Ella se estremeció y Creed pensó que quizá se apartaría, pero no lo hizo.

– Estoy bien -respondió Neenah de forma automática, como si hubiera dado esa misma respuesta muchas veces.

– ¿Seguro?

– Claro que sí.

Él se acercó un poco más y deslizó la mano por su espalda.

– ¿Por qué no nos sentamos? -sugirió, acompañándola hacia el sofá.

Creed no podría decirlo con seguridad, porque el salón estaba iluminado por dos pequeñas lámparas, pero diría que Neenah se había sonrojado. «

– Lo siento, debería haber… -se detuvo e hizo ademán de sentarse en una silla pero, con un sutil movimiento de cuerpo, Creed lo evitó y la condujo hasta el sofá. Neenah se dejó caer en el cojín del medio, como si, de repente, las piernas le hubieran flaqueado.

Creed se sentó a su lado, lo suficientemente cerca como para que, si se movía un poco, su muslo rozaría el de Neenah. No lo hizo porque, de repente, recordó que había sido monja.

¿Significaba eso que era virgen? Empezó a sudar, porque no lo sabía. No es que fuera a acostarse con ella esa misma noche ni nada de eso pero, ¿alguna vez la había tocado algún hombre? ¿Nunca había salido con nadie, ni siquiera de adolescente? Si era inexperta, Creed nos quería hacer nada que pudiera asustarla pero, ¿cómo diantre se suponía que tenía que averiguarlo?

¿Y por qué había dejado la orden religiosa? Lo único que sabía de las monjas era cuando de pequeño te decían: «Te llevaremos a una casa de monjas», pero que no significaba nada en concreto. Bueno, de pequeño había visto un par de capítulos de La novia rebelde, pero todo lo que aprendió fue que cuando el empuje supera el peso, uno consigue volar. Menuda ayuda.

Vale, estaba hecho un flan. Pero no se trataba de él. Se trataba de Neenah. De Neenah aterrada y sin tener a nadie con quien hablar.

Se relajó, se reclinó en el sofá y se dejó envolver por los cojines. Mientras miraba las lámparas, las plantas, las fotografías, los libros, los adornos y una especie de marco de madera con una costura a medias pensó que era un salón de mujer. Había un televisor de diecinueve pulgadas colocado entre libros en lo que parecía un viejo aparador. La pared izquierda estaba ocupada por la chimenea y las brasas ardiendo delataban que había encendido el fuego para combatir el frío de la noche.

Ella no se había relajado; todavía estaba sentada con la espalda recta; Creed sólo le veía la espalda. No pasaba nada. Quizá ella necesitaba aquella sensación de anonimato.

– Hice carrera en los marines -dijo él, al final, mientras observaba cómo ella tensaba los hombros y lo escuchaba atentamente-. Veintitrés años. Vi mucha acción y me vi atrapado en medio de muchas situaciones tensas. De algunas pensé que no saldría con vida y, cuando lo hacía, a veces temblaba tanto que creía que se me iban a romper los dientes. La mezcla de miedo y adrenalina pueden dejarte tocado y quizá necesites un tiempo para recuperarte.

Se quedaron en silencio, un silencio palpable como una caricia. Creed la oía respirar, cada suave inhalación y espiración, el delicado ruido de la tela que retorcía con los dedos. Entonces, ella murmuró:

– ¿Cuánto tiempo?

– Depende.

– ¿De qué?

– De si tienes a alguien en quien apoyarte o no -respondió él, mientras alargaba los brazos y, con delicadeza, la agarraba por los hombros y la echaba hacia atrás.

Ella no se resistió, pero Creed percibió su sorpresa y su reticencia inicial. La colocó con cuidado en el hueco de su brazo y la acercó a él. Ella lo miró y parpadeó, con la expresión de sus azules ojos solemne, interrogante y dubitativa.

– Shhh -murmuró él, como si ella hubiera protestado-. Relájate.

Neenah debió de ver algo en su cara que la tranquilizó, (Señor, ¿cómo podía estar tan ciega?), porque suspiró levemente, relajó el cuerpo y se amoldó al cuerpo de Creed, se perdió en su calidez mientras él la iba acercando más a su pecho.

Era suave, cálida y olía muy bien. Todos los sentidos de Creed despertaron ante aquella proximidad, ante el delirio de tenerla por fin entre sus brazos, sentirla, olerla. Ella hundió la cabeza en su hombro, temblorosa. Sus hombros se agitaron un poco y él le murmuró algo tranquilizador mientras la abrazaba.

– No estoy llorando -respondió, con la voz apagada y triste.

– Si quieres, llora. Total, ¿qué son unos pocos mocos entre amigos?

Ella se echó a reír, el sonido se perdió en el cuerpo de Creed y levantó la cabeza para mirarlo.

– No me puedo creer que hayas dicho eso.

La besó. Llevaba años queriendo hacerlo y, cuando la vio levantar la cabeza y que sus labios quedaban a escasos centímetros de los suyos, se dijo, al diablo, y lo hizo. Le agarró la cara con las manos y la besó con toda la ternura del mundo, dejándole espacio de sobra por si quería apartarse, pero no lo hizo. En lugar de eso, Neenah apoyó una mano en su hombro y le devolvió el beso, abrió los labios y lo buscó con la lengua.

La tierra tembló; una gigantesca explosión sacudió la casa. Una pequeña parte de Creed quiso atribuirlo a la emoción del beso, pero era más realista y abrazó a Neenah con las dos manos mientras la lanzaba al suelo y se colocaba encima de ella para protegerla.

Capítulo 16

En cuanto Teague hizo volar el puente, Billy, Troy y Blake empezaron a disparar contra la primera línea de casas. No intentaban alcanzar a nadie de forma deliberada pero, si lo hacían, tampoco les importaba. Sencillamente, apuntaban un poco alto porque sabían que una masacre sólo conseguiría que todos los policías de Idaho los persiguieran, y no querían que eso pasara.

Blake utilizaba un Weatherby Mark V Magnum.257, una auténtica obra de arte que hacía mucho daño. Billy tenía un Winchester y Troy un Springfield M21. El Weatherby y el Winchester eran dos buenos rifles de caza, mientras que el Springfield era un arma de francotiradores. Teague tenía un Parker-Hale M85, con sistema bípedo para mayor estabilidad. Tanto el Springfield como el Parker-Hale eran rifles de larga distancia, capaces de alcanzar a alguien a un kilómetro de distancia, siempre que la persona que apretara el gatillo fuera buena.

Teague había elegido las armas pensando en sus diferencias. Blake y Billy cubrirían los turnos de noche, cuando necesitarían los visores infrarrojos. Esos visores tenían un límite físico; cualquier objetivo que estuviera a más de cuatrocientos metros no aparecería en el radar. De modo que sus rifles eran mejores para la media distancia. Troy y Teague podían utilizar prismáticos de gran precisión durante el día y sus rifles de gran alcance meterían el miedo en el cuerpo de cualquiera que vieran moviéndose por la comunidad. Estos rifles también tenían infrarrojos, pero Troy y Teague no tenían que depender únicamente de ellos.

Goss y Toxtel estaban preparados para acercarse a la posición donde antes se levantaba el puente, una vez el polvo hubiera desaparecido. Con sus pistolas, eran responsables de controlar cualquier acción de alcance próximo, algo que Teague no creía que sucediera.

El rugido de la explosión y la consiguiente lluvia de escombros todavía no habían terminado cuando la gente del pueblo salió corriendo de casa para ver qué estaba pasando. Tranquila y deliberadamente, los cuatro hombres empezaron a disparar para arrinconar a los buen ciudadanos de Trail Stop al final del pueblo.


En cuanto se fue la luz, Cal se levantó, cogió su linterna sumergible y se dirigió hacia la puerta. Si el colmado, que era uno de los primeros edificios del pueblo, se había quedado sin luz, eso significaba que casi con total seguridad el resto de la comunidad también estaba a oscuras y Cate estaba sola en casa. Estaba saliendo por la puerta cuando la fuerza de la explosión lo hizo caer de espaldas; cayó rodando, agarrando con fuerza la linterna para no perderla.

«Una bomba.»

La oscuridad, la explosión y la onda expansiva lo pusieron directamente en modo de batalla. La adrenalina invadió su cuerpo y no se paró a pensar, no tenía que pensar, porque aquello no le era extraño, era su naturaleza. Se guardó la linterna en el bolsillo de los pantalones, abrió la puerta y salió a gatas al rellano de las escaleras. No había ninguna barandilla de seguridad, sólo un pequeño zócalo. Se agarró al extremo del rellano y se quedó allí colgando un segundo antes de dejarse caer en la oscuridad. Como no veía el suelo, era difícil controlar la caída, pero al conocer la distancia le resultó más fácil. Amortiguó el golpe doblando las rodillas, dio una voltereta en el suelo y se colocó detrás de su furgoneta.

Cuando se oyó el primer disparo, él ya estaba en el suelo.

Le silbaban los oídos de la explosión, pero aún así podía identificar el punto desde donde salían los disparos… no, los puntos… cuatro puntos distintos. La explosión había venido del lado del puente; quizá había estallado un vehículo mientras lo cruzaba, pero no le daba esa sensación, el sonido había sido distinto. Como en aquella dirección no había nada más, el instinto le decía que alguien había hecho volar el puente. El por qué y el quién eran preguntas que podían esperar. Tenía que ir a por Cate.

Un fuerte disparo atravesó las paredes de su salón, lanzando astillas de madera encima de la furgoneta. Quien quiera que estuviera al otro lado del río, estaba disparando de forma sistemática contra todas las casas.

Desde el puente, el colmado era la tercera casa por la derecha; la casa de Neenah era la primera y era una de las más expuestas. Creed había ido a su casa, lo que significaba que Cal tenía que contemplar la posibilidad de que su antiguo comandante estuviera muerto o, al menos, herido. Por lo tanto, no podía contar con su ayuda.

Se arrodilló, manteniéndose detrás del capó del coche, y abrió la puerta del copiloto. La escopeta Mossberg estaba detrás del asiento, así como dos cajas de cartuchos. Se abrió el bolsillo lateral de la pernera derecha del pantalón, metió los cartuchos dentro y luego cerró el bolsillo con el velcro. También vio otra cosa que podría necesitar, así que cogió la bolsa de deporte verde donde tenía el equipo de primeros auxilios.

Casi amortiguados por los disparos de los rifles, oyó gritos de pánico y dolor. Se dio cuenta de que todo el mundo estaba saliendo de casa, quizá incluso los tiradores los estuvieran haciendo salir de forma deliberada. Ahora estaban desprotegidos, como patitos de la feria.

– ¡Al suelo! -gritó mientras se desplazaba hacia atrás y la derecha, intentando mantener siempre un edificio, un árbol, lo que fuera, entre él y los rifles-. ¡Todo el mundo a cubierto! ¡Esconderos detrás de los coches!

Había muchos espacios abiertos entre las casas; Trail Stop era una comunidad cuyas casas estaban bastante separadas. Cuando tenía que cruzar un espacio abierto, agachaba la cabeza y corría como un loco, zigzagueando como un experto en evitar las caravanas. Uno de los tiradores lo localizó enseguida y disparó una bala que le pasó silbando justo por detrás de la nuca. Rodó por el suelo, se revolcó y, al final, se tiró detrás de la siguiente casa, se tendió en el suelo y se agarró con fuerza a un grifo exterior que se le clavaba en el hombro.

¡Mierda! Los tiradores tenían visores nocturnos o quizá incluso infrarrojos. ¿Qué coño estaba pasando? ¿Quién era esa gente? ¿Policías? ¿Algún tipo de acción militar? ¿Algún tipo de grupo de supervivencia que la tenía tomada con alguien de Trail Stop? Daba igual. No disparaban balas a ciegas. Lo veían, y veían a todo el mundo.

Sin embargo, no podían ver a través de las paredes.

Para minimizar las opciones de que le dieran, tenía que poner las máximas casas, vehículos, árboles y cualquier objeto sólido entre él los tiradores. Eso significaba alejarse de casa de Cate, porque la carretera no pasaba por el medio del pueblo, sino que hacía una curva a la izquierda, dejando dos tercios de tierra, y la mayor parte de casas, a la derecha. Nadie había dibujado un plano del pueblo; la gente se había ido construyendo la casa donde quería, sin ton ni son.

Mientras corría, iba repasando las casas por donde pasaba. La casa de Cate estaba en el extremo izquierdo de la comunidad, en el lado menos poblado de la carretera, pero no estaba tan expuesta como las demás. Tenía el garaje detrás y dos casas más a la izquierda. Si se quedará en casa, en el piso de abajo…

Pero su habitación estaba en el piso de arriba y Cal no sabía el ángulo de ataque exacto de los tiradores. Ahora mismo, podría estar en el suelo en medio de un charco de sangre…

Apretó los dientes y apartó esa imagen de su cabeza, porque no podía funcionar en un mundo en el que Cate Nightingale no estuviera.

El terreno que pisaba estaba lleno de baches que lo frenaban y, además, no veía absolutamente nada. Mientras corría, se cruzó con un grupo de gente que venían de las casas más interiores y que iban directos hacia los disparos. Casi todo el mundo llevaba una linterna y, algunos llevaban rifles o escopetas.