¿Por qué no os rebelasteis? Callar equivalía a ayudarle -sentenció entre sollozos-.

Nunca logré comprenderlo.

– Y lo comprendió menos cuando ella tuvo sus propios hijos.

Brad sintió náuseas al escucharla.

Conocía la historia, pero Page nunca la había expuesto tan crudamente ni había provocado una confrontación de aquel orden.

– ¿Cómo puedes decir esas barbaridades? -le reprochó Alexis, escandalizada-.

Papá era médico.

– Sí -dijo Page con el tremor del llanto-.

Yo también creía que de alguna manera eso lo justificaba, pero más tarde supe que no.

A raíz de todo aquello, tardé varios años en pisar una consulta.

Pensaba que el doctor me sobaría o se propasaría.

Ni siquiera fui al ginecólogo en los primeros meses de embarazo, porque temía lo peor.

Nuestro padre fue un tipo colosal, un hombre magnífico y el orgullo de la clase médica.

– Fue un santo varón -le defendió Maribelle Addison.

Alexis se le había arrimado instintivamente y ambas mujeres formaban una piña que dejaba bien en evidencia su negativa de admitir la realidad.

– ¿Sabéis qué es lo más lamentable? -prosiguió Page, sin dejar de escrutarlas-.

Que tú, Alex, dejaste de existir.

Te casaste con David a los dieciocho años y te creaste una nueva identidad, con otras facciones, otro busto, otros ojos y otro todo, para no tener que ser Alexis.

Querías transformarte en un ser distinto y renegar del pasado.

Alexis escuchaba sin mover una pestaña.

Aquellas verdades eran amenazadoras para ella, ahora más que nunca.

– Vamos -terció Brad-, no te atormentes más.

– ¿Por qué no? -replicó Page-.

¿Prefieres que finja que nunca ocurrió, como hacen ellas? Quizá debería probar esa táctica también contigo, aparentar que no te ausentas todas las noches para acostarte con tu amiguita y que mi vida es perfecta y maravillosa.

¡Maravilloso! El único inconveniente es que sería peor que un suicidio.

Todo este tiempo, no he repudiado la mentira, ni he llegado tan lejos, ni he sufrido tanto, para ahora tragarme un montón de sórdidas patrañas.

¿Se te ha ocurrido que ciertas personas no soportan tanta honestidad? -la increpó Brad con más pesar que rabia.

– Sí, muchas veces.

– Necesitan cobijarse en algún lugar.

– Yo no puedo vivir así, Brad.

– Lo sé -contestó él-, por eso me enamoré de ti.

Brad hablaba en pretérito, y Page lo advirtió.

La madre y la hermana aprovecharon la circunstancia para escapar de la cocina.

Page permaneció inmóvil unos segundos, recobrando el aliento, bajo la mirada de su marido.

¿Cómo te encuentras? -preguntó Brad.

Estaba preocupado por Page, pero no podía darle lo que ella precisaba.

No es posible transmitir lo que ya no se tiene.

No había vuelta de hoja.

Por una vez, se imponía la sinceridad.

– No lo sé -respondió Page-.

Creo que me alegro de haber estallado.

Siempre me he preguntado si, a fuerza de decirlas, mi madre ha acabado por creerse todas esas falsedades, o si miente a conciencia para encubrir a su marido, como hizo entonces.

– Tal vez no importa.

Jamás reconocerá la verdad ante ti, Page, y Alexis tampoco.

No esperes un milagro.

Ella convino con un movimiento de la cabeza.

Aunque había sido una velada terrible, en algunos aspectos la había liberado.

Salió al jardín en busca de soledad.

De pronto, decidió ir al hospital.

Era tarde, pero necesitaba ver a Allyson.

Se lo dijo a Brad y, poco después, estaba en la UCI.

Esta vez no habló.

Se quedó en silencio junto a su hija, rememorando cómo había sido antes del accidente y echándola de menos.

Habían transcurrido más de tres semanas.

Hacia las nueve, una enfermera del turno de noche la vio allí sentada y fue hacia ella.

Page estaba pálida, desmejorada, rígida como una estatua y mirando absorta a su hija.

¿Le ocurre algo, señora Clarke? Page le indicó que no y continuó en la misma postura.

Media hora más tarde, apareció Trygve.

– Supuse que estarías aquí -dijo con voz queda entre el zumbar y resoplar de las máquinas-.

No sé por qué, tuve el presentimiento de que habías venido al hospital.

He pensado mucho en ti.

– Esbozó una sonrisa, que quedó en suspenso al ver los ojos de su amiga: los tenía hundidos y era obvio que había llorado-.

¿Te encuentras bien, Page? -Más o menos -dijo ella con una sonrisa exhausta-.

Esta noche me he despachado a gusto.

¿Te ha servido de algo? -No lo sé.

Me temo que no.

No cambiará nada, aunque me he liberado de un gran peso.

– En ese caso, ha merecido la pena.

– Quizá sí.

Page miró a Thorensen dubitativa, y él comprobó su inmenso dolor.

Allyson permanecía estacionaria, así que no era ella la causante, sino todo lo demás.

– ¿Quieres que tomemos un café? Page se encogió de hombros, pero siguió a Trygve hacia el pasillo.

La enfermera de guardia los contempló.

La señora Clarke le daba mucha lástima.

La espera se alargaba y de momento no había muchas esperanzas de que su hija fuera a recuperarse.

La enfermera odiaba los casos como aquél, que tantos estragos hacían en las familias, sobre todo cuando el paciente era joven.

En su opinión, era más sencillo perderlos.

No obstante, jamás se lo habría dicho a los padres.

Trygve le dio a Page un café de máquina.

Ella permanecía en silencio.

Trygve se sentía angustiado por su amiga.

Se sentaron en la sala de espera y sus ojos aún dilatados se le aparecieron enormes, y más azules que en días anteriores.

– ¿Qué te sucede? -le preguntó mientras ella bebía un sorbo del humeante café.

– No lo sé.

Allie, Brad, mi madre…

entre todos van a enterrarme.

– Pero ¿ha pasado algo en concreto? Trygve intentaba situarse y ella no le daba ninguna pista, pese a lo mucho que deseaba ayudarla.

– Nada que no hubiera ocurrido anteriormente.

Mi madre jugaba al nnpaís de nunca jamás", como tiene por costumbre, y yo he perdido los estribos.

– Page miró a Thorensen avergonzada-.

Quizá no he obrado bien, pero no me detuve a reflexionar.

Le he contado que Brad y yo atravesamos una crisis, lo cual ha sido una idiotez por mi parte, y ella ha mencionado a mi padre.

– Page no sabía cómo plantearlo-.

Mi padre y yo…

– comenzó, e hizo una pausa para beber más cafétuvimos…

ccómo decirlo?…

tuvimos una extraña relación.

Entornó los ojos y rompió a llorar antes de proseguir.

Al principio no había querido confesarle su secreto a Trygve, y en cambio ahora ansiaba hacerlo.

Debía ser franca con él, y sabía que no traicionaría su confianza.

– No tienes que decirme nada si no lo deseas, Page.

– Él había captado perfectamente su zozobra.

– Prefiero explicártelo -repuso ella, mirándole a través de las lágrimas-.

Contigo no hay nada que me asuste.

– Respiró hondo y atacó-: Mi padre se propasó conmigo cuando yo tenía trece años…

O sea, que me hizo el amor, que practicamos el sexo.

La situación se prolongó hasta que cumplí los dieciséis.

Y mi madre lo sabía.

De hecho…

– la lengua se le trabó brevemente-, me echó en sus brazos a viva fuerza.

él llevaba ya cuatro años acostándose con Alexis, y mi madre le tenía miedo.

Era un enfermo mental.

Solía pegarle y mi madre se dejaba maltratar.

Decía que debíamos nnhacerle feliz" si no queríamos que nos golpease también a nosotras.

Así pues, le conducía hasta mi cama, salía y cerraba la puerta con llave.

– Page se convulsionaba en llanto cuando Trygve la estrechó.

– ¡Dios mío, Page, es terrible! ¡Qué aberración! Él habría matado a cualquiera que le hubiera puesto las manos encima a su Chloe.

– Sí, lo es.

He tardado años en reponerme.

Me marché de casa a los diecisiete, y trabajé como camarera para pagarme un apartamento.

Mi madre me acusó de ser una mala hija, una traidora, y de haberle destrozado el corazón a mi padre.

Tras su muerte, me sentí culpable durante una larga temporada.

"Por fin, conocí a Brad en Nueva York, nos casamos y vinimos a California.

Encontré a un buen psicoterapeuta que me ayudó a ponerme en paz conmigo misma.

Pero mi madre todavía se empeña en simular que todo aquello no sucedió.

Es esa actitud la que me ha desquiciado hoy.

No entiendo su forma de comportarse.

Lo cierto es que no entiendo nada de nada, ni cómo, a sabiendas de lo que hacía, aún persiste en que era un hombre decente.

Antes le ha llamado "santo", y he montado en cólera.

– No me extraña que hayas estallado -dijo Trygve.

Mientras Page hablaba, no había cesado de acariciarle el cabello ni de estrechar su mano, como hacía ella con Allie-.

Me sorprende que todavía le dirijas la palabra.

– Normalmente la eludo, pero tras el accidente de Allyson habría sido muy cruel prohibirle que viniera.

Me digo una y otra vez que podré seguirle el juego.

Sin embargo, es más fuerte que yo.

Cada vez que la veo me acuerdo de aquella época.

Ella no ha cambiado y Alexis tampoco.

– ¿Cómo se libró Alexis de sus garras? -La dejó en paz en cuanto empezó conmigo.

– Page suspiró y se acurrucó en el pecho de Thorensen, donde se sentía a salvo-.

Y Alex se casó a los dieciocho años.

Entonces yo tenía solamente quince.

Se fungó con un hombre de cuarenta, y todavía siguen juntos.

El no le pide mucho.

Creo que es homosexual y sale con un amante fijo.

Es como un padre para su esposa, el padre casto que nunca tuvo.

"Además, por lo que he podido comprobar el antídoto de Alexis ha sido convertirse en otra persona, adoptar un nuevo rostro, una nueva cara y un nuevo nombre.

David le practica asiduas intervenciones de cirugía estética y ella está encantada.

Y se ha integrado muy bien en las fantasías de mi madre.

Ambas han borrado todo vestigio de lo acaecido.

¿La ha visto algún psiquiatra? -preguntó Trygve.

Estaba perplejo de que Page hubiera conservado intacta su cordura.

– No lo creo.

A mí, desde luego, nunca me lo diría, pero si hubiera seguido un tratamiento se le habría escapado algún comentario.

Así, las dos seríamos supervivientes de nuestro holocausto privado.

Hoy por hoy, Alexis todavía flirtea con sus fantasmas, aunque da igual, porque tampoco queda mucho de ella que pueda salvarse.

Padece de anorexia y bulimia, y no ha tenido hijos.

Apenas habla.

Es un escaparate para su marido, y vestida queda soberbia.

David la baña en dinero, lo cual parece satisfacerla.

– Page hizo una mueca sarcástica-.

Somos muy diferentes.

– Eso veo.

Sin embargo, tu también tienes muy buena presencia.

– Quizá, pero mi estilo es otro.

Ella vive pendiente de su cara y de su figura.

Continuamente se trata la piel, se mata de hambre con dietas leoninas y le obsesionan la pulcritud y la perfección de sus líneas.

– Es decir que está traumatizada.

– ¿Cómo no iba a estarlo? -susurró Page con tristeza aunque se sentía mejor después de haberse explayado.

– El otro día tuve la intuición de que abrigabas una inquina oculta contra tus parientes, por llamarla de algún modo.

Nunca lograba dilucidar si tus críticas eran simples bromas.

– Puedes estar seguro de que no.

Las tengo clavadas como una espina.

¿Debía verlas y preservar mi juicio repudiando sus falacias, o romper del todo con ellas? Es más fácil rehuir los encuentros, pero a veces me resulta imposible.

Thorensen asintió en silencio, entristecido sólo de escucharla.

Una de las enfermeras les comunicó que había una llamada para la señora Clarke.

Page dedujo que sería su madre con alguna pregunta de orden doméstico.

Por supuesto, no iba a hacer ninguna referencia a su enfrentamiento en la cocina, de eso Page estaba segura.

Pero no era Maribelle, sino Brad, y estaba fuera de sí.

– Page -dijo con voz jadeante-, se trata de Andy.

¿Se ha hecho daño? -volvió a sacudirla una oleada de terror.

En los últimos tiempos todo parecía adquirir matices alarmantes, letales.

Estaba constantemente al acecho de malas noticias, de que el desastre se ensañara con sus seres más allegados.

– Se ha ido.

– ¿Qué quieres decir? ¿Has mirado en su habitación? Era ridículo.

¿Cómo iba a marcharse Andy? Lo más probable era que se hubiera dormido arrebujado con Lizzie y Brad no le hubiera visto.