La agarró por las muñecas y la atrajo hacia sí.
– Te he echado de menos -le susurró, antes de besarla.
Ella se rindió instantáneamente al beso. Le rodeó el cuello con los brazos y su cuerpo se moldeó contra el de Mac. Su olor y su calor lo rodearon, proporcionándole consuelo y una promesa. O quizá fuera lo que él quería sentir con todo aquello.
Jill fue la que se retiró, unos segundos más tarde.
– Tenemos que hablar.
– Eh… ¿no podemos subir a mi habitación y hacer el amor, en vez de hablar?
Ella titubeó.
– Estoy tentada.
– Bien.
Él le tomó la mano para llevársela escaleras arriba, pero en vez de eso, entrelazó los dedos con los de Jill y tiró de ella hacia el sofá. Ciertamente, quizá necesitaran hablar.
– ¿Qué tal estás? -le preguntó ella cuando se sentaron.
– Mal, no sé en qué estaba pensando. Lo he arriesgado todo al golpear a ese desgraciado. Es una cucaracha, y me va a hacer perder a Emily.
– Todavía no lo sabes.
– Hablé con John Goodwin, el fiscal del distrito. Me dijo que Murphy va a hacer una acusación formal. Kim Murphy no va a acusar a su marido, y no hay ningún testigo de las palizas de su marido, así que John me dijo que tiene las manos atadas. Va a hacer una investigación minuciosa, y me dijo que esperaba que luchara en esto, y no me rindiera. Pero aun así, el hombre tiene las manos atadas y ha de llevarme a juicio. Hollis ya se ha enterado y me ha llamado para concertar una cita con él. Lo estoy posponiendo, pero tú y yo sabemos que es sólo cuestión de tiempo.
Jill le acarició suavemente la espalda.
– Necesitas un buen abogado, Mac. Alguien brillante. Voy a preguntar y a encontrar a la persona más adecuada.
– ¿No puedes ser tú?
– No. En primer lugar, tú y yo tenemos una relación personal, y eso es un impedimento. Y en segundo lugar, yo no soy especialista en Derecho Penal.
– De todas formas, un abogado no podrá cambiar lo que hice. Perdí el control y ahora tendré que pagar el precio.
– Pero Andy se lo merecía.
– ¿Estás segura? ¿Se merece alguien que lo golpee quien tiene la autoridad?
– Él pega a su mujer. Le rompe los huesos.
– ¿Ojo por ojo? -le preguntó Mac.
Ella se lo quedó mirando muy seriamente.
– Si vas a ponerte moralista, no voy a tener esta conversación contigo.
– Está bien. Entonces, ven a la cama conmigo -le dijo él, y le tomó la mano.
Sabiendo que ella lo estaba mirando, le dio un beso en la palma de la mano y se la lamió suavemente, y tuvo la satisfacción de ver cómo Jill se estremecía.
– No estás jugando limpio -susurró ella.
– Soy un chico, cariño, y te quiero ver desnuda. La honorabilidad no existe.
Ella le tomó por la barbilla.
– Antes tengo que decirte otra cosa.
A él no le gustó cómo sonaba aquello.
– Tengo una confianza razonable en que la noticia no es que antes eras un hombre.
A ella le temblaron las comisuras de los labios, pero no sonrió.
– No, no es eso. Riley Whitefield ha vuelto al pueblo, y es posible que se quede durante una temporada.
Mac ya lo sabía, pero le agradeció a Jill que se lo dijera.
– Lo sé. Me encontré con él hoy por la mañana.
– ¿De veras? ¿Y cómo fue?
– Raro. Hace mucho tiempo que no nos veíamos, y a mí me pareció que fue ayer. Es gracioso que Riley fuera el último tipo con el que me peleé, y aparezca ahora. Quizá sea una señal.
– ¿De qué?
– Ni idea.
– ¿Hablasteis de algo?
– Sí hablamos, pero no fue algo amistoso.
– Antes erais muy amigos. ¿Qué ocurrió?
– Muchas cosas.
Él le tomó la mano y entrelazaron los dedos. Riley y él habían sido los mejores amigos. Habían salido juntos, habían bebido juntos, se habían metido en problemas y, cuando habían tenido edad suficiente, habían hecho carreras con sus coches. Sin embargo, al comienzo de su último año de instituto había ocurrido algo que había alterado su relación por completo. Mac había robado el coche del juez Strathern y se había ido a conducir por ahí. Pero lo habían pillado.
– Cuando tu padre vino a hablar conmigo después de que yo le hubiera robado el coche, supe que estaba acabado -dijo Mac, acordándose de lo que había ocurrido aquel día.
Las horas que había pasado en la cárcel le habían dado la oportunidad de imaginarse lo peor.
– Mi padre puede ser muy intimidante -dijo Jill, pensativamente-. Sobre todo, si no lo has visto bailando por la casa en ropa interior.
Mac se rió.
– Admito que yo nunca lo he visto.
– Yo lo he visto muchas veces. Al principio, cuando era niña, me parecía divertido, pero después comenzó a afectarle a mi psique.
– Bueno, aquel día él consiguió aterrorizarme. Ya sabes que me llevó a Lompoc. Unas horas en una celda de aquella cárcel, y consiguió meterme en vereda.
Ella suspiró.
– Y a Riley no le gustó perder a su compañero de delincuencia.
– Exacto.
– ¿Os peleasteis?
– Al principio, él sólo se enfadó y siguió esperando que yo volviera a ser el de antes. Un día salió el tema, y yo le dije que no quería meterme en problemas nunca más. Quería terminar el instituto y alistarme en la marina. Él se rió de mí, y yo le di un puñetazo.
– Con respecto a ese libro sobre el control de la ira que te dio Hollis…
– Sí, sí. Tengo mal carácter. Pero estoy mejorando. O al menos, lo estaba hasta que Andy Murphy me tocó las narices. Sea como sea, Riley y yo nos separamos magullados y sangrando. Aquél fue el final de nuestra amistad. Terminamos el instituto. Yo me marché del pueblo y él se casó con Pam.
– Matrimonio que duró cinco meses -dijo Jill-. Resultó que ella no estaba embarazada como había dicho. Y él se marchó a lugares desconocidos.
– ¿Y qué fue de él? -preguntó Mac.
– No tengo ni idea. No se lo pregunté, y él no me lo contó.
– ¿Cuánto tiempo va a quedarse?
– Creo que hasta la próxima primavera, pero no lo sé con seguridad.
Él sabía que había más, pero que Jill no iba a contárselo. Era información que estaba contenida en el testamento, y él no iba a preguntársela. No quería que Jill violara su código ético por él, y además, estaba seguro de que ella no lo haría aunque él se lo pidiera. Y a Mac le gustaba aquello.
– Me equivoqué -le dijo ella, en voz baja.
– ¿Puedes dármelo por escrito?
– Lo digo en serio, Mac. Me siento fatal por lo que ha ocurrido con Rudy. Tú tenías razón en todo y no te escuché. Creía que lo conocía. Pensé que, como tenía tantos negocios legales, no era un criminal. Pero lo es, y ha traído el juego ilegal a Los Lobos. Yo no quería eso.
– Lo sé -dijo él.
Le acarició el pelo y le dio un beso en la frente.
– ¿Estás enfadado conmigo?
– Puedo estarlo, si quieres.
– Hablo en serio.
– Y yo también. No estoy enfadado. Cometiste un error. Es agradable saber que no soy el que tiene la exclusividad en ese campo.
– Él se ha ido con Bev. Creo que están en San Francisco.
– Lo sé. Bev me llamó para decirme que no iba a poder cuidar a Emily durante unos días.
Ella cerró los ojos con fuerza.
– Creía que volver aquí sería tan sencillo… Pensaba que lo odiaría todo y que me marcharía en cuanto tuviera la primera oportunidad. Pero no es tan fácil. Tengo otra oferta de trabajo. Ésta está en San Diego y es estupenda.
Él sintió un dolor agudo en el pecho. Y no quiso pararse a pensar qué significaba aquel dolor, porque no quería saberlo.
– Deberías aceptarla.
– ¿Debería? No estoy tan segura. Hay algo que no marcha bien, y no sé qué es. Todo es muy confuso. Odio este pueblo, lo odio de verdad.
Él le metió un mechón de pelo detrás de la oreja, e intentó no concentrarse en lo bien que olía Jill.
– ¿A quién estás intentando convencer? -le susurró.
– No me preguntes eso -le dijo ella.
– Está bien. ¿Qué quieres que haga?
– Quiero que vengas conmigo a mi habitación.
– Será un placer.
Capítulo 18
Aquella noche, después de hacer el amor, Jill se acurrucó contra Mac y cerró los ojos suavemente.
– No puedo dormirme -susurró.
– Lo sé, pero no quiero que te marches todavía -respondió él.
Aquellas palabras hicieron que Jill sintiera una calidez deliciosa por dentro.
– Yo tampoco quiero irme.
Quería quedarse con él, estar con él, haciendo el amor, besándole, charlando.
Él le acarició la espalda y se puso a juguetear con uno de sus rizos. Jill notaba que estaba con ella, pero también a muchos kilómetros de distancia.
– ¿En qué estás pensando? -le preguntó.
– En mi vida.
– ¿En Emily?
– Sí. No quiero perderla.
Ella quería decirle que no la perdería, pero no estaba segura. No conocía los detalles de su acuerdo con el tribunal, ni tampoco sabía lo que había ocurrido en su pasado. Se incorporó y apoyó la cabeza en la mano.
– Cuéntame lo que ocurrió, Mac. ¿Por qué te dejó Carly?
Él se quedó mirando al techo.
– Es una larga historia.
– No tengo muchos planes para el resto de la noche.
Él se quedó silencioso durante un buen rato, y ella tampoco dijo nada, porque no estaba segura de si debía presionarlo. Finalmente, Mac comenzó a hablar.
– La conocí cuando todavía estaba en la marina. Pasamos juntos un par de fines de semana largos. Lo pasamos bien, aunque no era nada especial. Entonces, ella se quedó embarazada y yo quise hacer lo correcto. Dejé la marina y me hice policía. Creía que sería más estable y estaba mucho mejor pagado.
Jill hizo todo lo que pudo para no reaccionar, pero por dentro sintió una explosión de fuegos artificiales. Él no había estado enamorado de Carly. No quería pensar por qué aquello tenía importancia, pero la tenía, y Jill lo aceptó así.
– Así que te mudaste a Los Ángeles.
– Sí. También había sido policía militar, así que no tuve problemas de adaptación en el trabajo. Me gustaba, y también me gustaba la gente con la que trabajaba. Carly y yo sí tuvimos que adaptarnos, pero entonces nació Emily, y yo supe que costara lo que costara, ella había hecho que todo mereciera la pena. La quise desde el primer momento en que la tuve en brazos. Es lo mejor que me ha ocurrido en la vida.
Jill suspiró suavemente al oír aquellas palabras.
– Yo también creo que es una niña estupenda.
– Gracias. Así que allí estábamos nosotros. Una familia feliz. Carly y yo teníamos nuestros problemas, pero éramos buenos amigos y eso era toda una ayuda. Entonces, entré a trabajar en South Central L.A., en el departamento contra las bandas callejeras -dijo, y la miró-. Yo estaba muy contento porque pensaba que haría algo bueno por la ciudad. Y me equivocaba. Esos chicos viven una vida que los demás no nos imaginamos. La violencia es lo único que conocen y entienden. Yo me hundí, y empecé a beber para intentar escaparme.
Jill no se había esperado aquello, y no supo qué decir. Mac no esperó que dijera nada.
– Me fui distanciando de casa y a Carly no le gustó aquello. Comenzamos a pelearnos. Yo sabía que tenía un carácter difícil, pero estaba decidido a no dejárselo ver a ella, así que lo oculté y seguí bebiendo más y más -volvió a mirar al techo-. Un día, mi compañero y yo estábamos patrullando, y vimos a unos chicos que atracaban a una anciana. Comenzamos a perseguirlos corriendo, y nos metimos a un callejón. Era una emboscada.
Jill se puso tensa y comenzó a acariciarle suavemente el torso.
– ¿Estás bien? ¿Te dispararon?
Él la miró.
– Sí, dos veces, aquí en el pecho. Yo llevaba chaleco antibalas, y Mark, mi compañero, también. La diferencia es que a él lo dispararon en la cabeza.
Ella soltó un jadeo.
– Oh, Dios mío.
– Me dijeron que había muerto antes de caer al suelo. Yo no podía pensar, no podía respirar, no pude hacer otra cosa que reaccionar. Estaba enfurecido, y comencé a disparar apuntándoles. Eran cuatro -dijo, y cerró los ojos-. Ninguno tenía más de dieciséis años.
Ella se incorporó más para poder mirarlo a los ojos.
– Ellos intentaron matarte, Mac, y asesinaron a tu compañero. ¿Qué se suponía que tenías que hacer? ¿Dejarlos marchar?
– Eso es lo que me dijo todo el mundo, incluso los del departamento de psicología. Pero hay algo… Hay una diferencia entre matar a una persona para salvar tu propio pellejo y matarla porque estás furioso. Yo actué por ira, no por miedo. Quería que murieran, y los maté.
– Todas las emociones fuertes están muy unidas. La pasión, la rabia, el miedo… Se solapan la una con la otra. ¿Habría sido mejor dejar que se escaparan?
– Eran niños.
– Eran asesinos.
– Tú no tuviste que verlos morir.
Ella asintió lentamente.
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