Mas no encajaba en ningún papel, y además añoraba a sus amigos, las emociones de Los Angeles o Hollywood y hasta sus aventuras como extra de cine.

Quedó embarazada de forma imprevista, y Trygve la sorprendió con una propuesta de matrimonio.

Después, el declive fue rápido.

Pronto tuvo que encarnar a un personaje que nunca le había gustado.

Y cuando Bjorn, su segundo hijo, nació aquejado del síndrome de Down, no logró superarlo y mentalmente le echó las culpas a Trygve.

Ella no había deseado aquel hijo, y ni siquiera estaba segura de aceptar el matrimonio.

Entonces llegó Chloe y, desde la óptica de su madre, consumó la tragedia.

La vida de Dana degeneró en una pesadilla.

Trygve luchó con todas sus fuerzas y los encargos periodísticos -artículos sobre políticacomenzaron a lloverle.

Consiguió mantener a su numerosa familia.

Pero Dana sólo quería irse.

Durante más de la mitad de su vida en común apenas pudo tratar educadamente a Thorensen.

Su único afán era recuperar la libertad.

Trygve, en cambio, se empeñó en salvar el matrimonio.

Y se comportó como un padre abnegado, lo cual aún exasperó más a Dana.

Trygve Thorensen era un sueño imposible que eligió mal a su compañera.

o, afable, Era comprénsivo siempre dispuesto a incluir en sus planes a los hijos ajenos.

Se llevaba a los chicos de acampada, o bien a pescar, y era uno de los factótums en la organización de las Olimpiadas Especiales, en las que Bjorn solía descollar, para gran entusiasmo de todos excepto de Dana.

Aunque se esforzó, Dana no pudo integrarse.

A sus ojos, Bjorn representaba la supina vergüenza y decepción.

Al final, todos se fueron apartando de aquella mujer, de aquel espíritu iracundo que bramaba contra un destino que ellos no juzgaban tan horrible.

Sus hijos eran estupendos, incluso Bjorn poseía una dulzura muy personal.

Y Trygve era un marido más que envidiable.

Sin embargo, a nadie le sorprendió que Dana empezara a tener frecuentes idilios.

No parecía importarle que los demás lo supieran, y menos aún su propio marido.

Quería incitarle a romper.

Cuando finalmente fue ella quien cortó, todo el mundo se sintió aliviado salvo Trygve, que se había dejado arrastrar por la corriente año tras año, fingiendo ante sí mismo que no era tan grave.

Se contaba embustes que sólo él creía: “Se acostumbrará…

Fue duro para ella renunciar a su carrera…

Dejar Hollywood supuso un gran golpe…

Si le cuesta más que a otras mujeres adaptarse al matrimonio es por su innata creatividad…

Desde luego, lo de Bjorn la trastornó muchísimo…".

A lo largo de diecinueve años no había cesado de elaborarle excusas, y cuando ella decidió abandonarle apenas pudo creerlo.

Aunque, para su sorpresa, fue el fin de un sufrimiento constante.

Y todavía le asombró más comprobar que' no sentía el menor deseo de reincidir, de arriesgarse a sufrir por otra mujer.

Tomó plena conciencia de lo mal que lo había pasado.

No volvería a casarse, ni iniciaría una relación seria.

Al principio ni siquiera le apetecía salir.

Todas las mujeres que conocía en la ciudad se le antojaron aves de presa, buitres a la espera de carnaza, y no tenía la mínima intención de convertirse en su próxima víctima.

Era feliz con sus hijos y así se quedaría.

– No ha tenido ninguna novia, o una pareja más o menos fija, desde que se fue la madre de Chloe hace ya más de un año -dijo Allyson-.

Reparte su tiempo entre sus hijos y los artículos sobre política, pero a esto último se dedica sólo por las noches.

Chloe me ha contado que está escribiendo un libro.

La verdad es que le encanta salir con nosotros.

él mismo lo dice.

– ¡Ya podéis estar contentos! Pero es posible que un día de éstos conozca a una persona un poco más…

¿cómo lo diría?…

un poco más madura con quien compartir sus veladas.

Page sonrió al ver que Allyson se encogía de hombros.

La muchacha no podía imaginarse a Trygve Thorensen buscando otras compañías.

Sus hijos siempre habían sido el principio y el final de su existencia.

A Allie no se le ocurrió pensar que no sólo les había cuidado porque les quería y deseaba estar con ellos, sino porque era una manera de eludir el vértigo de un matrimonio desgraciado.

– Además, al señor Thorensen también le gusta salir con Bjorn.

Ahora mismo le está enseñando a conducir.

– Es un hombre excelente.

Page terminó de lavar la ensalada, la escurrió y la puso en un cuenco, mientras Allyson comía una manzana.

– Por cierto, ¿cómo está Bjorn? Hacía tiempo que no le veía.

La enfermedad del chico era más benigna que en otros casos, pero aun así tenía claras limitaciones.

– ¡Fantásticamente! Juega a béisbol todos los sábados y ahora se ha apasionado por los bolos.

Page tuvo un escalofrío sólo de pensarlo.

¿Cómo podía afrontarse una situación semejante? En cierto sentido comprendía que Dana Thorensen se hubiera derrumbado, aunque su conducta posterior fue imperdonable.

No eran amigos íntimos, pero conocía a Trygve Thorensen desde hacía varios años y le caía bien.

El pobre hombre no merecía tantas desdichas, ni él ni nadie.

Y todas sus referencias indicaban que era un padre magnífico.

– Dormirás en casa de los Thorensen? -preguntó a su hija tras depositar en el cuenco la última hoja de lechuga y secarse las manos.

Todavía no había visto a Brad y quería ir a saludarle, además de vigilar lo que estaba haciendo Andy.

– No.

– Allyson meneó la cabeza, se levantó y tiró a la basura el corazón de la manzana.

Sus líneas estilizadas y flexibles se ondularon al echar hacia atrás la larga trenza rubia-.

Me traerán a casa después del cine.

Mañana Chloe tiene que madrugar, porque va a participar en una exhibición de atletismo.

– ¡En domingo? -preguntó Page con asombro, mientras ambas salían de la cocina.

– Sí…

Bueno, quizá sea un entrenamiento o algo parecido.

– A qué hora te irás? -Hemos quedado a las siete.

Hubo una larga pausa, en la que Allyson clavó sus ojazos castaños en los de su madre.

En el aire flotaba algo que Page no logró adivinar, pero se desvaneció enseguida.

Era un secreto, un pensamiento, una íntima sensación que su hija no quiso compartir.

– ¿Me prestas tu suéter negro, mamá? El de cachemira adornado con perlas? -Se lo había regalado Brad en Navidad.

Era demasiado caluroso, demasiado elegante y caro para una chiquilla de quince años.

A Page no le hizo ninguna gracia la petición-.

Me temo que no.

Estarás de acuerdo en que no es el atuendo más adecuado para ir a Luigi's y al Festival.

– Bien, como quieras.

¿Y el rosa? Eso está mejor.

– ¿Me lo dejas? -Sí, claro.

Cuando se separaron, Allyson hacia su habitación y ella al encuentro de su marido, Page suspiró y movió la cabeza con una mueca pesarosa.

Algunas veces casi podían tocarse los obstáculos y barreras que se interponían entre ambos.

Era como si Brad y ella tuvieran que correr cada día una maratón antes de poder disfrutar de unos momentos de intimidad: “Llévame…

déjame…

recógeme…

dame…

Puedo…? ¿Te importaría…? ¿Dónde está mi…? ¿Cómo, cuándo, qué…?".

Al doblar la esquina del pasillo, le vio en el dormitorio.

Algunas veces aún se extasiaba ante él.

Brad Clarke era la perfecta definición del hombre guapo, alto, moreno.

Medía más de un metro ochenta, llevaba el pelo corto y tenía ojos castaño oscuro y hombros atléticos.

Completaban sus encantos unas estrechas caderas, unas piernas largas y un modo de sonreír que siempre había hipnotizado a Page.

Estaba inclinado sobre una maleta abierta en la cama, y cuando su mujer cruzó el umbral enderezó la espalda con una sonrisa espaciosa, prolongada, exclusiva para ella.

– ¿Cómo ha ido el partido? -preguntó Brad.

Ya no asistía a las competiciones de Andy, pues estaba demasiado ocupado.

Con el apretado programa de los niños y su propia agenda, apenas les veía.

– ¡Fenomenal! Y tu hijo ha sido el héroe de la tarde -afirmó Page, poniéndose de puntillas para besarle.

– Eso dice él.

– La mano de Brad se deslizó, sinuosa por la espalda de su mujer y la atrajo hacia sí-.

Te he echado de menos.

– Yo a ti también.

– Page se acurrucó unos instantes en el pecho de él, antes de atravesar la estancia para dejarse caer en una cómoda butaca mientras Brad reanudaba su quehacer.

Normalmente hacía el equipaje los domingos por la tarde y cuando no había más remedio (o sea, con bastante frecuencia) partía en viaje de negocios unas horas más tarde.

Pero a veces, si le sobraba algún rato perdido, preparaba la ropa el sábado para tener más tiempo libre el domingo-.

¿Por qué no enciendes la barbacoa? Fuera hace un tiempo delicioso, y he descongelado unos filetes.

Seremos nosotros dos y Andy.

Allyson ha quedado con Chloe.

– Me gustaría mucho -dijo Brad, y se acercó a su esposa con cara de circunstancias-, pero no he podido reservar plaza para el vuelo de Cleveland de mañana por la noche.

Tengo que viajar hoy, en el avión de las nueve.

Saldré de casa a eso de las siete.

– Page se demudó.

Había pasado toda la tarde ansiosa por verle, por gozar juntos de una velada tranquila, sentados en el jardín a la luz de la luna-.

Lo siento de veras, querida.

– Yo aún más.

– Era obvio que la noticia había entristecido a Page -.

No he dejado de pensar en ti en todo el día.

Sonrió a su marido, que se liabía sentado en el brazo de un sillón.

Intentaba no perder el buen humor, y a estas alturas ya debería haberse acostumbrado a las ausencias de Brad, pero todavía le dolían.

Cada vez le extrañaba más-.

Supongo que un domingo en Cleveland no es precisamente el sueño de tu vida.

Sentía lástima por él.

En la agencia de publicidad donde trabajaba le exigían demasiado.

Pero era la estrella, el hombre que echaba el lazo a los clientes potenciales.

En la empresa era ya legendaria su capacidad de aglutinar clientes nuevos como si fuesen corderitos y, más excepcional aún, de conservarlos.

– Como igualmente estoy atrapado, he pensado que podría jugar al golf con el director de la compañía que tengo que visitar.

Le he llamado hace un rato y me ha citado en su club para mañana.

Por lo menos, anticipar el viaje no será una absoluta pérdida de tiempo.

– Brad besó en los labios a Page, quien notó un sensual hormigueo que conmovía todo su ser-.

Preferiría quedarme contigo y con los chicos -susurró Brad al abrazarse ella a su cuello.

– Me sobran los chicos -dijo Page con voz ronca.

Brad rió.

– Me seduce la idea…

Guárdala hasta el martes por la noche.

Estaré en casa a la hora de acostarnos.

– De acuerdo, el martes te lo recordaré -musitó ella plantándole otro beso, en el instante en que Andy irrumpía como un ariete en la habitación.

– Allie ha dejado las patatas fuera de la bolsa y Lizzie se está dando un atracón.

¡Va a llenar la cocina de vómitos! -Lizzie, su perro labrador, tenía un apetito voraz y un estómago de delicadeza singular-.

¡Ven corriendo, mamá! Se pondrá malísima si dejas que las devore todas.

– Bien, vamos allá.

Page sonrió con resignación y Brad le dio una cariñosa palmada en el trasero cuando se alejó hacia la cocina en pos de Andy.

Tal y como el niño había anunciado, cubría el suelo una alfombra de erujientes pedacitos de patata.

En el momento en que ellos entraron, Lizzie se disponía a engullir las últimas.

– ¡Qué desastres haces, Lizzie! -la regañó Page mientras barría el desaguisado y ansiaba, una vez más, que Brad no se fuera a Cleveland.

Le habría hecho verdadera ilusión pasar unas horas a su lado.

Parecía como si su vida perteneciera a todo el mundo salvo a ellos mismos, y justamente hoy sentía una intensa necesidad de gozar de unos momentos de paz junto a su marido.

Se volvió luego hacia Andrew sin hacer caso a Lizzie, empeñada en lamer los restos de patatas que sujetaba en la mano-.

¿Te gustaría salir de juerga con tu anciana madre? Papá tiene que marcharse a Cleveland, y he pensado que podríamos ir a tomar una pizza.

– También podían comerse la pizza en casa, o los filetes que había descongelado para toda la familia, pero de pronto le horrorizaba quedarse allí sin Brad.

Además, siempre lo pasarían mejor en la calle-.

¿Qué me dices? -¡Será estupendo! -exclamó el niño y, exultante, condujo a Lizzie fuera de la cocina.