Finalmente le sacaba un buen partido a su arte y, aunque todavía no le daba beneficios económicos, sabía que pronto se lo retribuirían.
Ya le habían preguntado si estaría dispuesta a dirigir el programa artístico del centro el curso siguiente, una propuesta que la atraía mucho ya que le permitía alternar su trabajo profesional con el cuidado de Andy.
El dúo Clarke pasó con los Thorensen el fin de semana del Cuatro de Julio.
Page se alojó en la habitación de invitados y Andy durmió con Bjorn.
A media noche, Trygve se coló a hurtadillas en la alcoba de Page.
Ambos rieron como dos cómplices tras echar el pestillo para que no les pillaran sus hijos.
– No vamos a vivir así eternamente.
Antes o después, tendrán que aceptarlo -dijo él, pero a ambos les faltaba coraje para poner las cartas boca arriba, sobre todo a Page, que aún no se atrevía a compartir abiertamente el dormitorio con un hombre.
Además, Chloe era muy celosa respecto de su padre, y no querían predisponerla en contra.
– Si Chloe nos sorprende, estamos perdidos -bromeó Page-.
Es capaz de despertar a Allie para contarle nuestro pecado.
– Sonrió al imaginar la escena.
Trygve la besó y al poco se olvidaron de sus hijos.
La comida del día consistió en una barbacoa familiar, a la que fueron invitadas sus respectivas amistades.
Asistieron el matrimonio Gilson, los Applegate y otras cuatro parejas.
Nadie tenía noticias de sus relaciones ni del abandono de Brad, ya que, excepto Jane, no habían visto a Page desde antes del accidente.
Habían pasado tres meses justos, pero parecían tres años por cómo se alteraron sus vidas en tan poco tiempo.
Sin embargo, todos se congratularon.
Trygve gozaba de la aceptación general.
El se ocupó de la barbacoa y Page y los niños hicieron el resto.
Trygve dejó que Bjorn lanzara unos cuantos petardos bajo su vigilancia, y no perdió de vista a Andy.
– Los petardos son peligrosos -se quejó Page, pero a los chicos les encantaban, y no ocurrió ningún percance.
Todo el mundo lo pasó bien.
Los últimos invitados se marcharon a las diez y media.
Page y Trygve retiraron los platos.
Estaban tirando las sobras, cuando Chloe entró en la cocina tan deprisa como se lo permitieron las muletas.
– ¡Venid corriendo! -les urgió, pálida y agitada.
Page no comprendía qué podía haber pasado.
Supuso que uno de los chicos se había lastimado, y el terror la embargó mientras iba en pos de la muchacha, seguida por Trygve en angustiado silencio.
Ninguno de los dos estaba preparado para lo que vieron al detenerse Chloe frente al televisor.
Eran las imágenes de una matanza que, al parecer, había ocurrido aquella tarde en La Jolla.
“La esposa del senador John Hutchinson -informó el presentador del noticiarioha protagonizado una colisión frontal a primera hora de esta tarde en la localidad de La Jolla, en la que ha muerto una familia de cuatro personas y ha resultado herida su propia hija de doce años, que actualmente se encuentra fuera de peligro.
La señora Hutchinson fue detenida en el escenario mismo de los hechos por conducción temeraria con resultado mortal.
El senador no ha efectuado ninguna declaración.
Esta noche, un portavoz de la familia ha dicho ante la prensa que, aunque la evidencia inicial indica que la señora Hutchinson fue en efecto la causante del siniestro, no hay que descartar un probable malentendido.
Sin embargo -continuó el reportero, mirando directamente a la cámara como si pudiera ver a Page, que escuchaba con el corazón desbocado-, el pasado mes de abril la señora Hutchinson estuvo ya involucrada en otro accidente similar.
Un joven de diecisiete años falleció y dos muchachas de quince años sufrieron heridas de pronóstico reservado, en un choque también frontal ocurrido en el puente Golden Gate de San Francisco.
En aquella ocasión no se instruyó sumario penal.
En La Jolla se han iniciado las investigaciones para determinar las causas de la colisión de hoy y exigir las responsabilidades pertinentes." El presentador pasó a informar sobre unos desórdenes en Los ángeles, mientras el trío continuaba de pie, petrificado, frente al aparato.
Laura Hutchinson había matado a una familia entera y había sido detenida, no era difícil deducirlo, por conducir en estado de ebriedad.
– ¡Dios mío! -gimió Page, que se había derrumbado en una silla y lloraba profusamente-.
Estaba borracha…
borracha…
y casi os mató a todos.
No podía contener el llanto, y Chloe tampoco.
Trygve apagó el televisor y se sentó con ellas.
Al cabo de un momento llamaron los Applegate, y Page lamentó no tener el valor suficiente para telefonear a los Chapman.
De cualquier modo, no tardarían en enterarse.
Se habían confirmado las sospechas de Trygve.
! Thorensen volvió a encender la televisión y vieron un reportaje parecido en otro canal.
El desastre era aún peor de lo que pensaban.
La señora Hutchinson había matado a una mujer de veintiocho años (embarazada de ocho meses), su marido de treinta y dos, su hija de dos años y su hijo de cinco.
Los muertos eran cinco, no cuatro.
Y su propia hija se había fracturado un brazo, hubo que darle quince puntos de sutura en la mejilla y tenía una leve conmoción.
El lugar del suceso era un caos de ambulancias, coches de bomberos y automóviles que habían sido arrojados fuera de la carretera.
Había seis o siete vehículos con la carrocería abollada, pero sus ocupantes sólo recibieron golpes superficiales.
Page, al oírlo, sintió ganas de vomitar.
– ¡Oh, Dios! -No sabía qué más decir, salvo que aquello reivindicaba a Phillip Chapman.
Se preguntó cómo reaccionarían sus padres-.
¿La meterán en la cárcel? -preguntó a Trygve.
– Seguramente.
Ni siquiera su esposo senador podrá sacarla de este lío.
Era un hombre famoso, aunque controvertido, algo así como un senador nnestrella", y tener una mujer con problemas de alcoholismo no iba a beneficiar su carrera.
Habían evitado que circulase el rumor, pero no le prohibió a ella conducir.
ése había sido su error.
– Ha segado cinco vidas.
Son demasiadas para pasarlas por alto, y no creo que lo hagan.
Tendrá que comparecer ante un tribunal.
De hecho, los cargos que le imputaban eran homicidio involuntario de cuatro personas por conducción temeraria, ya que el asesinato del feto no era delito, aunque se habían hecho esfuerzos infructuosos para salvarle la vida en una operación póstuma de cesárea.
– No han sido cinco, sino seis -recalcó Page, contando al joven Chapman.
Y serían siete si moría Allie, lo cual no era imposible.
Pero procuró desechar ese pensamiento-.
¿Cómo tuvo esa mujer la desfachatez de asistir al sepelio de Phillip? No puedo entenderlo.
– Fue un acto político.
Tenía que exhibir su condolencia.
– ¡Qué espanto! Por la noche, en la cama, Page desahogó su congoja en brazos de Thorensen.
Ahora ya sabían a qué atenerse, sabían quién había puesto en peligro la vida de sus hijas.
No cambiaba nada, pero confería una mayor realidad al hecho.
Había una persona en la que verter todas las culpas.
Dieron por sentado que Laura Hutchinson estaba ebria aquel sábado primaveral en el Golden Gate, cuando colisionó con Phillip Chapman.
Trygve leyó exhaustivamente los periódicos de la mañana, y durante el desayuno puso de nuevo la televisión.
Page y él vieron con escepticismo cómo el senador hacía pública ostentación de su dolor y del desconsuelo de su esposa.
Por supuesto, ellos sufragarían los gastos del entierro y de la investigación, y no cejarían hasta que todo quedase esclarecido.
Abrigaba serias dudas sobre los mecanismos del coche.
Creía que el sistema de dirección y los frenos estaban defectuosos.
Page, al oír aquello, reprimió un grito de ira.
Luego mostraron a Hutchinson con su hija.
La niña, que parecía nerviosa y un poco ida, se aferró a su mano en un vano intento de sonreír.
Pero Laura Hutchinson brilló por su ausencia.
El informador alegó que se hallaba bajo los efectos de un fuerte sbock y le habían administrado sedantes.
Page dijo que seguramente le había dado el delirium tremens y la habían recluido en alguna oscura institución.
Cuando salieron a la calle para dirigirse al hospital, cayeron literalmente en las garras de un fotógrafo y cuatro periodistas.
Querían fotografiar a Chloe en la silla de ruedas, o con las muletas, y preguntaron a Trygve qué opinaba del accidente de La Jolla.
– Ha sido terrible, claro.
¿Qué más podría opinar? -respondió él sombríamente, sordo a la segunda intención.
Y no les permitió fotografiar a Chloe.
En el momento en que se escurrieron dentro del coche, Page comprendió que en el hospital también habría reporteros.
Al llegar, subió a la UCI presurosamente.
No quería que tomaran fotos de Allie en su actual estado, ni que la convirtiesen en un espectáculo truculento o en objeto de compasión.
Aquélla no era la Allyson Clarke que todos conocían, y los medios no tenían ningún derecho a utilizarla para desacreditar a una tercera persona.
Al margen de que Laura Hutchin, son fuese más o menos culpable, Page no consentiría que usaran a Allie como su instrumento de tortura.
En la antesala de la UCI se habían apiñado seis o siete informadores y fotógrafos, que al identificarla trataron de cortarle el paso y la atosigaron a preguntas.
¡ -¿Qué siente usted al saber que Laura Hutchinson fue responsable del accidente de su hija, señora Clarke? ¿Cómo está Allyson? ¿Saldrá del coma? También habían querido abordar al médico, pero naturalmente Hammerman se negó a hablar con ellos, como también las enfermeras de la UCI, a pesar de sus súplicas y zalamerías.
Incluso habían intentado sobornar a una para que les dejase entrar y obtener una instantánea rápida, si bien tuvieron poco tino en su elección, porque se trataba de Frances.
Ella les había amenazado con echarles del hospital sin contemplaciones y conseguir una orden judicial para impedir que regresaran.
Ahora salió presta a rescatar a Page, mientras Trygve se debatía para que dejasen de molestarla.
Page insistió en que no haría ningún comentario.
– Pero, señora Clarke, ¿no está indignada? ¿No la encoleriza el daño irreparable que le han causado a su hija? -la provocaron.
– Más que cólera, siento pena -repuso Page con dignidad, abriéndose camino en el enjambre-.
Pena por todos nosotros, por quienes han perdido a sus seres queridos o sufrido la agonía de este accidente.
Mi corazón está con los parientes de la familia de La Jolla.
Sin decir una palabra más, se adentró en la UCI acompañada de Trygve, tan exhaustos como si acabasen de escapar de un ciclón.
Ese día, las enfermeras mantuvieron el recinto cerrado y echaron las persianillas para que nadie pudiera sacar fotografías furtivas de Page ni de Allie.
Thorensen telefoneó unas horas después a su amigo investigador, y quedó anonadado por lo que éste le relató.
Laura Hutchinson había estado ingresada cuatro veces sucesivas en una prestigiosa clínica de desintoxicación de Los ángeles, todas en los tres últimos años, y aparentemente ninguna de sus curas dio resultado.
Había ingresado bajo un nombre supuesto, pero una fuente del mismo centro había confirmado su identidad.
Y, por añadidura, en los archivos confidenciales de la policía constaba que había ocasionado al menos otra media docena de accidentes menores y uno de cierta envergadura en Martha's Vineyard, su lugar de veraneo.
Aunque en ninguno hubo víctimas mortales, excepto en el del puente Golden Gate, se produjeron lesiones secundarias, y en uno de ellos la propia señora Hutchinson sufrió una pequeña contusión.
Todos se habían silenciado celosamente, desde luego, y siempre que fue posible se nntraspapelaron" los expedientes.
Pero el colega de Trygve había sabido dónde escarbar.
Dijo que sin duda se había recurrido al soborno para sobreseer los casos, o también al favor político.
Sea como fuere, los abogados y relaciones públicas del senador habían realizado una brillante labor tapando las faltas de Laura Hutchinson.
Era espeluznante pensar que, en menos de un año, aquella mujer tenía en su haber una hija accidentada, seis personas muertas, una chica medio inválida y otra en coma indefinido.
Era todo un récord.
A última hora del día, el revuelo era estruendoso.
Las asociaciones de madres contra los conductores ebrios habían concedido entrevistas para condenar el hecho, y los Chapman habían denunciado públicamente la vida en flor que cortó Laura Hutchinson y la reputación que había mancillado por no confesar.
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