.
¿Crees que a partir de hoy volveremos a hacer algo a derechas? -dijo Thorensen unas horas después, colocándose de lado y admirando el cuerpo de Page.
;, -Lo dudo.
Tendré que renunciar a mis murales.
– Yo dejaré de escribir.
Sus agendas de trabajo eran tan flexibles, sus vidas tan libres y su mutuo deseo tan voraz, que se recrearon pensando en el tiempo que tenían para saciarlo.
– ¿Hay servicio nocturno de guardería en la escuela de Andy? -preguntó él con voz traviesa, entre una nueva andanada de besos.
Pero esta vez Page le echó de la cama.
Eran las once y debía ir al hospital.
Ahora que Allie había empezado a mejorar, aunque fuera mínimamente, no quería desperdiciar ni un solo segundo.
Trygve la acompañó en la UCI la primera hora, y luego fue a casa para trabajar y ocuparse de Chloe.
– ¿Nos vemos esta noche? -sugirió.
Page meneó la cabeza e hizo una divertida mueca.
– Andy estará en casa.
¿Y mañana? -persistió Trygve.
– Mañana pasará el día con Brad.
Page soltó una risita de picardía y la enfermera sonrió.
Era agradable ver buenas caras de vez en cuando.
– ¡Magnífico! -se alegró Trygve ante la perspectiva de que Andy saliese el sábado con su padre-.
¿Qué prefieres comer, caviar o tortilla? Page se acercó a él y le dijo quedamente, para que nadie más la oyese: ¿Qué tal un bocadillo de mantequilla de cacahuete y un revolcón en el heno? -Se rió de su propia ocurrencia y él le dedicó una sonrisa maliciosa.
– Es una idea excelente, cariño.
Ahora mismo voy a prepararlo todo.
¿Lo querrás normal o ración doble? -¡Trygve Thorensen, eres un descarado! -Te amo -dijo Trygve, la besó tiernamente y salió de la UCI.
Era del todo descabellado, pero ella le correspondía.
Ni siquiera al centrar su atención en la figura inerte de Allie se borró de su rostro la expresión beatífica que exhibía.
CAPITULO XVI
Brad le habló a Andy de su relación con Stephanie un sábado del mes de junio y los presentó durante un almuerzo en Prego, un restaurante de Union Street.
Andy la repasó de arriba abajo suspicazmente y ella estuvo muy tensa.
Vestía unos vaqueros blancos ajustados y camiseta roja.
Hasta el niño tenía que admitir que era una mujer guapa, con su cabellera morena y grandes ojos verdes, pero era obvio que le caía antipática desde el momento en que la vio.
Le habló con tono desabrido e incluso fue grosero varias veces en el curso de la comida, desmereciéndola en todo para acto seguido ensalzar el aspecto y las virtudes de su madre.
– Andy -le reprendió su padre ya a los postres-, pide perdón a Stephanie.
Le dirigió una mirada fulminante.
El pequeño proyectó orgullosamente la barbilla y fingió no escucharle.
– No pienso hacerlo -dijo, taciturno, mirando su helado.
– Has sido muy descortés al decirle que tenía una narizota.
Brad se habría reído de aquello de no ser porque Stephanie se sintió visiblemente insultada.
No tenía hijos y aquello no le hizo ninguna gracia.
No encontró a Andy monísimo, sino díscolo y mal educado, y en su opinión Brad debería haberle dado una buena azotaina.
Era el típico niño mimado, y no había dejado de criticarla durante todo el almuerzo.
También le había dicho que llevaba los pantalones demasiado ceñidos y que le faltaba pecho.
Había proclamado que su madre tenía un tipo mucho más esbelto, que era más elegante y más simpática, que cocinaba como nadie, mientras que Stephanie probablemente no sabía ni freír un huevo, y que había pintado un mural en su escuela que causaba la admiración general.
Y sin guió cantando las alabanzas de su madre, a la vez que resaltaba los defectos de Stephanie, ya fueran reales o imaginarios.
Otra cosa que hizo, sin proponérselo, fue poner de relieve que Stephanie no tenía ni idea de tratar a los niños y que su sentido del humor era bastante limitado.
– La detesto -gruñó el niño con tono casi inaudible y con la vista fija en la mesa.
– En ese caso -respondió prontamente Stephanie para adelantarse a Brad-, no te invitaremos a comer nunca más.
Si tanto nos odias, quizás hasta dejemos de sacarte los sábados -dijo despechada.
Brad se sintió violentado.
Quería apoyarla, pero debía ayudar también a Andy…
siempre que se comportase dentro de ciertas pautas.
– Te llevaremos a pasear los sábados -dijo con calma, observando a los dos y tendiendo la mano hacia Andy para tranquilizarle.
Sabía que estaba asustado y nervioso, pero quería que simpatizase con Stephanie.
Era esencial que congeniaran, porque si se declaraban mutuamente la guerra todo se complicaría-.
Yo iré a verte los sábados, algún fin de semana completo y siempre que las circunstancias lo permitan.
Sin embargo, sería mucho mejor si pudiéramos salir los tres juntos.
– No lo creo.
¿Por qué tenemos que cargar con ella? -protestó Andy, como si Stephanie no estuviese allí.
Ella se sulfuró, pero Brad la conminó al silencio.
– Porque es amiga mía y me siento bien a su lado -contestó al niño-.
También a ti te gusta llevar a tus amigos cuando sales por ahí, ¿no? Es más divertido.
¿Por qué no puedo traer a mamá? -insistió el pequeño.
“Porque nos aguaría la fiesta", pensó Clarke, pero se abstuvo de decirlo.
– Ya sabes lo difíciles que están las cosas entre nosotros.
Tú eras el primero en disgustarte siempre que nos oías pelear.
En cambio, Stephanie y yo nunca reñimos.
Somos buenos amigos y lo pasamos en grande.
Podríamos ir los tres al cine, a partidos de béisbol, a la playa, y hacer muchas cosas más.
Andy miró a su enemiga con desdén y aventuró: -Apuesto a que no sabe nada de béisbol.
– Le enseñaremos -repuso Brad sin perder el aplomo.
Brad volvió a mirarles de hito en hito.
Los dos estaban igualmente incómodos, ceñudos e infelices.
Se había precipitado al juntarles, e iban por mal camino.
Quizás era preferible esperar un poco más y continuar saliendo a solas con su hijo.
Pero, antes o después, Andy tendría que acostumbrarse a Stephanie.
Habían hablado otra vez de matrimonio y ella se había mostrado tajante en que o se comprometían de inmediato o cortaba la relación.
Después de más de diez meses, y habiendo visto tan de cerca su ruptura con Page, Stephanie consideraba que ya había tenido suficiente paciencia.
Ahora quería comprobar si Brad estaba dispuesto a llegar hasta el final.
En caso contrario, dejaría de verle y exploraría otras vías, otras salidas que no eran precisamente del agrado de él.
Tras lo mucho que habían pasado, Brad no quería perderla.
Stephanie era casi una mampara de seguridad, un escudo amortiguador de la soledad que sentía sin Page, Allyson y Andy.
Y también la amaba, aunque últimamente su romance había sufrido algunos altibajos a causa del trauma que supuso el accidente de Allyson.
Encima, Andy no daba facilidades.
Decididamente, la vida era muy compleja.
– Quiero que los dos pongáis algo de vuestra parte -dijo Brad con actitud imperiosa-.
Hacedlo por mí.
Os quiero a ambos y deseo que seáis amigos.
¿Trato hecho? ¿Lo intentaréis? -les instó como si fueran un par de críos.
La verdad, a juzgar por la postura petulante que adoptó, Stephanie no parecía mucho mayor que Andy.
– Está bien -concedió el niño a regañadientes, mirando a Stephanie con odio concentrado.
– A ver cómo te portas -le espetó ella.
Brad reprimió un gruñido y pagó la cuenta.
– ¡Basta ya! Sois un par de impertinentes.
Tuvieron una tarde de perros.
Fueron al parque de Marina y pasearon por la playa en un silencio casi sepulcral.
Al rato, Stephanie dijo que tenía frío y quería volver a casa.
Andy sólo había abierto la boca para responder a las preguntas de su padre.
A Stephanie no le dijo absolutamente nada hasta que, cuando la dejaron en su piso, Brad le ordenó que se despidiera de ella.
Camino de casa, se detuvieron unos minutos en el nuevo apartamento de Clarke.
Al ir al baño, Andy vio algunos artículos femeninos en la repisa del lavabo y un albornoz rosa colgado de la puerta, lo cual le deprimió todavía más.
– No has sido muy amable con ella -le regañó suavemente su padre, de nuevo en el coche -.
Stephanie significa mucho para mí, y quiere caerte bien.
– ¡Mentira! Ha sido odiosa conmigo desde el primer momento.
Sé que me aborrece.
– No lo creas.
Lo que ocurre es que no conoce a los niños y te tiene un poco de miedo.
¿Por qué no le das una segunda oportunidad? El tono de Clarke era casi de súplica.
Habían pasado una tarde infernal y sabía que Stephanie le montaría un numerito en cuanto regresara a la ciudad.
– A Allie tampoco le gustará -remachó Andy, y a Brad esas palabras le traspasaron el alma.
Dudaba mucho de que Allyson volviese a estimar o censurar a nadie.
Sus recientes movimientos no habían prosperado.
– Pues hará mal -dijo, para entablar diálogo.
– Y mamá nunca simpatizaría con ella.
Está muy flaca y es una estúpida.
– No lo es.
Estudió en Stanford, tiene un buen empleo y es muy inteligente.
¡Qué poco la conoces! -¿Y qué? Es una cretina.
Se había cerrado el círculo y Brad trató de distraer a su hijo charlando de otras cuestiones, pero Andy no estuvo nada comunicativo.
Se limitó a mirar por la ventanilla en obstinado mutismo.
Su padre le dejó frente a la casa y, al arrancar, saludó a Page con la mano.
Se sintió tentado de frenar y decirle algo, pero le habría exigido demasiado esfuerzo.
Estaba malhumorado y tenía prisa por volver junto a Stephanie para consolarla.
Sabía cuánto la habían contrariado las insolencias de Andy, ya que ella era un poco infantil en determinadas situaciones.
él era el único que podía aplacar su cólera.
Esperaba que Andy y ella acabasen entendiéndose.
Pero, en el ínterin, entre los dos iban a convertir su vida en un suplicio.
Ya en casa, Andy se mostró alicaído.
Page lo advirtió.
¿No lo has pasado bien? -le sondeó por la noche, al meterle en la cama.
Apenas le había dirigido la palabra durante la cena.
Habitualmente, Andy comentaba con detalle los encuentros con su padre-.
¿Te duele algo? -insistió Page.
Le palpó la barbilla y la frente, pero no tenía fiebre.
Más bien estaba frío, con los ojos apagados y la cabeza hundida en la almohada.
– No -contestó el niño.
Se hallaba al borde de las lágrimas y su madre no quería dejarlo solo-.
Papá ha dicho…
No puedo contártelo.
– No quería heri a su madre.
Habéis tenido algún altercado.
Tal vez Andy había hecho una travesura peligrosa y Brad le había dado una azotaina, aunque no era su estilo.
El pequeño meneó la cabeza y persistió en su hosquedad.
Pero, al cabo de un minuto no pudo contenerse más y se echó a llorar.
– ¡Vamos, cariño, cuéntaselo a mamá! -exclamó Page, acostándose a su lado y abrazándole cálidamente -.
Papá te quiere mucho, aunque hoy os hayáis enfadado.
– Sí, pero…
– Acurrucado contra su madre, se le atragantaron las palabras -.
Tiene una novia.
Se llama Stephanie -balbuceó.
Ya estaba dicho.
Page sonrió también entre lágrimas, sin dejar de estrechar su cuerpecito.
– Lo sé, cielo mío.
No te preocupes, estoy al corriente de todo.
¿La has visto alguna vez? -preguntó atónito el niño, apartándose para mirar a su madre.
Ella negó con la cabeza, pensando en lo dulce que era el pequeño Andy.
– No, nunca.
¿Y tú? -Ha comido con nosotros.
Es un adefesio.
Y además de ser feísima, delgaducha e imbécil, creo que me odia.
– Estoy segura de que no es así.
Probablemente se ha aturullado contigo porque desea causarte una buena impresión.
– Bueno, pues yo la odio a ella.
Y papá dice que tengo que esforzarme en quererla.
“Así pues, el asunto va en serio", pensó Page.
Si Brad acuciaba a Andy era porque proyectaban formalizar su relación en una fecha próxima.
Al pensarlo sintió una punzada en el corazón, pero sabía que, al igual que su hijo, debía reconciliarse con la idea de que Stephanie formaba parte de la vida de Brad, tal vez para siempre.
¿Por qué no lo intentas? A lo mejor, cuando la conozcas bien descubres que es más simpática de lo que imaginabas -animó al niño con sutileza-.
Si papá la quiere tanto, alguna cualidad tendrá.
– Yo no se las veo -dijo él, y se enjugó las lágrimas-.
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