Capítulo 18

Neenah se estremeció y empezó a agitar los brazos convulsivamente contra el cuerpo de Creed, que la aplastaba contra la alfombra. La onda expansiva de la explosión había sacudido toda la casa y los había envuelto en una nube de polvo. Creed le cubrió la cabeza con los brazos, intentando protegerle el cuerpo entero por si caía algún trozo de madera o algún objeto de la casa.

Y luego nada, un silencio muy extraño que les hacía silbar las orejas.

– ¿Te-Terremoto? -gritó ella.

– No. Una explosión -Creed levantó la cabeza y sólo vio oscuridad. No había luz, ¡menuda sorpresa! Seguro que la explosión había destrozado la línea eléctrica que cruzaba el río por el puente.

Y entonces oyeron un «¡crack!» seco y fuerte que le congeló la sangre y, al mismo tiempo, la ventana de delante de la casa se rompió en mil pedazos. Creed notó que varias cosas le caían encima del cuerpo, pero las ignoró cuando les empezaron a llover tiros. Empezó a moverse y puso en práctica los veinte años de entrenamiento con los marines, a pesar de que ya hacía ocho años que lo había dejado; arrastró a Neenah debajo de su cuerpo mientras él gateaba y se deslizaba hacia el pequeño pasillo que había visto al entrar, más protegido que el salón. No se veía absolutamente nada, pero tenía un sentido de la orientación excelente.

Neenah estaba completamente callada, sólo se la oía respirar de forma entrecortada. Estaba colgada de él como un mono e intentaba ayudarle empujándose con los pies. Ella también había reconocido ruido de los rifles; al fin y al cabo, había crecido entre personas que todavía cazaban para conseguir parte de la comida diaria.

Sin embargo, Creed no sabía de dónde provenían los disparos, si el objetivo era Neenah o era él, o si no lo eran ninguno de los dos y se trataba más de estar en el sitio equivocado en el momento equivocado. Ahora mismo, el por qué no importaba, sólo el dónde, la dirección desde donde venían los disparos. No podía salir corriendo hacia cualquier parte, tenía que mantener a Neenah a salvo.

– ¿Dónde está la cocina? -preguntó, mientras oía cómo impactaban todas las ráfagas de balas. Parecía la guerra. La cocina los protegería mejor, con tantos aparatos metálicos. Una bala de alto calibre disparada por un rifle podía atravesar varias paredes, a menos que la detuviera algo como una nevera. Y, aunque Neenah tuviera una pared llena de neveras, no tenía ninguna intención de levantarse.

– No… No lo sé -balbuceó ella, intentando respirar-. Yo… ¿Dónde estamos?

Estaba desorientada, cosa que no era de extrañar. Creed la abrazó con más fuerza con el brazo izquierdo.

– Estamos en el pasillo; tienes los pies apuntando hacia la puerta principal.

Neenah se quedó callada unos segundos, respirando con fuerza mientras intentaba situarse mentalmente en su casa.

– Ah… vale. A la derecha. Un poco más adelante, a la derecha. Pero tengo que subir a mi habitación.

Creed ignoró la última frase; una habitación no ofrecía tanta protección.

– La cocina es más segura.

– Ropa. Necesito ropa.

Creed se detuvo. Se había producido una explosión, alguien les estaba disparando ¿y ahora resulta que quería cambiarse de ropa? Tenía en la punta de la lengua el mismo ácido comentario que habría puesto de vuelta y media a más de un duro marine, pero se calló. No estaba frente a uno de sus hombres, sino de Neenah… y había sido monja. Quizá las antiguas monjas eran extremadamente pudorosas. Por Dios, esperaba que no pero…

– Lo que llevas servirá -aventuró él, con cautela por si violaba alguna regla secreta de las monjas.

– ¡No puedo correr por ahí con camisón y bata, y mucho menos con zapatillas!

Por desgracia, tenía razón y, aparte, las noches eran cada día más frías. Él hubiera preferido poder esconderse en una posición más segura para analizar la situación, pero sabía perfectamente que no podía tratarla como a un batallón de hombres. Ante aquella realidad, la prioridad era ayudarla a que hiciera lo que necesitara de la forma más segura.

– De acuerdo, cambio de ropa para la señora -otra ráfaga de balas penetró la pared del salón, seguida del seco ruido de los disparos de los rifles. Creed se colocó encima de Neenah por si la siguiente ráfaga de balas iba más baja, aplastándola bajo su peso. La notaba suave y delicada bajo su cuerpo, como se la había imaginado durante años, y la idea de que una de aquellas balas la alcanzara era horrible. Había luchado guerras, había perdido hombres víctimas de todo tipo de violencia (balas, bombas, cuchillos o un accidente durante los entrenamientos) y cada pérdida le había dejado una cicatriz en el alma; él también había matado, aunque aquellas cicatrices eran distintas, pero todo eso lo había llevado con gran estoicismo, que es lo que le había permitido seguir adelante. En cambio, no podría soportar que le pasara algo a Neenah. Por eso, dijo:

– Tú quédate en la cocina y tiéndete en el suelo, que es lo más seguro. Yo te traeré la ropa.

– Pero si no sabes dónde está; estarás expuesto a las balas durante más tiempo… -antes de que terminara la frase, ya se estaba alejando de él.

Atónito, se dio cuenta que Neenah estaba intentando protegerlo. La sorpresa hizo que bloqueara sus esfuerzos por alejarse de forma algo brusca y la agarrara con fuerza.

Ella le empujó los hombros, con los pechos aplastados por su peso.

– Señor Creed… Joshua… ¡Tengo que respirar!

Él se levantó un poco, pero no lo suficiente para que ella pudiera escabullirse. Creed se dijo que podía cabrearla o podía mantenerla con vida. En su opinión, la elección era clara como el agua. Se acercó a su oreja y le dijo:

– Escúchame bien: alguien nos está disparando con un rifle de largo alcance, por lo que esto es mi terreno, no el tuyo. Mi trabajo es que salgamos de aquí con vida. Tu trabajo es hacer lo que yo diga en el mismo momento en que lo digo. Cuando estemos a salvo, puedes darme una bofetada o mil patadas pero, hasta entonces, yo estoy al mando, ¿entendido?

– Claro que lo entiendo -respondió ella en un tono bastante frío, teniendo en cuenta que apenas podía respirar-. Nunca me he considerado una idiota. Pero me parece lógico que pueda coger mi ropa más deprisa que tú, con lo que los dos estaremos más seguros porque, si te disparan mientras buscas mis zapatos, mis opciones de salir de aquí con vida se reducen de forma bastante drástica. ¿Tengo razón o no?

Estaba discutiendo con él. La experiencia era nueva y exasperante. Y lo más frustrante era que tenía razón… otra vez. Creed se quedó en la misma posición, librando una lucha interior entre la lógica y el instinto de protegerla a toda costa.

Con un movimiento rápido, rodó hacia un lado y le dijo:

– Date prisa. Si tienes una linterna, cógela, pero no la enciendas. No te levantes. Si puedes, arrástrate por el suelo y, si tienes que levantarte un poco, arrodíllate, pero no te pongas de pie. ¿De acuerdo?

– De acuerdo -respondió ella. La voz le tembló un poco, pero estaba decidida. Creed se obligó a dejar que se alejara y la siguió por los movimientos que hacía mientras se arrastraba con los codos y se impulsaba con los pies. En un momento dado, le pareció oír una palabrota pero estaba casi seguro de que las monjas, incluso las antiguas monjas, no maldecían, así que seguramente lo había oído mal.

Creed empezó a sudar mientras la esperaba, consciente de que, en cualquier segundo, otra ráfaga de balas podía atravesar las paredes de esa casa como si fueran de papel. Hasta ahora, los disparos habían ido altos, para alcanzar a las personas que estuvieran de pie. Los habitantes de Trail Stop eran civiles; no habían recibido ningún tipo de entrenamiento para tirarse al suelo en cuanto oyeran un disparo. Estaba seguro de que intentarían correr, y no necesariamente en la mejor dirección. Quizá incluía intentaran asomarse a la ventana, que era quizá lo más estúpido que alguien podía hacer en una situación como aquella. O quizá cogieran las linternas y las encendieran, señalando su posición a los tiradores. Tenía que salir de allí, organizarlos y evitar que hicieran estupideces.

Al menos, Cal estaba allí fuera, a no ser que le hubieran dado al principio, algo poco probable. Ese maldito fantasma tenía un sexto sentido para sobrevivir. El equipo había aprendido a prestarle mucha atención porque, una y otra vez, hacía algo que parecía ilógico en ese momento pero que, al cabo de cinco segundos, le había salvado la vida o lo había colocado en una posición estratégica mucho mejor. Si Cal saltaba, el equipo saltaba con él. Además, cuando se trataba de ir del punto A al B camuflándose, Creed jamás había visto a nadie hacerlo mejor. Cal reuniría a los supervivientes, los organizaría y los dejaría en el lugar más seguro del pueblo; luego iría a buscar a los desaparecidos y los heridos.

Neenah estaba tardando mucho.

– ¿Qué haces? -preguntó bastante seco y apenas escondió sus ganas de seguirla y arrastrarla hasta la cocina.

– Me estoy cambiando -respondió ella, igual de seca. Creed arqueó las cejas. Vaya, la monja tenía carácter. Por algún motivo, aquello lo excitó un poco; le gustaba. Creed se conocía a sí mismo y sabía que jamás podría estar con una mojigata.

– Coge la ropa, tráela a la cocina y cámbiate aquí. No estés en una situación vulnerable más tiempo del necesario.

– ¡No puedo cambiarme delante de ti!

– Neenah -Creed respiró hondo e intentó inyectar paciencia a su tono de voz-. Está oscuro. No veo nada. Y, aunque pudiera, ¿qué pasaría?

– ¿Cómo que qué pasaría?

– Sí, ¿qué pasaría? De todos modos, tengo pensado desnudarte en cuanto pueda.

Comprobado: tenía el tacto de un gorila. Si se le echaba encima como una loba, sabría que estaba perdiendo el tiempo.

Pero no lo hizo. En lugar de eso, Neenah se quedó inmóvil, como si estuviera conteniendo la respiración. La pausa se alargó tanto que la desesperación le hizo un nudo en la garganta a Creed. Y entonces oyó el inconfundible ruido de alguien arrastrándose hasta él.

El corazón le dio vuelco, casi se le paró, literalmente.

Había mentido respecto a que no podía ver nada. Al principio, antes de que la vista se acostumbrara a la oscuridad, no podía ver nada sí, pero ahora ya veía las formas de las puertas y las ventanas y algún bulto de los muebles. Si él podía ver, ella también… así que Neenah sabía perfectamente lo que Creed podía ver. Obviamente, nada de detalles, pero sí que identificó la palidez de una pierna desnuda. Ya llevaba la camisa, pero arrastró los pantalones, los zapatos y el abrigo hasta la cocina. Puede que llevara ropa interior, o puede que no. Creed contuvo el instinto de alargar la mano y tocarle el culo para comprobarlo. También contuvo el impulso todavía más fuerte de ponerla de espaldas en el suelo y colocarse entre sus piernas desnudas. Aunque, si alguna había existido un mal momento para hacer el amor, era ese pero, por primera vez, la libido se olvidó del entrenamiento.

Neenah pasó por delante de él y, en la oscuridad, Creed reconoció el color blanco de las bragas, cosa que solucionaba la duda de si llevaba ropa interior o no. Antes de darse cuenta, Creed la estaba siguiendo, como atraído por un imán. Cualquier hombre con sangre en las venas seguiría el culo de una mujer que le pasara por delante y enseguida notó cómo se excitaba y tuvo que contenerse. Lo primero era ponerla a salvo, ya daría rienda suelta a la pasión después.

En la cocina, Neenah se sentó en el suelo y se puso los calcetines, luego los vaqueros y los zapatos. Llevaba una camisa clara, pero eso ya no tenía arreglo porque no pensaba volver a enviarla a la habitación a cambiarse; además, llevaría el abrigo.

– ¿Linterna? -le preguntó, por si se la había olvidado.

– En el bolsillo del abrigo -la cogió y se la dio.

Creed contuvo un suspiro cuando su enorme mano se cerró sobre el pequeño tubo; era del tamaño de un bolígrafo. Por supuesto, no podría utilizarla hasta que estuvieran a salvo, pero las linternas de ese tamaño se utilizaban básicamente para realizar alguna pequeña tarea justo delante del halo de luz, no para abrirse camino por el pueblo a oscuras. Sin embargo, era mejor que no tener nada.

– Muy bien, salgamos por atrás y alejémonos de aquí.


La radio de Teague crujió y se oyó una voz.

– Halcón, aquí Búho. Halcón, aquí Búho.

«Búho» era Blake, que estaba en la primera posición de disparo. Teague se alejó de Goss y de Toxtel manteniéndose siempre a cubierto. La gente del pueblo tenía rifles, y no lo había olvidado. Tenía el volumen de la radio al mínimo porque, por la noche, cualquier ruido se magnificaba; no quería señalar su posición y favorecer que alguien disparara en su dirección. Con una enorme roca entre la comunidad y él, apretó el botón «Hablar» para responder: