Ella gimió suavemente y después se tiró hacia él. Él la tomó en brazos, la apretó contra su pecho y sintió que Emily le rodeaba el cuello con los bracitos, tan fuerte que estuvo a punto de ahogarlo. Pero no le importaba. Emily había estado guardando las distancias durante todo el verano, así que disfrutaría de aquel abrazo tanto como pudiera.

– Te quiero muchísimo -le dijo al oído-. Gracias por pasar este tiempo conmigo.

– Oh, papá… -susurró ella.

A Mac se le hizo un nudo en la garganta. Papá. Cuánto tiempo hacía que no oía aquella palabra… La abrazó con fuerza y la meció, besándole el pelo y acariciándole la espalda. Finalmente, ella levantó la cara mojada de lágrimas y lo miró.

– Te quiero, papá.

Él sintió que se le relajaba la tensión del pecho, y tomó aire profundamente.

– Yo también te quiero, hija.

– ¿Vas a perderte otra vez?

– No. Ya he encontrado el camino. Cuando vuelvas a casa con tu madre, vamos a hacer un plan para vernos mucho. Además, hablaremos por teléfono y nos enviaremos cartas y correos electrónicos. ¿Qué te parece?

– Me gustaría mucho.

Ella inclinó la cabeza sobre su hombro, y él pensó en lo vacía que se iba a quedar la casa cuando ella no estuviera. Le iba a dejar un gran agujero en el corazón.

– Debes de echar mucho de menos a mamá -le dijo-. Hace mucho que no la ves.

Ella lo miró.

– Pero estoy bien.

Emily nunca había sido una gran mentirosa, y no consiguió engañar a su padre. Mac le acarició el pelo y sonrió.

– ¿Sabes lo que podemos hacer? Creo que podrías ir con tu madre un sábado, o un fin de semana este verano. Yo sé que a ella le gustaría mucho.

– ¿De verdad?

– Claro. Pero tienes que prometerme que volverás.

Ella sonrió.

– Papá, tú eres el que te perdiste. Yo sé encontrar el camino muy bien.

Aquéllas eran palabras que tenía que recordar, pensó Mac.

– Entonces, me fiaré de ti completamente -le dijo él-. ¿Tienes hambre? ¿Quieres cenar?

– Sí -dijo la niña-. ¿Qué vamos a tomar?

– Pues… tengo un par de sorpresas para ti -le dijo él, y le enseñó un bloque de gelatina morada con brécol dentro y una carne asada que les había preparado Bev, acompañada de una salsa morada.

La niña se rió y levantó las manos.

– No quiero…

– ¿Qué? ¿No quieres brécol morado? ¿No quieres salsa morada? -Mac dejó la fuente de gelatina sobre la encimera y comenzó a hacerle cosquillas a Emily.

Ella siguió riéndose y comenzó a retorcerse, pero no apartándose de él, sino acercándose.

– ¿Qué estás diciendo? ¿No quieres comer comida morada?

– ¡No! -dijo ella, entre carcajadas, y le agarró las manos-. No quiero comida morada -sonrió-. Sólo comida normal, ¿de acuerdo?

Él le tocó la punta de la nariz con el dedo índice. Sabía que las cosas irían bien a partir de aquel momento.

– Está bien.


Jill subió a casa desde la playa unas tres horas después de haberse marchado. Estaba segura de que el viento y la humedad le habrían dejado el pelo como si le hubieran hecho una permanente experimental y hubiera salido mal. Así se sentía por fuera. Por dentro… estaba confusa. Sobre su vida, su carrera, sobre Mac. Especialmente, sobre Mac.

Intentaba convencerse de que no le importaba, pero sabía que no era posible. Había estado enamorada de él cuando era adolescente y, durante el mes anterior, se habían hecho amigos. Más que amigos. Se habían acostado. Y ella no hacía aquello con cualquiera.

Jill estaba bastante segura de que no estaba enamorada de Mac, pero sentía algo. Y cuando él se había puesto rabioso con ella sin razón…

No quería pensarlo.

Mientras cruzaba la calle hacia la casa de su tía, ni siquiera miró a la casa de Mac. No le importaba lo que estuviera haciendo. Si él quería…

– ¿Jill?

Ella se quedó inmóvil en mitad de la calle, sin saber si caminar hacia él o salir corriendo. Por desgracia, había estado tres horas paseando y tenía las piernas doloridas, así que no podía correr. Siguió andando hacia la acera, intentando que pareciera que no tenía ningún interés en él.

– Hola -le dijo. Después se metió las manos en los bolsillos.

– ¿Cómo te va? -le preguntó él, mientras bajaba del porche.

Ella comenzó a responder, pero se dio cuenta de que no podía hablar, al menos racionalmente. Mac estaba descalzo. Aquello no era justo. Mac estaba sexy la mayor parte de las veces, pero con una camiseta vieja, pantalones cortos y descalzo, estaba ilegalmente atractivo.

Jill miró a la hierba.

– He dado un paseo por la playa -le dijo.

– ¿Has estado pensando en algunas cosas?

– En unas cuantas.

– ¿Y estaba yo en esa lista?

Ella levantó la cabeza y lo miró fijamente.

– No te lo mereces.

– Tienes razón -dijo Mac, y se acercó a ella-. He sido un completo idiota.

Ella miró hacia detrás y después se dio unos golpecitos en el pecho.

– ¿Eso me lo has dicho a mí?

– Sí -dijo, y se detuvo a unos centímetros de ella, lo suficiente para que las hormonas de Jill se revolucionaran-. Es toda la presión que estoy pasando -le dijo, clavándole los ojos azules en el rostro-. Tengo que enfrentarme a la situación con Emily, mi trabajo, el pueblo. Y entonces, aparece Rudy y todo se va al infierno -dijo, y levantó una mano antes de que ella pudiera responderle-. No estoy diciendo que haya hecho nada. Quizá tengas razón. Quizá no haya venido aquí a causar problemas.

– Tú no lo crees.

Él sonrió.

– Estoy intentando disculparme. Quizá debieras esperar a que terminara para discutir conmigo.

– Bueno, está bien. Continúa.

– Eso era lo que te quería decir. Lo siento mucho. Cuando me enteré de que habías hablado con él, me puse furioso. Reaccioné desmesuradamente.

– ¿Tú crees? -ella inclinó la cabeza y se encogió de hombros-. Yo no le conté nada a Rudy. No creo que haya traicionado tu confianza. Y que conste que no es mi cliente. Tal como van las cosas, lo más probable es que no vuelva a serlo.

– Creía que tenías muchas entrevistas.

– Y las tengo, incluyendo una mañana. Pero estoy empezando a pensar que alguien me ha echado mal de ojo. El socio mayoritario del bufete de Los Angeles tenía un pez espada disecado en el despacho. Quién sabe lo que me encontraré mañana. No sé lo que va a pasar, pero quiero que seamos siendo amigos.

– Yo también -dijo él, y le tendió los brazos-. ¿Me perdonas?

Ella asintió y se dejó abrazar. Él era cálido, fuerte, y todo lo que le hacía sentir era maravilloso. Jill se abandonó a la sensación de seguridad, de estar en casa. Cerró lentamente los ojos y…

¿Estar en casa? ¿De dónde había salido aquella idea?

Rápidamente, dio un paso atrás y sonrió.

– Claro que te perdono -le dijo, consciente de que estaba hablando muy deprisa-. Y tengo que contarte algo… No quiero que vuelvas a enfadarte conmigo, pero en mi casa están pasando cosas muy extrañas. Bev y Rudy están… durmiendo juntos.

Mac se estremeció.

– Podría haber pasado sin enterarme.

– Tú sólo has tenido que oírlo. Yo casi lo he visto. Bev es como mi madre… -se interrumpió y alzó ambas manos-. No te preocupes. Ya ha prometido que va a evitar a toda costa que Emily y Rudy se encuentren. No tienes que tener miedo por eso.

– No puedo evitarlo, en lo que respecta a ese hombre.

– Lo sé. ¿No crees que podrías esperar a que haga algo malo para enfadarte con él?

– Quizá -dijo, y la abrazó de nuevo-. ¿Quieres entrar y tomar una copa de vino, o algo?

Para ser sincera, el «algo» le parecía mucho más apetecible.

– Hola, Jill.

Miró hacia arriba y vio a Emily asomada a la puerta de la entrada.

– Hola, amiguita. ¿Qué tal?

– Bien. Me gusta tu pelo.

Jill se tomó uno de los rizos.

– He estado dando un paseo por la playa. Siempre me pasa esto.

– Es bonito.

– Gracias.

Emily miró a su padre.

– ¿Podemos ir a comer un helado, papá?

– Claro, cariño. Ponte los zapatos.

Jill sonrió cuando Emily salió corriendo.

– Así que vosotros dos ya os lleváis mucho mejor, ¿eh?

– Sí, mucho mejor. Hemos hablado de varias cosas hoy. Y ha comido brécol.

Jill estaba encantada.

– Así que lo de la ropa y la comida se ha terminado.

– Gracias a Dios. Se me estaban acabando las ideas -Mac le puso el brazo sobre los hombros a Jill-. ¿Quieres venir con nosotros a comer un helado?

¿Estar con Mac y su hija o pasar la noche sola en casa? No necesitaba pensarlo.

– Claro.

– Bien. Tengo una idea que te va a poner muy contenta.

– ¿Sí? -ella se acercó un poco más-. ¿Y qué será eso?

Él soltó un gruñido.

– Por desgracia, no es eso -dijo él, y le dio un rápido beso en los labios-. Sabes que estar cerca de ti me mata, ¿verdad?

Ella sintió el calor y la necesidad que había entre los dos.

– Tengo una ligera idea.

Emily salió de la casa como un rayo antes de que Jill pudiera decir nada más.

– ¿Cuál era tu idea?

– Podemos llevar tu coche al aparcamiento del instituto.

– ¿Y por qué es eso tan emocionante?

Él sonrió.

– Mañana empiezan a dar clases de conducción. Podrías aparcar el coche justo en mitad del camino.

Jill se inclinó hacia Emily y le dio un abrazo.

– Tu padre es un hombre muy listo.

– Ya lo sé -dijo la niña, y le tomó la mano-. ¿Qué helado vas a querer?

Emily agarró a su padre por el brazo y los tres comenzaron a andar. Jill siguió el ritmo de Emily e hizo todo lo que pudo para no mirar a Mac. Aquello era muy raro, se dijo. No eran una familia.

¿Acaso quería que lo fueran?

– Jill -dijo Emily, tirándola de los dedos-. ¿Qué helado vas a querer?

– Mmm, no sé. Quizá uno de cada uno.

Capítulo 15

Jill entró en su despacho un poco después de las diez de la mañana. Era sábado, y no había pensado en ir a trabajar, pero se sentía demasiado inquieta como para quedarse en casa y dejar pasar el tiempo. Su entusiasmo por la fantástica entrevista en San Diego ya se había desvanecido y tenía mucho en lo que trabajar. Para empezar, Tina no hacía mucho por clasificar documentos en los expedientes, así que Jill aprovecharía la mañana para hacerlo mientras esperaba la llamada de Mac. La madre de Emily iba a ir a buscar a la niña para pasar el día con ella, y Mac le había dicho a Jill que la avisaría cuando se marcharan para que fuera a su casa y pudieran disfrutar de unas horas a solas.

La parte lógica de Jill estaba feliz de que él se sintiera lo suficientemente cómodo y seguro como para dejar que Emily pasara el día con su madre, y la parte hormonal estaba encantada de tener otra oportunidad para estar con un hombre que tenía la capacidad de trasladarla a otra dimensión.

Un buen rato después, casi había terminado de clasificar documentación cuando sonó el teléfono. Jill pensó que sería Mac, diciendo que había llegado la hora, y respondió la llamada con la voz más sexy que pudo.

– Bufete de abogados Dixon $ Son. ¿Diga?

– Oh, bien. Me alegro de que haya alguien hoy sábado. Buenas, querría hablar con el señor Dixon.

La voz de la señora del otro lado de la línea telefónica no se parecía en nada a la de Mac.

– ¿Quiere hablar con él en referencia a un asunto legal, o es un asunto personal? -le preguntó Jill.

– Legal. Llamo en nombre de uno de sus clientes.

Bien. Al menos, no era un pariente lejano que estaba buscando a su tío favorito, o a un padrino.

– Me temo que el señor Dixon falleció hace unos tres meses. Yo soy Jill Strathern, y estoy encargándome de su bufete -por el momento… temporalmente-. Si quiere, yo puedo ayudarla, o puedo también recopilar información sobre su caso y enviársela a otro abogado.

– Oh -dijo la mujer, desconcertada-. No me imagino que se necesite otro abogado. Estoy segura de que usted podrá encargarse de los trámites de un testamento.

– Por supuesto.

– Bien. La llamo para decirle que Donovan Whitefield ha muerto esta mañana.

Jill se recostó en el asiento de Tina. ¿El viejo Whitefield? ¿El tío rico de Riley Whitefield?

– Lo siento. ¿Es usted miembro de la familia?

– No -respondió la mujer-. Soy el ama de llaves del señor Whitefield. Tendrá que notificárselo a la familia -dijo, y suspiró-. En realidad, sólo está el sobrino del señor Whitefield. Todos los demás han muerto.

– Me pondré en contacto con él inmediatamente. ¿Se han hecho los preparativos para el funeral?

– Están en el testamento. Necesito que me diga cuáles son para ocuparme de todo. No hay nadie más que pueda hacerlo.

¿Sólo había empleados? Jill hizo un gesto de pena.

– Me ocuparé de ello ahora mismo y volveré a llamarla en un par de horas.