– Dicen que si no hay síntomas de mejoría en un mes y medio, podría quedar en coma para el resto de su vida.
– Sí, pero también podría recobrarse más adelante.
Existen precedentes entre chicos de su edad.
¿No me contaste tú misma el caso de alguien que despertó a los tres meses? Trygve intentaba infundirle esperanzas, pero los ojos de Page se anegaron en lágrimas y meneó la cabeza.
Eran tantas sus cuitas, había tanto que soportar y que sobrellevar, que en algunos momentos se sentía desfallecer.
– Trygve, ccómo voy a superar todo esto? Hundió la cabeza en el pecho de él y desahogó su llanto.
Era muy tentador refugiarse en Brad, o despotricar contra Brad, o preocuparse por el brazo de Andy, pero la peor adversidad de todas, aquella a la que nadie podía enfrentarse, era la eventual muerte de Allyson.
– Hasta ahora has sido muy valiente -dijo Trygve, y le dio un tierno abrazo-.
Estás luchando con todas tus armas.
El resto hay que dejarlo en manos de Dios.
Page se apartó para mirarle, mientras él le daba una servilleta de papel para que se enjugase las lágrimas.
– ¡Ojalá se dé prisa en curarla! -La curará, pero concédele un poco más de tiempo -dijo Thorensen sonriendo.
– Ya ha tenido dos semanas, y mi vida se deteriora irremisiblemente.
– Sólo has de mantenerte en la misma línea.
Te has portado fabulosamente.
Page sabía que nunca habría salido adelante sin Trygve.
Brad estaba sabe Dios dónde, haciendo cualquier memez.
Había ido a ver a Allie varias veces, pero no soportó la angustia de la UCI más que unos instantes.
Brad todavía no había hecho frente a la realidad, a la monotonía, la ausencia de mejoría en Allyson, las máquinas, los monitores, la posibilidad inminente de perderla.
Había dejado que Page se las compusiera sola.
Su conducta había sido infinitamente mejor cuando tuvieron a Andy, pero entonces ambos eran más jóvenes y la incubadora del bebé encerraba mil promesas, mientras que en la UCI se respiraba la muerte.
Page y Trygve tocaron temas diversos.
Él le echó en cara, medio en broma, que estaba fuera de quicio por la próxima llegada de su madre, y ella no lo negó.
– ¿Por qué la detestas tanto? -preguntó.
Tras darle muchas vueltas, había concluido que Page no era una persona mezquina.
– Por problemas del pasado.
Tuve una infancia abominable.
– Eso nos ocurre a casi todos.
Mi padre, un buen noruego a carta cabal, opinaba que unos palos de vez en cuando podían ser muy instructivos.
Todavía tengo una cicatriz en el trasero de una tunda especialmente vigorosa.
– ¡Qué horror! -se escandalizó Page.
– En aquella época era lo normal.
Si mi padre tuviera niños en casa, creo que aún seguiría pegándoles.
No entiende cómo yo he sido tan liberal con mis hijos.
Lo cierto es que, por lo que he podido comprobar, mi madre y él son más felices desde que regresaron a Noruega.
– ¿Irías tú a vivir allí? -preguntó Page, intrigada, y tratando también de olvidar su preocupación por Allie.
Trygve tenía razón.
Lo único que podía hacer era esperar, rezar y conservar la fe…
– No, no podría adaptarme -contestó él-, y menos todavía después de haber vivido en Norteamérica.
En los países escandinavos los inviernos son rigurosísimos, con una noche casi perpetua.
Tienen algo, cómo expresarlo…
algo de primitivo.
Me temo que no sobreviviría en ningún lugar fuera de California.
– A mí me pasa lo mismo.
La mera idea de volver a Nueva York le producía escalofríos.
Aunque le habría gustado tener la oportunidad de proseguir allí su carrera artística, también podría haberlo intentado en el Oeste.
La verdad era que nunca se lo había propuesto.
Brad le había inculcado que desarrollase su actividad no como profesión.
Nunca la había valorado.
Ahora Page había prometido pintar un nuevo fresco en la escuela, pero, con sus constantes desplazamientos al hospital, no disponía de tiempo.
– Deberías reformar este sitio -dijo Trygve, dando un vistazo a su alrededor.
La sala de espera era tétrica, y el pasillo más aún-.
Resulta muy deprimente.
Uno de tus murales brindaría a la gente un poco de distracción mientras velan a sus enfermos.
¡Con sólo mirarlos se le levanta a uno el ánimo! -añadió con tono admirativo.
– Gracias.
Yo disfruto pintando.
Page examinó la habitación y barruntó lo que podía hacerse, aunque confiaba en no pasar en el hospital el tiempo suficiente para decorar sus paredes.
¿Conoceré a tu madre durante su estancia? -preguntó Thorensen con desenfado, y Page puso los ojos en blanco, lo que suscitó su risa-.
¡Vamos, no puede ser tan terrible! -En realidad es peor, aunque si le conviene tiene una gracia sutil para ocultarlo.
Rechaza por instinto todo lo desagradable.
Ni lo afronta ni lo discute.
Veremos cómo salva el reto que va a encontrarse aquí.
– Por lo menos, debe de tener un carácter jovial.
¿Y tu hermana? -Es muy singular -respondió Page, y no pudo por menos que reírse-.
Son tal para cual.
Al trasladarme a California pasé algunos años desvinculada de mi familia, pero cuando murió mi padre sentí lástima de mi madre y la invité a venir una temporada.
Fue un error.
Brad y ella se llevaron como el perro y el gato, aunque desde luego se atacaban muy sutilmente, con una agresividad subterránea.
Yo me ponía enferma de verles.
Naturalmente, mi madre no perdía ocasión de criticarme por lo mal que educaba a Allie.
– Ahora ya no puede quejarse de eso -dijo Trygve.
– No, pero censurará al cirujano.
A estas horas David, mi cuñado, ya habrá averiguado que no es más que un curandero, y que le han puesto una denuncia judicial por incompetente.
Y el hospital será un antro inmundo, por no hablar de lo que verdaderamente importa, como las chapuzas que hace el peluquero de I.
Magnim.
– No pueden ser tan frívolas.
– Te aseguro que no exagero.
Detrás de la chanza, Trygve presentía que había algo más.
Page era demasiado madura y ponderada en sus opiniones como para odiarlas tanto sin albergar razones de peso.
Pero era obvio que no deseaba confiárselas, y no la sondeó más.
Tenía derecho a sus propios secretos.
Finalmente volvió junto a Chloe, y Page con Allyson, antes de subir asimismo a la habitación de Chloe, hacia las cinco de la tarde, para charlar un rato.
La chica Thorensen padecía aún agudos dolores, y sus múltiples escayolas, clavos y demás tenían un aspecto infausto, pero los resistía bien, y daba gracias al cielo de seguir con vida.
Estaba muy preocupada por Allie, pues Trygve le había dicho sin ambages que todavía podía morir.
Jamie también se hallaba presente.
¿Cómo está? -preguntó Chloe en cuanto Page asomó la cabeza.
– Igual.
¿Y tú qué haces? ¿Desquicias a las enfermeras, coqueteas con los residentes y pides pizza a media noche? -Page hizo una mueca socarrona y Chloe rió.
– ¡Eres incorregible! -se unió Trygve a la broma, y Chloe soltó otra carcajada.
Era la viva representación de la adolescencia, y verla alegraba el corazón.
– Así me gusta.
¡Qué no habría dado Page por que Allyson hiciera otro tanto! Pero su drama no era nada comparado con el de los Chapman.
Ni siquiera podía figurarse qué sentían dos semanas después del fallecimiento de Phillip, y se condolía cada vez que pensaba en ellos.
Por precaria que fuera la condición de Allyson, todavía quedaba esperanza.
Los Chapman no tenían nada.
Jamie dijo que les había visto unos días antes, y que la señora Chapman estaba hundida.
El padre, al parecer, había demandado al periódico donde se acusaba encubiertamente a Phillip.
Contó también que a él un periodista le había preguntado qué le parecía ser el único que había salido ileso.
Pero, en general, el interés de la prensa se había apagado.
Dejaron a Chloe sobre las seis, en cuanto llegó la pizza que había encargado Trygve.
Jamie se quedó con ella, y Thorensen condujo la camioneta de Page hasta su propia casa.
¿Cenamos juntos? -preguntó.
– Me encantaría, pero debo ir a casa por si se presenta Brad.
Aunque probablemente no lo haga, si apareciera a Andy le apenaría mucho no haberle visto.
Trygve no insistió y, desoyendo las protestas de los dos chicos, madre e hijo volvieron al hogar.
Brad no dio señales de vida hasta la mañana siguiente.
A pesar de todas las promesas que se había hecho a sí misma, Page explotó.
¿Qué eran todas aquellas monsergas de la otra noche, cuando dijiste que querías vivir aquí y que no estabas seguro de tus intenciones? ¿A quién pretendías engañar con tus patrañas? Tenía el rostro como la grana.
Se había hartado de vivir en la cuerda floja mientras él se divertía con otra mujer.
– Lo siento, debería haberte llamado.
No recuerdo qué ocurrió.
– Sí que se acordaba, por supuesto, sólo que no podía decírselo a Page.
Había hecho una escapada con Stephanie, y no hubo manera de telefonear desde el hotel donde pernoctaron.
Stephanie no le dejó solo ni un minuto y, encima, el domingo por la mañana se enfadó porque él quiso adelantar el regreso.
Sin embargo, el enfado de Stephanie fue muy inferior al de Page cuando Brad entró en su casa, a las doce del mediodía, sin haberla advertido.
Andy y ella se disponían a salir para el aeropuerto-.
Ya te he dicho que lo siento -repitió Brad, desvalido y apabullado.
Se debatía entre dos mundos, entre dos mujeres, y con ninguna prosperaba.
¿Por qué no te decides a preguntarme si Allie continúa viva? -le espetó Page con crueldad.
Aquello no era propio de ella, pero estaba harta.
– ¡Dios mío! ¿Es que…
que ha…? Los ojos de Clarke se inundaron de lágrimas.
Page le observaba gélidamente.
– No, no ha muerto.
Pero podría haber sucedido, y ya me dirás dónde iba a localizarte.
Una vez más, no me has llamado.
– ¡Eres una mujer malvada! Brad entró en el dormitorio y cerró con un sonoro portazo.
Andy se echó a llorar.
Sus peleas eran cada vez más violentas.
– Perdónanos, amor mío.
Page abrazó a su hijo para consolarle.
Clarke no volvió a salir de la alcoba.
Y ella no fue en su búsqueda.
Se marcharon al aeropuerto.
Andy permaneció callado durante todo el trayecto.
Page, también en silencio, pensó en la buena pinta que tenía Brad al llegar a casa.
Estaba rejuvenecido, fresco, pletórico…
hasta que la vio a ella.
Pero era Andy quien le inquietaba.
El niño miraba por la ventanilla del coche con expresión abatida.
La madre y la hermana de Page fueron de las primeras pasajeras en desembarcar.
Su madre iba tan acicalada como siempre, con el cabello cano primorosamente peinado y un vestido de color azul marino que realzaba su figura juncal.
Alexis estaba muy llamativa con su traje Chanel rosa pálido, su cabellera rubia de elegante corte y unas facciones exquisitas que, en su artificialidad, eran dignas de figurar en la portada de Vogue.
Llevaba un bolso de cocodrilo negro, modelo Hermes, y una bolsa de viaje a juego, que dejó en el suelo para besar el aire -que no la mejilla de Pagey saludar, esquiva, a Andy.
– Estás guapísima, querida -le dijo su madre jovialmente, y miró por encima del hombro-.
¿Dónde has dejado a Brad? -En casa.
No ha tenido tiempo de venir, pero me ha rogado que le disculpe.
Page ni siquiera sabía si Brad seguiría allí cuando volvieran.
En los últimos días era imposible predecir sus apariciones, y no iba a serle nada fácil disimularlo durante la visita de su madre.
Pero no le apetecía hablar con ella de sus desventuras matrimoniales y, además, Maribelle tampoco querría enterarse.
Aguardaron que saliera el equipaje por la cinta transportadora y, afortunadamente, todas las piezas llegaron intactas.
El mozo se tambaleó bajo la montaña de bultos que le cargaron.
Alexis viajaba con una colección completa de maletas Gucci.
cCómo está Allyson? -preguntó con reticencia una vez en el coche.
Page comenzó a darles el parte de la enferma, pero su madre la cortó antes de que pudiera pronunciar la palabra “coma", y comentó el tiempo maravilloso que hacía en Nueva York y lo precioso que estaba el piso de Alexis tras las últimas reformas.
– Estupendo -masculló Page.
Nada había cambiado.
Era la misma pareja de la que se había despedido tiempo atrás.
El único enigma estribaba en por qué Page esperaba encontrar algo distinto.
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