Ver a Chloe le resultaba una experiencia agridulce, y Trygve lo sabía.
– ¡Qué trance hemos vivido! -exclamó Thorensen y suspiró-.
Hay momentos en que creo que ninguno de nosotros volverá a ser el mismo.
Ni uno solo de los afectados ha quedado intacto.
– Y, menos que nadie, Phillip y Allie¿Cómo te van las cosas? -preguntó con una afable sonrisa.
Apenas la había visto en las dos semanas que llevaba separada de Brad.
La había añorado terriblemente, pero sabía lo traumático que había sido el abandono de Brad y quería darle tiempo para que se adaptase.
Ella lo había comprendido y apreciaba aquel gesto, aunque también echaba de menos su estimulante compañía, la calidez de su amistad y de sus sentimientos.
Trygve estaba siempre alerta a sus necesidades, sin que ella tuviera que decirle nada.
– No van mal -contestó con entereza, aunque había sido más arduo de lo que esperaba.
– Te he echado de menos -repuso Trygve y la miró a los ojos.
– Y yo a ti.
No me figuraba que las rupturas pudieran generar tanta tristeza, tanta nostalgia.
Claro que, en algunos aspectos, también ha sido un descanso.
Al final el ambiente se había enrarecido tanto que vivía en una constante zozobra.
La paz de ahora es mejor, aunque también duele.
En ciertos momentos me siento renovada, valiente, pero en otros estoy…
– Page buscó el término exactodesamparada.
– Había pasado mucho tiempo casada y no se habituaba a vivir sola.
– No estás desamparada y no has perdido ninguna protec ción.
Siempre fuiste tú, no Brad, quien veló por la unión de la familia.
Era cierto, y Page había empezado a entenderlo.
Clarke apenas se había acercado al hospital en aquellas dos semanas.
Sólo había ido dos o tres veces.
Por lo menos, todavía se responsabilizaba de Andy.
– Sí, lo sé.
¡Qué desconcertante es todo! Después de dieciséis años, tienes que retroceder al punto de partida, y aparte del marido te faltan algunas toallas, varias piezas de plata y la tostadora buena.
Page esbozó una sonrisa irónica.
El problema era más grave que disputarse cuatro objetos, pero le fastidiaba que Clarke se los hubiera quitado.
– Da mucha rabia, cverdad? -dijo Trygve-.
Dana repartió nuestras pertenencias con un rigor matemático.
Se llevó una de dos lámparas gemelas y la mitad exacta de las sillas de la cocina, las ollas, las sartenes y la cristalería.
Me lo dejó todo desparejado, y reniego cada vez que hago una tortilla o que tengo invitados a cenar, porque casi todo ha volado a Inglaterra.
– Mi caso es similar -repuso Page entre la risa y la acritud-.
Al principio, Brad dijo que no quería nada.
Ahora resulta que Stephanie está peor equipada de lo que él imaginaba.
Casi todos los días llego a casa y descubro que ha desaparecido algo, y en su lugar hay una nota explicándome que se lo queda nna cuenta de su lote".
No sé cómo se lo monta, pero siempre hace las rapiñas en mi ausencia.
Ayer mismo se llevó la mitad de una cubertería de plata que me había obsequiado mi madre.
– Ve con cuidado.
Estas pequeñeces suelen enturbiarlo todo.
– No lo pongo en duda.
Manoplas, cazos de cocina, esquís…
Es apabullante cómo se va reduciendo el campo.
¡Cuánta mediocridad! Es un mercadillo de compraventa de emociones.
Thorensen rió, pero la imagen no podía ser más justa.
A continuación hizo una pregunta que no se había decidido a formular: -¿Qué vais a hacer en vacaciones? -¿Vacaciones? ¡Oh, Dios, ya no me acordaba de que esta semana entramos en junio! No lo sé.
En todo caso, no pienso dejar a Allie.
¿Y si no hay cambios para entonces? ¿No crees que podrías marcharte a algún lugar cercano? -Trygve estudió a su amiga expectante.
Ella sonrió.
Le había planteado una cuestión crucial.
¿Y si Allie no reaccionaba? ¿Se ausentaría unos días? ¿Tendría arrestos para hacerlo? ¿Emprendería una nueva vida sobre el supuesto de que su hija podía quedar en coma indefinidamente? -¿Qué se te había ocurrido? -preguntó cautelosa, con el pensamiento centrado en su hija.
– Que podríamos pasar un par de semanas en el lago Tahoe.
Solemos ir todos los años y Bjorn disfrutaría mucho si pudiese jugar con Andy.
– Trygve apartó la mirada…
para volver a posarla en Page-.
A mí también me haría muy feliz tenerte a mi lado.
– Me agrada la propuesta -musitó Page-.
Ya veremos.
Todo dependerá de cómo esté Allyson en el momento de marchar.
Por cierto, ¿cuándo será? En agosto.
– Todavía faltan dos meses.
La situación puede dar un giro espectacular: o habrá empezado a progresar, o se estancará en un coma permanente.
– Piénsalo -dijo Thorensen, mirando a su amiga con unos ojos que hablaban por sí mismos.
– Lo haré.
Sus manos se enlazaron en un breve contacto y toda la electricidad que llevaban contenida emergió a la superficie.
Durante el trauma de la separación, Trygve se había abstenido para no confortar ni confundir a Page, pero la había echado en falta terriblemente.
Los Clarke se fueron tarde.
Andy se durmió en el trayecto de vuelta, había tenido un buen fin de semana.
Trygve telefoneó a Page después de acostar a su hijo y tenderse sola en el lecho conyugal.
– Te echo de menos -dijo él.
Ella esbozó una tenue son risa.
Ahora que Chloe había dejado el hospital no se verían tan a menudo, salvo que él fuese expresamente a visitarla al hospital.
Conocía bien sus horarios-.
Te añoro a cada momento -insistió Trygve, con voz profunda y sensual.
En aquella etapa, Page procuraba no pensar demasiado en él.
Deseaba tomarse un tiempo para llorar sobre las cenizas de su matrimonio, aunque también se resentía de la distancia de Thorensen.
Era un buen amigo, un hombre atractivo y una compañía amena-.
¿Cuándo nos veremos? No vamos a pasarnos toda la vida en la sala de espera de la UCI.
– Ambos recordaban las infinitas horas y los besos que habían intercambiado en aquel recinto.
– Espero que no tengamos que encontrarnos allí mucho tiempo más -repuso Page, entristecida.
– Y yo.
Pero, entretanto, ¿por qué no concertamos una cita con todas las de la ley, sin niños ni enfermeras, y ante un plato de comida auténtica en lugar de pizzas picantes? Page sonrió ante aquella imagen.
La idea la seducía.
Hacía años que no la solicitaban así, y sólo de pensarlo se sintió guapa y rejuvenecida.
– Me parece fabuloso.
– Sólo había salido una vez, con su madre, desde el accidente, pero quizá estaba ya preparada para algo más excitante-.
¡.Significa eso que no tendré que cocinar? -¡No! -enfatizó Trygve-.
Ni tampoco habrá estofado noruego ni albóndigas suecas, y mucho menos mantequilla de cacahuete o galletas de montañero.
Será comida de verdad, para personas adultas.
¿Cenamos el jueves en el Silver Dove? -Era un restaurante de Marín, de modo que, si ocurría algún imprevisto, estarían a dos zancadas del hospital.
– Me apetece muchísimo -contestó Page con una ilusión que creía haber perdido.
Trygve siempre se las ingeniaba para hacerla sentir como una verdadera mujer.
Incluso cuando vestía su raído suéter de jardinera y zapatos viejos, a su lado se transformaba en una belleza.
– Te recogeré a las siete y media.
– Perfecto.
Podía dejar a Andy con Jane, o llamar a una canguro.
De pronto, algo cruzó por su mente y soltó una carcajada.
¿Qué pasa? -Estaba pensando que ésta es mi primera cita galante en diecisiete años.
No sé si me acordaré de comportarme a la altura de las circunstancias.
– Tú no te apures por nada.
Yo te enseñaré.
Los dos se echaron a reír como una pareja de adolescentes y continuaron hablando, para variar, de sí mismos y no de sus hijos: del artículo de Trygve, del nuevo mural que había proyectado Page y de la casita de Tahoe.
Thorensen comentó que había localizado a su amigo el periodista, y que este último había iniciado el sondeo sobre Laura Hutchinson y sus aficiones etílicas.
Tal vez quedase todo en agua de borrajas y no aportara pruebas respecto al accidente.
Pero, de alguna manera, Trygve estaba obsesionado con sus sospechas.
– Hasta mañana -dijo por fin, de nuevo con tono seductor.
Al colgar, Page se preguntó a qué obedecía aquel tono.
Obtuvo respuesta al día siguiente, cuando Thorensen se presentó en la UCI con una cesta de picnic y un ramo de flores.
Había estado ayudando a la fisioterapeuta de Allie, tratando de activar sus músculos.
La chica tenía las piernas agarrotadas, tirantes, los pies en una postura rígida, los codos doblados, los brazos anquilosados y las manos como garfios.
Tenía que ejercitarse con mucho ahínco para mover, estirar o aflojar cualquiera de los miembros.
Su cuerpo, al igual que su mente, se negaba a responder.
Las sesiones terapéuticas eran agotadoras y Page se alegró de ver a Thorensen.
– Venga, salgamos a la calle -propuso Trygve, viendo lo exhausta y desmoralizada que estaba-.
Hace un día esplendoroso.
En efecto, el sol ya calentaba y el cielo exhibía un azul inmaculado.
Era lo que cualquiera esperaría de una mañana de junio en California.
En cuanto respiró el aire estival, Page se sintió mejor.
Se sentaron en la hierba, rodeados de enfermeras, estudiantes y médicos residentes, y dejaron pasar el tiempo.
Todo el mundo parecía estar enamorado e indolente.
– Se acerca el verano -dijo Trygve, tumbándose en el cés ped mientras ella aspiraba embelesada la fragancia de las flores que le había llevado.
Sin pensar, tocó dulcemente su mejilla con los dedos, y él alzó los ojos con una expresión que Page no había visto en ningún hombre durante años, si es que alguna vez la habían mirado así.
De repente comprendió el porqué de su frecuente melancolía-.
Eres bella, bellísima.
Casi pareces noruega -la piropeó Thorensen.
– Pues no lo soy -replicó Page, risueña y hasta coqueta-.
Addison es un apellido de origen británico.
– Yo te encuentro un aire escandinavo.
– Trygve se puso serio y agregó-: Estaba pensando en lo fenomenales que podrían ser nuestros hijos.
¿Tú deseas tener más? Quería conocer plenamente a Page, no sólo su actitud frente a Allie, la fuerza de su carácter o su capacidad como madre, sino también sus facetas menores, los detalles que no habían tenido ocasión de explorar en la angustiosa vigilia por sus respectivas hijas.
– Antes sí lo quería -contestó ella-, pero ya he cumplido los treinta y nueve.
Es un poco tarde, además, estoy muy ocupada con Andy…
iy con Allie! -No siempre será así.
No tardarás en adoptar una rutina con ella.
– Era forzoso que lo hiciera, por su propia supervivencia-.
A mis cuarenta y dos años, no me considero demasiado viejo para procrear.
Me entusiasmaría tener un par de hijos más.
Y tú, con treinta y nueve, podrías llegar a la media docena.
– ¡Menuda ocurrencia! -exclamó Page, antes de abordar el tema con mayor seriedad-.
A Andy le gustaría tener más hermanos.
Lo discutimos una tarde cuando volvíamos a casa después de un partido, pero luego Allie sufrió el accidente y todo cambió.
– Trygve asintió.
Seis semanas después Page ya no vivía con su marido y Chloe nunca sería bailarina, por no mencionar a Phillip, que había muerto, o a Allyson, cuya vida aún corría peligro-.
Aun así, confieso que me atrae la idea de volver a ser madre, al menos una vez más.
Tendré que meditarlo a fondo.
Claro que también deseo reanudar mi trabajo artístico.
Incluso he reflexionado sobre lo que me dijiste el otro día, que podría pintar un mural en la UCI.
Se lo he sugerido a Frances, la enfermera jefe, y me prometió que lo consultaría con la persona adecuada.
– Yo querría poner una nota de arte en mi estudio.
¿Me aceptarías como cliente? Pero ha de ser pagando.
¡Me encantaría! -Espléndido.
¿Por qué no nos reunimos en casa mañana por la noche, después de cenar? Puedes traer a Andy.
¿No te hartarás de mí si ya hemos de vernos el jueves? -preguntó Page con prevención, y a él le hizo mucha gracia.
– No creo que pueda hartarme de ti, Page, ni aunque nos viéramos todos los días y todas las noches.
En realidad, eso es lo que deseo que probemos.
– Ella se sonrojó, y Trygve, que seguía tendido en la hierba, la atrajo hacia sí y la besó-.
Estoy enamorado de ti -le susurró al oído-, muy enamorado.
Jamás me cansaré de tu presencia, ¿me oyes? Tendremos diez hijos, viviremos felices y comeremos perdices -dijo entre risas y besos.
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