Entretanto, los portavoces del senador continuaban aduciendo que los frenos habían fallado y la dirección se había desajustado, pero tenían serias dificultades para dorar esa píldora.

Y, en medio de tanto alboroto, la señora Hutchinson seguía ilocalizable.

La semana siguiente, los periodistas más populares del país entrevistaron a varias familias que habían perdido a sus hijos o cónyuges en accidentes afines, y en las noticias de televisión apareció Laura Hutchinson entrando en los juzgados para responder de su presunto delito, esquiva con las cámaras y camuflada tras unas gafas oscuras.

La pena máxima que podían imponerle era cuarenta años de prisión, lo cual, en opinión de Page, no pagaba la deuda moral contraída.

Aquellos días, cada vez que veía a su hija pensaba en la Hutchinson y en la mujer que murió con un bebé dentro del útero.

A mediados de semana, tanto la prensa como la televisión se habían desbordado.

Persistían las preguntas a los Chapman sobre su estado emocional, y el acoso incesante de los Applegate, Page, Brad y Trygve.

Un equipo de los espacios informativos solía merodear en la UCI y su presentadora agobiaba a Page para que les autorizase a sacar a Allie en pantalla.

¿No quiere que las otras madres vean lo sucedido? Tie nen derecho a saber las consecuencias de la temeridad de la gente como Laura Hutchinson -argumentó aquella profesional joven y agresiva-, y usted está obligada a ayudarlas.

– La imagen de Allyson no les aportará nada nuevo -rehusó Page, que sólo quería proteger a su niña.

– Al menos, hable usted con nosotros.

Lo reflexionó con detenimiento y por fin accedió a dejarse entrevistar brevemente en el pasillo, aunque fuera tan sólo para apoyar la causa contra Laura Hutchinson en La Jolla.

Explicó lo que le había ocurrido a Allyson tres meses antes, los resultados de la tragedia y su estado actual.

Fue un relato claro, conciso, y por un segundo Page se alegró de haberlo hecho.

A continuación, la misma reportera incisiva le preguntó si el accidente había afectado su vida en otros aspectos.

¿Existían otras derivaciones? Page adivinó que la mujer sabía lo de su separación matrimonial, pero no quería aparecer en la televisión como una mártir, así que contestó con una evasiva.

¿Tiene otros hijos, señora Clarke? -Sí -dijo ella-, un niño.

Andrew.

– ¿Y cuál ha sido su reacción? -Todos lo hemos pasado muy mal -admitió Page.

La entrevistadora asintió.

¿Es cierto que Andrew se escapó de casa un par de veces después del accidente? ¿Cree usted que esas fugas fueron motivadas por el trauma? Era obvio que habían leído los informes policiales, y Page se enfadó ante tamaña invasión de su intimidad.

Aquella gente la estaba manipulando para alcanzar sus propios objetivos.

Trygve había hecho bien al no conceder entrevistas desde el principio.

– Yo diría que ha sido un duro trance, pero poco a poco lo vamos superando -dijo con una amplia sonrisa, y entonces se acordó del motivo por el que se había puesto ante las cámaras-.

Sólo deseo añadir que, a mi juicio, quienquiera que haya sido responsable de un hecho tan deplorable como éste debe ser castigado con todo el rigor de la ley…

aunque nosotros ya no podremos recuperar lo que hemos perdido.

Con estas frases finalizó la entrevista.

No obstante, Page recapacitó que si años antes se hubiera tratado con la debida atención el alcoholismo de Laura Hutchinson, en aquella funesta noche de abril ella no habría estado al volante de un potente automóvil.

Tuvo un gran disgusto cuando se vio en la televisión.

Habían montado la entrevista de tal manera que sus palabras no se entendían claramente y, encima, ofrecían de ella una imagen patética.

Pero si el público entendía lo peligrosa que podía ser Laura Hutchinson tal vez le aplicarían una sentencia más severa.

El accidente del Golden Gate no constituía una prueba legalmente admisible ya que no le habían hecho la prueba de la alcoholemia.

Sin embargo, marcaba un patrón de conducta.

Era la única razón por la que Page había aceptado mencionarlo ante las cámaras, aunque se arrepentía de su candidez.

Para Allyson no cambiaba nada, pero Page se sentía mejor al saber que la mujer que había malogrado su vida estaba en manos de la justicia.

La causa se fallaría a finales de agosto.

CAPITULO XVIII

Trygve y sus hijos se fueron al lago Tahoe el primero de agosto, y Page prometió que se reuniría con ellos a mediados de mes.

Brad y Stephanie ya habían partido hacia Europa, así que, a falta de otra solución mejor, Page inscribió a su hijo en unas colonias diurnas.

Trygve se había ofrecido a llevarlo también a Tahoe, y Andy estuvo tentado de acompañarles, pero no quería alejarse de su madre.

No era el niño confiado y seguro de antes del accidente: le asustaba dormir fuera de casa, y aún tenía pesadillas sobre Allie.

Para entonces habían transcurrido casi cuatro meses desde el accidente.

Habían cruzado la temida frontera de los tres meses sin que Allyson diera señales de recuperación claras y concluyentes.

Page empezaba a resignarse.

Había rogado desesperadamente que despertara, que volviera en sí, aunque luego tardase mucho tiempo en caminar o en rehabilitar su cerebro.

Habría dado su vida por reanimarla.

Pero, muy a su pesar, fue comprendiendo que aquello no sucedería.

Trygve le telefoneaba todos los días.

Page había establecido su propia rutina.

Cada mañana llevaba a Andy a las colonias, iba al hospital, acompañaba un rato a Allyson y colaboraba con la fisioterapeuta para ejercitar sus miembros y evitar que se atrofiasen por completo.

Luego trabajaba en el mural, le hacía una nueva visita a su hija, recogía a Andy, volvía con él a casa y preparaba la cena.

Echaba de menos a Trygve, más de lo que había supuesto.

En una ocasión, él sentía también tanta nostalgia que viajó a Ross para pasar la noche juntos y regresó al lago por la mañana.

Era una joya de hombre, y hacía muy feliz a Page.

Había terminado el primer mural y a finales de la misma semana empezó la escena portuaria de la sala de espera.

La componían una infinidad de intrincados detalles que había delineado en los bocetos, y en los ratos que pasaba con Allyson solía retocarlos y perfilarlos.

Una apacible tarde en que los rayos solares se filtraban hasta la sala, Page detectó un ligero movimiento en la mano de Allie que reposaba sobre su lado de la cama.

No era la primera vez.

Sabía que no significaba! nada, que era una respuesta nerviosa a la actividad eléctrica del cerebro.

Instintivamente alzó la vista hacia ella, y a continuación se centró de nuevo en su trabajo.

Quería dibujar una viñeta que no acababa de visualizar y, sin levantarse del asiento, mordisqueando el lápiz, miró distraídamente por la ventana en espera de la inspiración.

Sin pensar, posó una vez más los ojos en Allyson y de pronto la vio agitar ambas manos.

Parecía como si quisiera agarrar las sábanas y tocar a su madre.

No lo había hecho nunca, y Page la observó atentamente, preguntándose si era otro reflejo o algo distinto.

Casi imperceptiblemente, Allyson empezó a mover también la cabeza.

Parecía que intentaba girarla hacia Page, que presentía su presencia.

Ella la observó con el alma en vilo.

Allyson actuaba como si hubiera vuelto al mundo de los vivos y supiera que había alguien a su lado, y su madre no dejó de advertirlo.

– ¿Allie? ¿Estás aquí, Allie? ¿Puedes oírme? -Los síntomas no eran los mismos de cuando estuvo a punto de morir, sino algo mucho más intenso, más real, aunque en aquella ocasión también se lo había parecido.

Pero no, lo de ahora era diferente-.

¿Allie? -Page dejó en el suelo el cuaderno y el lápiz y asió la mano de su hija, decidida a llegar hasta ella-.

Allie, amor mío, abre los ojos.

Estoy contigo.

Vamos, mi niña, ábrelos sin miedo.

Soy mamá.

– Le habló en tonos quedos, acariciándola.

De pronto notó que Allyson apretaba su mano débil, tenuemente, y rompió a llorar.

Su hija la había oído.

Sabía que no se engañaba, Allyson la había oído-.

Allie, he sentido tu apretón.

Sé que me escuchas, pequeña mía.

Haz un esfuerzo y abre los ojos.

Venga, ánimo.

Incapaz de contener las lágrimas que surcaban sus mejillas, Page miró los párpados de Allyson y vislumbró en ellos un suave temblor.

Sin embargo, cesó al instante.

La pobrecilla no tenía fuerzas.

La contempló, temiendo que hubiese vuelto a sumirse en el coma, ya que no había signos de vida.

Pero a los pocos segundos Allyson estrujaba su mano, ahora con más vigor.

Page sintió el impulso de cogerla y zarandearla hasta hacerla despertar, llamar a alguien, proclamar a voces que Allie estaba viva, que todavía ardía la llama en algún recoveco de su cuerpo, pero permaneció quieta, hipnotizada, vigilando cada movimiento, alentándola a despertar.

Y, cuando los párpados volvieron a temblar, lloró calladamente sin apartar la mirada.

¿Y si se trataba de una burla cruel, si le decían que eran meros espasmos y que nunca saldría del coma? -Cariño, por favor, abre los ojos.

¡Te quiero tanto, Allie! Estaba sollozando en silencio y besándole los dedos cuando se produjo un nuevo parpadeo y, por primera vez en más de tres meses, Allyson abrió los ojos y vio a su madre.

Al principio parecía obnubilada, como si no distinguiera bien los objetos, hasta que al fin miró a Page directo a los ojos y balbuceó: -Mamá…

Sacudida por el llanto, Page la contempló, se inclinó y la besó en ambas mejillas; las lágrimas resbalaban junto con el cabello sobre la tez de su hija.

Y ella repitió, ahora más fuerte, aquella palabra que surgía como un graznido, pero que era el más dulce acorde que Page había oído nunca: Mamá.

Pasó siglos allí sentada, llorando de emoción y mirando a su niña, antes de que acudiera Frances con expresión de incredulidad.

¡Dios santo, está despierta! -se cercioró, y de inmediato avisó al doctor Hammerman.

Cuando llegó el médico, Allie estaba amodorrada, pero parecía haber salido del coma.

Page le refirió todo lo que había ocurrido y él procedió a realizar un exhaustivo reconocimiento.

Al cabo de un rato, Allyson abrió los ojos y miró al doctor.

No le reconoció y se echó a llorar, a la par que buscaba la protección de su madre.

– Tranquilízate, mi niña.

El doctor Hammerman es un buen amigo que te ayudará a recuperarte.

A Page ya no le importaba nada ni nadie.

Allie había despertado, había abierto sus bonitos ojos y le había hablado.

Lo que pasara a partir de ahora le era indiferente.

El médico pidió a Allie que aferrase su mano y que le mirase, y ella lo hizo.

Luego la instó a decir algo, cualquier cosa, pero ella no lo consiguió.

Clavó la mirada en su madre y meneó la cabeza.

Más tarde, en el pasillo, Hammerman le explicó a Page que Allyson había perdido todo su vocabulario.

Su energía motriz también estaba deteriorada, y restaba por determinar la magnitud de las lesiones cerebrales.

– Su hija volverá a desarrollar la mayor parte de sus funciones básicas, tales como andar, sentarse y comer.

Y aprenderá a hablar por segunda vez.

Ahora debemos comprobar qué aptitudes han quedado intactás y hasta dónde podemos avanzar -dijo llanamente.

Page estaba dispuesta a hacer lo que fuera, a trabajar con todo ahínco, a sacrificar años de su vida para devolverla a la normalidad.

No repararía en medios.

Cuando se hubo despedido de Hammerman, llamó a Trygve y le contó las novedades.

– Aguarda un minuto…

Calma, Page, no te aturrulles.

– En el lago, Thorensen tenía un teléfono portátil y la comunicación era deficiente.

Se enteró de que el médico había comentado algo sobre la energía motriz de Allyson, pero el resto se le escapó.

Además, Page mezclaba la risa y el llanto, lo que aún dificultaba más su comprensión-.

Empieza otra vez.

– Me ha hablado, Trygve, ¡Allie me ha hablado! -exclamó ella, y a Trygve casi se le cayó el teléfono de las manos-.

¡Está despierta! Ha abierto los ojos, me ha mirado y ha dicho mamá.

– Era el día más hermoso de su vida desde el nacimiento de Allyson y desde que supieron que no perderían a Andy-.

¡Oh, Trygve! -Page sollozaba y chillaba incoherentemente.

A Thorensen también se le saltaron las lágrimas.

Sus hijos se arremolinaron a su alrededor, preguntando qué ocurría.

No estaban muy seguros de si la noticia era buena o si Allie había muerto.