– Cate -dijo Calvin. Ella parpadeó y lo miró-. Coge la pistola.

Ella se arrodilló y la cogió con mucho cuidado. Jamás había tenido un arma en las manos y le sorprendió lo mucho que pesaba.

– ¿Ves el botón de la izquierda? Apriétalo.

Mientras sujetaba la pistola con la mano derecha, apretó el botón con la izquierda.

– Muy bien -dijo Calvin-, acabas de quitar el seguro. No aprietes el gatillo a menos que tengas intención de disparar. Baja primero las escaleras y mantente fuera de su alcance. Nosotros iremos detrás. Cuando llegues al pasillo, síguele apuntando hasta que baje yo, ¿de acuerdo?

El plan tenía sentido. Si dejaba que Mellor bajara primero, bien Calvin tendría que seguirlo tan de cerca que Mellor podría volverse y quitarle el arma o bien lo perdería de vista unos segundos cuando Mellor llegara al pasillo. Cate no se imaginaba lo que Calvin creía que Mellor podía hacer en esos pocos segundos pero, si creía que podía ser peligroso, ella lo creía.

¿Dónde estaba el otro hombre, Huxley? ¿Qué le había hecho Calvin?

Bajó las escaleras mucho más deprisa de lo que las había subido, aunque no a propósito. Todavía le temblaban las rodillas y las bajó casi llevada por el peso de su cuerpo. Sujetaba la pistola con fuerza mientras rezaba para que Mellor no intentara nada, porque no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Llegó al pasillo y se volvió, apuntando con el cañón hacia Mellor y sujetando la pistola con ambas manos, intentando estabilizarla lo máximo posible. Se movía un poco porque seguía temblando, pero le parecía que lo estaba apuntando desde bastante cerca, por lo que no haría nada o, al menos, eso esperaba.

Calvin siguió a Mellor a una distancia prudencial y, a diferencia de ella, parecía de hielo; no mostraba ningún nerviosismo.

– Sigue andando -le dijo a Mellor en ese tono tranquilo que no había abandonado en ningún momento. Empezaron a bajar las escaleras.

Al cabo de un momento, Cate dio un paso adelante para seguirlos. Entonces, Neenah bajó del desván muy despacio y sujetándose primero a la barandilla y después al marco de la puerta. Miró a Cate y tragó saliva.

– Estoy bien -dijo, con un hilo de voz-. Ayuda a Cal.

Cate bajó hasta el piso de abajo. Vio al otro hombre tendido en el suelo, delante de la puerta principal, con las manos atadas a la espalda. Intentaba ponerse de pie, algo aturdido.

– No puedo encargarme de él y de las tres maletas al mismo tiempo -dijo Mellor.

– Desátalo. Puede caminar -Calvin seguía con la escopeta pegada al hombro.

Mellor desató a Huxley y lo ayudó a levantarse. El otro hombre se balanceó un poco, pero se mantuvo de pie. Sus ojos azules cargados de odio se clavaron en Calvin pero, a juzgar por la nula reacción de este, se lo podría haber ahorrado.

Entre los dos, cogieron las maletas y salieron al porche; Huxley se tambaleaba un poco, pero consiguió llegar al coche. Cate siguió a Calvin hasta el porche y los observó meter las bolsas en el maletero del Tahoe y luego subir a los asientos delanteros. Justo antes de que Mellor encendiera el motor, oyó las agudas voces de los niños y supo que su madre y los gemelos venían de paseo. Cuando se dio cuenta de lo cerca que habían estado de verse envueltos en aquel infierno, casi se echó a llorar.

Cuando el Tahoe pasó por delante de la puerta, Huxley les lanzó una mirada asesina, pero Calvin y ella se limitaron a observar el coche hasta que se perdió en la carretera.

– ¿Estás bien? -preguntó él, sin apartar la mirada de la carretera. Cate se preguntó si creía que volverían.

– Estoy bien -dijo, con un hilo de voz. Se aclaró la garganta y volvió a intentarlo-. Estoy bien. Neenah…

– Estoy bien -dijo Neenah, que estaba en el umbral de la puerta. Todavía estaba pálida y temblorosa, pero ya no se apoyaba en nada para poder mantenerse en pie-. Un poco asustada, nada más. ¿Se han ido?

– Sí -respondió Calvin. Sostuvo la escopeta en una mano, con el cañón apuntando al suelo, mientras miraba a Cate-. Lo de pegar los sellos bocabajo ha sido una buena idea.

Había funcionado; ¡su lamentable esfuerzo para pedir ayuda había funcionado!

– Leí… En algún sitio leí que una bandera bocabajo es señal de Peligro.

Él asintió.

– Y también estabas nerviosa y temblorosa. Conduje hasta la carretera y volví a pie para comprobar si estaba todo en orden.

– Pensé que no te habías fijado -había mirado los sobres y los había guardado, sin mostrar ningún tipo de reacción.

– Me fijé.

La tranquilidad que Calvin desprendía acentuaba todavía más los temblores de su cuerpo. Miró a Neenah y vio que ella también estaba temblando mientras intentaba tranquilizarse. Con un sollozo, Cate soltó la pistola, se abrazó a Neenah con fuerza y se quedaron unidas para calmarse y apoyarse. Cate notó cómo Calvin las abrazaba y murmuraba algo tranquilizador y dulce, pero no pudo entender qué decía, pero ahora lo de menos eran las palabras. Una parte de su cerebro se dio cuenta de que Calvin no había soltado la escopeta y aquella la reconfortó. Se quedaron un buen rato envueltas en su sorprendente fuerza, luego oyó el grito de Tucker cuando se acercó corriendo, con Tanner pisándole los talones.

– ¡Señor Hawwis! ¿Eso es una pistola?

Las voces de los niños la hicieron recuperar la compostura, secarse las lágrimas que tenía acumuladas en las pestañas y bajar corriendo las escaleras para abrazarlos con todas sus fuerzas.

Capítulo 9

Goss y Toxtel no se dirigieron la palabra hasta llegar a la carretera principal. A Goss no le apetecía hablar, porque le dolía mucho la cabeza y tenía el orgullo destrozado. ¿Cómo había podido sorprenderlo por detrás ese cabrón? No recordaba haber oído ni visto nada, sólo una explosión de dolor en la cabeza y cómo todo se fundió en negro. El muy hijo de puta debía de haberlo golpeado con la culata de la escopeta.

Lo mejor de Toxtel era que no era hablador. No perdía el tiempo preguntando qué diantre había pasado, porque era obvio.

Goss sintió náuseas y dijo:

– Para. Tengo que vomitar.

Toxtel se acercó al arcén y paró el Tahoe. Las dos ruedas izquierdas todavía estaban en el asfalto, porque la carretera no era demasiado ancha y, cuando Goss salió, estuvo a punto de caer por un barranco, un desfiladero o como quiera que los llamaran. Apoyándose con una mano en el lateral del coche, consiguió llegar hasta la parte de atrás y se agachó con las manos alrededor de las rodillas. La posición provocó que la cabeza le diera más vueltas y todos los árboles y arbustos de alrededor empezaron a moverse.

Oyó cerrarse la puerta del conductor y Toxtel se le acercó.

– ¿Estás bien?

– Tengo una conmoción cerebral -consiguió decir Goss. Intentó respirar hondo para controlar las náuseas. Dejar que un pueblerino lo redujera ya era suficientemente vergonzoso, así que no quería vomitar delante de Toxtel.

Su compañero no era un tipo demasiado sensible. Ni siquiera mostró compasión por él. En lugar de eso, abrió el maletero y se acercó la maleta de Layton.

– A ver qué tenemos -dijo-. Quiero estar seguro de que el lápiz de memoria está aquí antes de llamar a Faulkner.

Goss consiguió levantarse mientras Toxtel abría la cremallera y empezaba a sacar cosas. Examinó cada pieza de ropa, cada bolsillo y cada costura, y luego lo tiró al suelo. En una bolsa de plástico había un teléfono móvil pero, cuando Toxtel quitó la tapa, vio que sólo había la batería. Decidido, lo desmontó pero no consiguió nada.

También había un par de zapatos de cordones negros y Toxtel se concentró en ellos. Sujetó los zapatos por la punta y empezó a golpear el talón contra el coche hasta que saltó la tapeta. Ni rastro del lápiz de memoria.

El siguiente paso era analizar la propia maleta. Toxtel rasgó el forro y buscó por cada rincón; incluso cortó las costuras de las asas y las analizó.

– ¡Mierda! -exclamó mientras tiraba la maleta por los aire-. No está aquí.

– Puede que Layton se lo llevara. Sólo tenía que guardárselo en el bolsillo -dijo Goss. Estaba decepcionado ante el fracaso de aquella oportunidad para joder a Faulkner, pero le dolía demasiado la cabeza para pensar en otro plan.

– Eso sería cierto si no tuviera pensado volver. Joder, podría haberlo llevado encima todo el tiempo. Vale, me lo creería si no hubiera nada sospechoso en esta maleta.

– ¿Como qué? -preguntó Goss, que estaba agotado-. La has destrozado y no has encontrado nada.

– Sí, pero es exactamente lo que no he encontrado lo que me hace sospechar que esa bruja no nos lo ha dado todo.

– ¿Como qué? -repitió Goss.

– ¿Ves alguna maquinilla de afeitar, algún cepillo de dientes, algún peine, desodorante y cosas de esas?

Goss miró los objetos que estaban en el suelo e, incluso con un dolor de cabeza horrible, llegó a la conclusión obvia:

– No nos lo ha dado todo.

– Casi todos los hombres llevan esas cosas en un neceser. Y aquí tampoco hay mucha ropa. Creo que tiene que haber otra maleta.

– Mierda -Goss se sentó en el maletero y se acarició el bulto que le había salido en la cabeza. La rozadura más leve le enviaba unas terribles punzadas de dolor por toda la cabeza y veía lucecitas. Se les abría una segunda opción pero, como no podía pensar con claridad, no sabía definirla.

– No podemos volver -dijo Toxtel muy serio-. Nos conoce y seguramente habrá llamado a la policía.

A través de su dolor de cabeza, Goss vio el dilema de Toxtel. Podía llamar a Faulkner, explicarle lo que había pasado y decirle que enviara a otra persona; pero eso sería abandonar y ninguno de los dos había abandonado nunca, jamás había dicho que no podían hacer el trabajo.

No era sólo una cuestión de ego. Se ganaban la vida solucionando asuntos de esos. Los dos tenían la fama de terminar el trabajo por mucho que se complicara y, gracias a eso, Faulkner les pasaba más trabajo que a los demás. Si fallaban, aunque sólo fuera una vez, la duda siempre estaría presente. Que no eran empleados con contrato, por el amor de Dios. Obtenían un porcentaje del precio por el trabajo y, como les daban los trabajos más difíciles, el precio era más alto, lo que significaba que su parte también era más grande.

– Se me está ocurriendo algo -dijo Toxtel mientras se volvía para mirar la carretera-. Deja que me lo piense un rato. Pero, antes que nada, ¿necesitas un médico?

– No -la respuesta fue automática. Después de haberlo dicho, Goss verificó cómo estaba-. No, a menos que me duerma y no puedas despertarme.

– No voy a sentarme a tu lado y despertarte a cada hora, tío -dijo Toxtel-. Así que será mejor que estés seguro de que estás bien.

Toxtel era así: todo corazón.

– Vámonos -dijo Goss-. Avísame cuando el plan esté listo.

El problema era: ¿Ir a dónde? Al menos, necesitaban un lugar donde quedarse de forma temporal y no recordaba haber visto ni un triste motel desde que salieron de la pista de aterrizaje. Toxtel sacó el mapa y lo extendió en el capó del coche mientras Goss abría su maleta y buscaba si tenía algo para el dolor de cabeza. En el neceser llevaba una dosis plastificada de ibuprofeno de esas que comprabas en los aeropuertos, así que la abrió y se tragó las dos pastillas sin agua. Y otra cosa, necesitaban algo para comer y beber. Al menos, eso podrían encontrarlo en aquella pequeña ciudad que habían dejado atrás en la carretera y, si tenían suerte, quizá allí también hubiera algún motel.

– Este mapa no sirve de nada -gruñó Toxtel, mientras lo doblaba y lo tiraba en el asiento posterior del coche.

– ¿Qué buscas? -preguntó Goss mientras volvía hasta la puerta del copiloto y se subía al coche. Tenía que andar con cuidado porque, si resbalaba, caería unos treinta metros al vacío. Seguramente podría agarrarse a algún árbol pero, de todas formas, estaba convencido de que no le gustaría la experiencia. Todos esos chalados a los que les gustaba la naturaleza estaban enfermos. En lo referente a él, que le, den a la naturaleza.

– Necesito uno de esos mapas con montañas y cosas de esas.

– Topográfico -dijo Goss.

– Sí. Uno de esos.

– ¿Para qué quieres encontrar una montaña? Mira a tu alrededor -gruñó, abarcando el paisaje en un gran movimiento de brazo desde dentro del coche. Aquello estaba lleno de montañas. Que mirara donde quisiera, allí sólo había montañas.

– Lo que necesito -dijo Toxtel muy despacio- es ver si existe alguna manera de aislar ese sitio. Sabemos que sólo existe esta carretera, y que termina allí. ¿Podemos bloquear el pueblo de forma que nadie pueda salir?

De repente, el dolor de cabeza de Goss pasó a un segundo plano a medida que iba captando la idea básica de lo que Toxtel le estaba proponiendo. Si alguna vez había existido una situación con más posibilidades, era esa.