– Bueno, tenías razón -dijo-. No nos ha costado encontrarlo.

Mientras aparcaban, una mujer bajó las escaleras y se les acercó.

– Hola -dijo-. Soy Cate Nightingale. Bienvenidos a Trail Stop.

Toxtel fue el primero en bajar del coche y se presentó con una sonrisa, y luego abrió el maletero para poder sacar sus cosas. Goss fue más lento, aunque también se presentó con una sonrisa. Se presentaron como Huxley y Mellor; él era Huxley y Toxtel era Mellor. Faulkner se había hecho cargo de la factura por medio de una tarjeta de crédito de una compañía, de modo que no tendrían que enseñarle ninguna identificación.

Goss no disimuló su interés mientras repasaba de arriba abajo a la propietaria de la pensión. Era más joven de lo que se esperaba, con un cuerpo delgado que no tenía demasiadas curvas, aunque tenía un culo que no estaba mal. La chica no lo lucía, porque llevaba pantalones negros y una camisa blanca con las mangas arremangadas, pero Goss tenía buen ojo. Hablaba con una voz cálida y alegre. Llevaba el pelo castaño recogido en una cola y tenía los ojos marrones, nada fuera de lo normal. Sin embargo, tenía una boca de esas con una forma rara, con el labio superior mucho más carnoso que el inferior. Le daba un toque sensual y dulce.

– Sus habitaciones están listas -dijo ella, con una sonrisa muy amable que no respondía en absoluto al interés que él había demostrado. Cuando se giró, Goss volvió a mirarle el culo. No se había equivocado; estaba muy bien.

Una vez dentro de la casa, vio un osito de peluche en la puerta de una habitación, lo que delataba la presencia de un niño. Y, por lo tanto, puede que también hubiera un señor Nightingale. Sin embargo, la chica no llevaba anillo de casada; se había fijado cuando le había dado la mano al presentarse. Goss miró a Toxtel y vio que él también se había fijado en el osito de peluche.

La chica se detuvo junto a una mesa que había en el pasillo, junto a la escalera, y cogió dos llaves.

– Les he puesto en las habitaciones tres y cinco -dijo, mientras los acompañaba al piso de arriba-. Cada habitación tiene su propio baño y bonitas vistas desde la ventana. Espero que disfruten de su estancia.

– Seguro que sí -respondió Toxtel con educación.

Cate lo acomodó en la habitación número tres y a Goss en la cinco. Goss miró a su alrededor y vio dos habitaciones a la derecha, que daban a la parte delantera, y cuatro más a la izquierda. Teniendo en cuenta los vehículos que había en el aparcamiento, había un mínimo de dos habitaciones ocupadas, dependiendo de las personas que hubiera en cada coche. Puede que buscar el lápiz de memoria no fuera tan fácil como ellos creían.

Por otro lado, se dijo Goss con una sonrisa mientras deshacía su equipaje, saber que había un niño en la casa abría un interesante abanico de posibilidades.

Capítulo 8

Cate no sabía qué estaba pasando, pero sospechaba que el hombre que había llamado ayer por la tarde para reservar las habitaciones de los señores Huxley y Mellor era el mismo hombre que la había llamado fingiendo ser un empleado de la compañía de alquiler de coches y que quería saber dónde estaba Jeffrey Layton. No estaba segura y, de hecho, si aquella llamada no hubiera despertado sus suspicacias, jamás se le hubiera pasado por la cabeza aquella posibilidad, pero tanto la voz como el acento le sonaron y, después de colgar, no dejó de darle vueltas hasta que lo relacionó.

Era obvio que aquellos dos hombres buscaban a Layton, cosa que también resultaba sospechosa. Si hubieran estado preocupados por su desaparición, lo habrían dicho desde un principio, le habrían dicho que buscaban a su amigo y le habrían hecho preguntas sobre la mañana en que se marchó. El hecho de que no lo hubieran hecho demostraba que no estaban preocupados por su bienestar. El señor Layton tenía problemas y esos dos hombres eran parte del problema.

No debería haberlos dejado quedarse aquí. Ahora lo sabía. Si hubiera reconocido antes la voz del teléfono, le habría dicho que no le quedaban habitaciones libres; eso no habría impedido que esos hombres vinieran a Trail Stop pero, al menos, no dormirían bajo el mismo techo que ella y los niños. Sintió un escalofrío en la espalda cuando pensó en los niños, y en su madre, e incluso en los tres jóvenes que habían llegado ayer por la tarde para pasarse un par de días escalando. ¿Acaso los había puesto a todos en peligro sin saberlo?

Al menos, Mimi y los chicos no estaban en casa ahora mismo. Su madre se los había llevado de paseo; les había dicho que les daba una segunda oportunidad para demostrar que sabían portarse bien y que si esta vez la decepcionaban… Por supuesto, su madre jamás terminaba aquella frase pero, cuando Cate era pequeña, siempre creyó que decepcionar a su madre por segunda vez sería algo parecido al fin del mundo. Tucker y Tanner la habían mirado muy serios. Cate sólo esperaba que el paseo fuera muy largo.

Cabía la posibilidad de que aquellos hombres no tuvieran ningún tipo de relación con Jeffrey Layton. Cate no podía descartar completamente la idea de que su imaginación la estuviera traicionando. Las dos voces del teléfono eran parecidas, pero eso no significaba que fueran de la misma persona, a pesar de que la opción de la identificación de llamada le había vuelto a dar «Número privado». Se sentía ridícula pensando lo peor, pero también estaba asustada.

Los dos hombres habían sido muy educados. El mayor, Mellor, parecía bastante fuera de lugar con el traje y la corbata pero, en el fondo, eso no significaba nada. Quizá había tenido una reunión de negocios, después había cogido el avión y no había tenido ocasión de ponerse algo más informal. El otro, Huxley, era alto y apuesto, y había intentado ligársela. La había repasado de arriba abajo, pero ella había hecho como si nada y él, en lugar de insistir, había desistido. Quizá tenían un motivo completamente inocente para estar allí…

Y allí fue justo cuando le saltaron las alarmas. Trail Stop no estaba en la carretera principal; la gente que venía aquí lo hacía porque este era su destino final, nadie se paraba aquí porque estaba de paso hacia otro lugar. Si Huxley y Mellor no habían venido a buscar a Jeffrey Layton, ¿a qué habían venido? Sus clientes solían ser familias que estaban de vacaciones, senderistas, parejas en una escapada romántica, pescadores, cazadores y escaladores. Apostaría la casa a que ninguno de ellos pescaba, cazaba o escalaba, porque no habían traído ningún equipo. Tampoco eran pareja; eso quedaba claro después de ver cómo Huxley la había mirado. Podían ser senderistas, pero lo dudaba. No había visto botas de montaña, bastones de caminar, mochilas ni nada de lo que los senderistas serios llevaban para afrontar unos días de caminatas.

El único motivo que explicaría su presencia era Layton, y Cate no sabía qué hacer.

Entró en la cocina, donde había empezado a preparar una bandeja de galletas de manteca de cacahuete para los niños. Neenah Dase estaba sentada junto a la mesa, tomándose una taza de té. Como no tenía demasiado trabajo en el colmado, había dejado un cartel en la puerta diciendo que estaba en casa de Cate; cualquiera que la necesitara iría allí.

Neenah era nativa, nacida y criada en Trail Stop. Su padre abrió el colmado hacía más de cincuenta años. A su hermana mayor no le gustaba la vida en el campo y, en cuanto terminó el instituto, se marchó a la ciudad; ahora estaba muy feliz viviendo en Milwaukee. Cate no conocía la historia de Neenah excepto que era una antigua monja (o novicia, porque no estaba segura de que una monja pudiera dejar la orden después de haber jurado sus votos) que había vuelto a casa hacía quince años y se había encargado de la tienda. Cuando sus padres murieron, heredó el negocio. Nunca se había casado y, por lo que Cate sabía, tampoco había salido con nadie.

Neenah era una de las personas más tranquilas y pacíficas que Cate había conocido. Su pelo castaño claro tenía cierto tono ceniza que le confería un brillo plateado. Tenía los ojos azules y la piel de porcelana. No era guapa; tenía la mandíbula demasiado cuadrada y las facciones poco simétricas, pero era una de esas personas que te hacían sonreír cuando pensabas en ellas.

A Cate le caía bien todo el mundo, pero Neenah y Sherry eran con quien más relación tenía. La compañía de las dos era muy agradable: Sherry porque era un terremoto y Neenah porque era muy tranquila.

«Tranquila» no significaba que careciera de sentido común. Cate se sentó a su lado y dijo:

– Estoy preocupada por mis dos nuevos huéspedes.

– ¿Quién son?

– Dos hombres.

Neenah se quedó quieta con la taza de té casi rozándole los labios.

– ¿Te da miedo estar en la misma casa que ellos?

– No en el sentido en el que lo dices -Cate se frotó la frente-. No sé si sabes… -como Trail Stop era tan pequeño, las habladurías se sabían enseguida-, pero uno de mis huéspedes saltó por la ventana ayer por la mañana, se marchó con el coche y no ha vuelto. Se dejó aquí sus cosas, quizá porque no podía cargar con la maleta y saltar por la ventana al mismo tiempo. Por la tarde, un hombre que dijo trabajar en la compañía de alquiler de coches llamó y me preguntó por ese huésped pero, cuando más tarde llamé a la compañía para darles más información, me dijeron que no les constaba que el señor Layton les hubiera alquilado ningún coche. Y después, a última hora de la tarde, alguien llamó para reservar dos habitaciones para estos hombres y creo que era el mismo que fingió trabajar en la compañía de coches. ¿Me sigues?

Neenah asintió, con los ojos azules muy serios.

– Huésped desaparecido, gente que lo busca y que mienten sobre quién son y ahora esa misma gente está aquí.

– A grandes trazos, sí.

– Está claro que ese tipo no era trigo limpio.

– Igual que los dos que acaban de llegar.

– Llama a la policía -dijo Neenah, muy decidida.

– ¿Y qué les digo? No han hecho nada malo. Nadie ha incumplido ninguna ley. He denunciado la desaparición del señor Layton pero, como he podido cobrarle porque tenía su número de tarjeta de crédito, sólo pueden llamar a los hospitales y comprobar que no se ha caído por un barranco. Que yo sospeche de estos hombres no es motivo suficiente para que la policía los interrogue -Cate se inclinó hacia delante para coger su taza de té, que estaba junto al bol de la manteca de cacahuete, bebió un sorbo y luego ladeó la cabeza cuando oyó un ligero ruido en el pasillo que le aceleró el pulso-. ¿Has oído eso? -susurró nerviosa, mientras se levantaba y se acercaba en silencio a la puerta que daba al pasillo.

– No… -dijo Neenah, asustada, pero Cate ya estaba abriendo la puerta.

No había nadie. No había nadie en el pasillo ni en las escaleras. Se acercó a las escaleras y miró hacia arriba; desde allí, veía las puertas de las habitaciones tres y cinco, y ambas estaban cerradas. Se asomó al comedor, pero también estaba vacío. Se volvió hacia la cocina, donde Neenah la estaba esperando inquieta en el umbral.

– Nada.

– ¿Estás segura?

– Quizá es que estoy nerviosa -Cate cerró la puerta y se frotó los brazos, porque se le había puesto la piel de gallina. Cogió la taza y bebió un sorbo de té, pero se había enfriado e hizo una mueca. La llevó hasta el fregadero y tiró el resto del líquido por el desagüe.

– Yo no he oído nada, pero tú estás mucho más familiarizada con los ruidos de la casa. ¿No puede haber sido un simple crujido de la madera?

Cate recordó el sonido.

– No ha sido un crujido; ha sido más parecido al roce de alguien contra la pared -estaba demasiado alterada para sentarse, así que siguió colocando cucharadas de masa en la bandeja del horno y aplanándolas con la parte de atrás de la cuchara-. Pero, como te he dicho, quizá es que estoy más nerviosa de lo habitual. El ruido podía haber venido de fuera.

A unos metros de la puerta de la cocina, Goss salió en silencio de lo que parecía un cuarto de estar lleno de juguetes por el suelo. Le había ido de un pelo, pero descubrió algo importante. Mientras subía las escaleras, se mantuvo pegado a la barandilla y comprobó cada escalón antes de apoyar en él todo su peso, hasta que consiguió llegar al primer piso sin hacer ruido. No llamó a la puerta de Toxtel, sino que la abrió y entró. Cuando se dio la vuelta, tenía el cañón de la Taurus pegado a la nariz. Toxtel gruñó mientras bajaba el arma.

– ¿Acaso quieres que te mate?

– He oído a la dueña de la pensión hablar con otra mujer abajo -le explicó Goss en voz baja y un tono de urgencia-. Nos ha descubierto. Tiene intención de llamar a la policía -no es lo que Cate había dicho, pero Goss no estaba dispuesto a dejar escapar esa oportunidad.

– ¡Mierda! Tenemos que encontrar el cacharro ese de Layton y largarnos de aquí.