisitez, Clarke la penetró, y al hacerlo murió su deseo tan súbitamente como la erección.

Intentó disimular unos minutos y avivar de nuevo la llama, pero quedó patente que sus indecisiones y su dolor habían afectado algo más que la convivencia doméstica.

– Lo lamento -dijo con rabia y acritud, tumbándose boca arriba en el lecho.

Ella estaba aún sofocada, y furiosa consigo misma por haber cedido a aquel arrebato.

Habida cuenta de todas sus divergencias, era impropio acostarse con Brad, aunque fuera legalmente su pareja.

Además, no quería formar parte de su harén ni exponerse a que la humillara de nuevo.

– Al cuerpo no se le puede engañar, Brad -sentenció con desánimo-.

Tal vez sea ésta la respuesta que buscas.

– Me siento como un imbécil -bramó él, paseándose por la habitación con su esbelta anatomía más espléndida que nunca.

Pero Page debía enfrentarse a la realidad.

Por mucho que hubiese querido a Brad todo había terminado, al menos de momento…

y seguramente para siempre.

– Convendría que aclares tus ideas antes de que embarullemos aún más la situación -le aconsejó con sensatez.

Brad asintió.

Aquello era ridículo y no favorecía a nadie.

Lo que más le extrañaba era que, durante cerca de un año, había pasado del lecho de Stephanie al matrimonial con cortos intervalos, quizá de horas, y nunca había tenido problemas.

Pero ahora que Page lo sabía todo era distinto.

Casi se arrepintió de habérselo dicho, salvo porque necesitaba su libertad.

También se debía a Stephanie, y lo cierto era que así no hacía justicia a ninguna de las dos.

No dejaba de asombrarle lo bien que se sentía con su amante, lo grata que era su compañía.

Ahora ella quería que se instalase en su casa, y recientemente incluso le había amenazado con romper si no se mudaba de inmediato.

No obstante, lo que Brad habría deseado era nneliminar" temporalmente a Page, encerrarla en una despensa, hibernarla o algo similar, para pasar un año junto a Stephanie y luego volver y encontrar su hogar idéntico.

Habría sido estupendo poder probarlo.

– Tal vez debería marcharme -dijo muy alicaído, y se sentó en la cama.

Sintió un repentino deseo de correr junto a Stephanie y demostrar que no era impotente.

Su pequeño fiasco con Page le había horrorizado.

– No voy a apremiarte -prometió Page serenamente, con su cuerpo largo y sinuoso desnudo sobre las sábanas, aunque él no la miró.

Se llamó estúpida a sí misma por haber permitido aquel contacto sexual, y sintió un inesperado anhelo de Trygve-.

Pero creo que, hagas lo que hagas, no debes aplazarlo.

Ni yo ni Andy podremos tragar mucho tiempo esta píldora.

Tus apariciones y tus ausencias son bastante fastidiosas.

– Lo sé -dijo Brad.

Durante las dos últimas semanas no había habido nada normal en su vida.

A su manera, él estaba tan traumatizado como Page y como su hijo, y encima no lograba tomar una resolución-.

Veremos qué sucede.

Ella asintió y se dirigió al cuarto de baño, donde tomó un larguísimo baño, pensando en Trygve.

No quería que su relación fuera una componenda para paliar el rechazo de Brad o el trauma del accidente.

Si al fin se unían sentimentalmente, sería porque tenían algo genuino que compartir, una buena vida, tal vez unos ratos felices, o porque su destino era estar juntos.

Todo debía ir rodado y no parecerse en nada a su experiencia con Brad.

Page sabía que a partir de ahora le costaría un gran esfuerzo confiar en alguien, ni siquiera en Trygve.

Brad dormía cuando ella volvió a la cama.

Por la mañana, al levantarse, vio que se había ido.

Dejó una nota comunicando que tenía una partida de golf y que no cenaría en casa.

No mencionó en qué club jugaría ni con quién, y Page supo que era un embuste.

Estaba con Stephanie.

El episodio de la víspera le había asustado y se había lanzado en sus brazos para ratificar su virilidad.

Tiró la nota a la papelera y suspiró.

En ese momento sonó el teléfono.

– Hola, Page, ncómo va la vida? -Era Trygve, que llamaba para preguntar por Andy.

Sabía que teniendo el brazo roto no podría jugar a béisbol, y le propuso que lo dejara con Bjorn cuando ella fuese a visitar a Allie, a menos, por supuesto, que Brad estuviera en casa.

Pero intuía que no era ése el caso-.

Hoy viene la asistenta y les vigilará a los dos.

Deseo pasar unas horas con Chloe.

– A Andy le hará mucha ilusión -accedió Page, agradecida por enésima vez.

Al margen ya de lo que ocurriera entre ellos, Thorensen había sido un amigo incomparable y ella jamás lo olvidaría-.

Voy a decírselo ahora mismo.

¿A qué hora quieres que vayamos? -Eran las diez en punto y deseaba estar en el hospital sobre las once.

– Tráele cuando salgas, sin horario.

Avisaré a Bjorn para ponerle de buen humor.

Está muy enfurruñado porque no le llevo a ver a Chloe.

Pero es que, siempre que vamos juntos, al cabo de unos minutos no hay quien le sujete.

Lo toca todo y vuelve locas a las enfermeras.

Page rió al visualizar la escena.

Andy se entusiasmó con la invitación y, una vez en casa de Thorensen, la mujer que limpiaba la residencia una vez por semana prometió no perderle de vista.

Parecía muy eficiente, y Page se lo dejó con toda tranquilidad.

Los chicos se dirigieron al cuarto de Bjorn para ver un vídeo, y Page acompañó a Trygve al hospital.

¿Cómo te va con Brad? ¿o prefieres que me meta en mis propios asuntos? -preguntó Thorensen, prudente, durante el trayecto.

Ahora aquel nnasunto" también le concernía, ya que había invertido en él sus propios intereses, pero no quería atosigar a Page, que parecía apesadumbrada.

Todavía estaba azorada y pesarosa por lo que había pasado la noche anterior.

Sin saber por qué, se señtía un poco culpable ante Trygve.

– Pésimamente.

Yo creo que ya hemos dado las últimas bocanadas, pero él tiene miedo de admitirlo.

– ¿Y tú estás lista para llegar hasta el final? -Thorensen había apostado fuerte en la jugada, y deseaba saber qué sentía ella.

Page le miró de soslayo, sin desatender la conducción.

Quería ser franca con él.

Le gustaba demasiado para fingir.

– No voy a precipitarme ni a cometer estupideces.

No quiero…

– Buscó afanosamente las palabras, pero Trygve la había comprendido y se dio por satisfecho.

No esperaba otra reacción-.

No quiero actuar por revanchismo ni haré nada que pueda lamentar después, o que nos perjudique a ti y a mí.

– Tampoco yo -contestó Trygve muy templado, ladeándose en el asiento para besarla en la mejilla-.

No te daré prisas ni forzaré una relación que se pueda volver negativa.

Tendrás todo el tiempo que precises.

Y si Brad y tú os reconciliáis, lo sentiré por mí, pero lo celebraré por vosotros.

Tu matrimonio es lo primero…

Yo permaneceré en segundo plano y a tu disposición si me necesitas.

Page aparcó en una plaza libre frente al hospital y observó a su amigo con los ojos llenos de gratitud.

Lo más peregrino del caso era que, a pesar de lo mucho que había querido a Brad, ahora suspiraba por Trygve.

– ¿Cómo he podido ser tan afortunada? -Yo no lo llamaría así -replicó Thorensen con una sonrisa amarga-.

Hemos pagado un alto precio para estar juntos.

Hemos sufrido dos malos matrimonios, peor el mío, y luego el accidente, donde nuestras hijas no han muerto por un pelo…

Bien mirado, quizá nos lo hemos ganado.

– Page asintió.

El accidente había dado un drástico vuelco a sus vidas, pero tal vez les reservaba también algunas compensaciones.

Era pronto para decirlo-.

Te amo, Page -agregó Trygve con un susurro e, inclinándose, volvió a besarla.

La rodeó con sus brazos y la retuvo contra su cuerpo.

Pasaron mucho tiempo así, abrazados y en silencio, sensibles a la caricia del tibio sol de mayo.

Hacía quince días del accidente.

Costaba creerlo.

Entraron por fin para ver cada uno a su hija.

En la UCI, Page departió unos momentos con las enfermeras.

Trygve fue a llevarle el almuerzo unas horas después.

La acompañó, gentil como siempre, a la sala de espera, y le dio un bocadillo de pechuga de pavo y una taza de café.

Le explicó el contenido de su último artículo, que había terminado la víspera, y Page lo halló muy interesante.

Pero lo que más la llenaba era ver cómo la cuidaba, pensando en todo, en ella, en Andy y en su propia familia.

Trygve era su mayor alimento espiritual, y lo necesitaba fervientemente.

– ¿Cómo has encontrado a Allie? Page se encogió de hombros, desencantada.

Había trabajado más de una hora con la fisioterapeuta.

Le habían dado un masaje en las extremidades y habían hecho todo lo que estaba en su mano.

Pero era evidente que Allyson perdía peso y no progresaba.

– Sólo han transcurrido dos semanas y me parecen siglos.

Supongo que, a estas alturas, esperaba que se hubiese obrado ya el milagro.

– Hacía diez días desde la segunda operación.

Allyson se había estabilizado y la presión craneal había disminuido, pero continuaba sumida en un coma profundo.

– Te advirtieron que podía durar bastante tiempo, meses incluso.

No te rindas -la animó Trygve cariñosamente.

Para él era mucho más fácil, con Chloe malherida pero fuera de peligro.

Aunque tuviera que someterse a futuras intervenciones y que aprender a caminar de nuevo, el auténtico riesgo había pasado.

Su hija debería superar las fatigosas sesiones de rehabilitación y afrontar que sus sueños de ser bailarina se habían frustrado sin remedio.

No era ninguna bagatela, pero tenía mejores perspectivas que Allyson, la cual podía morir en cualquier momento.

Sería realmente atroz que sobreviviera semanas, incluso meses, para expirar sin haber salido del coma.

– No me rendiré -protestó Page, mordiendo el bocadillo de pavo.

Trygve sabía que si la hubiera dejado sola no habría comido nada, y por eso se había quedado con ella.

Además, le apetecía pasar un rato en su compañía, ahora que Chloe estaba cada día más animada-.

¡Me siento tan indefensa! -gimió Page.

– Y lo estás.

Pero haces todo lo que puedes, y también los médicos.

Date tiempo.

Su estado podría prolongarse así durante semanas, sin ningún signo de recuperación, y de pronto despertar relativamente bien.