– Bueno, pues buen trabajo. ¿Pensáis casaros?
– ¡Mamá!
– Sí, señora -dijo Cal, sin sonrojarse.
– ¿Cuándo?
– ¡Mamá, por favor!
– Lo antes posible.
– En ese caso -concluyó Sheila-, dejaré que te quedes aquí con ella. Pero nada de hacer manitas con mi hija bajo mi techo.
El padre de Cate parecía que iba a estallar de risa en cualquier momento. Cal parecía que iba a estallar si los niños no lo soltaban. Y Cate parecía que iba a estallar de indignación.
– Ni se me ocurriría, señora -le aseguró Cal.
– Mentiroso -le dijo ella.
Cal le guiñó el ojo a su futura suegra.
– Sí, señora -respondió, muy decidido, y sonrió.
Un par de semanas después, el hombre que había sido Kennon Goss, y que antes había sido Ryan Ferris, se paseó tranquilamente por un cementerio a las afueras de Chicago. Parecía caminar sin ningún destino en concreto; se detenía a leer algunos nombres y luego seguía.
Pasó frente a una tumba bastante nueva. La lápida era provisional y el nombre inscrito en ella era Yuell Faulkner, con las fechas de su nacimiento y su muerte. El hombre no se detuvo, no pareció prestar ninguna atención especial a la tumba. Siguió y se detuvo frente a la tumba de un niño que había muerto en 1903 y frente a la de un veterano de guerra decorada con dos pequeñas banderas estadounidenses.
Una de las ironías de la vida, pensó el hombre. Esa noche, Faulkner había muerto unas horas antes. El bueno de Hugh Toxtel no tenía que haber muerto; después de todo, su sacrificio involuntario no había sido necesario. El de los demás tampoco, pero poco le importaban Teague y su primo Troy. En cambio, sí que se preguntaba por Billy Copeland y el chaval joven, Blake; él no los había matado. Entonces, ¿quién había sido?
Al recordar esa noche, a veces creía rememorar una sensación de suave brisa, como si algo o alguien se le hubiera acercado mucho. A veces, el sentido común le decía que sólo había sido una brisa, una brisa de verdad provocada por el movimiento del aire. Sin embargo, eso no explicaba por qué, desde entonces, se había despertado varias veces en plena noche, confuso por una sensación que tenía en sueños de que alguien lo estaba vigilando.
Estaba encantado de ya no estar en Idaho, pero no podía quedarse en Chicago. Tenía que seguir adelante. Quizá iría a algún sitio cálido. Quizá Miami. Había oído en las noticias que se habían producido una serie de violentos asesinatos ahí abajo. El asesino se dedicaba a coleccionar los ojos de sus víctimas.
¿Qué posibilidades había?
Linda Howard
Su nombre real es Linda Howington. Nació en 1958. Comenzó a escribir a los nueve años de edad y vendió su primer libro en 1980. Asistió a una pequeña escuela rural. En cuanto dejó la universidad trabajo en una compañía de transportes que amplió su conocimiento de las personas.
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