– ¿Te apetece tomar algo? -le preguntó él-. Cerveza, vino, cereales morados…

Jill se rió.

– ¿Qué tal una copa de vino? Sólo me he tomado una copa hace tres horas, así que no creo que esté en peligro.

– ¿No quieres repetir lo de ayer?

– Creo que no. Prefiero limitar mi número de desmayos al mínimo.

– Buena política.

Él sirvió dos vasos de vino y los dos se sentaron a la mesa. Cuando él retiró el papel de plata que cubría la lasaña, el delicioso olor que desprendía hizo que le rugiera el estómago.

– Mmm -dijo, al probarla-. Tu tía cocina maravillosamente.

– Estoy de acuerdo. Yo he repetido en la cena -le dijo ella-. Y tu hija también. ¿Quieres saber cómo hemos conseguidlo que Emily comiera lasaña?

Él miró la salsa de tomate que cubría la lasaña y recordó que su hija iba vestida de morado.

– ¿No protestó?

– Jugamos a disfrazarnos, y casualmente, el vestido de princesa que se puso Emily era de color rojo. No se cambió hasta después de cenar.

– Muy astuto.

– Fue cosa de mi tía, no mía. La idea se le ocurrió a ella.

– Siento que sea tan difícil.

– ¿Emily? No lo es. Es muy mona.

– Pero está pasando por una temporada difícil. El divorcio. El hecho de tener que estar aquí durante el verano.

– Claro. Todo eso será extraño para ella, pero si su peor reacción es intentar manipular un poco a los adultos que la rodean siendo caprichosa con la comida, creo que todo va a salir bien. Es una forma muy tranquila de desahogarse.

Él no lo había pensado de aquella manera. En algún momento del día, Jill se había soltado el pelo, y le caía como una cascada hasta la espalda. Tenía los rasgos delicados, la nariz recta y los ojos marrones y grandes. Había sido una niña muy mona, y se había convertido en una mujer muy bella. Recordaba vagamente que ella había estado enamorada de él cuando tenía quince o dieciséis años. Si estuviera mirándolo en aquel momento con los mismos ojos de cachorrito que cuando era adolescente, Mac no sabía si habría podido resistirse.

– ¿Qué tal te fue la reunión con el asistente social?

– No preguntes.

– ¿Tan mal?

– Peor. Es un idealista rígido y recién licenciado que piensa que los policías no son buenos padres. Tengo que ir a verlo todas las semanas, cuidar a Emily y no tener roces con la ley.

– A mí no me parece demasiado difícil, a no ser que estés pensando en cometer un par de delitos.

– Esta semana no -dijo él, y le dio un sorbo a su vino-. Sé que su trabajo es hacer que Emily esté segura. Yo también quiero lo mismo. Quiero que sea feliz. Lo que no quiero es tener que tratar con Hollis -terminó, encogiéndose de hombros-. Supongo que sobreviviré.

– Quizá puedas pillarle pasándose el límite de velocidad, y ponerle una multa. Eso sería divertido.

– Buena idea. Pondré en alerta a mis ayudantes.

– ¿Realmente te gusta estar aquí? ¿Eres feliz?

– Estoy contento de haber vuelto. Este es un gran lugar para crecer, como tú dijiste. Siempre me ha gustado el pueblo. Incluso cuando era un adolescente, y era tan rebelde.

– Entonces, ¿vas a quedarte para siempre?

– Me presento a sheriff en noviembre.

Jill se quedó sorprendida.

– ¿Son elecciones de verdad?

– No realmente. Nadie más está interesado en el puesto.

– Guau. Así que dices en serio lo de quedarte por aquí.

– Tan en serio como tú dices lo de marcharte.

– Creía que te gustaban las aventuras. ¿No eres tú el chico que se alistó en el ejército para ver mundo?

– Era una forma de escapar. Sabía que si me quedaba aquí no llegaría a ninguna parte. Tu padre me lo enseñó.

– A él le gusta salvar a la gente, a su manera entrometida. Cuando supo que había dejado a Lyle y que me habían despedido, me habló del puesto libre que había en el pueblo.

– Podías haberle dicho que no.

Jill se rió.

– Sí, supongo que sí. En teoría. Pero él es muy persuasivo. Además, no tenía ningún otro sitio al que ir. Me las arreglaré hasta que consiga un trabajo en otro sitio.

– Quieres volver a ser una abogada de la gran ciudad.

– Oh, sí.

Él terminó el último trozo de lasaña y apartó el plato.

– Vamos a ponernos cómodos -dijo él, y tomó la botella de vino y su vaso.

– De acuerdo.

Jill lo siguió hasta el salón, y allí se sentaron en el sofá. A Jill le encantaban el suelo de tarima maciza, la enorme chimenea y las altísimas ventanas. Durante el día, aquella estancia sería muy luminosa.

– Es una casa muy bonita.

– Es alquilada. Después de las elecciones compraré algo.

– Parece que estamos destinados a vivir puerta con puerta -dijo ella, bromeando-. Al menos, por el momento.

– Eso parece. Aunque, por supuesto, ahora es mucho más interesante.

Jill estuvo a punto de desmayarse de la impresión. ¿Estaba coqueteando con ella? Guau. Se le aceleró el pulso.

De pura diversión, a él le brillaron los ojos.

– ¿Acaso no estás de acuerdo?

– ¿Qué? Sí, claro que sí.

– Eres muy diferente de la adolescente que yo recordaba -dijo Mac-. Eras muy mona entonces, pero ahora eres espectacular.

¿Espectacular? Aquello estaba bien. Tuvo que hacer un esfuerzo para no pedirle que continuara, y en vez de aquello, se concentró en la desagradable verdad.

– A ti no te parecía mona. Al menos, no te lo parecía desnuda.

Él estuvo a punto de atragantarse con el vino.

– ¿Qué? Yo nunca te he visto desnuda.

Entonces fue Jill la que se quedó asombrada.

– Claro que sí. El día de mi decimoctavo cumpleaños. Habías venido a casa de permiso y yo me escondí en tu habitación. Quería que tú fueras el primero, pero tú no estabas muy interesado. O eso me pareció cuando te vi vomitar.

– Espera un segundo. ¿De qué estás hablando?

¿Era posible que no se acordara de aquello? Tenía que acordarse. Ella apartó la mirada para no sentirse más azorada aún por aquello que había sucedido una década atrás.

– ¿Te acuerdas de los permisos?

– Claro. Cuando venía, salía todas las noches con mis amigos, y un par de veces se nos fue totalmente de las manos y la borrachera fue tremenda. Era un chaval estúpido. Pero seguramente, me acordaría de haberte visto desnuda.

– Pues parece que no. No sé si debería echarme a reír o a llorar.

– ¿Por qué no me cuentas lo que pasó y yo te ayudo a decidirlo?

Él estaba sentado tan cerca que Jill sentía el calor de su cuerpo. Si se moviera un poco, se rozarían. Aquel pensamiento hizo que se le encogiera el estómago. Dejó el vaso de vino sobre la mesa y comenzó a explicarse.

– Como ya te he dicho, fue el día de mi cumpleaños. Salí a cenar con mi padre, y cuando él se acostó, yo me colé en tu casa. Tu madre ya estaba dormida, así que fui de puntillas a tu habitación y esperé a que llegaras a casa.

Recordó aquella noche, lo asustada y emocionada que estaba, y cómo pensaba que todo cambiaría. Y había cambiado, pero no del modo que se imaginaba.

– Tú siempre me decías que tener relaciones con una menor era un delito.

Él alargó el brazo y tomó un mechón de su pelo.

– Eso era para recordármelo a mí mismo tanto como a ti -le dijo él.

– ¿De verdad? -ella tuvo ganas de sonreír de oreja a oreja al oír aquello-. Si estás mintiendo, no me importa, aun así es muy agradable oírlo.

– Es la verdad. Así que allí estabas, esperando en mi habitación, lo cual me resulta bastante increíble. ¿Qué ocurrió?

– Lo único que no había imaginado que pudiera suceder. Entraste en la habitación, encendiste la luz y yo dejé caer mi vestido al suelo. No llevaba nada debajo. Tú me echaste un vistazo, echaste a correr hacia el baño y vomitaste.

Él se la quedó mirando sin dar crédito a lo que oía.

– No es verdad. Me acordaría de algo así.

– ¿Crees que me inventaría algo tan vergonzoso como eso? Eras el primer hombre que me veía desnuda. Me quedé emocionalmente marcada desde entonces.

Él le tomó la mano.

– Lo siento, Jill. No tenía nada que ver contigo. Como ya te he dicho, en aquella época salía muchísimo con mis amigos. Pero, ¿es cierto que te dejó realmente marcada? ¿Estás bien?

– Lo superé. No te preocupes, no pasa nada.

A Jill le gustaba sentir su mano entre las de él, y también la expresión de arrepentimiento que tenía en el semblante. Y, sobre todo, le gustaba la mirada cálida de sus ojos y que pareciera que él se estaba acercando lentamente. Ella también se inclinó hacia él.

– ¿Te gustaría que te compensara de algún modo? -le preguntó Mac, con la voz baja y tentadora, justo antes de besarla.

Jill no respondió nada, porque en el momento en que sus labios se rozaron, el cerebro dejó de funcionarle. Sólo era capaz de sentir a aquel hombre y la magia que obraba en ella.

Olía deliciosamente e irradiaba el suficiente calor como para que quisiera lanzarse a sus brazos. Instintivamente, inclinó la cabeza y, cuando sintió que él le rozaba los labios con la lengua para hacer que aquel beso se convirtiera en algo más íntimo, abrió la boca. Entonces, sintió el deseo, que le aceleró el pulso e hizo que le dolieran los pechos. Le apretó los hombros con las manos y notó sus músculos fuertes y tensos.

Entonces, Mac se apartó suavemente de ella y apoyó la frente en la de Jill.

– Besas con toda el alma -murmuró-. Eres el tipo de mujer del que mi madre me advirtió que me alejara. Sexy y peligrosa.

– Tú también eres bastante seductor.

– Entonces, ¿qué habría ocurrido hace diez años, si yo hubiera tenido sentido común y no hubiera pasado las noches de fiesta en fiesta?

– Tú eres el que tiene que decírmelo. Yo era la que hacía la oferta. ¿La habrías aceptado?

Él se rió.

– Sin dudarlo. Aunque tu padre nos habría matado a los dos.

– Bueno, supongo que nunca podremos saber si aquella noche habría cambiado nuestras vidas -dijo, pensando en que todo habría sido diferente si Mac hubiera hecho el amor con ella.

Nunca habría salido con Evan, y sin él, nunca se habría interesado en Lyle.

Mac la besó de nuevo, y después hizo que los dos se pusieran de pie.

– Y ahora deberíamos ser sensatos -le dijo, con sus manos agarradas-. Tengo una hija de ocho años durmiendo arriba.

– Exacto. Y yo acabo de pasar por una horrible ruptura, por no mencionar que sólo estoy de paso en el pueblo. Y además, tú tienes una relación personal con mi padre. Supongo que debería irme a casa.

– Gracias por traerme la cena.

– De nada.

Él la acompañó a la puerta. Entonces, le tomó la cara entre las manos y la besó exquisitamente, tanto que Jill notó que se le encogían los dedos de los pies.

– Nos veremos pronto -murmuró Mac.

Ella flotó hasta casa, transportada por la promesa de sus palabras.

Capítulo 5

Jill terminó de archivar lo que Tina había dejado del día anterior. Tenía la sensación de que Tina nunca iba a encontrar tiempo para hacer su trabajo. En aquel momento se había ido a llevar a su hijo a jugar con unos amigos, y le había dicho a Jill que volvería más tarde. Aun así, Jill no se esperaba ningún milagro.

Si la situación fuera diferente, buscaría a otra persona, a alguien que estuviera interesada en trabajar, al menos, parte del día. Sin embargo, no tenía sentido tomarse aquel trabajo. Había enviado dieciséis curriculum vitae a diferentes bufetes de todo el país. También había hecho cuatro llamadas aquella mañana para ponerse en contacto con licenciados de la Stanford Law School y hacerles saber que buscaba trabajo. Ninguno de ellos se había quedado muy sorprendido al saber que Lyle era una comadreja. ¿Acaso había sido ella la única que no había sido capaz de ver la verdad?

No tenía importancia. Nada que tuviera que ver con Lyle podría estropearle el buen humor después de lo que había pasado la noche anterior. Sonrió al recordar el beso de Mac y su atracción por ella. Después de pasar por tantas cosas, saber que Mac la encontraba atractiva era más estimulante que dieciséis horas en un balneario.

– Está bien, ha llegado el momento de concentrarse -se dijo mientras sacaba su cuaderno de notas-. Tengo que pensar en el trabajo, y no en Mac ni en el sexo.

Miró el reloj y se dio cuenta de que casi había llegado la hora en la que tenía la cita con Pam Whitefield. Pam Whitefield, o Pam Baughman, su verdadero apellido antes de casarse y después de divorciarse, era tres años mayor que Jill y que su mejor amiga, Gracie. Tres años mayor y años luz por delante de ellas en experiencia; al menos, así había sido en el instituto.

Pam había sido una de aquellas chicas doradas: guapa, rica y famosa. Quería ir a sitios y hacer cosas, y estaba interesada en cualquier chico que pudiera ayudarla a conseguirlo.