Hacía casi dos meses que no la veía, y tuvo que hacer un esfuerzo para no tomarla en brazos y darle un abrazo enorme. Se moría por decirle que la quería, que había crecido mucho y se había puesto muy guapa, y que había pensado en ella todos los días. Sin embargo, en vez de eso, se metió las manos en los bolsillos y deseó con todas sus fuerzas volver al pasado y ser capaz de arreglar las cosas.

– Hola, Mac.

Mac miró a Carly. Delgada, bien vestida, con el pelo dorado cortado a la altura de las mejillas, rodeó el coche y se acercó a él.

– Estás muy guapa -le dijo él, mientras se inclinaba para darle un beso en la mejilla.

Ella le apretó el brazo.

– Tú también. Qué bonito pueblo. Así que aquí es donde te criaste.

– Exacto.

– ¿Y qué tal estás después de haber vuelto?

Él había pasado las dos últimas semanas entre la esperanza y el temor a un desastre. Había demasiado en juego.

– Bien -dijo, en un tono de confianza que en realidad no sentía-. Vamos a sacar las maletas del coche y entremos en casa -sugirió, y se volvió hacia Emily-. Tu habitación está arriba, cariño. ¿Quieres verla?

Ella miró a su madre como si le estuviera pidiendo permiso. Cuando vio que Carly asentía, Emily salió corriendo hacia arriba.

– Me odia -dijo Mac, rotundamente.

– Te quiere mucho, pero está asustada. No te ha visto en semanas, Mac. No apareciste ninguno de los dos fines de semana que le habías prometido, y le rompiste el corazón.

Él asintió y se tragó el sentimiento de culpabilidad que le ascendía por la garganta.

– Lo sé. Lo siento.

Se acercó al coche y esperó a que ella abriera el maletero.

– Las disculpas no funcionan con una niña de ocho años -le dijo Carly-. Desapareciste de su vida sin decirle una palabra y ahora tienes que demostrarle que has cambiado.

Él ya lo sabía, pero, ¿cómo iba a hacerlo? ¿Cómo podía conseguir un padre recuperar la confianza de su hija? ¿Era posible, o habría cruzado ya la línea y sería demasiado tarde?

Tenía ganas de preguntarle su opinión a Carly, pero supuso que ya había desgastado aquella opción con ella.

– No tenías por qué hacer esto -le dijo él, mientras levantaba dos maletas.

– Lo sé -respondió Carly-. En parte, quería darte la espalda, pero siempre la has querido por encima de todas las cosas -cerró el maletero y lo miró fijamente-. Quiero creerte, Mac. Quiero darte esta oportunidad. Pero no cometas un error. Si la fastidias esta vez, te llevaré de nuevo a los tribunales y conseguiré que no vuelvas a ver a tu hija en la vida.

Capítulo 2

Jill se despertó en la oscuridad al oír el sonido del reloj de cuco. Contó diez campanadas y después apartó la manta y se incorporó. Al principio no supo cómo se había quedado dormida en un sofá, pero poco a poco, recordó que después de llegar a casa de su tía había ingerido una buena cantidad de coñac.

La quietud de la casa le indicó que su tía también se había acostado. No era de extrañar: aquéllos a los que les gustaba levantarse temprano para ver el amanecer tenían que acostarse temprano. Jill prefería la puesta de sol, aunque aquel día, se la había perdido al quedarse dormida por la borrachera.

– Habrá otra puesta de sol mañana -se dijo.

Se levantó, esperándose un buen dolor de cabeza o la visión doble. No ocurrió ninguna de las dos cosas. En realidad, se encontraba muy bien.

Fue a la habitación de invitados y sonrió al ver que su tía le había abierto la cama y le había dejado en la mesilla un vaso de agua y un paquete de Alka Seltzer.

– Una mujer asombrosa.

Jill no se acostó, sino que fue hacia su maleta y sacó sus cosméticos. Después de ducharse y lavarse el pelo, se sintió prácticamente normal. Bajó al porche trasero de la casa con un cepillo, y se sentó en los escalones que bajaban a la hierba del jardín. La brisa nocturna era fresca y agradable. En el cielo brillaban un millón de estrellas, que no había podido ver cuando estaba en la ciudad. Supuso que habría mucha gente que pensaría que la vida era perfecta en aquel pequeño pueblo en el que podían dejar las puertas de las casas abiertas y mirar las estrellas, pero se equivocaban de cabo a rabo.

Se quitó la toalla del pelo mojado y alzó el brazo para comenzar a cepillárselo. Sin embargo, se quedó petrificada en aquella posición. La puerta trasera de la casa de al lado se abrió, y alguien salió. Incluso a la débil luz del porche, reconoció a un hombre alto, de hombros anchos.

Mac.

Las posibilidades de que estuviera visitando a un vecino a aquellas horas eran escasas, lo cual significaba que probablemente fuera el vecino de la puerta de al lado de su tía. Aquello era otro síntoma más de lo mal que iba su vida en aquel momento. Sin duda, se habría mudado allí con su mujer y su…

Comenzó a recordar algo vagamente. Algo acerca de un hijo. ¿Una hija, quizá? Pero no acerca de una esposa. Al menos, no la madre de la niña. ¿O era sólo lo que ella quería? Al recordar que se había desmayado en su presencia, sintió horror.

Se movió para levantarse silenciosamente y entrar en la casa sin que la viera, pero la madera del porche crujió, y Mac se volvió hacia ella.

– ¿Qué tal estás? -le preguntó, acercándose.

Su voz resonó suavemente en la oscuridad.

Aquel sonido le rozó la piel a Jill como si fuera terciopelo sobre seda. Se le encogió el estómago, y su mente dejó de funcionar racionalmente.

– Ah, mejor. Lo necesitaba.

– ¿La siesta, el coñac o el desmayo?

– Quizá las tres cosas.

Él se detuvo frente a ella y se apoyó en la barandilla, con una media sonrisa.

– ¿Recuerdas algo de lo que ocurrió esta tarde?

Tuvo la sensación de que no estaba hablando del viaje desde San Francisco. Aquella pregunta hizo que se sintiera insegura.

– ¿Por qué? ¿Hice algo memorable antes… eh… de desmayarme? -¿habría vomitado, o algo por el estilo?

– No. Te quedaste muy callada, se te cayó la leche de las manos y después te desmayaste.

– Genial -dijo, y recordó el momento en el que se había despertado-. ¿Cómo llegué al sofá?

La media sonrisa de Mac se transformó en una sonrisa de oreja a oreja.

– Gracias.

¿La había llevado él? ¿Había estado realmente en brazos de Mac y no había estado consciente en ese momento? ¿Podría ser la vida aún más injusta?

– Ah, gracias. Ha sido muy amable por tu parte.

Lo que ella quería saber era si él había disfrutado de aquella experiencia, si había pensado que era algo más que una tarea, si alguna vez ella se le había pasado por la mente en los diez años anteriores. El bajó los peldaños y se sentó. Su muslo estaba muy cerca de los dedos de los pies de Jill, que estaba descalza. Si movía el pie un centímetro, se estarían tocando. Jill comenzó a pasarse el cepillo por el pelo mojado y se tragó un suspiro de frustración. Uno pensaría que debía ser más madura que antes, pero podía equivocarse.

– Así que has vuelto al pueblo -dijo ella, al ver que no se le ocurría un tema de conversación más interesante.

– Justo a la puerta de al lado -dijo él, señalando su casa.

– ¿Con tu hija? -le preguntó Jill, con la esperanza de haber recordado bien.

El buen humor se borró de la expresión de la cara de Mac, y se transformó en tensión y dolor.

– Emily.

– Estoy segura de que se lo pasará muy bien en Los Lobos. Es un lugar estupendo para los niños, sobre todo, en verano -Jill no había comenzado a sufrir las restricciones de la vida en un pueblo pequeño hasta que había entrado en el instituto.

– Eso espero. Hacía tiempo que no la veía. Después del divorcio… -dijo, y se encogió de hombros, lo cual no explicaba demasiado.

– ¿Ha tenido su madre una actitud difícil? -le preguntó ella.

– No. Carly ha sido estupenda. Fue culpa mía. Me alejé durante un tiempo, y eso le hizo daño a Emily. Ella es sólo una niña, y yo debería haberme dado cuenta. Quiero la custodia compartida, pero tengo que ganarme ese privilegio. Eso es lo que voy a intentar este verano.

Cuando se quedó en silencio, Jill tenía más preguntas que respuestas en la cabeza, pero pensó que sería mejor no presionar.

– Espero que las cosas funcionen.

– Yo también. Emily es lo más importante de mi vida -dijo él, y volvió a sonreír-. Tu tía ha accedido a ayudarme a cuidarla durante la jornada de trabajo. ¿Debería pensármelo de nuevo?

– ¿Por lo que dije antes de que no le gustan los niños?

Él asintió.

Jill hizo un gesto negativo.

– No. A mi tía no le gustaba mucho dar clases, pero siempre fue maravillosa cuando yo era niña.

– Es bueno saberlo -dijo él.

– Tu hija ha llegado antes, ¿no? ¿Qué tal ha ido todo?

Mac miró hacia la casa.

– Bien. Carly la ha traído desde Los Angeles y se quedó hasta que fue la hora de acostarse. Yo sólo tuve que quedarme en un segundo plano. El examen de verdad llegará mañana por la mañana.

– La quieres -le dijo Jill-. Y eso cuenta mucho.

– Eso espero.

Jill iba a extenderse en aquel punto pero recordó que su experiencia con los niños era nula. No era porque ella no hubiera querido tenerlos. Pero la comadreja mentirosa pensaba que debían esperar y, por motivos que ella no tenía nada claros, habían esperado. Por supuesto, en aquel momento estaba contenta. Los niños habrían complicado el divorcio.

– ¿Y por qué has vuelto tú a Los Lobos? -le preguntó Mac-. ¿Estás de vacaciones? Lo último que supe de ti era que estabas ejerciendo como abogada en un bufete importante en San Francisco.

Jill notó que se le abrían los ojos como platos. ¿Él sabía algo de su vida? ¿Había estado preguntando? ¿Había pensado en ella? ¿Había…?

Rápidamente, se apartó aquellas preguntas de la cabeza. Lo único que ocurría era que Mac había oído los cotilleos de un pueblo. No había nada por lo que emocionarse.

– Lo estaba hasta hace poco tiempo -respondió-. Trabajaba para un bufete en San Francisco. Estaba a punto de convertirme en asociada -resumió, mientras seguía cepillándose el pelo.

– ¿En pasado?

– Sí. Mi marido, que será ex marido en poco tiempo, se las arregló para que me despidieran. Además, consiguió mi ascenso, mi despacho con un ventanal a la bahía y nuestro piso -dijo-. Aunque, por supuesto, no podrá quedarse con el piso. Es un bien ganancial. También me engañó con su secretaria. Lo vi todo, y deja que te diga que es una imagen que quiero borrarme de la mente lo antes posible.

– Eso es mucho para un día. ¿Cómo consiguió que te despidieran?

– Todavía estoy intentando averiguarlo. Yo conseguí muchos clientes para el bufete. Más que ningún otro abogado asociado. Pero, cuando me despidieron, no me permitieron hablar con ninguno de los socios mayoritarios para averiguar qué había sucedido. He enviado un par de correos electrónicos y de cartas, así que ya veremos. Mientras, he vuelto temporalmente a Los Lobos a llevar el pequeño despacho de Dixon & Son.

– Y no estás muy contenta que digamos.

– Ni un poco -respondió.

Intentaba convencerse de que, al menos, estaría trabajando de abogada, pero no podía.

– Entiendo que el señor Dixon no tenía un hijo.

– Pues parece que no. También es posible que el hijo no esté interesado en llevar el despacho familiar. Así que aquí estoy yo -dijo. Bajó el cepillo y esbozó una sonrisa forzada-. Soy una letrada a tiempo parcial. El resto del tiempo estaré planeando la venganza contra Lyle.

– ¿Tu ex?

– Sí.

– Si la venganza implica que vas a vulnerar la ley, no quiero saberlo.

– Me parece justo. Sin embargo, probablemente no haré nada ilegal. No quiero que me inhabiliten para ejercer la abogacía -aquello reducía las posibilidades, pero no tenía importancia. Tendría que ser aún más creativa-, ¿Han empezado ya los campeonatos de béisbol de verano? -le preguntó.

Mac asintió.

– Claro. Hay partido todos los fines de semana.

– Magnífico. Empezaré a aparcar justo al lado del campo de entrenamiento. Se escaparán un montón de bolas.

Él hizo un gesto de desagrado.

– ¿Es ese 545 el coche de Lyle?

– Es un bien ganancial. Lo compró con el activo conjunto.

– Si yo fuera tú, tomaría nota de eso para decírselo al juez.

– Lo haré.

Él se rió.

Jill se acercó las rodillas al pecho y suspiró. Aquello era muy agradable. Divertido. Si ella hubiera tenido dieciséis años, hablar con Mac en la oscuridad habría sido la respuesta a todas sus plegarias. A los veintiocho, no estaba nada mal, tampoco.

– ¿Por qué has venido aquí? -le preguntó él-. Podrías haber conseguido un trabajo en cualquier sitio.

– Gracias por el voto de confianza. Es algo temporal. En realidad, fue idea de mi padre.

Mac se la quedó mirando fijamente.