– Aquí Halcón. Adelante.
– Halcón, ¿sabes el tipo que le has dicho a Billy que siguiera? Le he estado vigilando, por si necesitabas saber dónde estaba. Entró en ese edificio de dos pisos, el tercero por la derecha…
Teague recordó el plano que había hecho del pueblo y se dijo que era el colmado. La tienda cerraba a las cinco, ¿a qué había ido Creed allí? Aunque no es que le importara, sólo era curiosidad.
– Sí, ¿y qué?
– Se ha quedado allí unos minutos; luego salió y fue a pie hasta la primera casa a la derecha. No ha salido, al menos no antes de que empezara el baile. Desde entonces, he estado ocupado, pero he intentado vigilarlo y no he visto ningún movimiento. He disparado varias veces contra la casa, así que igual le he dado.
– Igual. Gracias por la información. Sigue disparando contra las casas y contra cualquier cosa que se mueva -volvió a colgarse la radio del cinturón y regresó a su posición cerca de Goss. Se tendió en el suelo para poder estabilizar mejor el arma y apuntó hacia la primera casa de la derecha.
Con cuidado, desplazó el visor infrarrojo de derecha a izquierda, buscando la silueta que desprendiera calor. La casa desprendía calor, y eso dificultaba un poco la tarea de localizar el calor humano; lo dificultaba, pero no lo impedía. Puede que Blake creyera haber alcanzado a Creed, pero Teague no era tan optimista. Seguro que Creed estaba en el suelo incluso antes de que empezaran a disparar y seguro que, inmediatamente, buscó algún lugar para cubrirse.
Habría otra personas en la casa, o quizá más. Teague no tenía ni idea de quién vivía allí, ni le interesaba. Lo importante era que Creed estudiaría la situación y se escondería en un lugar más seguro. No saldría por la puerta principal, lo que significaba que iría por detrás.
A Teague se le aceleró el pulso ante la idea de poder atrapar Creed como a un ciervo. Creed podía haberse camuflado y huido pero no había pasado tanto tiempo, quizá diez minutos y, conociendo a Creed, seguro que primero se había dedicado a organizar a las personas que había dentro de la casa. Se mordió el labio, tomó una decisión y llamó por radio a sus compañeros:
– Aquí Halcón. Voy a desplazarme a la derecha para tener una mejor visión de la parte posterior de la primera casa -tenía que mantenerlos informados de sus movimientos para que ninguno de ellos se confundiera y le volara la cabeza de forma accidental.
Le repitió la misma información a Goss, que asintió de forma breve y seca antes de concentrarse otra vez en su posición. Teague estaba impresionado por Goss, y no porque hubiera hecho nada espectacular, sino porque parecía captar al momento el por qué de todo lo que Teague hacía.
Sólo pudo avanzar unos setenta metros a la derecha porque, a partir de allí, la montaña descendía de forma brusca hasta el río. Este lado de la carretera consistía en una serie de peligrosas rocas colgadas de una pendiente; si ponía un pie en el sitio equivocado, se arriesgaba a torcerse un tobillo, como mínimo, o incluso a romperse algún hueso. El musgo hacía que las rocas fueran resbaladizas y ralentizaba la marcha y, encima, Teague tenía que cargar con el rifle y cuidar el enorme visor que llevaba acoplado al arma. No podía utilizar una linterna, porque delataría su posición, así que avanzaba realmente despacio. Cada minuto que pasaba era un minuto más de tiempo que Creed tenía para escapar, pero Teague no podía hacer nada para ir más deprisa. Joder, si Blake le hubiera dicho dónde estaba Creed antes de volar el puente…
Al menos, llevaba el rifle encima del hombro para comprobar el ángulo y podía ver la parte trasera de la casa; bueno, como mínimo parte de la casa. El ángulo no era el mejor, pero no podía seguir avanzando. Se colocó detrás de una roca y apoyó en ella el rifle para estabilizarlo, luego apuntó hacia la casa y esperó.
Desde allí nadie había disparado. Seguro que Creed ya había localizado de dónde provenían los tiros de modo que, si quería controlar la situación, lo mejor sería hacerlo desde la parte trasera de la casa. Tenía que sopesar la posibilidad de que tuvieran rifles con visión nocturna, pero no esperaba infrarrojos porque eran muy caros y no demasiado cómodos. Seguro que se movería con mucha cautela hasta la parte posterior de la casa…
Vio una enorme señal de calor en la casa que se movía muy deprisa, luego se escondió detrás de algo y desapareció. Maldiciendo en voz baja, Teague la siguió con el visor e intentó volver a localizarla, pero le había pillado desprevenido y, si disparaba ahora, delataría su nueva posición y pondría a Creed sobre aviso. Tendría que esperar a la próxima oportunidad.
Jesús, aquella señal era muy rara, como una araña enorme. Inquieto, el cerebro de Teague tardó varios segundo a interpretar la señal que le habían enviado los ojos: dos personas, moviéndose prácticamente de forma idéntica, con la más grande detrás y la más pequeña delante. Cuatro piernas, cuatro brazos, doble calor corporal: dos personas.
Ahora podría haber utilizado un visor de visión nocturna en lugar del infrarrojo para así poder saber exactamente detrás de qué se habían escondido. Quizá de un coche; tener uno allí aparcado, cerca de la puerta, tenía sentido. Del bulto negro que veía no salía ninguna señal de calor de modo que, si era un coche, llevaba allí el tiempo suficiente para que el motor se enfriara y no desprendiera calor. Lastima, un coche era un buen escudo, lo suficientemente bueno como para impedir que las balas llegaran al otro lado.
Sin embargo, al no disparar, le había dado a Creed un falso sentido de seguridad, pensó Teague. Si creía que nadie los había visto, Creed no sería tan cauteloso en su siguiente movimiento. Y esta vez, Teague estaría preparado.
Vio un destello de luz en el visor que le llamó la atención; y luego desapareció. Mierda. ¿Qué estaban haciendo? Quizá estaban cambiando de posición, quizá se estaban desplazando y preparando para el siguiente movimiento. Seguro que no irían hacia la parte delantera de la casa y tampoco se dirigirían hacia el puente, así que sólo tenían dos opciones. Había alguien con Creed, alguien a quien intentaba. proteger… alguien más pequeño. ¿Una mujer? Lógicamente, intentaría poner más paredes y más distancia entre ellos y los tiradores, lo que significaba que iría hacia atrás, hacia el río.
El tiempo pasó… demasiado tiempo. ¿A qué coño estaba esperando Creed, a las Navidades? Teague comprobó la luna de su reloj y vio que, desde que Blake se había puesto en contacto con él para informarle del paradero de Creed, habían pasado treinta y cuatro minutos, cuarenta y cinco desde que habían echo explotar el puente. Ahora, los disparos no iban dirigidos a nadie en concreto, porque todo el mundo estaba en el suelo, a cubierto o se había alejado más allá del alcance de los visores. Los disparos ocasionales sólo pretendían recordarles que se quedaran donde estaban. Quizá era lo que había decidid hacer Creed.
No, la cobertura de un coche, porque Teague estaba seguro de que estaban escondidos detrás de un vehículo, era demasiado restrictiva y no los protegía del frío, ni tenían agua ni comida. Creed se movería, pero el muy cabrón era paciente, mucho más de lo que Teague se hubiera imaginado.
El minutero del reloj completó otra vuelta más, y luego otra, y otra. Cincuenta minutos desde la explosión del puente. Él también podía ser paciente, incluso más, pensó, porque sabía que estaban allí.
Cincuenta y tres minutos.
Sí. ¡Allí! La señal de calor apareció en medio del visor, clara y brillante, las dos figuras agachadas y avanzando. Respiró hondo, soltó la mitad del aire y apretó el gatillo justo cuando las dos figuras desaparecían.
Una décima de segundo después, un halo de luz más brillante que cualquier otra que hubiera visto apareció en la parte inferior del visor y la roca que tenía delante le estalló en la cara.
Capítulo 19
Creed oyó el crujir del rifle y enseguida notó una pequeña explosión en la pierna izquierda, justo por encima del tobillo, mientras Neenah y él estaban literalmente en el aire. A continuación, oyó una fuerte explosión y aterrizaron con un golpe seco en el suelo detrás de la bomba de agua; cayeron con tanta fuerza que Creed no pudo seguir sujetando a Neenah y el impacto la hizo rodar hacia el otro lado. Creed tenía la sensación de que un gigante le había golpeado la pierna izquierda con un martillo y soltó un agudo gruñido de dolor con los dientes apretados. De forma instintiva, rodó por el suelo y se agarró la pierna a pesar de estar muerto de miedo por lo que pudiera descubrir.
– ¡Mierda! ¡Joder!
La pernera del pantalón estaba llena de sangre y sentía cómo el cálido líquido inundaba la bota. Se apretó la bota con las manos y se quedó sorprendido al descubrir que el pie seguía allí. Había visto demasiadas heridas de armas de gran calibre, había visto brazos y piernas literalmente arrancados del cuerpo y, en cuanto fue consciente de que le habían dado, se enfureció pero, al mismo tiempo, se resignó a los daños que podría descubrir. A pesar de que el pie todavía seguía al final de la pierna y no tirado por ahí a varios metros de distancia, los daños podían ser graves y todavía tenía que ver qué consecuencias podía esperar cuando cortara la bota.
El calzado le impedía aplicar presión correctamente sobre la herida, así que tenía que quitárselo, y deprisa.
Neenah gateó hasta él y empezó a tocarle el pecho y los hombros.
– ¿Joshua? ¿Estás bien? ¿Que ha pasado?
– Ese cabrón me ha dado -gruñó a través del dolor; luego un susurro de su conciencia le hizo corregir sus palabras-. Lo siento.
– He oído la palabra «cabrón» antes -respondió ella con tono de eficiencia-. Incluso la he dicho una o dos veces. ¿Dónde está la linterna?
– En el bolsillo derecho de los pantalones -giró sobre sí mismo, metió la mano en el bolsillo y sacó la linterna y su navaja suiza-. Córtame la bota para que pueda aplicar presión.
– Ya lo haré yo -los dos dieron un respingo cuando oyeron esa tercera voz a sus espaldas.
Automáticamente, la mano derecha de Creed fue a buscar un arma que no llevaba; entonces, un oscura figura se arrodilló a su lado, goteándole agua helada encima. El subconsciente de Creed recordó el segundo disparo que había oído, el de la gran explosión, y de repente todo encajó.
– Hijo de puta, ¿dónde estabas?
– En el riachuelo -respondió Cal, con los dientes repiqueteando de frío. Dejó la escopeta en el suelo, cogió la navaja de Creed y le dio la linterna a Neenah-. Ilumínale el pie -dijo, y la mujer lo obedeció.
– ¿Cómo es que el tirador no te ha visto? -le preguntó Creed.
– Me imagino que tienen visores infrarrojos y pierden los objetivos específicos más allá del alcance de los visores. Así que me metí en el río y me enfrié.
Y así no desprendía calor, se dijo Creed. Intensas punzadas de dolor le recorrían la pierna mientras Cal rompía la bota, lógicamente moviéndole el pie. Para distraerse del dolor, Creed pensó en el riesgo que Cal había corrido al arriesgarse a adivinar que los tiradores no disponían de visores de visión nocturna. ¿Y si se hubiera equivocado?
– Tendrás suerte, cabronazo -dijo, y se mordió la lengua cuando el dolor se intensificó mientras Cal le quitaba la boca.
– No es suerte -respondió Cal, ausente-. Es que soy bueno -la misma respuesta aguda pero cierta que había oído cientos de veces antes y que le hizo recordar el pasado, cuando habían cumplido cientos de misiones en la oscuridad y habían estado en considerables apuros, apuros de los que siempre habían salido con una mezcla de pericia, disciplina, entrenamiento y suerte. A Creed le sorprendió un poco ver a Neenah de rodillas junto a Cal, con la expresión preocupada pero las manos estables mientras sujetaba la linterna; por un segundo, esperó ver a su alrededor a sus hombres.
Se miró la pierna y se sorprendió de lo que vio. Estaba sangrando como un cerdo pero la herida, aunque tenía mala pinta, no era ni la mitad de fea de lo que esperaba.
– Ha debido de rebotar y romperse -dijo, refiriéndose a la bala. A él sólo le había alcanzado una pequeña parte.
– Seguramente -Cal le giró la pierna-. El orificio de salida está aquí. Parece que el fragmento de bala ha tocado el hueso y ha salido.
– Envuélvemelo para que podamos largarnos de aquí.
Seguramente, la fuerza de la bala había roto el hueso y Creed sabía que no estaba fuera de peligro, porque todavía tenían que detener la hemorragia y corría el riesgo de que se le infectara, básicamente tenía los músculos desgarrados pero, en general, no estaba tan mal como se había imaginado. Había visto a hombres perder la pierna por un tiro en el muslo. Diablos, si lo pensaba dos veces, incluso estaba animado.
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