– ¡Claro que he mirado! -chilló Brad-.
Se ha fugado de casa.
Tengo aquí una nota suya.
¿Y qué dice? -Page miró nerviosamente a Trygve y extendió una mano, que él cogió entre las suyas y estrechó con vigor.
– La letra es infernal, pero por lo que he podido descifrar cree que es el único culpable de nuestras desavenencias, que estamos disgustados con él, y se va para que seamos felices.
– Brad hablaba al borde del llanto-.
He llamado a la policía y me han dicho que llegarán en pocos minutos.
Será mejor que vuelvas a casa.
Seguramente Andy nos ha visto pelear.
¡Dios mío, Page! ¿Dónde se ha metido? -No tengo ni idea -dijo ella, inerme y aterrada-.
¿.Le has buscado fuera? Quizá se ha escondido en el jardín.
Lo he registrado todo antes de avisar a la policía.
No está en casa ni en las inmediaciones.
– ¿Sabe mi madre lo ocurrido? -preguntó Page, aunque obviamente no les sería de mucha ayuda.
Brad contestó con una nota de irritación: -Sí.
Según ella, está jugando tranquilamente en casa de un amigo.
A las diez de la noche, y a su edad, es una teoría poco plausible.
– Pero que la define muy bien.
Déjame adivinarlo.
Tras pronunciar su máxima, mi madre te ha asegurado que mañana todo se habrá aclarado y Alexis y ella se han acostado.
Clarke rió a su pesar.
– Al menos, con ellas nunca te llevas sorpresas.
– Hay cosas que no cambian.
¿Podrías venir a casa? -Voy enseguida.
– Page colgó y miró a Trygve-.
Andy se ha ido de casa.
Nos ha dejado una nota diciendo que no quiere que riñamos más y que él es el culpable de todo.
– Las lágrimas anegaron sus ojos mientras evocaba el contenido del mensaje.
Thorensen la abrazó-.
¿Y si sufre algún percance? Los secuestros de niños son frecuentes estos días.
– Era lo único que les faltaba.
Page ya no podía resistir más desgracias.
– Estoy seguro de que la policía lo traerá sano y salvo.
¿Quieres que te acompañe? -No lo considero oportuno.
No podrías hacer nada y tu intervención lo complicaría todo.
Trygve asintió y, a paso ligero, acompañó a Page hasta el coche.
Antes de separarse, la besó y le dio un cariñoso apretón en el brazo.
– Todo se resolverá, Page.
Le encontrarán en un santiamén.
¡ Oh, Dios! Eso espero.
– Yo también -dijo Trygve, y agitó la mano al alejarse la camioneta.
¡ Vaya nochecita! La policía ya estaba en casa cuando Page llegó.
Un agente anotó toda la información que le dieron sobre los amigos de Andy, a qué hora iba al colegio y qué ropa llevaba aquel día.
Fueron al exterior y peinaron la zona con linternas.
Page les entregó dos fotografías recientes del niño.
Como era de esperar, su madre y Alexis no salieron de sus habitaciones.
La clave de su juego era no afrontar, ni siquiera escuchar, nada que fuese ingrato.
Y eran verdaderas expertas en ello.
De los dormitorios no surgió el más leve ruido.
Los coches de policía patrullaron por el vecindario y poco después regresaron para comprobar si Andy no había aparecido por su propio pie.
En el instante en que se disponían a partir de nuevo, sonó el teléfono.
Era Trygve.
– Tu hijo está aquí -dijo a Page-.
Bjorn le había cobijado en su habitación.
Le he dicho que eso no está bien y él me ha respondido que Andy no volverá nunca a casa porque es muy desgraciado.
Con los ojos humedecidos, Page hizo una señal a Brad.
– Está con Trygve.
¿Por qué? -preguntó Clarke con asombro.
Las chicas eran uña y carne, pero no había ningún Thorensen de la edad de Andy.
– Es amigo de Bjorn.
Ha corrido a su lado porque se siente infeliz con nosotros.
– Los padres de Andy intercambiaron una mirada larga y afligida, y Page se dirigió otra vez a Trygve-.
Ahora mismo iré a buscarle.
– Daba gracias al cielo por haber hallado a su hijo.
Trygve suspiró también con alivio, aunque un poco violento por lo que tenía que decirle.
– Andy no quiere veros.
Page pegó un respingo.
– Pero ¿por qué? -Dice que Brad preferiría que el ausente fuese él en vez de Allie.
Según la versión del niño, esta noche os ha oído discutir por su causa y Brad ha montado en cólera.
– Se ha enfadado conmigo, no con Andy.
Pensaba, erróneamente, que le había contado lo de su amante.
– El no lo ha entendido así.
También ha dicho a Bjorn que cree que su hermana ha muerto y que os habéis confabulado para engañarle.
Está convencidísimo.
Lo lamento, Page, pero tienes que saberlo.
– Debería haber permitido que la viera.
– Es un grave dilema.
Yo de ti habría hecho lo mismo.
Con Bjorn no tenía alternativa, ya que Chloe estaba mejor que Allyson, y además mi hijo ya es mayor.
Su problemática es otra.
– Iré a recogerle.
¿Por qué no dejas que os lo llevemos nosotros? Está tomando una taza de chocolate caliente.
Le acompañaremos en cuanto termine.
– Gracias -dijo Page, conmovida y colgó.
A continuación se lo contó a Brad.
– Tendremos que hablar con él -sugirió él, apesadumbrado.
– Antes debemos centrarnos nosotros.
No podemos continuar así mucho tiempo más.
– Page exhaló un profundo suspiro y añadió-: Lo primero que haré es llevarle a ver a su hermana.
Llamó a la comisaría para anunciar que habían encontrado a Andy en casa de un amigo.
El policía se alegró mucho de la buena nueva.
Media hora más tarde, Andy apareció con Trygve y Bjorn.
Entró en la casa triste y pálido.
Page prorrumpió en llanto al verle.
Le rodeó con brazos maternales y le dijo cuánto habían sufrido y lo mucho que ambos le querían.
– Por favor, no lo hagas nunca más.
Podría haberte sucedido algo terrible.
– Creía que estabais furiosos conmigo -balbuceó el niño entre sollozos, mirando de soslayo a Brad, que no pudo contener sus propias lágrimas.
Los Thorensen ocuparon un discreto segundo plano.
– Ni papá ni yo tenemos nada contra ti -declaró Page-.
Y Allie no ha muerto.
Está muy enferma, tal y como ya te conté.
– Entonces ¿por qué no puedo visitarla? -preguntó el niño con suspicacia, pero esta vez su madre le sorprendió: -La visitarás.
Mañana iremos juntos a verla.
– ¿De veras? ¿No me engañas? Una ancha sonrisa iluminó la cara de Andy.
Todavía no sabía qué le esperaba en la U C I, una Allie inmóvil que no podría hablarle, que ni siquiera físicamente se parecía a la hermana que él recordaba e idolatraba.
Pero necesitaba verla y asumir la realidad, al igual que su madre.
– Pensaba que Allyson estaba muerta -terció Bjorn.
– Lo sé -repuso Page, y le agradeció que se hubiera ocupado de Andy.
– Somos colegas -proclamó el chico con orgullo.
Page les llevó a los dos a la habitación de Andy y Bjorn la ayudó a acostar al pequeño.
Mientras ella daba a su hijo un beso de buenas noches, el joven Thorensen volvió a la cocina en busca de su padre.
– ¿Va a abandonarnos papá? -preguntó Andy cuando su madre hubo apagado las luces.
– Lo ignoro -contestó Page-.
En cuanto lo averigüe, te lo comunicaré.
Pero, pase lo que pase, recuerda que tú no tienes nada que ver.
No estamos enojados contigo, sino entre nosotros.
– ¿Es por culpa de Allie? El niño buscaba un chivo expiatorio.
Lamentablemente, no lo había.
– No es culpa de nadie -trató de explicar Page-.
Ha sucedido y ya está.
– ¿Como el accidente? -inquirió Andy.
Su madre asintió.
– Sí, algo así.
A veces salta la chispa y no hay nada que hacer.
– Siempre me decías que estabais cansados, que por eso perdíais los nervios.
– Y lo estamos, pero también hay otros factores…
factores que no guardan ninguna relación contigo, líos de adultos.
Palabra de honor.
– El niño asintió con la cabeza.
El panorama no era muy alentador, pero la verdad le resultaba más asequible que sus propios temores.
iSe había sentido tan culpable!-.
Te quiero con toda mi alma, Andy.
Y papá también.
El niño echó los brazos al cuello de su madre y le estampó un beso.
– Yo también os quiero.
¿En serio vas a dejarme ver a Allie? -Tenlo por seguro.
Page besó a su hijo y se encaminó hacia la puerta.
Andy le pidió que le enviase a Brad.
Cuando su padre entró en la alcoba, ella fue a despedir a los Thorensen y agradecerles por haber cuidado al pequeño.
Trygve sonrió.
– Que duermas bien -dijo a media voz, cálido, y ella notó cómo se fortalecían sus lazos afectivos.
No tenía secretos para él y, poco a poco, sus familias se iban vinculando.
También Brad notó algo.
De vuelta en la cocina, le lanzó una mirada inquisitiva.
– ¿Qué hay entre vosotros? -preguntó a bocajarro.
– Nada.
De todos modos, ésa no es la cuestión.
– Ya lo sé.
Era mera curiosidad.
Me gusta ese hombre, y he pensado que quizá te sientes atraída por él.
Es un tipo estupendo.
– En las últimas semanas hemos pasado muchas horas juntos en el hospital.
Es un buen padre y un gran amigo.
Brad examinó detenidamente a su mujer, que estaba en el otro extremo de la estancia.
– Yo apenas si te he hecho compañía -murmuró, y desvió con pudor sus ojos llorosos-.
No soporto ver así a mi hija, tan maltrecha, tan deformada.
Está casi irreconocible.
– En efecto.
Yo intento no pensar en ello y preocuparme sólo de atenderla.
Clark asintió con gesto de admiración.
El no poseía el autodominio de Page.
¿Qué vamos a hacer con nuestras vidas? -preguntó, al tiempo que abría la puerta del jardín-.
¿Por qué no hablamos fuera? Así no podrán oírnos.
Page accedió y ambos se sentaron en sendas tumbonas.
Fue él quien tomó la iniciativa.
– Vamos de mal en peor, Page.
En un principio creí que podríamos concedernos un compás de espera hasta haber analizado todos los puntos.
Pero nunca paro en casa y tú estás muy irascible.
Vivo dividido en mil pedazos.
Cada vez que vengo veo el rostro anhelante de Andy, o la expresión de tus ojos, tan coléricos y dolidos, o bien compruebo mi propia reticencia a visitar a Allie…
– Además, Stephanie le presionaba para que se mudara a su piso, pero él aún no tenía la total certeza de estar preparado-.
Quizá debería instalarme solo en un apartamento.
Yo preferiría quedarme aquí, pero mi presencia no beneficia a nadie.
Lo había meditado largo y tendido.
En un primer momento Page también quiso que Brad siguiera viviendo en el hogar conyugal, pero no a costa de tanto sufrimiento.
Así era una pesadilla, y ambos lo sabían.
Debían admitirlo.
Su matrimonio había terminado.
Aspiró hondo antes de expresarlo con palabras.
Una vez las hubo dicho, apenas podía creer que hubieran salido de sus labios.
Si alguien se lo hubiera pronosticado un mes atrás le habría tildado de loco.
– Opino que debes marcharte -aseveró en poco más que un suspiro.
– ¿De veras? -inquirió él con estupor.
En cierto modo, era un descanso oírla hablar así.
– Sí -dijo Page, moviendo despacio la cabeza-.
Ya es hora.
Todas estas semanas hemos vivido en un permanente engaño.
Me temo que lo nuestro había acabado mucho antes de que yo lo supiera.
Tú nunca me habrías confesado lo que hacías, que llevabas una doble vida, a menos que en el fondo de tu corazón estuvieras decidido a abandonar la actual.
El día que me lo dijiste no fui capaz de entenderlo.
– Quizá tengas razón -convino Brad-.
Y quizá entonces debería haberme callado.
– Pero ahora no podía volverse atrás, no podía retractarse…
y tampoco lo deseaba-.
Me gustaría conocer las respuestas, Page.
– Y a mí también.
– Page estudió los ojos de Clarke, meditando cómo habían llegado a aquel callejón sin retorno.
¿¡El accidente de Allie fue la causa o sólo el elemento catalizador? Su relación tenía que estar ya resquebrajada, o de lo contrario no se habría hecho añicos tan fácilmente-.
Siempre creía que vivíamos muy unidos -se lamentó al evocarlo-.
Ni siquiera ahora consigo discernir en qué nos equivocamos, qué hicimos…
o qué dejamos de hacer.
– Tú no tienes nada que reprocharte -dijo él honestamente-.
Soy yo quien ha pasado largo tiempo jugando a dos bandas.
¿Cómo ibas a saberlo? -Sí, claro -susurró Page, de súbito reconfortada por no haberse enterado antes.
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