Los dieciséis años que habían compartido serían ahora un recuerdo entrañable.
Aún le costaba creer que se hubieran ido a pique -.
¿Qué le diremos a Andy? -Su faz volvió a ensombrecerse.
Era demencial estar allí sentados dirimiendo sus problemas como quien hace los preparativos de una fiesta, un viaje o un funeral.
Aborrecía cada minuto de aquella conversación, pero era inevitable y no debía flaquear-.
Tenemos que hablar con él cuanto antes.
– Estoy de acuerdo.
Supongo que habrá que decirle la verdad, que soy un completo imbécil.
Page sonrió a su marido en la penumbra.
Algunas veces sí que era un imbécil, pero todavía le amaba, pese a saber que estaban sentenciados.
Aunque su destrucción sólo había durado tres semanas, era ya insoslayable.
Los cimientos de su matrimonio se habían socavado y finalmente toda la estructura se derrumbó.
De hecho, había sido un proceso progresivo.
Y su ignorancia de lo que se preparaba no había disminuido el impacto del derrumbamiento.
Los escombros caían en cascada.
– ¿Adónde piensas ir? -preguntó sin perder la calma-.
¿Te quedarás a vivir con ella? Ya se había quedado, al menos parcialmente, a juzgar por las revelaciones telefónicas de su conocida.
– Todavía no lo sé.
Stephanie lo quiere, pero necesito un respiro.
– No iba a ser fácil para la nueva pareja.
Su relación se había edificado sobre el engaño, el sexo y la trampa.
Era muy difícil consolidar nada con tales bases, y Brad empezaba a vislumbrarlo-.
¿Cuándo quieres que me marche? Por un instante, Page anheló que aún pudiera ser el hombre que ella siempre había soñado.
Pero era eso, un sueño.
– Antes de que marquemos más a Andy y a nosotros mismos -dijo con más aplomo del que sentía-.
Nuestra vida se deteriora a pasos agigantados.
– Estás muy indignada, y con razón -reconoció Brad.
Aquélla era la conversación más civilizada que habían mantenido desde el fatídico accidente.
Era una lástima que sólo hubieran recuperado el sentido común para poner el colofón-.
Procuraré no agravar las cosas mientras me organizo.
Mañana tengo que ir a Nueva York.
Regresaré el jueves, y tal vez el fin de semana ya haya resuelto algo.
¿Cuánto tiempo crees que pasará aquí tu madre? -Era complicado zanjar su matrimonio y su mudanza definitiva con la suegra en la habitación de huéspedes.
Pero la respuesta de Page le dejó boquiabierto.
– Mañana por la mañana les pediré que se marchen.
No quiero tenerlas más tiempo en mi casa.
Es perjudicial para mí…
y para Andy.
Page se estaba desprendiendo de todos: de él, de su madre y de Alexis.
Cada uno a su manera, la utilizaban y la herían, y aquella misma noche, durante su charla con Trygve y también luego, tras el conato de fuga de Andy, había comprendido que era el momento de cortar.
– No sabes cuánto te respeto -dijo Brad quedamente, sintiendo la brisa nocturna-.
Siempre te he respetado.
Ignoro en qué instante comencé a fallar.
Supongo que fui incapaz de apreciar lo mucho que podías darme.
– Tenía veintiocho años cuando se casaron, pero nunca había renunciado totalmente a la idea de que su libertad estaba por encima de todo, y ahora debía pagar un alto precio por su inmadurez-.
Te irá mejor en cuanto yo desaparezca.
Podrás rehacer tu vida.
– También me sentiré sola.
Esta ruptura no es sencilla para nadie -replicó Page, siempre sincera, y escudriñó a Brad en la penumbra-.
¿Qué haremos con Allie? -No podemos hacer nada.
Eso es justamente lo que me desespera.
No sé cómo puedes pasarte los días y las noches sentada a su cabecera.
Yo enloquecería.
– Eso ya lo he asumido.
Pero ¿y si no vuelve en sí? -murmuró Page.
– Prefiero no pensarlo.
¿Y si despierta y ya no es nuestra Allie? ¿Y si queda igual que Bjorn Thorensen? Sabiendo cómo era antes, nunca lo superaré.
Pero, nos guste o no, habrá que aceptar lo que ocurra.
Al principio creía que había alternativas, luego he visto que no.
Aunque entonces quizá sí las teníamos.
Podríamos haber optado por no operarla y dejarla morir.
¡ Qué horror! Sin embargo, hicimos lo más apropiado y tampoco ha habido una evolución.
"Hay algo que querría decirte a ese respecto, Page.
Si Allyson permanece en coma indefinidamente, no debes encerrarte en el hospital, o arruinarás tu propia existencia.
Antes o después tendrás que tomar una decisión.
– Aquella observación todavía era prematura.
El siniestro se había producido hacía apenas tres semanas, y había posibilidades reales de que Allyson saliera del coma-.
No quiero que malogres así tu vida -insistió Brad, casi como una súplica-.
Mereces algo mucho mejor…
y mucho mejor de lo que yo podría ofrecerte.
Page asintió y ocultó el rostro entre las manos, tratando de no pensar en lo que sería de ella cuando Brad se fuese.
Alzó por fin la vista al cielo y contempló las estrellas, recapacitando por qué se había torcido todo y habían llegado tan lejos, cómo podía haberles sucedido aquella tragedia, a ellos…
y a Allie.
CAPITULO XIII
La mañana siguiente, Page esperó pacientemente a que su madre se levantara y, cuando lo hizo, preparó el desayuno para ambas mujeres y lo sirvió en la mesa de la cocina.
Después les dijo con gran serenidad que tenían que irse, que una semana era ya tiempo suficiente y que aquél no era el mejor momento para tenerlas en casa.
No hizo ninguna alusión a la escena de la víspera, ni presentó ninguna disculpa, pero sus parientes debieron de captar su determinación, porque ninguna objetó.
Su madre comentó que David extrañaba mucho a Alexis y que ella debía volver para ocuparse de remozar la pintura del apartamento.
Eran las excusas perfectas, aunque a Page la tenían sin cuidado.
Quería que aquella misma noche estuviesen fuera de su casa y, para pasmo de su madre, ya les había reservado dos plazas de primera clase en el vuelo de las cuatro de la tarde.
También había alquilado una limusina para que pasara a recogerlas y las llevase al aeropuerto.
El coche estaría en la puerta a las dos en punto, con tiempo más que sobrado.
Podían comer en casa antes de irse, e incluso, si les apetecía, hacer una última visita a Allyson.
– Ve-verás -balbuceó Maribelle-, es que me cuesta mucho hacer las maletas.
Y Alexis me decía ahora mismo que ha amanecido con una fuerte migraña.
Desde luego, si deseas que veamos a Allyson podríamos aplazar la marcha para mañana.
Mientras a Page le quedara un hálito de vida, eso estaría fuera de toda discusión.
No dejaría que prolongasen su estancia ni medio segundo más de lo imprescindible.
Debía tomar las riendas de su futuro.
Haciendo acopio de fuerzas, le había pedido a Brad que se fuese, y ahora sólo restaba facturarlas a ellas a Nueva York.
– No creo que a Allyson le importe -dijo jocosamente, pero sus parientes se lo tomaron en serio y le encomendaron que transmitiese a la enferma el cariño de ambas.
Page se quedó para despedirlas y, en cuanto se hubieron ido, cambió las sábanas, puso en marcha dos lavadoras y pasó el aspirador por toda la casa.
Tenía la sensación, al ocuparse de aquellas tareas, de que plantaba la primera piedra para reordenar su vida.
La despedida había sido muy fría, en contraposición a los fuegos de artificio de la noche anterior.
Alexis había estrenado sombrero, su madre llevaba uno de los vestidos nuevos que compró en San Francisco, y las dos besaron el aire en algún lugar cercano a las mejillas de Page y desaparecieron en la limusina, observadas por esta última.
Sintió una oleada de satisfacción al limpiar la casa y constatar, una vez más, que se habían ido.
El alivio fue especialmente intenso cuando arregló la habitación de Allyson, aunque se llevó un sobresalto al descubrir la ingente cantidad de laxantes que había olvidado Alexis.
Su hermana estaba muy enferma, como ella bien sabía, pero nadie más parecía darse cuenta, o quizá lo veían y les era indiferente.
Alex se obstinaba en diluirse junto con todos sus traumas del pasado, y aquél era un método horrible de hacerlo.
Deseaba, a su propia manera, volver a la infancia, ser una niña normal como antes de que la violase su padre.
A las cuatro, Page fue a buscar a Andy a la salida de la escuela sintiéndose más libre que en varias semanas, y desde luego mucho más que después del accidente.
El niño le preguntó si podían detenerse en un puesto de flores para comprar un ramo de rosas.
Page le sugirió que tal vez le gustaría regalárselas a Chloe en su habitación del hospital, porque a Allyson no le permitían tenerlas en la UCI, y el pequeño asintió.
Estaba muy nervioso porque iba a ver a su hermana, y no cesó de hablar de ella durante el trayecto, así que Page hubo de prepararlo para lo que iba a encontrar.
– Ya lo sé, mamá -dijo él con aires de suficiencia-.
Está como dormida.
– No -puntualizó la madre-, está diferente.
Su cabeza está cubierta por un grueso vendaje, tiene las piernas y los brazos muy delgados, y en su garganta hay un tubo que le ayuda a respirar, conectado a un aparato que le suministra oxígeno.
Resulta un poco impresionante, sobre todo la primera vez.
¿Entendido? Puedes hablarle, pero ella no te responderá.
– Lo sé.
Allie duerme.
El niño se consideraba muy importante porque iba a visitar a Allie, y se lo había contado a todos sus compañeros de clase.
Cuando llegaron al aparcamiento del hospital casi saltó del coche y, ya en el vestíbulo, tiró con impaciencia de la mano de Page.
Habían comprado rosas para Chloe, y para su hermana Andy había escogido una preciosa gardenia.
– Le entusiasmará -dijo muy ufano, poniéndola en alto.
Sin embargo, y a pesar de todas sus advertencias, Page notó que se quedaba de piedra al ver a Allyson.
Además, por alguna razón, Allyson tenía peor aspecto que otros días.
Estaba de un gris ceniciento y le habían cambiado el vendaje, que parecía más voluminoso y más blanco, haciendo muy evidente la pérdida de la melena.
Y se diría también que habían incrementado el número de máquinas.
No era así, naturalmente, pero fue la impresión que tuvo Page al observar cómo la miraba Andy.
Al fin, el niño avanzó unos pasos vacilantes y depositó la gardenia en la almohada, junto a su hermana.
– Hola, Allie -musitó con los ojos muy abiertos, y luego tocó la mano inerte, lo que provocó dos lagrimones de Page-.
No te esfuerces, ya sé que estás lejos de aquí.
Me lo dijo mamá.
Pasó un buen rato mirando a su hermana, acariciándola, hasta que se inclinó hacia ella para besarla.
Todo cuanto la rodeaba olía a hospital, excepto la gardenia que él le había llevado.
– Papá se ha ido a Nueva York -le explicó-, y mamá me ha prometido que podré volver a verte un día de éstos.
Perdona que haya tardado tanto en venir.
– En la unidad sólo se oía el pulsar de las máquinas.
Page lloraba calladamente, observada por las enfermeras -.
Te quiero, Allie, y la casa sin ti no es nada divertida.
– Andy se moría de ganas de contarle a su hermana que papá y mamá se habían declarado la guerra, pero no se atrevió a mencionarlo.
También deseaba instarla a volver a casa.
Echaba mucho de menos a su hermana mayor-.
¡Ah! Y he conocido a un nuevo amigo.
Es Bjorn, el hermano de Chloe.
Tiene dieciocho años, pero es como si no.
– Dio media vuelta, sonrió a su madre y le sorprendió verla sollozar-.
¿Qué te pasa, mamá? -Estoy bien -dijo ella, devolviéndole la sonrisa a través de las lágrimas.
Se sentía orgullosa de su hijo y le quería intensamente.
Además, se alegraba de haberle llevado al hospital.
Andy necesitaba realmente ver a su hermana.
Aunque Allie muriese, siempre le quedaría el consuelo de haberse comunicado con ella, de haberse despedido.
No desaparecería en el vacío de una noche eterna.
Andy habló aún un rato con Allyson, antes de girarse hacia Page y anunciar que ya podían ir a visitar a Chloe.
Antes de marcharse, miró largamente a su hermana y se puso de puntillas para darle otro beso.
– Nos veremos pronto, ¿de acuerdo? Pero tú, Al, intenta despertarte.
Todos te echamos de menos.
Te quiero, Allie -dijo, y cogió la mano de su madre y dejó la UCI con su ramillete de rosas para Chloe.
Ya en el pasillo, una vez hubo recobrado la compostura, Page besó a su hijo y ensalzó su conducta.
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