– Lo odio -refunfuñó Mac.

– No deberías, al menos no deberías odiarlo por eso. La primera vez que él me vio desnuda, me anunció que era gay. Parece que mi cuerpo le proporcionó la revelación que necesitaba para averiguarlo.

Mac se la quedó mirando atónito. Parecía que estaba dolida, avergonzada de que él supiera aquello.

– No es posible.

– Sorprendente, ¿eh? El primer chico que me ve desnuda vomita. El segundo se vuelve gay. ¿Te parece raro que pensara que estaba enamorada del único chico que no reaccionó mal ante la idea de acostarse conmigo?

Él la hizo tumbarse de espaldas y la miró a los ojos. Ella no podía estarle diciendo… no era posible que…

– ¿Lyle es el único tipo con el que te has acostado?

– Y contigo.

Él no sabía qué decir.

– Pero eres increíble. Eso es una locura.

– Sé que parece increíble, pero es cierto. Mi vida -dijo, y tomó el borde de la sábana-. Creo que es por mis pechos. Apenas tengo.

– Tienes unos pechos preciosos -le dijo él.

Le encantaba su forma perfecta y la forma en la que se le endurecían los pezones. La piel suave, el color. Sólo con pensarlo se excitaba.

– Son demasiado pequeños.

– Los pechos grandes están sobrevalorados.

Ella sonrió.

– No mientes mal del todo. Me gusta.

Él se acercó más y se frotó contra ella.

– ¿Eso te parece una mentira?

Jill arqueó las cejas.

– En realidad, no. ¿Es todo para mí?

– Para ti y para tus pechos perfectos -dijo Mac, y tiró de la sábana-. Y ahora, ¿qué tiene que hacer un tipo para demostrar la veracidad de lo que está diciendo?

Ella le pasó los brazos por el cuello y lo atrajo hacia sí.

– Lo que quiera.


Jill llegó a la oficina un poco después de las nueve. A pesar de la falta de sueño y de haber llegado a casa a las cuatro de la madrugada, se sentía viva, alerta y totalmente realizada.

La noche anterior había sido espectacular. Mac era mejor en la cama de lo que ella había imaginado, incluso. Le había hecho sentir cosas que seguramente serían ilegales, pero no iba a quejarse.

Mientras abría la puerta de la oficina y pasaba a la recepción, se dio cuenta de que ni siquiera le importaban los peces.

– Buenos días -se acercó a uno de ellos y le dio unos golpecitos en la espalda escamosa-. ¿Todo el mundo ha dormido bien?

Sonriente y feliz, entró en el despacho y se dirigió hacia el contestador para escuchar los mensajes, mientras se recordaba a sí misma que tenía que estar atenta a las once de la mañana. Bev iba a ir a verla y juntas iban a llevar el 545 a un aparcamiento que había junto a una obra. Estaba segura de que el polvo y la gravilla le harían algo a la pintura negra y brillante de la carrocería.


Treinta segundos después no sabía si quería reír, bailar, o dejarse llevar… ¿No estaba mejorando su vida?

Donald, el abogado pescador socio mayoritario, había llamado para ofrecerle el puesto de trabajo, y otra empresa de Los Angeles quería tener una entrevista con ella.

Capítulo 12

La mañana era perfecta, y conducir por el pueblo le parecía una estupenda forma de pasar aquel momento. Mac se alejó de las playas y fue hacia el centro. Eran casi las once, y la temperatura ya era bastante alta. Un buen día de playa.

En general, la vida era muy buena, pensó. Salvo por Emily. Su día de navegación había sido estupendo. Se habían reído mucho, y ella había llevado muy bien el barco durante un buen rato. Sin embargo, cuando habían vuelto a casa, ella había insistido en que la comida fuera del mismo color que la ropa que llevaba, y a él se le estaban acabando las ideas.

Al tomar una curva a la izquierda, pasó por delante de las oficinas de Dixon & Son. Tina salía justo en aquel momento, y lo saludó con la mano. Mac se preguntó qué recados tendría que hacer la secretaria de Jill a aquella hora del día, y si se molestaría en volver.

Jill. En aquel momento, aquello era una de las partes de su vida que funcionaba muy bien. Lo pasaban estupendamente, tenían una conversación interesante, se reían juntos, y además, ella era una mujer extraordinariamente guapa y muy lista. La noche que habían pasado juntos había sido para recordarla, y no le importaría repetir. Sin embargo, tendría que ser pronto, se recordó a sí mismo. Jill recibía muchas ofertas de trabajo y peticiones de entrevistas, y cualquier día aceptaría una de ellas y se marcharía.

Mac no quería pensar en aquello. Siguió conduciendo hasta que llegó al campo de fútbol. Con una sonrisa, recordó los tiempos en los que él jugaba allí. Riley y él pensaban que tenían un don especial para el deporte, por no mencionar también un don con todas las mujeres que había en un radio de setenta kilómetros.

La vida era mucho más fácil entonces. El colegio no importaba, sólo era un sitio donde ser la estrella y elegir chicas. Riley y él habían aprovechado aquellos tiempos. Sin embargo, cuando Mac había robado el coche del juez, había emprendido un viaje que había cambiado el rumbo de su vida. Riley no había apreciado la diferencia, y aquella amistad había terminado con palabras amargas y un par de puñetazos.

Mac se frotó la mandíbula y se preguntó dónde estaría Riley en aquel momento. Su apellido todavía estaba en el centro del pueblo: Whitefield Bank, fundado en mil novecientos cuarenta y ocho. El tío de Riley todavía lo dirigía. Mac estaba seguro de que la mala relación entre Riley y su tío no había cambiado. Riley nunca había sido de los que perdonaban y olvidaban.

Mac intentó olvidar el pasado y siguió conduciendo por las calles de Los Lobos. Cuando pasó frente al instituto, vio a un grupo de adolescentes pintando la valla de una casa que había frente al edificio. Había un letrero que decía:

Proyecto de embellecimiento de Los Lobos. Llame y averigüe si su casa reúne los requisitos.

– ¿Qué demonios… -murmuró Mac mientras frenaba el coche.

¿Proyecto de embellecimiento? Aquello era nuevo para él.

Salió del coche y saludó a los chicos. Después caminó hasta la casa y llamó a la puerta.

– Soy el sheriff Mackenzie Kendrick, señora -dijo, cuando vio que una anciana entreabría la puerta y asomaba la nariz-. ¿Cómo está?

– Oh, sheriff -la señora sonrió y abrió de par en par-. Si éste es mi día para que la ciudad me corteje, debo decirle que estoy encantada. Primero aparecen estos jovencitos preguntándome si podían pintarme la valla. Me han dicho que son de no sé qué plan del Ayuntamiento, y que ni siquiera iban a aceptar una propina -le explicó. De repente, su sonrisa se desvaneció-. No habrá venido a decirme que me estaban mintiendo, ¿verdad?

– No. Por supuesto que no. Sólo quería preguntarle por ese plan. No me había enterado.

– Yo tampoco -le dijo la mujer-. Espere. Me dieron un folleto. Voy a buscarlo.

La mujer volvió a los pocos instantes con un folleto y se lo dio a Mac. Él lo leyó. Los chicos se ofrecían para pintar vallas, cortar el césped y podar los setos de aquéllos que no podían permitírselo para hacer de Los Lobos «el paraíso que todos sabemos que es».

Aquello era una porquería, pensó Mac. No sabía quién podría estar detrás de todo aquello.

– ¿Le importaría que me quedara con esto? -le preguntó a la anciana.

– No, en absoluto -la señora sonrió de nuevo-. Pero asegúrese de avisarme cuando ustedes, los de la ciudad, quieran arreglarme el tejado.

– Lo haré, señora -le dijo él, mientras se daba la vuelta para marcharse.

Mientras volvía a la oficina, iba pensando en quién podría haber ideado aquello. ¿Sería el alcalde? Quizá Franklin hubiera pensado que podía conseguir más votos trabajando para la gente del pueblo. Sin embargo, daba la casualidad de que él sabía que Franklin no estaba precisamente sobrado de dinero. Su mujer tenía ahorros, pero la señora Yardley tenía a Franklin atado en corto en aquel sentido. Tenía fama de ser tacaña y difícil. No era, exactamente, la combinación perfecta para hacer feliz a un hombre.

No. Mac tuvo otra idea que le amargó el día. Condujo directamente hasta la comisaría, aparcó el coche y avisó a Wilma para que fuera a su despacho. Después, cerró la puerta tras ellos y le tendió el folleto.

Ella lo leyó y lo dejó sobre el escritorio de Mac.

– Ya había oído hablar de esto.

– ¿Es cosa de Rudy Casaccio?

– Por lo que yo sé, ha estado dejando caer bastante dinero por la ciudad -dijo, y se encogió de hombros-. Lo siento, jefe. Sé que no confías en ese hombre, pero él ha estado haciendo feliz a mucha gente, haciendo este tipo de cosas y otras diferentes Al perro de un niño lo atropello un coche hace dos días, y como sus padres no podían pagar la cuenta del veterinario para que lo operara, iban a sacrificarlo. Rudy Casaccio se enteró y lo pagó todo.

Magnífico. Justo lo que necesitaba. Un benefactor de la Mafia.

– Tiene un plan -dijo Mac entre dientes-. Lo presiento. Los hombres como él no cambian.

Wilma carraspeó.

– Hay más -dijo-. Y creo que no te va a gustar.

– ¿Qué?

– Ha estado saliendo con Bev. Ya sabes… la señora que cuida de Emily.


– No ha hecho nada malo -dijo Bev, razonablemente.

Sin embargo, Mac no quería ser razonable. No en lo que a su hija se refería.

– Es un criminal, Bev -le dijo él, mientras recorría de cabo a rabo el porche delantero de Bev-. No quiero que se acerque a Emily.

La tía de Jill se apoyó contra la barandilla.

– No me la llevo a las citas, si es lo que me estás preguntando. Hemos comido juntos un par de veces, y Emily se ha quedado con Jill. Nos vemos por la noche, cuando tú estás con Emily. Pero, ¿por qué te estoy explicando esto? Mi vida personal no es asunto tuyo.

– Sí lo es, si estás saliendo con un hombre como Rudy Casaccio.

¿Por qué no lo entendía nadie? ¿Era él el único que veía que se acercaban problemas graves?

– ¿Qué quieres, Mac? ¿Me estás pidiendo que elija? Yo quiero a tu hija y estoy disfrutando mucho de tenerla conmigo, pero no voy a permitir que tú digas cómo tiene que ser mi vida cuando no estoy con ella -dijo Bev, y sonrió-. Tú no eres mi padre.

– ¿Y qué pasa con el trabajador social? Le va a dar un ataque si se entera de que la niñera de mi hija sale con alguien que pertenece al crimen organizado.

– ¿Estás diciendo que Rudy tiene antecedentes penales?

– No -Mac ya lo había comprobado-. Es demasiado listo para eso.

– Entonces, es posible que estés equivocado sobre él.

– No lo estoy.

– Pero podrías estarlo.

Mac tenía un presentimiento, y el instinto nunca le había fallado. Algunas veces, se preguntaba si no habría sido aquélla la razón por la que había muerto Mark, y no él.

– ¿Qué vas a hacer? ¿Buscar a otra persona para que cuide de tu hija?

Aquella pregunta hizo que Mac se encogiera por dentro. A él le caía muy bien Bev. Y algo más importante aún, su hija y ella se llevaban muy bien, y Mac sabía que Emily disfrutaba mucho con Bev.

Los ojos verdes de la mujer se oscurecieron.

– Yo nunca haría nada que pusiera en peligro a tu hija. Ella significa mucho para mí.

– Lo sé -dijo Mac, y suspiró-. ¿Me prometes que la mantendrás alejada de él?

– Sí. Te lo prometo.

Bev hizo aquella promesa como si fuera a luchar con su vida por cumplirla. El nudo que Mac tenía en la garganta se le aflojó un poco. Ojalá también pudiera hacer que Rudy se marchara del pueblo.


– He estado pensando mucho en esto -dijo el señor Harrison, sentado frente al escritorio de Jill-. Tiene razón con respecto al muro. Ha estado allí durante mucho tiempo, y no tiene sentido tirarlo abajo.

Jill parpadeó, y después miró a su alrededor por el despacho, para asegurarse de que no había ninguna cámara oculta.

– Está bien -dijo ella, lentamente-. Entonces, ¿cuál es su plan?

– He pensado que voy a permitir a mis vecinos que me compren esas tierras, pero por un precio justo. Quizá puedan ir haciéndome pagos durante varios años.

Encantada por el giro que había dado la situación, Jill no pudo evitar sonreír.

– ¿Ha hablado con ellos?

– Un par de veces. Juan y su mujer son buena gente. Guau, y su suegra sabe hacer un buen pastel de melocotón.

Bajo el escritorio, Jill se quitó los zapatos de tacón y movió los dedos de los pies.

– Está siendo muy razonable y decente en todo esto -le dijo.

– Son jóvenes, están empezando. No quiero ponerles las cosas difíciles -dijo el anciano, y se puso de pie-. Entonces, ¿redactará usted los documentos?

– Claro. Antes del viernes.

– Bien. No les ponga demasiados intereses en el crédito, y póngalo a bastantes años, para que no se queden cortos de dinero.

– Muy bien -dijo ella. Se puso los zapatos y se levantó también-. Ha sido un placer.