Ella se rió.

– Sí, mucho. Lo que más me gustó fue la clase de geografía que nos dio -se volvió hacia Teague-. ¿Dónde quiere sentarse?

– Me quedaré de pie -respondió él mientras cogía el plato y la taza-. Gracias, señora.

Ella sonrió y se alejó. Teague vio cómo comprobaba el nivel de café de las tazas de los clientes, luego fue hasta la cafetera, cogió la jarra y volvió a pasearse por el comedor rellenando las tazas. Como Teague era un hombre, no pudo evitar mirarle el culo. Como Goss había dicho, estaba muy bien.

– Cate es un encanto -dijo Walter y Teague se volvió y descubrió que todos los hombres de la mesa lo estaban mirando con distintos niveles de agresividad. Se mostraban muy protectores con ella.

– Pierde el tiempo mirándola así -dijo un anciano que parecía tener noventa años-. Está comprometida.

¿Qué estaba pasando? ¿Por qué querían alejarlo de Cate Nightingale? Teague dibujó otra sonrisa, con gran esfuerzo, y levantó la mano.

– Estaba a punto de decir que me recuerda a mi hija -mintió. No tenía ninguna hija, pero aquellos viejos no tenían por qué saberlo.

Funcionó. Todos se relajaron y volvieron a sonreír. Walter se reclinó en la silla y retomó el tema de conversación original.

– Cuando deja a un cliente, hay días que Josh viene por aquí, pero no siempre. No es un cliente habitual como los demás. ¿Le ha dejado un mensaje en el contestador?

– No, no me he molestado. Alguien me dijo que quizá lo encontraría aquí -respondió Teague-. El tipo que conozco está buscando un guía para un cliente muy importante que, de repente, ha decidido que quiere ir a cazar, así que pensé en Creed. Como mi amigo necesita a alguien hoy, no merece la pena dejarle ningún mensaje. Le diré que se ponga en contacto con el siguiente nombre de la lista -hizo una pausa-. A menos que Creed tenga un teléfono por satélite.

Walter se frotó la mandíbula.

– Si lo tiene, nunca nos lo ha dicho. ¿Puedes llamar a un teléfono por satélite desde un teléfono normal?

– En teoría sí. Si no, no tiene sentido llevarlos -respondió muy serio el hombre mayor.

– Claro -admitió Walter. Miró a Teague-. Josh es el mejor guía, sin duda. Sus clientes se llevan trofeos con mayor frecuencia que los demás. Es una lástima que su amigo no pueda contar con él.

– Él se lo pierde -dijo Teague muy seco. Mientras sujetaba la taza con una mano y apoyaba el plato encima de la taza, cogió la magdalena y le dio un bocado. Las papilas gustativas estallaron de gusto. Reconoció el sabor a nueces, manzana, canela y otra cosa que no pudo identificar-. Joder -murmuró y se comió otro bocado.

Walter se rió.

– Las magdalenas de Cate son buenas, ¿eh? Cada vez que me como una pienso que es imposible que los bollos sean mejores que las magdalenas, pero entonces llega el Día de los Bollos y pienso que ojalá preparara bollos más a menudo.

Teague había oído hablar de los bollos, pero jamás había probado uno y tampoco tenía muy claro qué eran. La comida refinada no le gustaba y, normalmente ni siquiera hubiera aceptado una magdalena, pero se alegraba de haber aceptado esa. Si la señora Nightingale sobrevivía al plan de Toxtel, Teague pensaba volver a la pensión; esas magdalenas estaban deliciosas.

Ya sabía lo que necesitaba saber acerca de Creed, así que ahora sólo tenía que vigilar y ver qué pasaba. Si aparecía un niño por la tarde. Si los escaladores se marchaban. Si llegaban clientes nuevos a la pensión. Además, si Creed no aparecía por Trail Stop con la frecuencia necesaria para ser considerado un habitual de la pensión, Teague tendría que inventarse algo para neutralizarlo, y eso sería complicado.


Después de que todo el mundo se marchara y Sherry y ella limpiaran, Cate cobró la cuenta del grupo de escaladores y los vio alejarse, no tenía más habitaciones reservadas hasta el siguiente fin de semana: otro grupo de escaladores, algo que ahora no le hacía demasiada gracia. Sin los niños en casa, hubiera preferido mantenerse ocupada.

Sherry se marchó cuando terminó de limpiar y Cate se quedó sola en casa.

El silencio era doloroso.

Como no tenía que preparar ninguna habitación, no tenía que darse prisa para limpiarlas, pero se puso manos a la obra con ganas. Después de deshacer las camas y poner la lavadora, limpió los baños, pasó el aspirador, quitó el polvo e incluso limpió las ventanas.

Después empezó con la habitación de los niños, que quizá no fue demasiada buena idea. Tenía que limpiarla, pero ordenar los juguetes, hacer limpieza de los armarios y doblar la ropa, le recordó su ausencia. Intentaba no mirar el reloj, pero no podía evitarlo mientras pensaba dónde estarían en ese momento. Era imposible saberlo, lógicamente no sabía si el avión había salido con retraso, aunque esperaba que, en tal caso de retraso, su madre la hubiera llamado porque sabía que estaría preocupada si no la llamaban a la hora que se suponían que tenían que llegar.

Ni siquiera hizo una pausa para comer porque le pareció una pérdida de tiempo ponerse a cocinar sólo para ella. Tuvo que secarse las lágrimas varias veces. Era como un luto, y eso era una tontería, porque sabía perfectamente qué era el luto. Sin embargo, no podía evita tener la sensación de haber perdido una parte de ella, a pesar de sabía que el cordón umbilical no se había roto, sólo se había estirado un poco… si es que varios cientos de miles de kilómetros podían considerarse un poco.

– Menuda mierda esto del cordón umbilical -y ella misma tuvo que reírse de sus palabras, aunque sólo un poco. Estaban bien. Puede que sus padres no estuvieran tan bien después de la visita de los niños, pero los pequeños estarían encantados. Cate se había esforzado mucho en hacer que se sintieran muy seguros, lo que les había dado la tranquilidad para volar con su abuela y estar con ella quince días. Estaban impacientes por subir a un avión. Ya habían volado antes, pero apenas eran unos bebés y no se acordaban. Debería sentirse orgullosa de que fueran tan valientes.

Pero es que dos semanas era mucho tiempo. Debería haber aceptado dejárselos sólo una semana.

Cuando el teléfono sonó poco después de las tres, se lanzó a por él de un salto.

– Ya hemos llegado -dijo su madre, que parecía agotada.

– ¿Ha ido todo bien? ¿Habéis tenido algún problema?

– Todo ha ido perfecto; no ha habido ningún problema. Les ha encantado empujar el carro del equipaje. Les ha encantado ver aterrizar y despegar a los aviones. Les ha encantado el pequeño servicio del avión, que los dos han tenido que usar. Dos veces. Los pilotos se han parado a hablar con ellos antes de despegar y ahora los dos tienen un juego de alas que, por cierto, todavía llevan colgado de la camisa.

Cate se dijo que, seguramente, cuando volvieran a casa todavía lo llevarían, mientras las lágrimas le resbalaban por la mejilla a pesar de estar sonriendo.

– Lo primero que han visto cuando hemos llegado a casa ha sido el cortador de césped con ruedas -continuó su madre-. Ahora tu padre está ahí fuera con los dos sentados en el regazo, dando vueltas por el jardín. Hemos quitado las cuchillas -añadió.

Cate recordaba dar vueltas en el cortador de césped con su padre y se le encogió el corazón al saber que ahora él estaba haciendo lo mismo con sus nietos.

– Así que ya puedes dejar de llorar -dijo Sheila-. Se lo están pasando pipa, me han dejado agotada y ahora están en ello con tu padre, y eso debería darte una dulce sensación de venganza.

– Así es -admitió Cate-. Gracias.

– De nada. ¿Quieres que te envíe fotos por internet? Ya tenemos un montón.

– No, con la conexión que tengo cuesta mucho que se descarguen. Revélalas y trae copias cuando vuelvas.

– Vale. ¿Y tú cómo estás?

– He limpiado la casa de arriba abajo.

– Perfecto. Pues ahora que tienes las tardes libres, ve a la peluquería.

Cate se rió y, por primera vez, vio que podía ir tranquilamente a cortarse el pelo. Al menos las puntas, que no costaba tanto y lo necesitaba urgentemente.

– Creo que te haré caso.

– Dedícate tiempo a ti misma. Lee un libro. Mira una película. Píntate las uñas de los pies.

Cuando colgó, Cate se dio cuenta de que la intención de sus padres había sido tener a los niños unos días, pero también darle un merecido descanso a su hija. Se lo agradecía, y de corazón, e intentaría mimarse un poco. Con eso en mente, abrió el correo electrónico y anotó las reservas que habían llegado por Internet, terminó la colada, hizo la lista de la compra para el próximo viaje al supermercado, para algunas recetas nuevas que quería probar, se preparó un bocadillo de queso caliente para cenar y siguió el consejo de su madre: se pintó las uñas de los pies.

Capítulo 14

Esa noche, Teague volvió a reunirse con Toxtel y Goss. A la reunión también asistieron los tres hombres a los que había llamado para que participaran en la operación: su primo Troy Gunnell, su sobrino Blake Hester y un viejo amigo, Billy Copeland. Troy y Billy eran casi tan buenos como Teague en la montaña; Blake no se desenvolvía mal, pero su principal habilidad, y por eso estaba en el grupo, era su puntería. Si tenían que liquidar algún blanco concreto que fuera complicado, Blake sería el tirador.

Los seis repasaron el plan una y otra vez. Teague se había pasado casi todo el día diseñándolo, literalmente, con una serie de mapas de carreteras, topográficos, imágenes de satélite y mapas que él mismo había hecho de la zona. Durante su visita a Trail Stop, había tomado fotos de forma discreta con una cámara digital y las había impreso en casa. A partir de las fotografías y de su memoria, dibujó un plano de Trail Stop donde aparecían las casas y las distancias entre ellas.

– ¿Por qué necesitamos saber dónde están las casas? -preguntó Goss sin apartar la mirada del mapa. No había impaciencia en su tono, sólo genuino interés. Tenía mejor aspecto que el día anterior; cuando Teague se lo comentó, Goss admitió que el lampista de Trail Stop, a quien Toxtel describió como un hijo de puta delgaducho con una escopeta enorme, le había golpeado en la cabeza.

– Porque esta gente no suele levantar las manos y rendirse -les explicó Teague-. Quizá uno o dos sí, pero la mayor parte se cabrearán y se defenderán. No los subestiméis. Esta gente ha crecido cazando en estas montañas y habrá algunos con muy buena puntería. Si elegimos bien nuestras posiciones, podemos neutralizar casi todos los puntos de defensa; además, necesitamos tenerlos lo más reunidos posibles. Así podremos vigilarlos mejor. ¿Veis lo separadas que están las casas? -preguntó, señalando el mapa-. Con las posiciones de disparo que he seleccionado, tenemos línea de fuego directa a veinticinco de las treinta y una casas.

– ¿Y la pensión? -preguntó Toxtel.

Teague dibujó una línea discontinua desde una de las posiciones hasta la casa. Sólo había posibilidad de disparar a la esquina superior derecha de la casa porque el resto quedaba detrás de otro edificio.

Toxtel frunció el ceño. Evidentemente, esperaba algo mejor.

– ¿No puedes mover la posición y buscar un ángulo mejor?

– No. No sin tener que subir hasta lo alto de esta montaña -Teague señaló un punto del mapa, en la parte nordeste de Trail Stop.

– ¿Y por qué no lo haces?

– En primer lugar, porque no soy una puta cabra montes; es una roca casi vertical. Y, en segundo lugar, porque no vale la pena; cualquier intento de fuga no será por este lado. Sólo les hemos dejado una salida, que es aquí -dibujó una ruta con el dedo, un camino prácticamente paralelo a la planicie donde se situaba Trail Stop, que después torcía hacia el noroeste a través de una grieta en la montaña.

– ¿Y por qué no la cierras también? -preguntó Goss.

– Porque, si no recuerdo mal, sólo somos cuatro. Con vosotros, seis, pero creo que no tenéis experiencia con los rifles, ¿verdad?

Goss se encogió de hombros.

– Yo no. Toxtel no lo sé.

– Un poco -admitió Toxtel casi a regañadientes-. No mucha.

– Entonces, resulta que nosotros cuatro tendremos que repartirnos la vigilancia en turnos de doce horas. Y eso ya es suficientemente duro. Primero, cada uno de nosotros se colocará con un rifle en estas tres posiciones de disparo pero, cuando hayamos arrinconado a la mayoría en el extremo derecho del pueblo, esta posición del puente os la dejaremos a vosotros. Ellos no sabrán que los rifles estarán concentrados en las dos posiciones de la derecha donde, de todos modos, el riachuelo ejerce como barrera natural.

– ¿Y por las noches? ¿Tienes prismáticos de visión nocturna? -preguntó Goss.

Teague dibujó una sonrisa fría como el hielo.

– Tengo algo mejor. Visores FLIR.

– ¿Flir? ¿Qué coño es eso?