La mujer se había enterado del accidente y ofreció su ayuda incondicional, pero Page le aseguró que no necesitaba nada.
– Si puedo hacer algo por ti, no dudes en avisarme -insistió ella, y vaciló un instante antes de agregar-: Por cierto, cqué te ha ocurrido con Brad? ¿Estáis tramitando el divorcio? -No, ¿por qué lo dices? -replicó Page, azorada y de una pieza.
Aquella mujer sabía algo.
Era obvio por el tono de su pregunta.
Quizá debería mantener la boca cerrada, pero en los últimos tiempos me lo encuentro muy a menudo en compañía de una joven veinteañera.
Creí que era una amiga de Allie, pero luego observé que era un poco mayor.
Vive a una manzana de nuestra casa, y saqué la conclusión de que formaban pareja.
Esta misma mañana les he visto haciendo jogging antes de desayunar.
¡ Qué delicadeza por parte de Brad! ¡ Qué gentil era poniéndola en evidencia de aquella manera! Vivían en una comunidad pequeña y él no paraba de exhibirse con una chica…
¿de la edad de Allie? ¡Dios! Page se sintió como si tuviera mil años al explicar a la otra mujer que se trataba de una compañera de la agencia, que trabajaban en proyectos conjuntos y que no pasaba nada irregular.
Sabía que no la había convencido, pero no quería admitir en público que Brad estaba liado con otra.
Y también estaba enfadada por aquella llamada mezquina.
Además, al negar ella que iban a divorciarse, su “amiga" debería haber tenido la decencia de callar.
¿ Cómo está Allyson? -preguntó su madre al verla apare, cer en la cocina.
– Igual -repuso Page distraídamente-.
¿Cómo te ha ido con Andy? ¿Ha sabido encontrar el cuarto de baño? -Sonrió.
La madre soltó una carcajada.
– ¡Claro que sí! Es un niño muy bien dispuesto.
Nos ha preparado el almuerzo a tía Alexis y a mí, y nos lo ha servido en el jardín.
“¡Dios las guarde de hacer ellas el más mínimo esfuerzo!", caviló Page.
Andy estaba jugando en su habitación, y alzó la mirada al oírla.
Sus ojos transmitían desasosiego y tristeza.
A Page le dio un vuelco el corazón.
Sus vidas habían cambiado brutalmente en tres semanas, y ni ellos mismos enten! dían lo acontecido.
Eran náufragos a la deriva.
Se sentó en el borde de la cama y estiró la mano hacia su hijo.
– ¿Cómo se ha portado la abuela? -Es bastante inepta -dijo el niño con una de sus sonrisas cautivadoras, y ella sintió deseos de estrecharle en sus bra; zos-.
No sabe hacer nada.
Y tía Alexis tampoco, tiene las uñas tan largas que no puede agarrar los objetos.
Ni siquiera ha sido capaz de destapar la botella de Evian.
Y la abuela me ha pedido que le pusiese el reloj en hora.
Dice que no distingue bien las manecillas, y había perdido las gafas.
– Tras tan perfecta descripción, Andy miró a su madre visiblemente preocupado-.
¿Dónde está papá? -En la ciudad, trabajando -mintió Page.
– Hoy es domingo.
– Andy no era tonto, pero ella se resistía a decirle la verdad.
– Tiene mucho que hacer.
– “¡Maldito cabrón!", pensó.
¿Vendrá a cenar? -No lo sé.
El niño se encaramó hasta su falda y ella le abrazó con ternura.
Le habría gustado decirle que siempre le querría, al margen de las jugarretas que les hiciera su padre, pero no deseaba excederse, así que se limitó a manifestarle su amor sin más.
Luego fue a ocuparse de la cena.
Brad les dio una sorpresa y se presentó, sumándose a lo que empezó como una grata velada.
Clarke encendió la barbacoa y se mostró sobrio y educado.
Rehuyó la mirada de Page, pero se esforzó en ser amable con su suegra y dejó que Andy le ayudara a preparar hamburguesas, bistecs y pollo.
Alexis les comunicó que era su día vegetariano, y pidió a Andy que le abriera una botella de Evian.
En un instante en que se quedaron los dos solos, Page hizo alusión a la llamada telefónica que había recibido aquella tarde.
– Tengo entendido que hoy has estado corriendo antes de desayunar.
Brad miró a su mujer sin pronunciar palabra.
No se le había ocurrido que alguna alma caritativa pudiera irle con el cuento.
¿Quién te lo dijo? -Su voz sonó furibunda y culpable.
¿Qué más da eso? ¿Y a ti qué coño te importa lo que yo haga? -Son nuestras vidas las que estás destruyendo, Brad, la mía, la de Allie y la de Andy.
¿Crees que tu hijo no se ha dado cuenta de lo que pasa? Si te atreves, mírale a los ojos de vez en cuando.
Está al corriente.
Todos lo estamos.
– ¡Fantástico! Te ha faltado tiempo para decírselo, ¿no? ¡Maldita bruja! Brad arrojó al suelo los útiles de cocina y entró estrepitosamente en la casa.
Así pues, Page tuvo que bregar sola con la barbacoa, hasta que al fin se quemó.
Andy fue corriendo en busca de su padre.
El niño lloraba a lágrima viva, pues les había oído discutir y luego vio el incidente de Page.
No quería que su madre se lastimara, ni que se gritaran el uno al otro, y en el altercado habían dicho algo sobre él.
Tal vez era culpa suya que se pelearan, quizá su padre estaba resentido porque era Allie y no Andy quien se había accidentado.
El pequeño se metió en un rincón mientras Brad ensartaba la carne con gesto adusto y, finalmente, completaba la cena.
Y los tres Clarke guardaron un obstinado mutismo al sentarse a la mesa.
Pero, como de costumbre, ni Maribelle ni Alexis repararon en nada.
– Eres un cocinero excepcional -felicitó Maribelle a su yerno.
Los bistecs sabían bien, sí, pero la atmósfera se había envenenado-.
Alexis, deberías probar un bocadito.
La ternera está riquísima.
Alexis meneó la cabeza, satisfecha con sus hojas de lechuga.
Por su parte, ni Page ni Andy tocaron apenas la comida.
Ella todavía llevaba un cubito de hielo sujeto a los dos dedos que se había quemado, y se anunciaba una fea ampolla.
– ¿Te duele la mano, mamá? -preguntó Andy, alicaído.
– No mucho, cariño.
Brad estuvo callado y no se dignó mirar a su esposa.
Estaba convencido de que le había contado a Andy que él tenía un idilio, y era tal su cólera que de buena gana la habría abofeteado.
Al recoger los cacharros empezó a despotricar de nuevo contra ella, sin reparar en que su hijo estaba al otro lado del mostrador.
– Se lo has dicho, admítelo! No tenías ningún derecho.
– ¡Yo no le he dicho nada! -vociferó Page a su vez-.
¡Jamás le haría esa mala pasada! Pero, ya que sacas el tema a relucir, deberías explicárselo tú.
¿Qué quieres que piense si no paras nunca en casa? Además, podría repetirse el episodio del teléfono y enterarse por terceros.
– ¡No es asunto que le incumba! Brad salió de la cocina dando un portazo y Page se echó a llorar mientras lavaba los platos.
Clarke había vuelto al jardín para retirar la barbacoa cuando Maribelle se acercó a su hija.
– ¡Qué cena tan adorable, querida! Estamos pasando unos días inolvidables.
Page le estudió con incredulidad, sin saber cómo reaccionar ante aquella frase casi surrealista.
Pero su familia siempre había sido así.
– Me alegro de que te haya gustado la cena.
Brad es un maestro de la carne a la parrilla.
– Quizá volvería para hacerles bistecs después de contraer segundas nupcias.
– Formáis una pareja encantadora -dijo Maribelle con arrobamiento.
Page por fin dejó la bayeta y se centró en su madre.
– La verdad, mamá, estamos atravesando por una grave crisis.
Imagino que habrás notado algo.
– En absoluto.
Desde luego, se os ve inquietos por Allie, pero eso es natural.
Ya verás como dentro de unas semanas las aguas vuelven a su cauce.
Era asombroso que su madre al menos hubiera asimilado esa parte del conflicto.
– No estoy muy segura.
– De pronto, Page decidió decirle a su madre la verdad desnuda.
¿Por qué no? Si le desagradaba, siempre podía fingir no haberla oído-.
Brad tiene una amante, y ahora mismo vivimos en una tensión extrema.
Maribelle negó con la cabeza, rehusando creerlo.
– Seguro que te equivocas, querida.
Brad nunca haría algo tan horrible.
Por nada del mundo pondría en peligro vuestro matrimonio.
– Es lo que está haciendo -continuó Page, resuelta a decírselo todo.
– Todas las esposas abrigan esas sospechas alguna que otra vez.
Estás ofuscada por el problema de Allyson.
“¿Problema? -pensó-.
¿Te refieres al hecho de que lleva tres semanas en coma y podría morirse? ¿Vaya menudencia!" -Tu padre y yo -prosiguió Maribelletuvimos también nuestras pequeñas diferencias, pero nunca degeneraron en nada serio.
Debes ser más comprensiva, hija.
A Page los ojos se le salieron de las órbitas, incapaz de asimilar lo que acababa de oír.
Estaba de acuerdo en silenciar el horror que había vivido de soltera, pero no en negar que hubiera sucedido.
– No me lo puedo creer -declaró con aspereza.
– Es verdad…
Aunque te parezca increíble, en mi matrimonio hubo momentos difíciles.
– Mamá, soy yo, Page.
¿Recuerdas todo lo que sufrimos? -No sé qué quieres decir.
– Maribelle se dio la vuelta para salir de la cocina.
– ¡No me hagas esto! -bramó Page, al borde del llanto-.
¡Después de tantos años, no intentes envolverme con tus embustes piadosos y sacrosantos! Conque pequeñas diferencias, ¿no? Problemillas nada más.
¿Has olvidado con quién te casaste, lo que hizo mientras duró? No seas falsa conmigo.
Y mírame a los ojos, ¡maldita sea! La madre se giró lentamente y fijó en su hija una mirada atónita, como si no entendiera qué le ocurría.
Brad, que acababa de entrar por la puerta del jardín, vio a las dos mujeres y reparó en la expresión de Page.
Enseguida intuyó lo que pasaba.
– Deberíais dejar esta discusión para otro momento -sugirió con voz pausada.
Page se le encaró enfurecida.
– ¡No me digas lo que debo o no debo hacer, hijo de puta! ¡Estás ausente noche y día, jodiendo hasta reventar, y ahora pretendes que me trague también toda esta basura! No me dejaré manipular ni un segundo más.
– Se volvió de nuevo hacia su madre-.
Conmigo no te servirá el jueguecito, mamá.
Tú consentiste que papá actuara de aquella manera, incluso le animaste.
Le acompañabas a mi habitación, cerrabas la puerta y me decías que debía contentar a papá.
Tenía sólo trece años.
¡Trece! Y me forzabas a acostarme con mi padre.
Alexis se apresuró a desentenderse, porque a ella la habíais sodomizado desde los doce años y se sentía muy aliviada de que yo tomara el relevo.
¿Cómo osas simular que no ocurrió? Tienes suerte de que te permita cruzar el umbral de mi casa y que todavía te mire a la cara.
Maribelle contemplaba a su hija con palidez cadavérica.
Brad advirtió que le temblaban las manos.
– Estás lanzando unas acusaciones espantosas, Page, y que además no son ciertas.
Tu padre jamás habría cometido esas monstruosidades.
– Sabes muy bien que las cometió, y tú fuiste su cómplice.
Page se dio la vuelta, de espaldas a ambos, y prorrumpió en sollozos.
Brad no se atrevió a consolarla.
Luego ella se volvió nuevamente y encaró a Maribelle con todo su ultraje reflejado en el rostro.
– He pasado años de mi vida tratando de sobreponerme, de curarme de vuestra infamia, y podría haberte perdonado si me hubieras dicho que lo sentías, que estabas arrepentida…
pero no tolero que lo deseches como si fuera una mera invención.
Alexis irrumpió en la cocina sin tener la más remota idea de lo que allí ocurría.
Había ido a su dormitorio para telefonear a David.
– ¿Podrías hacer una infusión de manzanilla? -pidió dulcemente a su hermana.
Page, apoyada contra el mostrador, emitió un ronco gruñido.
– No doy crédito a lo que veo.
Habéis pasado tantos años huyendo de la verdad que ninguna de las dos hace ya frente a nada.
Ni siquiera sabéis abrir una botella de agua.
¿Cómo podéis vivir de esta manera? ¿Por qué os degradáis así a vosotras mismas? Alexis echó un vistazo en derredor y retrocedió aterrorizada.
– Lo lamento, no quería importunar…
– ¡Ten! -chilló Page y le arrojó una botella de Evian.
Alexis la cogió en el aire-.
Mamá me estaba diciendo que papá nunca abusó de nosotras cuando éramos adolescentes.
¿Te acuerdas, Alex, o tienes también amnesia parcial? ¿Recuerdas cómo lo desviabas hacia mí para que no volviera a violarte? Dime, ¿lo recuerdas? -Las observó a las dos con un pesar infinito-.
Nos mancilló a su antojo hasta que cumplí dieciséis años y le amenacé con denunciarle a la policía, algo que ninguna de vosotras tuvo jamás la valentía de hacer.
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