Para cuando volvió a mirar, los recién casados ya habían desaparecido, rumbo a Las Bermudas.
Tess y Drew se quedaron solos, en mitad de una capilla solitaria y silenciosa.
– Parece ser que vas a ser la siguiente.
– Lo dudo -respondió ella, cabizbaja.
– ¿Reniegas de los hombres? Espero que no sea por mi culpa.
– Tú sólo has ratificado mi creencia de que sólo dais problemas.
– No deberías tirar toda la caja, sólo porque te has encontrado una manzana podrida -hizo una pausa y se quedó mirando el pasillo vacío de la capilla-. Envidio a Elliot. Ha encontrado una mujer que lo ama y que quiere pasar la vida a su lado. Es un hombre afortunado. Eso es, exactamente, lo que yo he estado buscando.
La miró en silencio, pero no obtuvo respuesta.
– Tess, sé que lo que hice estuvo mal, pero yo…
Ella alzó la mano para que no continuara.
– No quiero hablar de ello.
Él le agarró la mano y posó un dulce beso sobre su palma. Ella se estremeció.
– Pero yo sí. No podemos continuar así. Tenemos que intentar reparar lo que ha sucedido.
– ¿De verdad que tú crees que podemos? Yo, sencillamente, creo que hemos formado tal lío que ya no hay forma de desenredarlo. Después de quitar los nudos, no nos quedaría nada, nada en el centro.
– No puedes pensar eso de verdad.
– Ya no sé qué pensar. Lo único que sé es que, ahora, mi vida vuelve a estar en orden otra vez. Tengo mi carrera y…
– ¿Y qué pasa por las noches, Tess, cuando estás sola en la cama? ¿En qué piensas entonces? ¿Sabes en qué pienso yo?
– No estoy segura de querer saberlo.
– Pienso en ti, en lo bueno que fue todo aún en mitad del caos que habíamos creado. Pienso en cuánto me gustaría tenerte en mis brazos. Ésta debería de haber sido nuestra boda.
– ¿Y qué piensas sobre la cantidad de mentiras que había entre nosotros?
– Siento mucho que así fuera. Yo sé que fui un estúpido, pero creo que, en el fondo, tenía una buena razón: quería saber lo que sentías realmente por mí.
– Pues ahora ya lo sabes.
Ella se puso en marcha, sin esperar más, en dirección a la salida, pero él la agarró del brazo.
– No voy a darme por vencido, Tess.
– Y yo no voy a cambiar de opinión.
Con esto, se libró de su mano y salió de la iglesia. Cuanto antes pudiera borrar el fantasma de Drew Wyatt, antes podría volver a vivir.
– ¿Tess? Tess, ¿estás en casa? ¡Ya hemos vuelto!
La voz de Lucy resonó en la casa y Tess suspiró suavemente. Llevaba tantos días escuchando sólo el silencio de aquellas habitaciones, que había olvidado lo agradable que era poder charlar. Aunque tener a Lucy al lado era, en ocasiones, un auténtico infierno, la mayoría de las veces se convertía en una estupenda amiga y confidente.
– Tess, ¿por qué hay un cartel de Se Vende en la entrada? ¿Qué está pasando? ¿Dónde estás?
Si se quedaba tumbada y quieta donde estaba, Lucy no podría encontrarla. Quizás Elliot y ella acabarían yéndose y no tendría que escuchar lo maravillosa que había sido su luna de miel y lo enamorados que estaban. No era que le fastidiara la felicidad de su hermana, pero llevaba ya algún tiempo en un estado de ánimo lamentable; exactamente, desde el día de su boda o, mejor dicho, desde el último día que había visto a Drew.
No sabía cuántas veces había recordado sus últimas palabras, sus argumentos, su confesión implícita. Pero algo en ella le impedía romper las cadenas y decir que sí. ¿Qué era exactamente lo que la retenía? ¿Era de verdad la falta de confianza? ¿O sencillamente el convencimiento de que un hombre como Drew no podía estar enamorado de ella?
Ya casi había llegado a convencerse de que estaba mejor sin él, casi había logrado pasar algún día entero sin pensar en él. Pero las noches seguían siendo difíciles, sola ante un plato de comida, en la cama con la única compañía de un libro.
Drew todavía llenaba sus pensamientos nocturnos, inundaba sus sueños y cada mañana el mismo dolor.
Tess le dio una patada al somier. No se estaba mal allí debajo de la cama, en compañía de inmensas bolas de polvo. Había una tranquilidad que su hermana Lucy ya había descubierto mucho tiempo atrás.
No obstante, ni siquiera la soledad y el aislamiento de un lugar así, eran suficientes para borrar la imagen de él.
De pronto, sintió un rayo de luz sobre la cara. Su hermana había levantado el colchón y la miraba entre las láminas del somier.
– ¡Hola! ¿Ya has vuelto?
– ¿Qué haces ahí? -le preguntó Lucy.
– Se me ocurrió probar qué tal me sentaba esto -respondió-. No está mal.
– ¿Podrías salir y saludar a Elliot? Ha estado muy preocupado por ti.
– La verdad es que preferiría quedarme aquí un poco más, si no te importa.
Lucy se levantó de la cama y se metió debajo. Se acostó junto a su hermana. Alzó la mano y agarró un paquete que tenía escondido allí.
– ¿Quieres?
– ¿Qué es?
– Bombones -respondió Lucy.
– ¿Guardas comida debajo de la cama?
– A veces me entra hambre cuando estoy aquí. También tengo unas Oreo en algún lado.
– No tengo hambre, Lucy.
Su hermana la miró con tristeza.
– ¿Todavía te sientes mal por lo de Drew? Sé que lo pasaste mal en mi boda, pero yo lo hice con mi mejor voluntad. Pensé que si os veíais…
– Prefiero no pensar en él.
– No se solucionó.
Tess suspiró y los ojos se le llenaron de lágrimas.
– No.
– Yo sé cómo podrías olvidarlo.
– ¿Cómo?
– Se trata de cerrar la relación, es una teoría psicológica.
Tess soltó una carcajada y sus lágrimas se mezclaron con la risa. Estaban en el mismo lugar en el que habían empezado tiempo atrás. Sólo que el desarrollo de la historia no había sido el que ella se había imaginado: Lucy había acabado casándose con el hombre que la había abandonado y Tess… se había enamorado. Era el turno de Lucy para consolar a su hermana por un romance desastroso.
– ¿Qué vas a hacer? -le preguntó Lucy.
– Creo que me voy a marchar de aquí, tal vez a Washington, D.C. He conseguido algunos contactos a través de papá y podría tener mucho trabajo en aquella zona. Lo que quiero es empezar de cero, sin malos recuerdos.
– Pero no te puedes marchar. Te necesito aquí -protestó Lucy mientras le agarraba la mano.
– Tú tienes a Elliot.
– Ya, y es un encanto, pero no deja de ser un hombre.
– Ahora que tú ya estás establecida, papá y Rona quieren vender la casa. Es buen momento para un cambio -dijo Tess.
– Elliot me ha contado que Drew dice lo mismo. Está pensando en irse a Italia. ¡Pero allí te lo va a quitar alguna apasionada italiana!
– Eso está bien. ¿Lo ves? Él va a seguir adelante con su vida. Yo tengo que hacer lo mismo.
– Tess, eres una necia. Cualquiera se daría cuenta de que estáis el uno loco por el otro. ¿Por qué no das tu brazo a torcer y tratas de recuperarlo?
– Lucy, te agradezco tu interés, pero esto es asunto mío. Así que déjame que yo solucione mis asuntos a mi manera. Y, ahora, vamos a saludar a Elliot. Quiero que me contéis todo sobre vuestro viaje. ¿Me has traído algún regalo?
Sólo tres frases fueron suficientes para que Lucy cambiara de tema. Comenzó a hablar sobre su luna de miel, mientras salían de debajo de la cama. Pero Tess no podía dejar de pensar en Drew, en su mirada el día de la boda. ¿Por qué se negaba a creer en sus palabras? ¿Qué temía perder?
Después de todo, ya tenía el corazón destrozado. No podía ocurrirle nada peor.
Capítulo 10
La celebración comenzó muy temprano en las oficinas de Wyatt & Associates. En cuanto Drew recibió la confirmación del comité de que les habían concedido la construcción del centro cívico, el champán empezó a correr.
Aunque sólo eran las doce las mañana, Drew consideró que debía permitirse aquel merecido momento de asueto. Era la primera vez que estaba realmente feliz desde que había visto por última vez a Tess.
Pero se había prometido a sí mismo olvidarla, para lo que se había inmerso obsesivamente en su trabajo.
No volvía a casa hasta que el agotamiento se lo exigía, pues temía las largas noches de soledad y de insomnio.
A pesar de todo, no pasaba ni una sola hora al día sin que el recuerdo de Tess lo abrumase.
Había intentado sacarle información a Elliot Cosgrove, pero el hombre era como una tapia.
Drew levantó su copa de champán y se dirigió a todo el personal.
– No podríamos haber conseguido el proyecto si en esta empresa no hubiera profesionales de vuestra talla. Muchas gracias. Hoy nos permitimos este día de celebración, porque a partir de mañana vamos a empezar a construir el centro cívico que estaba necesitando esta ciudad.
Todos los presentes brindaron por el éxito y aplaudieron.
Drew estaba muy contento por el proyecto, pero no sentía excesivo entusiasmo por la fiesta.
Se apoyó en la jamba de la puerta y se dispuso a observar cómo los demás disfrutaban.
En ese momento, vio aparecer a una mujer, de figura esbelta y pelo oscuro. Cuanto más veía a Lucy, más notaba el parecido que había entre las dos hermanas. Pero no era Tess.
En cuanto Lucy vio a Cosgrove, se lanzó efusivamente a su cuello, quien ya no parecía mortificado por semejantes muestras de afecto en público. Su nueva esposa iba con frecuencia a visitar a su marido, lo que para Drew no dejaba de ser desconcertante, pues siempre tenía la sensación, a primera vista, de que se trataba de Tess.
Se preguntaba continuamente si Elliot era consciente de lo afortunado que era. Tenía una mujer que lo amaba y con la que podría formar una familia. Ya habían decidido construirse una casa, que Drew había prometido diseñar para ellos. Drew sin embargo, cada vez sentía con más pesar el vacío de la suya.
Se dio media vuelta y se metió en la oficina.
Observó sus bocetos y sus fotos. ¡Qué poco significaban ya!
Se sentó ante la mesa de dibujo. Además del centro cívico, le habían dicho que sí al proyecto de Milán, que había aceptado, sobre todo, para estar alejado de Atlanta. Le esperaba un año muy agitado, lleno de viajes trasatlánticos y noches en hoteles.
– Quizás eso sea precisamente lo que necesito -murmuró-. Trabajo, trabajo y trabajo.
– Demasiado trabajo y poca diversión, acaba por convertir a cualquier hombre en un gruñón.
Drew se volvió y vio a Lucy en la puerta. Sonrió. Era casi tan hermosa como su hermana, pero, para él, la verdadera belleza de la familia era Tess.
– ¿Es que Elliot ha estado protestando otra vez?
– Ya conoces a mi marido. Adora su trabajo.
– A todos nos debe pasar lo mismo.
Lucy agarró una maqueta y la estudió cuidadosamente.
– Pero hay más cosas en la vida.
– En la mía no -dijo Drew y, rápidamente, fingió ponerse a trabajar-. Últimamente, no tengo tiempo para nada más.
– Eso no es más que una excusa. No te creo, Drew.
Hubo un silencio.
– ¿Cómo está Tess? -acabó preguntando él-. Tu marido no suelta prenda.
– Está intentando poner buena cara, pero se pasa demasiado tiempo debajo de la cama.
Drew la miró confuso.
– Ya sabes, hay gente que duerme en el porche cuando hace calor. Nosotras nos metemos debajo de la cama cuando estamos deprimidas.
– ¿Y pasa mucho tiempo ahí?
– Esta semana me la he encontrado debajo de la mía tres veces. Creo que, además, le preocupa lo del traslado.
Drew se estiró.
– ¿Se va?
– ¿No te lo ha dicho Elliot? Se va a Washington D.C. Como mi padre está en el cuerpo diplomático allí, piensa que puede conseguir una buena clientela.
– ¿Cuándo se marcha?
– Pronto. La casa está en venta. Pero tú podrías detenerla si quieres.
– ¿Quiere ella que lo haga?
– Si lo que me estás preguntado es si está enamorada de ti, te diré que sí, que estoy convencida de que lo está. De lo que ya no estoy tan convencida es de que lo vaya a admitir. Se ha pasado tanto tiempo viéndome a mí sufrir por mi vida amorosa, que se niega a admitir que el amor le ha tocado a ella, aunque la mate -ella lo miró fijamente-. Y, tú, ¿qué sientes?
– ¿De verdad necesitas preguntármelo? En el instante mismo en que conocí a Tess me enamoré locamente de ella, y ha sido así a pesar de todo lo sucedido. Pero la he perdido.
– No, todavía no -le dijo Lucy-. No te des por vencido. Debisteis compartir momentos buenos. Házselo ver. En el fondo, está ansiosa por recuperarte. Tú eres el único que puede conseguir que se quede. Ella piensa que yo ya no la necesito. Tess necesita sentirse necesitada. Haz que recuerde los buenos momentos. Cuento contigo.
Dicho esto, se acercó a él, lo besó en la mejilla y salió del despacho, dejándolo pensativo.
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