Emily no respondió.

Jill se preguntó si habría algo peor que querer confiar en un padre y no poder hacerlo.

¿Qué le habría ocurrido a Mac para separarse de Emily? Ella los había visto juntos, y sabía cuánto quería a su hija. Aquello no tenía sentido.

– ¿Te lo estás pasando bien aquí?

– Contigo y con Bev, sí.

– ¿Y con tu padre?

Emily se encogió de hombros.

– Cuando estás enfadada con tu padre, ¿te sientes rara por dentro? ¿Te sientes mal?

Emily asintió.

La culpabilidad, pensó Jill. Se puede sentir a cualquier edad.

– ¿Tú crees que tu padre te quiere?

Mac entró en aquel momento en la cocina y se quedó sin aliento. No quería escuchar la conversación, pero ni Emily ni Jill lo habían oído llamar. Y en aquel momento, se había quedado helado en el sitio, incapaz de moverse y desesperado porque su hija respondiera que sí.

Pero sólo hubo silencio.

Le dolió en lo más hondo todo lo que había perdido. Ojalá pudiera volver atrás y cambiarlo todo. Sin embargo, aquello no era posible, se recordó mientras continuaba esperando.

– A lo mejor -dijo la niña, en un susurro.

– A lo mejor, ¿eh? -dijo Jill-. Pues resulta que yo sé que te quiere mucho. Me lo ha dicho a mí, y ya sabes que no se puede mentir a los abogados.

– ¿De verdad?

– Sí. Así que tiene que estar diciendo la verdad.

Hubo un ruido, porque algo se cayó al suelo.

– Creo que es uno de mis rulos -dijo Jill.

– Tenemos que terminar.

Mac oyó un golpe, como si Emily hubiera saltado al suelo. Él comenzó a moverse sigilosamente por la cocina y salió hacia su casa. Allí esperaría unos minutos antes de volver por Emily.

Tenía que pensar en cómo iba a enfrentarse a lo que había oído.

¿Cómo iba a explicarle a una niña de ocho años el infierno por el que había pasado? En aquellos tiempos, no le importaba nada excepto ella, pero no había sabido ni había podido demostrárselo. ¿Cómo iba a explicarle por qué le había hecho tanto daño? ¿Cómo podría compensarla?

Él había adorado a Emily desde el momento en que se había enterado de que Carly estaba embarazada. La mayoría de los hombres habrían querido un hijo, pero él había estado encantado con su preciosa hija. Había compartido todas las responsabilidades en casa, y Emily lo había significado todo para él.

Y la había perdido por no ser capaz de enfrentarse a aquello en lo que se había convertido. Había destruido su relación.

Pero se juró que la recuperaría. Tenía que demostrarle a Emily que la quería.

Ojalá supiera cómo hacerlo.

Capítulo 11

Jill siguió a la directora de recursos humanos por el pasillo. Los despachos del bufete The Century City eran preciosos, grandes, desprendían un halo de autoridad. A Jill le había gustado todo lo que había visto: los enormes ventanales, la magnífica biblioteca de leyes, el hecho de que todo el mundo estuviera ocupado haciendo cosas y llevara traje.

Cuando llegaron a una puerta de madera labrada, Jill se cambió de mano el estupendo maletín de piel que se había comprado en su último ascenso e irguió los hombros.

– Nombres de pila -le dijo la directora de recursos humanos con una sonrisa-. Pero Donald, no Don, ni Donnie.

– Gracias -respondió Jill.

Después, entró en el despacho del socio mayoritario.

Donald Ericsson se levantó de su escritorio y le tendió la mano.

– Me alegro de que haya podido venir, pese a que la hayamos llamado con tan poca antelación, Jill. Todo el mundo ha quedado muy impresionado con usted.

– A mí me ha encantado conocer al equipo -dijo ella, con sinceridad.

Había tenido entrevistas con ocho empleados, y había sido muy estimulante. Se veía a sí misma trabajando y adaptándose con facilidad en aquel bufete.

– Siéntese, por favor. ¿Qué le ha parecido nuestra empresa?

– Estoy impresionada, sobre todo por el alto compromiso que tienen sus asociados y los socios. Estoy muy interesada en el trabajo que desarrollan con los clientes multinacionales. Trabajé con varias empresas japonesas cuando estaba en San Francisco.

– Lo he leído en su curriculum, y para ser sinceros, Jill, eso es lo que más nos atrajo de usted. Necesitamos especialistas en ese campo.

Mientras él hablaba, ella asentía para demostrar que estaba escuchando, y al mover la cabeza, algo le llamó la atención por el rabillo del ojo. ¿Qué demonios…? Cuidadosamente, lentamente, se giró en el asiento hasta que pudo mirar a su derecha.

Oh, Dios Santo. Aquello no era posible.

Él se rió.

– Lo ha visto. ¿No es una preciosidad?

– Es increíble.

– Verdaderamente. Yo mismo lo pesqué con arpón en la costa de México, hace unos quince años. Me apuesto algo a que nunca había visto uno igual.

Jill no sabía qué decir. El pez espada disecado ocupaba el lugar de honor de la oficina, justo encima de la puerta. Y, en cuanto a lo de que nunca había visto uno igual, estaba segura de que en su propio despacho había un hermano gemelo de aquel pez.

– ¿Es usted muy aficionado a la pesca? -le preguntó.

El sonrió.

– Es una pasión para mí. Algunos socios prefieren llevar los negocios en un curso de golf. A mí, denme un buen barco, un par de bidones de diesel y, digamos, el mundo es mío.

– Es muy emocionante -dijo ella, intentando no reírse.

Haber ido tan lejos para encontrarse en una versión a gran escala de Dixon & Son.


Emily estaba sentada en una de las sillas de la cocina, observando cómo su padre cortaba tomates y pimientos en la encimera, para hacer una ensalada.

– El sábado no trabajo -le dijo Mac, mientras ponía las hortalizas en una ensaladera-. He pensado que podríamos ir a navegar.

Emily había estado a punto de decirle que llevaba una camiseta naranja y no roja, pero aquel comentario le quitó la idea de la cabeza. Había visto los barcos aquel mismo día, mientras estaba con Bev en la playa. Barcos con enormes velas blancas.

– ¿En el mar? -le preguntó, demasiado emocionada como para fingir que no le importaba.

Él la miró por encima del hombro y sonrió.

– No creo que podamos meter un velero en una piscina, así que mejor será que naveguemos en el mar.

– ¿Y tú sabes conducir un barco?

– He llevado veleros alguna vez. Una señora de mi trabajo, Wilma, tiene uno, y me ha dicho que nos lo presta. ¿Te parece divertido?

– Sí -dijo, moviéndose con impaciencia en la silla-. ¿Y yo podré llevarlo?

– Bueno, un poco -dijo él.

Acercó el cuenco de ensalada y lo puso sobre la mesa. Después abrió la nevera y sacó un plato de pollo que Bev les había preparado. Estaba cubierto de plástico, preparado para entrar al microondas. Emily se dio cuenta de que el pollo estaba cubierto de salsa de tomate.

Al verlo, se sintió mal. En casa de Bev, o cuando ellas salían, comía lo que quería, pero cuando estaba con su padre todavía hacía que la comida fuera del mismo color que su ropa. No creía que Bev se lo hubiera dicho a su padre, pero no estaba segura. ¿Se enfadaría mucho si se enteraba? ¿Se lo diría a su madre?

Emily no quería pensar en aquello. No le gustaba sentirse rara por dentro. Quizá debiera decirle algo. Quizá…

– Me gusta estar en Los Lobos -le dijo él, inesperadamente-. Me gusta mi nuevo trabajo. Es diferente de lo que hacía antes.

– ¿Te refieres a que antes eras policía y ahora eres el sheriff?

Él metió el plato en el microondas y lo puso en funcionamiento. Después se volvió a mirarla.

– En parte. El sitio donde trabajaba antes era muy diferente. Había más gente mala. No me gustaba tener que tratar con ellos. ¿Te acuerdas de que trabajaba muchas horas?

Emily sí se acordaba. Se acordaba de todas las veces que su madre y él habían discutido porque no estaba en casa. Asintió lentamente.

– Estabas muy cansado, y mamá me decía que no hiciera ruido para que tú pudieras dormir.

Él se apoyó contra la encimera.

– En mi trabajo ocurrió algo muy malo, Em. Un hombre con el que trabajaba murió.

Ella lo miró fijamente. Nadie se lo había dicho. Pensó en los amigos de su padre, los que llevaba a casa. Y en aquél al que hacía mucho tiempo que no veía.

– ¿El tío Mark?

Mac cerró los ojos brevemente.

– Sí.

– Oh.

Emily no supo qué decir. Había visto varias veces al tío Mark, y él siempre había sido muy bueno con ella.

– ¿Te pusiste muy triste? -le preguntó.

– Sí. Durante mucho tiempo. No podía dejar de pensar en lo que ocurrió. En cómo murió. Yo estaba allí.

Emily se estremeció. Ella no quería ver morir a nadie. Parecía demasiado horrible.

Su padre cruzó los brazos.

– Por dentro, dejé que una parte de mí se durmiera. Sabía que si despertaba a esa parte, pensaría en que Mark había muerto, y me pondría muy triste, y no quería. Así que dejé que siguiera durmiendo. Pero, al hacerlo, no me daba cuenta de que no podía ver lo que ocurría a mí alrededor. Entonces fue cuando mamá y tú os marchasteis.

Emily se recostó en el respaldo del asiento. No quería hablar de aquello. No quería sentirse tan mal por dentro.

– No pasa nada -susurró.

– Sí, Emily. Lo siento muchísimo. Cuando me di cuenta de lo que había pasado, de que te habías ido, quise recuperarte, pero aquella parte que tenía dormida me lo hizo muy difícil.

A ella le quemaban los ojos. Se mordió el labio inferior. No quería que él le dijera que lo sentía, sino lo mucho que la quería, y que deseaba estar con ella todos los días.

– Ahora las cosas son diferentes. Me he despertado -continuó su padre-, y estoy contento de que estemos juntos. Quiero que las cosas sean diferentes.

Ella sacudió la cabeza. No estaba segura de si decirle que no podrían ser diferentes si él no le decía que la había echado de menos más que a nadie en el mundo, y si no le decía cuánto la quería.

Sintió un dolor muy grande por dentro, como un gran agujero que se le abría en el pecho. Se sintió asustada y muy pequeña.

– Quiero que las cosas sean igual que antes -dijo, antes de poder contenerse. Se puso de pie y lo miró fijamente-. Ojalá pudiera estar con mamá en vez de estar contigo -quería estar con su madre, que le decía todo el tiempo lo importante que era.

Su padre no dijo nada. Ella vio cómo le cambiaba el semblante y supo que le había hecho mucho daño. Tanto, que se asustó aún más, y el agujero que tenía por dentro se hizo tan grande que parecía que se la iba a tragar. Comenzó a llorar y, antes de que él se diera cuenta, salió corriendo de la cocina.

Ella también estaba muy triste porque, pese a lo que había dicho, sabía que le gustaba estar con su padre. Sin embargo, parecía que él ya no lo sabía. Y quizá por aquella razón iba a enviarla lejos de nuevo.


Después de la entrevista, Jill pasó el día de compras y cenó en un restaurante muy agradable. Cuando llegó a Los Lobos, aquella noche, eran alrededor de las diez.

Detuvo el coche frente a su casa y distinguió una sombra en el porche delantero. La sombra se estiró y se convirtió en un hombre al que reconoció instantáneamente. Sintió una inyección de adrenalina. Salió del coche y se dirigió hacia Mac. Él era exactamente lo que necesitaba para descansar después de un viaje tan largo.

Se había quitado las medias y los zapatos de tacón para conducir desde Los Angeles. Al caminar hacia el porche, sintió la hierba fresca en las plantas de los pies.

– ¿Te has perdido? -le preguntó-. Tú vives en la casa de al lado.

– Ya lo sé. Quería preguntarte qué tal había ido la entrevista.

– Bueno… ha sido interesante.

– ¿Te gustó el bufete?

– El socio mayoritario tenía un enorme pez espada disecado colgado sobre la puerta de su despacho. ¿Acaso el cielo me está castigando, o algo así?

Él sonrió.

– ¿En serio?

– En serio. El pez me estuvo mirando durante toda la entrevista. No tengo ni idea de lo que dije -le explicó, y se tiró del bajo de la falda para que no se le descolocara al sentarse a su lado en los escalones-. Pero no creo que te hayas quedado aquí sentado para escuchar todos los pormenores de mi viaje. ¿Qué ha ocurrido?

– Nada. Todo. Estoy intentando no emborracharme.

– Desde el punto de vista de alguien que ha pasado recientemente por esa situación, tengo que decir que suena mejor de lo que es en realidad -respondió Jill, y se inclinó suavemente hacia él-. ¿No quieres contarme lo que ha ocurrido?

– Emily. Me ha dicho que no quiere estar aquí, y que quiere estar con su madre.

Jill se estremeció al pensar en lo que aquello habría supuesto para él.

– Ella te quiere, Mac, pero es una niña. Su mundo no siempre tiene sentido para ella. Estoy segura de que se lo está pasando muy bien aquí, pero también es lógico que eche de menos a su madre.