Él se acercó, se deslizó entre sus muslos desnudos y le puso las manos en las caderas. Cuando se apretaron el uno contra el otro, Mac no tardó más de un segundo en reaccionar al contacto. Ella lo miró divertida.

– Nadie podrá acusarte de ser sutil, ¿eh, Mac?

– Ése no es mi estilo -murmuró él, antes de deslizarle la mano entre la masa de pelo rizado, agarrarla suavemente por la nuca y besarla.

Ella le rodeó el cuello con los brazos y le devolvió el beso. No perdieron el tiempo con jugueteos suaves, sino que directamente se besaron profundamente, hasta el alma. Jill olía a arena, a mar y a crema protectora, y sabía a vino y a chocolate. Sus lenguas se acariciaron, giraron, se excitaron. Ella levantó las piernas y le rodeó las caderas para mantenerlo en su lugar.

Él se retiró suavemente y le pasó el dedo pulgar por los labios hinchados.

– El alcohol es ilegal en la playa y en el parque. Puede que tenga que arrestarte.

– No tengo ni idea de qué estás hablando.

– He saboreado el vino.

– Ah. Está bien. Metimos una botella de vino escondida en una de las bolsas. Así que arréstame -dijo ella, sonriendo, y después le mordió el pulgar-. ¿Vas a usar las esposas? Antes las mencionaste, y tengo una idea en particular que no puedo quitarme de la cabeza.

Ella estaba bromeando, pero él se lo imaginó también. Tenerla a su merced, desnuda, y hacer todo lo posible para que gimiera, se retorciera y gritara de placer, mientras él hacía lo mismo, claro.

– Mi casa está a diez minutos -le dijo.

Jill le frotó las palmas de las manos contra el torso.

– Eso ya lo sabía, y aunque tu oferta me resulta tentadora, aquí tengo que ponerme sensata y decirte que tienes una hija de ocho años y que está en tu casa o en la mía. No sé a cuál de las dos la ha llevado Bev.

– Eso es sólo un pequeño contratiempo.

Ella inclinó la cabeza.

– No estoy muy segura de que pudiera desnudarme con mi tía en la casa.

Él tampoco lo estaba.

En aquel momento un coche tomó la esquina. Jill tuvo el tiempo justo de bajar las piernas y Mac se retiró dos pasos antes de que Wilma se acercara a ellos. Bajó la ventanilla del copiloto y sacó ligeramente la cabeza.

– Hoy todo ha salido muy bien. Hemos hecho un gran trabajo. El juez estaría orgulloso.

Mac se estremeció mentalmente al oír aquello. El juez Strathern, el padre de Jill, era una de las últimas personas de las que quería oír hablar en aquel momento.

– Gracias.

– Nos vemos mañana.

– Hasta mañana.

El coche se alejó, y él se volvió a mirar a Jill de nuevo. Ella sacudió la cabeza.

– Es difícil cometer una locura, por pequeña que sea, en este pueblo -comentó, mientras bajaba del capó y se ponía las sandalias-. Está bien, podemos irnos a casa -dijo.

– Ah, claro -respondió Mac, y abrió el coche.

Jill lo observó atentamente.

– Estás pensando en mi padre, ¿verdad?

– Es un buen hombre.

Ella murmuró algo como «sé que no volveré a practicar el sexo en mi vida» mientras rodeaba el coche y entraba.

– Se lo debo -le recordó Mac, abrochándose el cinturón-. Me salvó el pellejo en más de una ocasión.

– Lo sé, lo sé. Cuando eras un chaval, y también recientemente. ¿Realmente crees que está preocupado porque te acuestes conmigo?

– Me parece que no se pondría muy contento.

– Es mi padre. Créeme, no quiere pensar que me acuesto con nadie.

Mac se rió.

– Bueno, eso es un consuelo -comentó, y para no discutir por aquello, cambió de tema-. Emily se lo ha pasado muy bien hoy.

– Es cierto, y estoy muy contenta. Los niños de Tina son estupendos. Su hija, Ashley, le presentó a Emily varias niñas de su edad, y se lo pasaron genial. Tina, mi secretaria, la cual me odia, incluso se ha relajado un poco conmigo. Creo que el verme en compañía de una niña que me aprecia le ha afectado positivamente. Si Emily piensa que soy aceptable, no puedo ser tan mala. Ésa es mi teoría.

– Estoy seguro de que Tina no te odia.

– Oh, claro. Me adora -dijo ella, y apoyó la cabeza contra la ventanilla mientras seguían recorriendo las tranquilas calles del pueblo-. Las relaciones son tan complicadas… Incluso aquéllas que no son personales. Y tú, ¿echas mucho de menos a tu mujer?

Él la miró y tuvo que hacer un buen esfuerzo para no sonreírse.

– Eso también ha sido sutil.

– Es tarde, llevo tomando el sol todo el día y además he bebido vino. No puedo ser sutil. Entonces, ¿la echas de menos?

– No. Entre nosotros todo ha terminado. Ella sale con otro tipo, y a mí no me importa.

– Ah -dijo Jill-. Gracias por contármelo. No es que yo estuviera muy interesada, ni nada por el estilo.

– Claro, claro.

– Voy a marcharme dentro de poco, así que, ¿qué sentido tendría que tuviéramos una aventura?

– Tienes razón.

– Además, los dos nos estamos recuperando de unos matrimonios que han salido mal -continuó Jill, mirando por la ventanilla-. ¿Por qué íbamos a querer tener algo juntos? Sé que no estoy muy entusiasmada por el hecho de confiar en ningún hombre, después de lo que me ha hecho Lyle. ¿Por qué se rompió tu matrimonio? No me acuerdo.

Él estaba bastante seguro de que no se lo había contado, pero no le importó hacerlo.

– Yo desconecté. Carly y yo nos casamos, en realidad, porque ella se quedó embarazada. No estábamos enamorados de verdad, pero intentamos hacer que funcionara.

– Claro -dijo Jill, como si ya lo supiera-. Pero tú quieres mucho a Emily. Eso es evidente.

– Sí.

– Entonces, no es que seas incapaz de amar a alguien.

Él detuvo el motor frente a su casa y se volvió a mirarla.

– ¿Qué es exactamente lo que quieres saber?

Jill sonrió inocentemente.

– Oh, nada. Sólo estaba charlando.

– Claro.

– De verdad. Sólo somos amigos.

Él sonrió también.

– Claro. Por eso los dos estamos tan excitados que queremos estar a solas, por lo menos, durante dos horas.

– Bueno, así que somos amigos que quieren acostarse juntos.

– Exacto.

Capítulo 9

Jill llegó a su despacho a la mañana siguiente del Cuatro de Julio, y se encontró con que la puerta no estaba cerrada con llave. ¿Se le habría olvidado cerrarla cuando se había marchado? ¿Habrían entrado…?

Abrió de par en par y se encontró a Tina sentada tras el mostrador, haciendo anotaciones en unos expedientes, a las ocho y veintiséis de la mañana, exactamente.

– Buenos días -dijo, asombrada.

– Hola -respondió Tina, y sonrió-. Gracias por traer a Emily ayer. Es una niña estupenda. Ashley se lo pasó tan bien con ella que me pregunta todo el tiempo cuándo van a jugar juntas de nuevo.

Jill tuvo la tentación de darse la vuelta para ver si había alguien más en la habitación y por eso Tina estaba siendo amable con ella.

– Emily también se lo pasó muy bien -dijo, en vez de eso-. Y yo.

Las dos mujeres se quedaron mirándose, y Jill sonrió ampliamente, sin saber qué hacer. Después entró en su despacho, y Tina la siguió.

– Tienes un mensaje del señor Harrison, que quiere hacer algunas preguntas sobre su caso.

Jill asintió y tomó el papel que Tina le ofrecía.

– Detesto tener que llamarlo para darle malas noticias. ¿Algo más?

– Sí. Tienes un mensaje de una tal señora Sullivan, de Los Ángeles. Dice que le gustaría verte el jueves -Tina frunció el ceño-. ¿Estás haciendo algún trabajo para ella?

Jill tomó la otra nota, la miró y sonrió.

– No. Es para una entrevista de trabajo. Vaya, vaya, ha sido muy rápido. Mi curriculum no lleva circulando tanto tiempo. Por supuesto, yo soy lo que ellos necesitan, lo cual es estupendo. ¿Dijo alguna hora?

La sonrisa cálida y amable de Tina se desvaneció. Entrecerró los ojos, se cruzó de brazos y dio un paso hacia atrás.

– ¿Estás buscando trabajo? -le dijo, insultada e incrédula al mismo tiempo-. Tú trabajas aquí.

– Pero siempre fue algo temporal. Creía que lo sabías.

– El juez Strathern dijo que te ibas a mudar a la ciudad cuando telefoneó. Yo creía que era para siempre.

Sin añadir nada más, se dio la vuelta y salió de la habitación, dando un portazo.

Jill se hundió en su sillón.


– ¿Qué ha ocurrido? -se preguntó en voz alta.

¿Cómo era posible que Tina se enfadara porque ella no fuera a quedarse en Los Lobos? Era incomprensible. Sin embargo, decidió no dejarse amargar por las extrañas reacciones de aquella mujer y llamó a la señora Sullivan para fijar una cita para el jueves a las once de la mañana. Se llevaría el 545 y vería si en Los Angeles lo rayaban convenientemente.

Después llamó al señor Harrison.

– Soy Jill Strathern -dijo, cuando el anciano contestó la llamada-. Le llamo para decirle que he estado estudiando su caso.

– Es un muro, niña.

Ella se estremeció.

– Sí, lo sé. Si la construcción hubiera sido más reciente, es posible que hubiéramos tenido alguna oportunidad, pero como el muro tiene más de cien años, hay muy poco que se pueda hacer para derribarlo. Le sugiero que se ponga en contacto con sus vecinos y que consiga un buen precio de mercado por el terreno que está al otro lado del muro. Usted dijo que su principal preocupación era dejarlo todo resuelto para cuando faltara.

Hizo una pausa, esperando que el señor Harrison dijera algo, pero sólo hubo silencio, seguido por el clic del auricular cuando el anciano colgó.

– Perfecto -dijo Jill.

Mientras su día se iba definitivamente por el retrete, decidió darle un empujón para estropearlo definitivamente. Se acercó a la puerta que Tina había cerrado tan bruscamente y la abrió.

– Estaré fuera el jueves. ¿Te importaría asegurarte de que no tengo citas ese día, y si las tengo, volver a fijarlas para otro día?

– Claro. Como quieras. Tengo que irme en unos minutos. Por algo de mis hijos.

– Bien. Si no te importa, ocúpate de mi agenda antes de irte, por favor.

Jill tenía la sensación de que ya no vería a la mujer durante el resto del día. Volvió a su despacho y sintió todos los ojos de los peces clavados en ella.

– Nunca he dicho que fuera a quedarme, así que no intentéis decir que yo lo dije. Me voy de Los Lobos, y está decidido.


Mac hubiera preferido estar en cualquier lugar mejor que en aquella reunión sobre las celebraciones del centenario del muelle. Estaba sentado al fondo de la sala de reuniones del centro de la comunidad, y de vez en cuando, escribía algunas notas mientras el alcalde Franklin Yardley hablaba sin parar.

– Ahora que el Cuatro de Julio ya ha pasado -decía el regidor-, todos podemos concentrarnos en este evento histórico.


Recitó las actividades que se llevarían a cabo aquel día, y que culminarían con unos grandes fuegos artificiales que se lanzarían desde el mismo muelle. Mac se preguntó por un momento qué podrían hacerle las chispas de los fuegos a un muelle de cien años de antigüedad, pero después se dijo que no debía preocuparse por aquellos detalles. Su principal objetivo era que los ciudadanos y los turistas estuvieran a salvo.

– Se espera al menos, el cincuenta por ciento más de asistentes que durante el Cuatro de Julio -siguió diciendo Franklin-, y nadie en este pueblo tiene experiencia para planificar al completo un evento de tal magnitud. Así pues, he invitado a un experto -explicó. Estaba tan satisfecho consigo mismo que Mac comenzó a inquietarse. ¿Qué demonios estaba ocurriendo? En aquel momento, un hombre familiar entró por la puerta lateral y se acercó al estrado mientras el alcalde sonreía a los miembros del comité-. Señores, les presento a Rudy Casaccio. Él ha llevado a cabo celebraciones y eventos mucho más grandes que el nuestro, y se ha ofrecido amablemente a ayudarnos como asesor.

Pues claro que lo había hecho, pensó Mac, y soltó una maldición entre dientes. Y el alcalde había aceptado después de conseguir una buena contribución para su campaña electoral.

Rudy se colocó junto al alcalde y sonrió a los presentes. Mac tuvo que admitir que estaba elegante. Llevaba un traje magnífico y transmitía seguridad y desenvoltura. Era un hombre acostumbrado a estar al mando. La reunión continuó, y Rudy pronunció unas cuantas palabras para dar consejos a la gente. Después se ofreció para reunirse con los hombres de negocios más prominentes del pueblo para hablar de sus necesidades individualmente.

Cuando todo el mundo se levantó para marcharse, Mac se acercó al alcalde y lo apartó un poco para hablar con él en privado.

– ¿Tiene la más mínima idea de lo que está haciendo? -le preguntó.

Yardley entrecerró los ojos.

– Claro que sí, sheriff, y le sugeriría que escuchara y aprendiera. Rudy Casaccio puede hacer muchas cosas por este pueblo, cosas que nunca nos habríamos imaginado.