Ella se meció alegremente en sus brazos, sintiéndose como una niña.

Era demasiado bonito para creerlo.

Sólo esperaba que durase y que no se tratara de un espejismo.

Finalmente se incorporaron y Page decidió regresar a la UCI.

La agotaba pensar en todo aquello: los ejercicios, la terapia, los aparatos mecánicos, el silencio, la apatía total, la profundidad del coma.

En algunos momentos debía hacer un gran acopio de voluntad, pero siempre volvía.

Nunca fallaba.

Las enfermeras podían guiarse por ella para poner los relojes en hora, ya que todas las noches llegaba puntualmente y pasaba largo tiempo con Allie, acariciando su mano o sus mejillas, hablándole en susurros.

– Te acompaño -dijo Trygve.

Page metió el ramillete en la cesta vacía, cogió su brazo y ambos subieron a la planta riendo, charlando en tonos quedos, ella muy serena y con una nueva dicha dibujada en el rostro.

– ¿Han comido bien? -preguntó una enfermera desconocida cuando llegaron junto a la cama de Allie.

Page se había familiarizado ya con los olores de la UCI, y con sus ruidos, luces y actividad.

– Deliciosamente, gracias.

Sonrió a Trygve al decirlo y, bajo la atenta mirada de él, volvió a su quehacer en la cabecera de la enferma.

Era infatigable, la madre más abnegada que Thorensen había visto nunca, exhortando a Allie a despertar, flexionando sus extremidades, desentumeciendo los dedos, hablando siempre con ternura, tanto si disertaba sobre cuestiones generales como si le contaba alguna historia.

Le estaba describiendo la comida y las excelencias del tiempo cuando, de pronto, Allyson exhaló un débil gemido y ladeó la cabeza hacia su madre.

Page calló y la miró, prendidos los ojos de aquel movimiento.

Allyson volvió a su quietud habitual, flanqueada por las zumbantes máquinas.

Pero Page miró a Trygve con perplejidad.

– Se ha movido.

¡Dios mío, Trygve, se ha movido! -Las enfermeras también lo habían advertido desde su cabina, y dos de ellas acudieron presurosas -.

Ha vuelto la cara hacia mí -les explicó Page con la faz surcada por sendos hilos de lágrimas, y se inclinó sobre Allie para besarla-.

Cariño mío, has movido la cara.

Te he visto…

y te he oído, mi niña querida, he escuchado tu gemido.

Permaneció al lado de su hija, llenándola de besos, y Trygve lloró al contemplarlas.

Una de las enfermeras hizo avisar al doctor Hammerman, que estaba en el edificio, y él se personó al cabo de cinco minutos.

Page le refirió los hechos y Trygve los confirmó.

Las enfermeras lo corroboraron en términos más científicos y mostraron a Hammerman los gráficos de las máquinas de control.

Tanto el movimiento como las ondas del sonido habían quedado registradas en el encefalograma.

– Es difícil interpretarlo -dictaminó él, cauto-.

Podría ser un buen indicio o una mera casualidad.

Ciertamente, no descarto la hipótesis de que haya sido un tímido avance hacia el mundo consciente, pero, señora Clarke, debe comprender que un gesto y un quejido no indican necesariamente que la función cerebral se haya normalizado.

Sin embargo, no quiero desanimarla.

Puede ser un comienzo.

Confiemos en que así sea.

Las palabras del doctor Hammerman fueron conservadoras, pero nada ni nadie podía empañar el júbilo que embargaba a Page.

Aunque aquel día Allie no dio nuevas señales, a la mañana siguiente volvió a hacer lo mismo durante la visita de su madre.

Page telefoneó a Brad a la agencia para comunicárselo, pero le dijeron que estaba en Saint Louis.

Ella le siguió la pista hasta que al fin, por la noche, le localizó en el hotel.

Clarke se congratuló de la noticia, pero no se puso eufórico como era de esperar.

Al igual que el médico, le señaló a su mujer que tal vez no significaba nada.

– Estoy segura de que mi hija me oye, Trygve -se desahogó Page con Thorensen, aún excitada.

Cenaban los cuatro juntos, y era la víspera de su escapada al restaurante Silver Dove-.

Es como si gritaras en la boca de un agujero hondo y oscuro.

Al principio ignoras si hay alguien dentro y no oyes más que el eco.

Yo hace casi siete semanas que doy voces, y nunca escuché un solo sonido, excepto los que yo emitía…

Pero ahora, inesperadamente, alguien me responde, desde el fondo.

No me cabe la menor duda.

Trygve deseaba de todo corazón que estuviera en lo cierto, pero, como los otros, prefirió no alimentar demasiado sus esperanzas.

Durante el resto de la semana Allie rebulló levemente todos los días, pero no abrió los ojos, ni habló, ni dio muestras de entender lo que se le decía.

Sólo gemía y desplazaba un poco la cabeza.

Podía ser un síntoma muy significativo o, como había apuntado el doctor Hammerman, quedar en nada.

La noche del jueves, Page aguardó emocionada que Trygve pasara a recogerla para ir a cenar.

Andy estaba en casa de Jane, donde su madre debía recogerle si regresaba temprano.

En el caso de que trasnochase más de lo previsto, Jane le había asegurado que no le molestaba que el chico se quedara a dormir.

El niño se acostó en la habitación de uno de sus hijos, enfundado en su pijama.

Trygve, por su parte, había llamado a una enfermera auxiliar para asistir a Chloe.

– Estás deslumbrante -elogió a Page con franca admiración.

Lucía un vestido de seda blanca sin tirantes, un aderezo de perlas y un chal azul celeste sobre los hombros que armo nizaba a la perfección con el color de sus ojos.

Llevaba el cabello suelto sobre la espalda, como Allie en otros tiempos, aunque ella lo tenía más corto-.

¡Colosal! -añadió Thorensen.

Page soltó una carcajada, montó en el coche y se encaminaron hacia el restaurante.

Trygve había reservado una mesa para dos en un rincón tranquilo, y Page se llevó una sorpresa al comprobar que algunas parejas bailaban al son de una música romántica.

Era el lugar más idílico que había visto en muchos años.

Se sintió hermosa y halagada cuando se sentaron.

Thorensen pidió un vino especial y hojearon la carta.

él escogió pato asado y ella lenguado a la florentina, ambos tomaron sopa como entrante y Trygve puso el colofón con una mousse de chocolate.

Fue una cena exquisita, un marco de ensueño y una velada inolvidable.

Después bailaron, y Page se estremeció al arrimarse los cuerpos.

Le asombró lo fuerte que era Trygve, fuerte y flexible.

Se le reveló como un consumado bailarín.

Salieron del restaurante a las once.

Page sonrió arrobadamente a Trygve.

Apenas habían probado el vino, pero estaba embriagada por la magia de la noche.

– Me siento como si fuese Cenicienta -dijo, aún arrobada-.

¿Cuándo me convertiré en calabaza? -Espero que nunca.

– Thorensen sonrió, puso música en el coche y la llevó a casa.

Al apearse y acompañarla hasta la entrada, también él se sentía como un chaval ilusionado.

Y cuando la besó junto a la puerta, todo se precipitó.

En el abrazo subsiguiente Trygve se elevó en la cresta de una pasión en auge.

– ¿Quieres pasar cinco minutos? -invitó Page, casi sin aliento.

– ¿.Vas a cronometrarme? -bromeó él-.

¿Es ése mi límite? Ella rió y ambos entraron en el vestíbulo…

y no dieron un paso más.

Page ni siquiera encendió la luz.

Se quedaron allí, besándose a oscuras, y él tanteó ávidamente el cuerpo femenino, abrumado por su belleza y por un deseo incontenible.

– Te amo, Page -murmuró en la penumbra-.

¡Te quiero! Había esperado aquel instante durante dos meses, mientras capeaban el temporal que se había desatado sobre sus vidas, aunque en realidad quizá fueron años, o incluso toda una vida.

Permanecieron los dos muy juntos, acunándose, prodigándose besos y arrullos, hasta que no pudieron contenerse más.

Sin pronunciar palabra, Thorensen la guió hasta su dormitorio y, envueltos en penumbra, la desnudó.

Page lo dejó hacer.

– Eres una preciosidad -susurró Trygve cuando cayó el vestido-.

¡ Oh, Page! La devoró con los labios y con las manos.

Page lo desvistió a él y al fin se irguieron los dos desnudos bajo un tamizado claro de luna.

Luego Trygve la tendió amorosamente sobre el lecho y la acarició hasta que ella gimió de placer, se arqueó y; lo atrajo hacia él.

Su unión fue poderosa, palpitante, entregados ambos a lo que tanto habían ansiado, en tan perfecta comunión que estallaron a un tiempo y al concluir yacieron exhaustos en los brazos del otro, aturdidos por la fuerza de sus sentimientos.

Guardaron un prolongado silencio, mientras Trygve acariciaba con delicadeza el cabello de Page y ella no dejaba de besarle.

– Si hubiera sabido esto hace dos meses, te habría llevado a mi casa conmigo la noche del accidente -musitó.

Page rió complacida.

– No seas bobo…

¡Ah, cuánto te quiero! Lo más sorprendente era que no exageraba.

Trygve Thorensen resultaba ideal para Page en ámbitos en los que Brad nunca había encajado y ella se había negado a admitir, no sólo sexualmente, sino por afinidad de caracteres, temperamento artístico, la naturalidad en el trato o lo bien que sintonizaban ellos con sus hijos.

Ambos eran espíritus protectores, y se aupaban uno a otro con la gratitud de quien sabe que ha vivido mucho tiempo en un túnel y divisa por fin la luz.

Trygve se sentía como un desahuciado que hubiera revivido gracias a aquellos abrazos.

– ¿Dónde estabas veinte años atrás, cariño, cuando más te necesitaba? -bromeó.

– Veamos.

En aquella época trabajaba en el ofj-off Broadz.vay y asistía a clases de arte siempre que podía pagármelas.

!.

– Me habría enamorado de ti con sólo verte.

– Y yo de ti -repuso Page, aunque entonces todavía estaba desequilibrada a causa de la experiencia con su padre-.

¿No es increíble? Podríamos haber vivido un montón de años en la misma comunidad sin conocernos jamás.

Y ahora, aquí estamos, con las vidas de ambos totalmente cambiadas.

– Así es el destino, querida.

El destino que glorificaba y que dnnstruía, y que a ellos les había dado ambos extremos.

Pero era la gloria la que ahora relucía.

Charlaron extensamente hasta que, no sin renuencia, Trygve se levantó.

Tenía que volver a casa, junto a Bjorn y Chloe, y despedir a la enfermera auxiliar.

En el caso de Page, se había hecho tarde para recoger a Andy en casa de Jane.

Eran las tres de la madrugada.

– ¿Vas a quedarte aquí sola toda la noche? -preguntó Trygve horripilado.

Ella asintió-.

No puedo consentirlo.

Acabaron haciendo otra vez el amor, y eran ya las cuatro cuando Page, cubierta con un albornoz, le despidió con un beso en la puerta principal.

¿A qué hora llevas a Andy a la escuela? -preguntó Thorensen entre arrumacos.

Estaba jovial, exultante, en un delirio, y Page también.

Eran como dos amantes juveniles y apasionados que no hallaban el momento de separarse.

– A las ocho.

¿Y cuándo vuelves? -dijo él con afectado tono de desesperación.

– A las ocho y cuarto.

– Estaré aquí a las ocho y media.

¿Dios mío, eres un maníaco sexual! Trygve se apartó un instante y exclamó: ¡ Vaya, ¿no te lo he contado?! Debes saber que ése fue el motivo de que Dana me abandonase.

La pobre estaba consumida.

Los dos se echaron a reír y se dieron un beso más.

La verdad era, por supuesto, que los Thorensen no habían tenido ningún contacto físico en los dos últimos años, y Trygve incluso llegó a pensar que su virilidad se había nnsecado".

Pero, se secara o no, la savia había vuelto a manar…

y a borbotones.

– ¿Qué harás mañana? -preguntó.

– Ir al hospital.

– Vendré a desayunar contigo y te acompañaré.

Page aceptó y él, tras besarla nuevamente, se apartó de sus brazos y se obligó a caminar hacia el vehículo.

Ya en la portezuela, regresó y le dio el beso definitivo.

Los dos soltaron una carcajada y al fin Thorensen consiguió regresar a su casa.

Fiel a su palabra, estaba otra vez allí a las ocho y media.

; Page no le esperaba, pues había creído que hablaba en broma.

Después de ir a buscar a Andy y llevarle al colegio, se puso a trabajar en casa.

Al llegar Trygve hacía la colada, risueña y canturreando.

– Buenos días, mi amor -la saludó él, exhibiendo un ramo de flores.

Era el hombre más romántico y más adorable que Page había conocido-.

¿Cómo está ese desayuno? No pisaron la cocina.

Trygve empezó a besarla una vez más y cinco minutos después estaban en la cama, aún deshecha y tan incitadora como la víspera.