– A Joshua le han disparado -dijo Neenah, casi sin aire, mientras se dejaba caer de rodillas e intentaba respirar-. Y Cal está congelado; se ha metido en el río.
– Vamos a quitarle la ropa mojada -dijo Walter, llevándose a Cal lejos de Cate. Al vivir en Trail Stop, todos sabían cómo tratar una hipotermia. A los pocos segundos, alguien sostenía una manta delante de Cal mientras el pobre, con ayuda, se quitaba la ropa mojada. Lo secaron y él no dijo nada; luego lo envolvieron con una manta previamente calentada y lo sentaron junto a la estufa. En algún momento, la cafetera había empezado a hervir, así que Cate echó un poco de azúcar en uno de los vasos de plástico y lo llenó de café. No estaba demasiado fuerte, pero estaba caliente y era café, y tendría que servir.
Cal estaba temblando de forma convulsiva, con los dientes castañeándole; era imposible que pudiera sujetar el vaso. Cate se sentó a su lado y le acercó el vaso a los labios con cuidado, con la esperanza de que no lo derramaría y lo escaldaría. Cal bebió un sorbo e hizo una mueca ante la dulzura de la bebida.
– Sé que el café te gusta solo -le dijo ella, con dulzura-, pero bébetelo de todas formas.
Como todo su cuerpo estaba temblando, no podía responder gran cosa, pero consiguió bajar la barbilla, asentir y beberse otro sorbo. Cate dejó el vaso y se colocó detrás de Cal y empezó a frotarle la espalda, los hombros y los brazos con toda la fuerza que podía sin mover la manta.
Tenía el pelo mojado y fuera hacía tanto frío que tenía gotas de agua cristalizadas en la cabeza. Cate calentó una toalla con la lámpara y luego le secó el pelo hasta que, en vez de mojado, estuvo húmedo. En cuanto terminó, los temblores habían ido a menos, aunque algún estremecimiento ocasional lo sacudía y le hacía castañear los dientes. Le dio más café; Cal alargó la mano y cogió el vaso él mismo, y ella lo dejó.
– ¿Cómo tienes los pies? -le preguntó.
– No lo sé. No me los siento -hablaba con un tono uniforme, casi monótono. Los temblores a los que había sometido a su cuerpo con el objetivo de mantenerse caliente lo habían dejado agotado. Era incapaz de sentarse recto y se le cerraban los párpados.
Cate se sentó a sus pies y apartó la manta. Cogió un helado pie con las manos y frotó, apretó y sopló en los dedos, luego repitió el esfuerzo con el otro pie. Cuando ya perdieron la palidez propia del frío, se los envolvió con una toalla caliente.
– Tienes que estirarte -le dijo.
Con un gran esfuerzo, Cal meneó la cabeza y miró hacia donde Neenah estaba cuidando al señor Creed.
– Tengo que ver qué puedo hacer por Josh.
– Teniendo en cuenta tu estado, no puedes hacer nada.
– Claro que puedo. Ponme otro café, esta vez sin azúcar, tráeme algo de ropa y estaré listo en cinco minutos -levantó los pálidos ojos hacia ella y Cate vio la determinación reflejada en ellos.
Necesitaba dormir unas horas pero, en un segundo de comunicación sin palabras, supo que no lo haría hasta que hiciera lo que creía que tenía que hacer. Por lo tanto, la forma más rápida de conseguir que descansara era ayudarlo.
– Una taza de café. Marchando -le sirvió más café y, mientras lo hacía, miró a sus vecinos y amigos. Se habían asustado, incluso desorientado, pero todos estaban ocupados con algo para organizarse mejor. Algunos estaban colocando cojines y almohadas y repartiendo mantas, otros hacían el inventario de las armas y la cantidad de munición que tenían, Milly Earl estaba preparando algo de comer y Neenah se encargaba de los cuidados del señor Creed. Le habían cortado los pantalones y lo habían tapado con una manta, dejando el tobillo lesionado al aire y apoyado en una almohada. Neenah había lavado la herida a conciencia pero parecía no saber qué hacer a continuación.
Cate se acercó a Maureen y le comentó que Cal necesitaba algo de ropa. Los vaqueros que Maureen sacó de una caja eran muy anchos de cintura, pero servirían. Perry subió a casa un momento, a cuatro patas y a oscuras, y regresó con una muda limpia de ropa interior, calcetines y un jersey de lana pura. Cal se puso la ropa interior debajo de la manta y luego empezó a vestirse lo más rápido posible.
Cate se obligó a no mirar ese cuerpo medio desnudo, aunque no pudo evitar una mirada de reojo, durante la cual comprobó que sus tiritas habían desaparecido y que los dos cortes volvían a sangrar. Sherry vio cómo lo miraba, se le acercó y le susurró:
– Eso sí que es un hombre.
– Sí -murmuró Cate asintiendo-. Sí que lo es.
Cuando Cal terminó de vestirse, se acercó muy despacio hasta donde estaba el señor Creed y pidió que le trajeran su equipo de primeros auxilios. Cate se cruzó de brazos, le dijo a su inquieto estómago que se calmara y fue a ayudarlo.
– ¿Qué puedo hacer? -le preguntó mientras se arrodillaba a su lado.
– Todavía no lo sé. Déjame ver la herida.
Neenah se acercó hasta la cabeza del señor Creed, con la cara pálida mientras Cal estudiaba las dos heridas y tocaba el hueso del tobillo con mucho cuidado. Creed se mordió el labio, arqueó la espalda y Neenah lo cogió de la mano. Creed cerró los dedos alrededor de los suyos con tanta fuerza que ella hizo una mueca.
– Creo que el hueso está roto -dijo Cal-, pero no noto ningún desplazamiento. Tengo que buscar fragmentos de bala…
– Y una mierda -le espetó Creed.
– … O una infección podría costarte la pierna -terminó Cal.
– Jo… -Creed miró a Neenah y a Cate y apretó la mandíbula con fuerza.
– Eres un tipo duro, podrás aguantarlo -comentó Cal sin una pizca de compasión. Luego se dirigió hacia Cate-. Necesito más luz, mucha más.
La luz de las velas y la lámpara de aceite no era suficiente para explorar una herida, así que Sherry se colocó detrás de Cate con la potente linterna de Cal iluminando la pierna de Creed. Con un par de fórceps que sacó del equipo de primeros auxilios, Cal exploró y Creed maldijo. Encontró un fragmento de bala, un trozo de piel de la bota de Creed y un pequeño trozo de algodón de los calcetines empapado de sangre. Cuando terminó, Creed estaba pálido como el papel y bañado en sudor.
Neenah le sujetó la mano durante toda la operación, le susurró cosas al oído y le secó el sudor de la cara con un trapo frío. Cate le dio a Cal todo lo que necesitó y luego sujetó un cazo bajo las heridas mientras él las lavaba a conciencia. Cuando Cal empezó a suturar, Cate se mareó y tuvo que apartar la mirada, aunque no sabía por qué la perturbaba la imagen de una aguja perforando la carne. Se preguntó cuándo había aprendido Cal a suturar una herida y dónde había recibido las clases de medicina, pero las respuestas podrían esperar a otro día.
Después, le aplicaron antibiótico sobre las heridas suturadas, le dieron varias pastillas, antibióticos y calmantes, y le vendaron la pierna con una venda limpia.
– Mañana la entablillaré para que el hueso tenga algún apoyo -dijo Cal mientras se levantaba, muy cansado-. Esta noche, no irás a ninguna parte.
– Me aseguraré de que ni lo intente -dijo Neenah.
– Estoy aquí y puedo oíros -dijo Creed, algo enfadado, aunque parecía exhausto y no protestó cuando Neenah se sentó a su lado.
– Necesito descansar un par de horas -dijo Cal mientras miraba a su alrededor buscando un rincón tranquilo.
– Enseguida lo arreglo -dijo Cate. Sherry y ella cogieron un par de mantas y una almohada y Cate sacó más ropa de la caja que Maureen había abierto y la colocó debajo de las mantas para crear una especie de colchón. Levantaron un pequeño muro de cajas para mayor privacidad a ambos lados de la cama y colocaron una vieja cortina encima de las cajas para que bloqueara la luz y diera al menos la ilusión de algo de intimidad.
Cal las miró cansado y divertido.
– Una manta en el suelo habría bastado -dijo-. He dormido en peores circunstancias.
– Puede que sí -respondió Cate-, pero esta noche no tienes por qué hacerlo.
– Buenas noches -dijo Sherry-. Oye, Cal, no pienses que tienes que hacerlo todo. Los otros hombres se han organizado para montar guardia por turnos hasta que amanezca. Puedes dormir más de un par de horas. Si pasa algo, ya te despertarán.
– Te tomo la palabra -dijo él, y Sherry se marchó para unirse a los demás.
Cate se quedó allí de pie, algo desconcertada porque, de repente, no sabía qué hacer ni qué decir. Murmuró «Buenas noches» y dio la vuelta para seguir a Sherry, pero Cal la agarró por la muñeca. Ella se quedó inmóvil, con la mirada clavada en él, como si no pudiera apartarla. De repente, notaba el corazón golpeando con fuerza contra los pulmones.
La pálida mirada de Cal le recorrió la cara y se detuvo en los labios, y allí se quedó.
– Tú también estás cansada -dijo, con aquella voz tan tranquila, mientras con una fuerza sorprendente la tiraba hacia su improvisada cama-. Duerme conmigo.
Capítulo 20
Cate se quedó desconcertada.
– ¿Qu… Qué? -tartamudeó, totalmente desorientada por la rapidez con que se vio tendida de espaldas debajo de una manta y mirando una cortina atrapada entre dos cajas. Experimentó un breve momento de orgullo al comprobar lo cómoda que era la cama y la poca luz que entraba en la tienda improvisada. Incluso el rumor de las conversaciones de las más de veinte personas que estaban en el sótano con ellos parecía muy lejano.
– Duerme conmigo -repitió él, con una voz suave, mientras se estiraba en el limitado espacio que tenían y apoyaba la cabeza en la almohada a su lado. Hablaba muy bajo, con la voz destinada sólo para ella. Sus miradas se cruzaron y, maravillada ante sus cristalinas profundidades, Cate perdió toda capacidad de pensar, y casi de respirar. Le parecía que podía verle el alma y la sensación de conexión era más poderosa que si hubieran estado haciendo el amor. Casi sin darse cuenta, alargó la mano y le acarició los labios y notó la superficie húmeda debajo de las yemas de los dedos. Él le cogió la mano, con los dedos fríos y fuertes aunque infinitamente dulces, y se la giró para acariciarle los nudillos con la boca y darle el beso más dulce y delicado que jamás había recibido.
La intimidad de estar allí tendida con él era sorprendente; lo sentía a lo largo de todo su cuerpo como no había sentido a nadie desde la muerte de Derek. Los largos años de soledad habían borrado el recuerdo de qué era estar tendida tan cerca de un hombre, que sus alientos se mezclaran, que pudiera oler el aroma de su piel, que pudiera sentir el fuerte y sólido latido de su corazón. Iban totalmente vestidos; bueno, ella llevaba el pijama de franela y el jersey grueso que se había puesto antes de marcharse a casa de los Richardson, pero iba vestida. Sin embargo, se sentía tan vulnerable como si estuviera desnuda. Era plenamente consciente de la presencia de sus vecinos en el sótano, que seguro que debían de estar observando y especulando, preguntándose qué habría entre el manitas y la viuda.
Se sonrojó cuando ella misma se hizo esa pregunta. Las cosas habían cambiado tan deprisa que ni siquiera estaba segura de cómo o porqué, ni de qué había cambiado. Lo único que sabía era que el tímido señor Harris parecía haber desaparecido, como si nunca hubiera existido, y en su lugar estaba Cal, un extraño con escopeta, que sabía saturar heridas de bala y que la miraba como si quisiera desnudarla.
«Tonta», le dijo su cerebro. Era un hombre. Todos los hombres querían desnudar a las mujeres; estaba en su naturaleza y es lo que hacían. Tan sencillo como eso.
Pero lo que ella sentía no era tan sencillo. Estaba confundida, alterada, preocupada… todo a la vez. Y Cal tampoco era un hombre sencillo. Mucha gente tenía secretos, pero los de Cal eran comparables a los del lago Ness. Debería salir de allí y dormir sola. Él no la detendría, aceptaría su decisión. Sin embargo, decirse que debería hacerlo y hacerlo eran dos cosas bien distintas y, aunque la primera era factible, la segunda estaba totalmente fuera de su alcance.
– No pienses más -susurró Cal, acariciándole la frente con el dedo-. Deja de pensar durante un rato. Duerme.
Iba en serio. Pretendía que durmiera allí con él mientras todos estaban ahí fuera observándoles los pies, para ver si señalaban los dos la misma dirección. Estaba destrozada, pero no creía que pudiera cerrar los ojos.
– ¡No puedo dormir aquí! -susurró, desesperada, cuando por fin consiguió recuperar la voz-. Todos pensarán…
– Otro día ya te explicaré lo que deben de estar pensando -hablaba con la voz adormecida y parecía que los párpados le pesaban mucho-. Por ahora, vamos a dormir. Todavía tengo frío y mañana será un día muy largo. Por favor. Esta noche te necesito a mi lado.
Tenía frío y estaba cansado. La súplica fue directa al corazón de Cate y lo atravesó.
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