– Estás guapísima -le dijo Jill, sin poder dar crédito a aquella transformación-. ¿Qué ha pasado?

Bev sonrió.

– Decidí que ya era hora de cambiar.

El entusiasmo de Jill se evaporó como el agua en el Sahara.

– Todo esto es por Rudy -dijo-. Te has enamorado de él.

Bev tenía una sonrisa resplandeciente.

– Sé que ha sido muy rápido y tú probablemente piensas que soy muy vieja, pero me he enamorado de él completamente. Es divertido y encantador, y hace que me sienta especial y femenina. Hemos pasado un fin de semana estupendo.

Jill se sintió como si estuviera a punto de darle una patada a un cachorrito juguetón. No recordaba la última vez que había visto tan feliz a su tía. Pensar que por fin había encontrado a su media naranja, pero que él era un criminal, y posiblemente un asesino… Jill no podía permitir que ocurriera aquello.

– Tenemos que hablar -le dijo. Tomó a su tía de la mano y se sentó con ella en el sofá del salón-. Sabes que te quiero mucho. Casi no me acuerdo de mi madre. Tú siempre has estado ahí, incluso hace unas semanas, cuando no sabía adónde ir.

Bev sonrió.

– Jill, cariño, esto no es necesario. Por supuesto que sé lo que sientes. Tú eres muy importante para mí.

– Entonces, por favor, créeme cuando te digo que siento muchísimo lo que voy a contarte. Rudy es realmente de la Mafia. No es un juego, ni lo está fingiendo. Ha traído el crimen organizado al pueblo, y hay que detenerlo.

Bev la miró asombrada.

– ¿De qué estás hablando?

Jill le explicó lo del juego, pero su tía despreció la información sacudiendo la mano.

– Él ya me ha contado eso. No fue él. Hay otra gente que es culpable.

– No puedes creer eso de verdad. Ha sido él. Dice que le gusta el pueblo, pero sólo quiere causar problemas. Le he dicho que no hablaré nunca más con él.

Bev se puso de pie.

– Entonces, tenemos un grave problema, porque tengo la intención de casarme con él. Si no puedes aceptar al hombre al que amo, entonces no eres la persona que yo creí que eras.

Eso no podía estar sucediendo.

– Tienes que darte cuenta…

Su tía la cortó.

– Me doy cuenta de un montón de cosas, sobre todo, de que eres una mujer muy obstinada. Siento que tu matrimonio no funcionara, pero ésa no es razón para que estés amargada por mi felicidad. Creía que eras mejor persona que eso.

Jill se estremeció al oír aquella acusación.

– Yo no estoy amargada. Quiero que seas feliz, pero no con Rudy.

Bev salió de la habitación. En el pasillo, se dio la vuelta para mirarla.

– He estado esperando a Rudy toda mi vida. Nadie va a interponerse, ni siquiera tú.


– Está bien, ¿qué ocurre? -le preguntó Mac tres noches más tarde. Estaban sentados en el porche, en la tranquilidad de la noche.

Jill se apoyó contra él y cerró los ojos.

– Estoy bien -susurró.

– Mientes fatal.

– Lo sé.

Él le puso el brazo sobre los hombros y le dio un beso en la cabeza. Emily y su amiga Ashley estaban en el salón, viendo una película. Hacía una noche fresca, y había un millón de estrellas en el cielo. Con Jill a su lado, y la promesa de que estaría en su cama más tarde, él casi podía olvidarse del infierno de su vida.

– Pues entonces, cuéntame lo que te pasa.

– Cuando vine, los únicos problemas que tenía eran conseguir un trabajo nuevo y planear cómo vengarme de Lyle. Ahora, eso no tiene ninguna importancia. Mi tía no me habla, tú tienes una vista preliminar en menos de una semana, mi padre llega mañana y yo no sé qué cosas debo contarle y qué cosas no.

Mac sonrió.

– Tu padre tiene una red de información que haría palidecer de envidia a la CIA. Me imagino que ya lo sabe casi todo.

– Pero eso no quiere decir que no vaya a hacer preguntas, y yo no puedo resistirme a responderle. Seguro que no habremos salido todavía del aeropuerto cuando ya le habré dicho todo lo que sé y un poco más.

– ¿Y eso es tan malo?

– No. Supongo que estoy más disgustada por lo de Bev que por eso.

Él ya sabía que se habían peleado.

– ¿Has intentado arreglar las cosas con ella?

– No quiere hablar conmigo. En cuanto mi padre vuelva a Florida, me mudaré de casa. Eso hará que las cosas sean mucho más fáciles.

Él le acarició la espalda. Ojalá pudiera ofrecerle su casa. Sin embargo, había tres posibles obstáculos: si perdía a Emily, él mismo no sería una compañía adecuada para nadie. Si no perdía a Emily, no podía hacerle la invitación a Jill. Y el último, pero también importante obstáculo, era que Jill no iba a estar mucho más tiempo en el pueblo.

– ¿No te irás pronto a San Diego?

– No estamos hablando de eso.

– Pero tenemos que hacerlo. Es un gran trabajo. Deberías aceptarlo.

– ¿Intentando librarte de mí tan pronto?

– No. Estoy intentando decir lo mejor para ti. Es todo lo que quieres. ¿No es eso lo que me dijiste?

– Supongo que sí.

– Eso es entusiasmo.

– Me está resultando difícil demostrar algo de energía hoy -admitió-. ¿Y qué pasa contigo? ¿Te quedarás aquí si las cosas no salen bien?

– No lo he pensado -respondió él.

Ni quería pensarlo. ¿La vida sin Emily? Lo único que podría empeorar la situación sería la vida sin Jill.

Al darse cuenta de aquello, de repente, Mac se quedó rígido. ¿La vida sin Jill? Habían hablado de que ella estaba buscando trabajo en otro lugar, pero él nunca se había parado a pensar en las consecuencias. Ella se iría. No estaría en la casa de al lado, ni sería su amiga, ni su amante.

Se volvió hacia ella y le tomó la cara entre las manos. Entonces, la besó. Ella respondió con una dulzura que hizo que él sintiera un nudo de dolor en el pecho.

– Eres muy bueno besando -dijo ella, cuando él se apartó.

Mac se obligó a sonreír.

– Y tú.

«No te vayas».

Quería decir aquellas palabras, intentar convencerla, explicarle por qué era importante para ella que se quedara. Quería hablarle de construir una vida, de la familia, del amor para siempre.

En algún momento, cuando no estaba prestando demasiada atención, se había enamorado de ella.

– ¿En qué estás pensando? -le preguntó ella-. Tienes una cara muy rara.

Él sacudió la cabeza. ¿Qué iba a decir? ¿Qué podía ofrecerle? Jill odiaba estar allí. Quería ir a una gran ciudad, y trabajar para una gran empresa. Y él quería… aparte de querer a su hija y a ella, quería encontrar un lugar para establecerse, un hogar. Había pensado que sería Los Lobos. Sin embargo, con Rudy por allí, ya no estaba tan seguro. El alcalde había…

– Tengo que luchar contra ellos -dijo.

– ¿Contra quiénes?

– Contra Rudy y el alcalde. No voy a dejar que tomen el control de Los Lobos. Tendré que convencer al pueblo, como sea, de que me apoyen y luchen también contra ellos.

– Será una batalla difícil.

– Quizá, pero después del juicio, es posible que tenga mucho tiempo -musitó.

Tendría tiempo porque Emily no estaría con él.

– Quiero ayudar -dijo ella, tomándole las manos-. Haríamos un buen equipo.

– No estarás aquí.

Ella lo miró, y después bajó la cabeza.

– Por favor, no hablemos de eso.

Podían evitar el tema, pensó él, pero eso no cambiaría la verdad.


– Bonito coche -dijo William Strathern cuando se sentó en el asiento del copiloto del 545-. ¿Es nuevo?

– Es de Lyle -respondió Jill-. Iba a quedarme con él, pero en realidad, no lo quiero. Supongo que podría venderlo, pero me parece infantil.

– Pero bueno, ¿y qué ocurre con tu plan de venganza?

Ella se encogió de hombros.

– Supongo que ya no me importa. No tengo energía para preocuparme de Lyle. Casarme con él fue un gran error, y ahora estoy solucionándolo. Eso hace que me sienta mejor. Y, en cuanto a Lyle, ya no me importa nada. Va a comprarme mi parte del piso, me hará un pago por el coche y repartiremos al cincuenta por ciento todo lo demás.

– Eso suena muy maduro.

Ella tomó la autopista principal que llevaba a Los Lobos.

– Lo es. Pero la mejor noticia es que yo sé que estaré bien, y tengo el presentimiento de que Lyle no. No por mí, sino porque es un completo idiota. Va a hacer las cosas mal en el trabajo y sólo es cuestión de tiempo que se den cuenta de que no vale. Y entonces, ¿qué? Bueno, ya no es mi problema, y no puedo estar más feliz.

Su padre le dio unos golpecitos en el hombro.

– Esa es mi chica. ¿Y qué más hay de nuevo desde que hablamos?

– Unas cuantas cosas. He recibido una oferta de trabajo estupenda de un buen bufete de San Diego.

– Parece exactamente lo que estabas buscando -dijo él.

– Eso creo yo. Están empezando a impacientarse.

– Me lo imagino. Tú eres una gran adquisición.

El apoyo constante e incondicional era una de las cosas que más adoraba de su padre.

– Quiero esperar a que se celebre la vista de Mac para tomar una decisión. No estaban muy contentos, pero han accedido a esperar.

– ¿Cuándo es la vista?

– Dos días después de la celebración del centenario del muelle. Has llegado justo a tiempo para toda clase de diversiones -le dijo. Apretó las manos en el volante y continuó-. También tengo que decirte que Bev y yo no estamos precisamente en buenas relaciones.

– Por Rudy.

– Sí. Ella piensa que estoy equivocada, yo pienso que ella es idiota -Jill suspiró-. Está bien, eso suena cruel, pero resume la situación. Además, Rudy me ha enviado muchísimos mensajes y yo no quiero hablar con él. Seguramente, intentará convencerme de que he reaccionado demasiado mal hacia él o me dirá algo sobre Mac. Y yo no quiero oír ninguna de las dos cosas.

– Hablando de Mac, ¿ya ha encontrado abogado?

Jill lo miró. Había esperado que saliera aquel tema. Su padre tenía sesenta años, cierto, pero seguía siendo un hombre impresionante y conocía la ley mejor que nadie.

– No le ha gustado ninguno. Yo he pensado en que tú podrías hacerte cargo de su caso.

Su padre arqueó las cejas.

– No creo que él esté interesado.

– Claro que sí. Y creo que tú disfrutarás del desafío. Sería todo un cambio de salir con mujeres de edad inapropiada.

Él se rió.

– No tengo ni idea de qué estás hablando.

– Claro que no. Por eso tu novia actual tiene sólo cinco años más que yo.

– ¿Y cómo te has enterado de eso?

– Yo también tengo mis fuentes de información.

– Kelly es muy divertida.

– Ya me lo imagino. Pero no quiero detalles.

– Bien. Tú no te metas en mi vida amorosa y yo no me meteré en la tuya. Aunque yo diría que has tardado mucho.

Jill se quedó tan asombrada que estuvo a punto de salirse de la carretera.

– ¿Qué?

– Mac y tú. Has estado loca por él desde que eras pequeña, aunque te agradezco que tú disimularas tus sentimientos por él y no hicieras el loco como tu amiga Gracie.

– Ella quería a Riley con entusiasmo.

– Es una forma de decirlo. Yo temía que tendría que dictar una orden de alejamiento para que ese pobre muchacho pudiera terminar el instituto en paz.

Jill se preguntó lo que pensaría Riley si supiera que alguien del pueblo había pensado que era un pobre muchacho. No iba a hacerle mucha gracia.

No quiso seguir con aquel tema, ni con el de que ella hubiera estado interesada en Mac, así que volvió a la cuestión de su defensa legal.

– ¿Vas a defender a Mac? -le preguntó.

Su padre miró por la ventanilla.

– Tendré que pensarlo a fondo.


La mañana de la celebración del centenario del muelle amaneció cálida y brillante. De camino hacia la playa, Jill paró en la oficina. Le había prometido a Tina que la ayudaría a sacar las últimas cajas de peces.

Una vez que todas las paredes estuvieron libres de pescados, sólo quedó la pintura vieja y gloriosa, y Jill no pudo evitar pensar en lo bien que quedaría aquella oficina con una mano de pintura, quizá un revestimiento de paneles de madera y una capa de barniz en el suelo…

«Basta», se dijo. «Esta oficina no es tu oficina, así que deja de pensar en redecorarla».

– Buenos días -le dijo a Tina cuando su secretaria entró en la recepción-. ¿Qué tal?

– Muy bien -respondió Tina, y señaló las cajas que había apilado contra la pared-. La señora Dixon quiere saber si no nos importaría donar todos los peces que quedan a alguna organización de beneficencia.

– ¿Qué? ¿No los quiere como recuerdo de su amado marido?

– Parece que no.

Jill se rió.

– No sé por qué me sorprendo. Está bien. Hoy no los vamos a llevar a ningún sitio. Los dejaremos aquí y mañana los llevaremos a alguna tienda de caridad. O quizá debiéramos hacerlo esta noche.

Tina sonrió.

– Exacto. Bajo un manto de oscuridad, para que no puedan rechazarlos.