– Así es que trabajas para Andrew Wyatt -dijo, sin atreverse a preguntar qué sabía de su vida amorosa.
– Sí, somos compañeros de trabajo y amigos… o eso creo. Yo cuido su casa cuando no está en la ciudad, me encargo de su perro, etc.
– ¡Su perro! ¡Cielos! ¡Pobre hombre, teñí el perro de color violeta… entre otras muchas cosas! Va a ponerse como una fiera cuando descubra quién fue. ¿Y si te despide?
Tess agarró la mano de su hermana.
– No te preocupes, yo me encargue de Rufus antes de que Drew…
– ¿Te encargaste de Rufus? -preguntaron Lucy y Elliot al unísono.
– Es una larga historia -respondió Tess-. Ya os la contaré en otro momento. Ahora, lo que necesito es hablar con Drew y aclarar esta situación.
– Pero, ¿cómo es que tú conoces a Andy Wyatt? -preguntó Lucy extrañada.
– Se me había olvidado contarte que Lucy y mi jefe están enamorados.
Lucy abrió la boca con sorpresa.
– ¿Estás enamorada de Andy Wyatt? ¿Desde cuándo?
– ¡No! -dijo Tess-. Bueno, quiero decir, tal vez sí estoy enamorada de él. Lucy, sé que en apariencia… ¡Cuando lo conocí, yo no sabía quién era, ni él sabía que yo era tu hermana! De hecho, ni siquiera te conoce. Tampoco sabe que…
– Sí, eso sí lo sabe -dijo Elliot-. Sabe todo desde hace algún tiempo. Yo le conté toda la historia.
Nada más terminar la confesión, Elliot miró a Tess y quiso que la tierra se lo tragara por bocazas.
– ¿Lo sabía? -preguntó Tess-. ¿Todo el tiempo ha sabido que Lucy estaba enamorada de ti y que yo era su hermana?
– No, no todo el tiempo -rectificó Elliot-. Pero después de lo de la muñeca hinchable, llegamos a la conclusión de que tú estabas detrás de todo.
Tess lo miró asombrada.
– ¿Qué yo…? -luego miró a su hermana-. ¡Cielo santo!
Se echó las manos a la cabeza y se dejó caer en una silla.
– ¡Ese maldito farsante! ¿Cómo he podido ser tan estúpida? Así que todas sus atenciones tenían un único objetivo. Me veía enredarme cada vez más y más en la madeja y era incapaz de quitarme los hilos que me estaban estrangulando. Me ha estado obligando conscientemente a elegir entre mi hermana y él, cuando no tenía que hacerlo.
– O sea, que Tess no sabía que Andy y Drew eran dos personas diferentes -dijo Lucy y se volvió hacia su hermana con el ceño fruncido-. ¿Y has sido capaz de enamorarte de él, aún creyendo que él era el hombre que yo amaba?
La verdad empezaba a aflorar a la superficie.
– No, no exactamente. ¡Pero da igual ya! ¡Me mintió! Tal vez no directamente, pero omitió la verdad, que es más o menos lo mismo.
Elliot se aclaró la garganta.
– Perdón que me entrometa, pero, ¿Tess Ryan no es culpable del mismo crimen?
– ¿Y qué me dice del misterioso caso del señor Elliot Cosgrove? -respondió ella.
Elliot se ruborizó.
– Además, cuando el señor Wyatt descubra que he venido aquí a confesar la verdad, lo más probable es que me despida. Me hizo prometer que no se lo contaría a nadie. Pero ya no podía más, necesitaba hablar con Lucy -miró su reloj-. Será mejor que vuelva a la oficina y le explique lo ocurrido. ¿Quieres cenar conmigo esta noche?
Lucy asintió encantada, le enlazó los brazos al cuello y lo besó con tanta pasión que logró que tanto Elliot como Tess se ruborizaran.
Cuando acabó con su expresión de afecto, Elliot tenía las gafas en la punta de la nariz y estaba de color fucsia.
– Ten… tengo que irme -se dio media vuelta y se dirigió a la puerta.
– Un momento -le rogó Tess-. Necesito que me prometas algo antes de marcharte.
– ¡Jamás haré daño a Lucy! De hecho, pienso hacerla la mujer más feliz…
– No quiero que le digas nada a Drew -lo interrumpió ella-. Esta visita nunca ha tenido lugar.
– No entiendo -dijo Elliot-. Ya está todo aclarado.
– Yo tampoco lo entiendo -añadió Lucy, mientras se ponía de jarras-. ¿Puede alguien explicarme qué demonios está sucediendo? ¡Es todo tan confuso!
Tess se puso de pie y sonrió. Tenía un plan perfecto.
– Elliot, vuelve al trabajo y, por favor, mantén la boca cerrada. Lucy y yo tenemos que hablar.
Lucy escoltó a su enamorado hasta la puerta y tardó unos minutos en regresar a la cocina.
Al llegar, se produjo un largo y tenso silencio, hasta que por fin, Tess se decidió a hablar.
– ¿Recuerdas la historia que te conté sobre enamorarme del ex novio de mi mejor amiga? -le dijo, mientras le servía una taza de café.
Lucy asintió.
– Esa amiga era yo, ¿verdad? Pensabas que Drew era mi ex novio.
– Lo siento, Lucy. Al principio, sólo traté de que no te metieras en líos. Luego tramé un plan de venganza para hacerle pagar por lo que te había hecho y acabé enamorándome de él como una tonta… Pero quiero que sepas que no podía soportar lo que me estaba sucediendo. Pensé que te estaba traicionando.
– Pero no era así -respondió Lucy.
– ¡Yo no lo sabía y está mal, a pesar de todo!
Lucy tomó las manos de su hermana.
– Drew Wyatt fue el que te mintió, el que te dejó creer que me estabas traicionando. Él es el único culpable.
Tess sintió en toda su intensidad el afecto de su hermana. Era leal y sabía perdonarle sus faltas.
– Hay un modo de hacer pagar a Drew por su traición -le dijo Tess.
– ¿Cuál es tu plan?
Tess sonrió maliciosamente.
– Primero, voy a abandonarlo y, después, voy a cometer un asesinato.
– ¿Lo vas a matar?
– No. Te voy a matar a ti.
Drew miró al hombre que estaba a su lado.
– He tomado una decisión -aceleró un poco.
Su hombre de confianza alzó la cabeza.
– ¿Una decisión, señor? -acababan de terminar la reunión mensual de presupuestos para el proyecto Gresham Park y regresaban a la oficina entre un intenso tráfico.
– Voy a poner fin al juego con Tess Ryan. Se niega a confesarme la verdad, así es que la voy a obligar.
Drew tenía que luchar contra las continuas imágenes que lo asaltaban de Tess, tumbada en su cama, en ropa interior, con el pelo revuelto sobre la almohada. Aquella noche había hecho el mayor esfuerzo de su vida para no poseerla. Tess se había convertido en todo lo que había querido o necesitado nunca de una mujer.
Pero la realidad era que su plan había fallado. Sí, había sacado todos los flamencos rosa del jardín de su abogado, pero no había confesado.
Drew había imaginado la escena de otro modo. Tess le contaría toda la verdad, él la perdonaría, la abrazaría y la besaría y, a partir de aquel momento, se despertaría cada día en sus brazos.
Pero, después de la pequeña sorpresa que le había dejado en su casa el día anterior por la mañana, Drew empezaba a tener sus serias dudas sobre un final feliz.
– Creo que este juego de mentiras se está complicando cada vez más.
– ¡Yo no soy el que está perpetuando la situación! Es ella la que ha llenado de espuma mi piscina.
– ¿Detergente en la depuradora? -preguntó Elliot.
Drew se volvió a él y lo miró confuso.
– Nunca se me habría ocurrido que lo hiciera así. ¿Cómo lo sabes tú, Elliot?
Elliot fijó su atención en el tráfico que les impedía avanzar.
– ¿Qué siente usted por Tess Ryan?
– La amo -dijo Drew-. La quiero desde la primera vez que la vi, esa es la verdad. Pero, ¿y ella? No tengo ni idea de cuáles son sus sentimientos. ¡Y no pienso arriesgarme más sin saber lo que ella siente!
Elliot se aclaró la garganta.
– A veces un hombre tiene que tomar ciertos riesgos si ama de verdad…
Aquella afirmación sonó tremendamente solemne y profunda. Sin embargo, Drew no estaba dispuesto a seguir arriesgándose.
– A pesar de todo, le he pedido a Tess que venga a mi oficina, que necesitaba hablar con ella.
– ¿Le va a pedir que se case con usted?
Drew carraspeó.
– ¿Cómo?
– Si la ama, deberían estar juntos para siempre, señor.
– Y así será, si ella admite que me quiere.
– Tal vez, podría ser usted el que se lo dijera y el que le confesara que lo sabe todo. ¿Qué más da quién lo diga primero?
Drew se apoyó cómodamente en el respaldo y apretó el volante con los dedos.
La sugerencia de Elliot era demasiado simplista. Se notaba que no conocía a las mujeres.
Lo que necesitaba era darle a Tess un pequeño empujoncito, para que se lanzara a sus brazos. Y, ¿cómo mejor sino con celos? Si Tess pensaba que él había estado con su hermana, no haría sino confirmar esa creencia. La obligaría a confesarle su amor para salvar su relación… Al menos, eso era lo que esperaba que sucediera.
No obstante, había veces que había sentido la necesidad de aclarar toda aquella cadena de mentiras. Quién sabe, quizás lo más fácil habría sido hacerlo. Él podía perdonar a Tess y a Elliot fácilmente. Incluso podía llegar a ocurrir que Lucy y Elliot acabaran juntos de nuevo. Pero no estaba dispuesto a ser él el que confesara primero. Tess Ryan tenía que ceder.
Al llegar al aparcamiento de la oficina, vio el coche de Tess aparcado allí. Se detuvo justo al lado, apagó el motor y salió a toda prisa. Elliot se apresuró a seguirlo.
– Señor, ¿no cree que lo mejor sería aclarar esta situación?
– Elliot, sé perfectamente qué estoy haciendo.
Entró como un rayo en el edificio. Kim lo saludó y le informó de que Tess Ryan lo estaba esperando en su oficina.
Al entrar, se la encontró mirando las fotos que tenía sobre la pared. Eran imágenes de sus proyectos más grandes. Sus clientes siempre salían impresionados y esperaba que ella sintiera lo mismo.
Se volvió hacia él. Su expresión era ilegible.
– ¿Por qué estás tan serio? ¿Es que Lubich te la ha vuelto a jugar?
Drew se colocó detrás de su escritorio. ¿Cómo podía preguntarle algo semejante? Ella sabía de sobra la respuesta. No estaba dispuesto a darle una respuesta.
– Te estuve esperando anoche -le dijo.
– ¿Anoche? -preguntó Tess.
– Te dejé escrito en la nota que te esperaba para cenaren casa.
– ¡La nota! -dijo Tess con una carcajada-. No la leí. Salí a toda prisa, tenía que irme a trabajar. Lo siento, debería haberla leído pero se me olvidó.
La miró interrogante durante unos segundos. ¿Qué le sucedía? ¿Acaso estaba enfadada con él?
– La otra noche, antes de dormirte… querías decirme algo.
Tess fingió estar estudiando distraídamente un boceto.
– ¡Nada de importancia! -dijo-. ¿Y tú? ¿Tienes algo importante que decirme?
– La verdad es que sí -le aseguró-. Pero no sé si te va a gustar.
– Seguramente, no -respondió ella con toda frialdad-. Pero dímelo de todos modos.
¿Iría a confesar sus errores? Eso sería maravilloso. Todo lo que tenía que hacer era lanzarse a sus brazos y besarlo. La pesadilla habría acabado y no tendría que seguir adelante con su plan.
– Está relacionado con una mujer… de mi pasado.
– ¿La muñeca hinchable?
Drew frunció el ceño. ¿Qué demonios le pasaba a Tess? Jamás la había visto tan sarcástica.
– No -continuó Drew-. Su nombre es Lucy.
– ¿Lucy? -no había solución, el hombre iba a mentir otra vez. Levantó la ceja sin entusiasmo.
– Estuvimos juntos antes de conocerte. Luego, lo dejamos. Pero no estoy seguro de si realmente lo he superado.
Durante un instante, Drew creyó percibir cierta rabia en su mirada, pero pronto la encubrió con una sonrisa.
– ¡No me digas! Eso sí que es un problema: un hombre y dos mujeres. Bueno para ti, malo para nosotras.
De pronto, Drew se sintió como si acabara de saltar de un avión sin paracaídas. Tess no estaba reaccionando, para nada, como él había esperado. Tal vez, no sentía absolutamente nada por él.
– Tess, no creas que yo me siento bien por ello -dijo él-. Y es por eso, precisamente, que necesitaba verte otra vez. Tengo que tomar una decisión.
– ¿Decidir a cuál de las dos prefieres?
– Me resultaría más fácil si supiera qué sientes tú por mí -le sugirió Drew.
– ¡Lo que yo siento! -Tess sonrió-. Sí, claro.
– ¿Y bien?
– Te voy a facilitar la elección. Creo que deberías volver con esa tal Lucy. Está muy claro que, realmente, es a ella a quien amas. ¿Y quién soy yo para interponerme en el camino del amor verdadero?
Drew se tensó.
– Pero… pero yo no estoy seguro de querer volver con ella -dijo.
– Seguro que sí lo sabes -le aseguró ella-. Algunas mujeres son imposibles de olvidar.
La verdad de aquella afirmación lo conmovió. Claro que había mujeres imposibles de olvidar y para él esa mujer era Tess Ryan.
– ¿Así es que no te importa?
Ella se encogió de hombros.
– No tengo ningún derecho sobre ti. Ella apareció primero.
– ¿Y nosotros?
– No existe un nosotros -dijo Tess con total frialdad-. Si no has podido olvidar a esa tal Lucy a pesar de todo, lo mejor es que nos digamos adiós. Ha sido un placer.
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