Brad regresó pasada la medianoche.

Page estaba despierta, pero tenía la luz apagada y se había arropado en la cama.

Se volvió en la oscuridad y le halló cansado y alicaído, lo que la sorprendió.

¿Lo has pasado bien? -inquirió.

Sabía con quién había salido.

Era mucho lo que Page tenía que absorber, y libraba un arduo combate.

Y, a juzgar por su expresión, él también lo libraba.

La observó largamente antes de responder.

Vivía dividido entre dos mujeres, y ambas le causaban dolor.

– No demasiado.

No es la estampa idílica y maravillosa que te imaginas.

– No, no lo es…

para ninguno de nosotros.

– Sé cuánto has de sufrir -musitó Brad.

Por unos segundos su tono fue el del hombre que Page conocía, aunque no se acercó a ella-.

Quizá habría sido mejor mantener el engaño un poco más…

o quizá no, y ya era tiempo de que lo supieras.

No podíamos seguir así eternamente.

– Lo malo era que Page sí podía.

En todos aquellos meses no había intuido su aventura-.

Sólo intento hacer lo más correcto para todos.

Sin embargo, no logro dilucidar qué es.

Page asintió.

No podía decirle nada útil.

Vivían suspendidos en el vacío.

– Quizá deberías centrarte en Allyson y olvidar temporalmente todo lo demás.

No es el momento idóneo para tomar decisiones.

– Lo sé.

Pero Stephanie se sentía insegura y se obstinaba en ponerle a prueba.

Aunque injusta, era su manera de abordar el conflicto, y Brad no quería perderla.

Stephanie no conocía a Allyson ni a Page, para ella sólo eran dos nombres.

Lo único que le importaba era su amante, y no consentiría que le diese más largas.

Durante casi un año había sido plenamente feliz compartiendo su lecho siempre que podían, gozando juntos de algún esporádico viaje de negocios, o escapándose en un fin de semana robado.

Pero tenía veintiséis años y había decidido que ya era hora de casarse y formar una familia.

Y el hombre que había escogido era Brad Clarke.

Page yació largo rato en silencio, y Brad fue por fin a la cama, aunque no la tocó.

Su masculinidad volvía a estar en auge, al menos con Stephanie, pero sabía que un nuevo chasco les marcaría tanto a él como a Page.

No tenía ninguna gana de arriesgarse.

Page no pudo conciliar el sueño hasta las tres de la madrugada, y a la mañana siguiente, cuando se levantó a las siete en punto para prepararle el desayuno a Andy, se sentía exhausta.

El niño había metido a Lizzie en su cama.

Brad dijo que tenía una reunión de trabajo a primera hora, y ella no lo cuestionó.

Al menos había pasado la noche en casa y ahora no tendría que inventar explicaciones para su madre.

De todos modos, quizá ni siquiera habría notado la ausencia de su yerno.

Acompañó a Andy a la escuela y luego volvió a casa para recoger a las neoyorquinas.

Ordenó algunos papeles, y se ocupó de las facturas, pero a las once aún no estaban listas.

Alexis tenía que hacer su gimnasia cotidiana y llevaba rulos eléctricos en el cabello.

Aunque ya se había bañado y maquillado, cuando Page se lo preguntó estimó que tardaría como mínimo una hora más en terminar su arreglo.

– Mamá -dijo Page, impacientándose-, quiero estar con Allie.

– Por supuesto, hijita.

Pero antes tendremos que comer.

Podrías cocinar algo en casa.

Page temió que, entre las dos, irían atrapándola en aquella red hasta que fuera demasiado tarde.

Habían viajado a Ross para ver a Allyson, no para frecuentar los restaurantes locales o volverla loca a ella.

Pero estaba ocurriendo exactamente lo que Page había previsto.

Bien, no se sometería.

– Si tenéis apetito, podemos almorzar en la cafetería.

– Pero, cariño, sería criminal para el estómago de Alexis.

Ya sabes lo indigesta que es la comida de las clínicas.

– Eso no lo puedo remediar.

– Page consultó su reloj con desespero.

Eran las doce menos cinco.

Habían desperdiciado la mitad del día, y Andy salía de clase a las tres y media-.

¿Preferís tomar un taxi después de comer o queréis ir con Brad esta noche, en caso de que vaya? -Ni una cosa ni la otra.

Iremos contigo.

Las dos mujeres conferenciaron largo y tendido en el cuarto de Allyson, y salieron finalmente a las doce y media.

Alexis quedaba muy distinguida con su conjunto Chanel de seda blanca.

Completaban el atuendo unos zapatos y bolso negros de diseño exclusivo, y un vistoso sombrero de paja totalmente inadecuado pero muy coqueto.

Su madre llevaba un vestido de seda roja.

Parecía que tenían una cita en Le Cirque, el famoso local de Nueva York, y no en la U C I del hospital de Marín.

– Estáis las dos elegantísimas -dijo Page mientras subían al coche.

Ella vestía los mismos vaqueros y mocasines que habían constituido su uniforme durante quince días.

Se había quitado los pantalones el tiempo justo de lavarlos, y los acompañaba siempre con sus suéteres más viejos y raídos.

Eran cómodos y calientes para los ventilados pasillos del hospital y, además, en las presentes circunstancias su apariencia la traía sin cuidado.

Ver a su madre y su hermana tan atildadas le divertía, pero no la asombraba.

Por el camino, su madre ensalzó el cálido clima y le preguntó dónde pasarían las vacaciones aquel año.

Quería que Brad y ella fueran al Este.

Sería estupendo si alquilaban un chalet en Long Island.

Aparcaron en el estacionamiento del hospital y Page encabezó la marcha, lamentando una vez más tenerlas allí.

Su simple presencia le parecía una intrusión.

Allyson era nieta y sobrina de aquellas mujeres, pero Page se sentía posesiva, como si en esas circunstancias Allie le perteneciera a ella, a Brad y a nadie más.

Aunque quizá exageraba en su sentir, su madre y su hermana no merecían a Allyson.

Las enfermeras de la UCI las saludaron, y Page llevó a sus familiares hasta la cama de Allie.

Su madre palideció y graznó una débil exclamación.

Page le ofreció una silla, pero Maribelle rehusó y por un instante se compadeció de ella y rodeó su hombro con el brazo.

Alexis ni siquiera se atrevió a aproximarse.

Se había paralizado a mitad de trayecto y observaba desde prudente distancia.

No pronunciaron palabra en los diez minutos que permanecieron en la unidad, hasta que su madre lanzó a Alexis una mirada inquieta.

Estaba mortalmente pálida bajo el maquillaje.

– Tu hermana no debería estar aquí -susurró a Page.

“Ni Allie tampoco", quiso replicar ella, pero se limitó a asentir con la cabeza.

¿Por qué centraban toda su atención en ellas mismas, sin dejar ni siquiera migajas para el prójimo? ¿Por qué eran tan incapaces de sentir ni expresar nada genuino? Por un efímero instante, su madre había vislumbrado su dolor, había visto a Allyson tal y como estaba realmente, mas enseguida dio marcha atrás y buscó refugio en Alexis.

Así había sido toda la vida.

Nunca puso el menor empeño en comprender el sufrimiento de Page, tan sólo le interesó amparar a su otra hija, salvarla.

Y Alexis siempre había sido un caso perdido.

No había nada bajo su piel.

No era más que una muñeca Barbie vestida con ropa cara e impecablemente maquillada.

Salieron las tres al pasillo y Maribelle ciñó la cintura de su hija mayor.

No abrazó a Page, sino a Alexis.

– Algunas veces me olvido por completo de su aspecto -dijo Page a modo de disculpa-.

La veo tan a menudo…

No es que me haya acostumbrado, pero sé de antemano lo que me espera.

El otro día vino un profesor y casi se desmaya.

Siento mucho no haberos prevenido.

Aunque la habían decepcionado una vez más, sus palabras eran sinceras.

– Tiene muy buena cara -repuso su madre, todavía desencajada-.

Se diría que va a despertar de un momento a otro.

La verdad era que Allie parecía un cadáver y la máquina del oxígeno hacía el cuadro aún más horripilante, razón por la que Page no había dejado que Andy la visitara a pesar de su insistencia.

– Tiene una cara fatal -replicó-, asusta verla.

No hay nada de malo en reconocerlo.

– No quería seguir aquel juego, pero su madre le dio unas palmaditas en el brazo y persistió en su postura.

– Pronto estará en plena forma, te lo digo yo.

Y bien -añadió, sonriendo a sus dos hijas como para conjurar lo que acababan de ver-, ¿dónde vamos a comer? -Yo me quedo aquí.

– Page las observó con indignación.

No estaba en el hospital de paso, y no se dejaría arrastrar durante una semana entera a tomar tés con pastas y jugar al bridge.

Si habían venido a ver a Allyson, tendrían que bailar al son de esa música-.

Os llamaré un taxi.

Podéis almorzar donde os plazca.

Pero yo no pienso moverme de aquí.

– Te sentaría bien distraerte un poco.

Brad no se pasa todo el día aquí encerrado, ¿verdad? -Él no, pero yo sí.

– La boca de Page se torció en una sombría mueca, aunque nadie lo advirtió.

¿Por qué no almorzamos en algún sitio céntrico? -intentó tentarla Maribelle, pero Page no cedió.

No las acompañaría.

– Os conseguiré un taxi -dijo.

– ¿A qué hora volverás a casa? -Tengo que recoger a Andy y llevarle al entrenamiento de béisbol.

Solemos regresar a eso de las cinco.

– Bien, hasta entonces.

Page les explicó dónde encontrar la llave de la casa por si llegaban antes que ellos, pero sabía que era muy improbable.

Después de comer irían a I.

Magnim.

Se despidió y se dirigió de nuevo a la U C I para atender a Allyson.

Trygve pasó a verla a primera hora de la tarde.

Echó un vistazo a su alrededor, sorprendido de hallarla sola.

Esperaba encontrar a su madre y su hermana.

¿Dónde están? -preguntó con desconcierto.

Ella meneó lúgubremente la cabeza.

– La Novia de Frankenstein y su madre han ido a almorzar a la ciudad, y a realizar algunas compras.

– Pero habrán visto a Allyson, ¿no? -Thorensen no sabía a qué atenerse.

– Durante diez minutos exactos.

Mi madre se ha quedado lívida y mi hermana, que no ha traspuesto la puerta, se ha puesto verde, así que han decidido comer en San Francisco para olvidar el mal trago.

Page todavía echaba chispas, pese a que aquel tipo de cornportamiento era usual en ellas.

– No seas tan severa -intentó serenarla Trygve-.

Es difícil hacer frente a estas situaciones.

– Más lo es para mí, pero aquí estoy.

Y no será porque no hayan insistido en que me apuntara a la dichosa comida.

– Quizá te habrías despejado -sugirió Trygve con tono afable.

Ella se encogió de hombros.

Era obvio que él no las conocía.

Se entretuvo con Thorensen un rato más y luego fue a buscar a Andy.

Le acompañó a clase de béisbol y volvió a casa.

Tal y como había previsto, su madre y su hermana se presentaron pasadas las seis, cargadas con bolsas de boutique, un frasco de perfume para ella, un suéter francés de talla pequeña para Andy y un salto de cama rosa con entredoses y puntillas para Allyson que, en su actual postración, mal podía lucir.

– Es todo muy bonito, mamá, gracias.

No discutió con ella la superfluidad de aquellos regalos, y a su madre no podía importarle menos.

En I.

Nlagnim habían encontrado fabulosas ofertas de diseño especial.

– Es increíble lo que llegan a tener en ese lugar -dijo, totalmente ajena al semblante de su hija.

¿Verdad que sí? -replicó Page con frialdad.

Era como si de sus mentes se hubiera borrado el objetivo del viaje.

Page cocinó nuevamente la cena, aunque aquella noche Brad no apareció ni telefoneó.

Page pergeñó una excusa, pero más tarde vio que Andy estaba afligido y le llevó a su dormitorio para hablar con él.

La presencia de su madre la tenía nerviosa e irascible.

– Papá y tú os habéis vuelto a pelear, ¿no? -inquirió el niño.

– Nada de eso -fingió Page.

Le faltaban fuerzas para exponerle sus problemas conyugales.

De momento, con Allyson era más que suficiente-.

Papá tiene trabajo, eso es todo.

– No, no lo es.

Estos días he oído cómo le chillabas.

Y él también te gritaba a ti.

– Cariño, todos los matrimonios tienen sus discusiones.

– Page besó a su hijo en la cabeza y contuvo sus lágrimas.

– Vosotros nunca os habíais levantado la voz -dijo Andy.

Y agregó-: Bjorn me ha dicho que sus padres empezaron a reñir a todas horas y al final la madre se marchó de casa.

Se fue a vivir a Inglaterra, y ahora apenas la ve.