Tess se sintió tremendamente culpable. Aquella idea descabellada de la venganza había venido de su consejo de darle fin a la relación. Ella sabía que su hermana siempre se iba a los extremos. Debía de haber imaginado que algo así podría suceder. Lucy se levantó airosa.

– ¡Me da exactamente igual todo! Esto vale la pena incluso de pasar unos cuantos días en la cárcel -dijo-. Vamos a celebrarlo. He encontrado una estupenda botella de vino, de esas que papá esconde. Así podremos planear cuál será el siguiente paso.

Tess sacó las llaves del bolso.

– ¡Acabo de recordar que he olvidado algo muy importante en la oficina! Volveré enseguida. No hagas nada sin mí -dijo Tess.

En cuanto cerró la puerta, la cabeza de Tess se puso en marcha. Lo primero que tenía que encontrar era la dirección de la casa de Andrew Wyatt. Debía llegar a la casa antes que él y deshacer el entuerto que Lucy había formado.

Corrió a su coche y de la maleta sacó el maletín. Allí tenía una lista de todos los asistentes a la fiesta. Por suerte, aparecía el nombre de Andy Wyatt. Vivía en Dunwoody, un barrio residencial de las afueras. Con un poco de suerte podría llegar allí antes que él.

No había mucho tráfico y consiguió llegar a la casa en menos de veinte minutos. Se detuvo ante las puertas y, muy pronto, vio las dos latas de pintura en los pilares laterales.

Tess aparcó el coche a una distancia prudencial y bajó en dirección a la casa. El barrio estaba tranquilo. A lo lejos se oía el ladrido de un perro. De pronto, recordó que Lucy había mencionado un perro.

– Lo que faltaba es que fuera un fiero Doberman -se detuvo un segundo-. Lo que tengo que hacer es mantener la calma. Tengo tiempo más que suficiente.

Los botes de pintura estaban realmente altos. Los miró atónita y se preguntó una y otra vez cómo habrían llegado allí.

Sin pensárselo más, se levantó la falda del vestido y se quitó los zapatos, se agarró a la verja y subió por la reja.

– Lo que debería haber hecho es desatar la lata de la puerta -se dijo cuando ya estaba arriba-. ¡Piensa antes de actuar, Tess!

Cuando ya tenía la lata en la mano bajó con cuidado para no derramar ni una gota de pintura.

Tess miró al reloj y se apresuró a subir de nuevo.

– ¡Te has vuelto a olvidar de desatar la lata! Vamos Tess, no lo fastidies todo ahora.

¿Por qué demonios le había mencionado lo de poner fin a la relación a su hermana? Habría sido mucho más fácil que su hermana se pasara una larga noche bajo la cama y que se las arreglara sola con su problema.

– ¿Por qué? -se volvió a preguntar Tess-. Pues porque no eres más que una sentimental, que ha hecho parte de su vida la misión de cuidar de una hermana imposible.

Por fin llegó a la parte de arriba del segundo pilar. Un perro la miraba desde abajo y se relamía al verle los dedos desnudos de los pies.

Un pequeño grito y un traspiés fueron suficientes para que la meticulosa tarea sufriera un cambio de curso. Al sentir que se caía se agarró a lo primero que encontró, con tan mala suerte de que se trataba, precisamente, de la cuerda con la que había atado el enorme bote de pintura.

Mientras caía veía, como en cámara lenta, que la lata descendía detrás de ella.

Ella cayó sobre unos matorrales y la lata de pintura sobre su estómago. Su cara, brazos, hombros y piernas estaban completamente rociados de pintura blanca.

Se levantó para sacudirse los restos de pintura y, en ese preciso instante, la deslumbraron los focos de un coche.

Pronto pudo comprobar que era el BMW negro con las ruedas ya infladas.

Drew presionó el botón del control remoto y esperó a que las puertas se abrieran.

Tess contuvo la respiración y rezó porque no la viera. El coche continuó su camino sin reparar en su presencia, lo que no dejaba de ser francamente sorprendente, puesto que tenía el mismo aspecto que Casper, el fantasma amigable, y resplandecía como una estrella.

Tess sintió algo húmedo en el codo y, al volverse, vio que el perro estaba chupando el único huequecillo sin pintura que quedaba en su cuerpo.

– Fuera de aquí, chucho, fuera -el perro bajó la cabeza y se marchó sin protestar.

En cuanto ella se sintió a salvo de perro y dueño, escaló la verja y salió de allí.

Antes de meterse en el coche, se quitó el vestido, completamente destrozado por la pintura. No estaba dispuesta a estropear también el coche. Claro que, si la policía la paraba, le iba a resultar bastante complicado explicarles su desnudez. Tendría que inventarse algo más creíble que la verdad.

Cerró la puerta del coche y se miró en el retrovisor.

– Esta es la última vez que te salvo el pellejo, Lucy Ryan -murmuró entre dientes-. ¡La última vez!


– ¡Lo has estropeado todo!

Tess puso las manos sobre la mesa y miró a su hermana con furia.

– ¡Mírame! -le dijo-. ¡Ni siquiera he logrado quitarme toda la pintura de la cara!

– La palidez está de moda -dijo Lucy.

– ¡Me importa un rábano que la palidez esté de moda o deje de estarlo! Si tu estúpida idea se hubiera convertido en una realidad, habrías acabado en la cárcel.

– No entiendo por qué estás de tan mal humor.

– ¡Me duele la cabeza por la cantidad de aguarrás que he tenido que usar y tengo el pelo completamente blanco! -dijo Tess. Lucy abrió la boca para responder, pero su hermana no la dejó-. No te atrevas a decirme que se llevan las mechas blancas.

– ¿Sabes lo que te digo? Que me importa un rábano que estés furiosa. Yo me siento extraordinariamente bien y me sentiría aún mejor si mi plan hubiera funcionado como tenía previsto.

– Lucy, se acabó. Ya has puesto fin a tu relación. Ahora tienes que seguir con tu vida.

Lucy se estiró la falda de diseño que llevaba.

– Te haré saber lo que decido, cuando lo haya decidido -respondió.

Tess arrugó el ceño. Estaba a punto de lanzarle un ultimátum, cuando el intercomunicador sonó. Tess pulsó el botón y respondió.

– Tess, hay un hombre aquí que quiere verte. Dice que te conoce.

Tess agarró la agenda.

– No tengo ninguna cita esta mañana, ni tiempo para recibir a ningún comercial. Pídele la tarjeta y dile que lo llamaré para darle cita.

Clarise se aclaró la garganta y respondió.

– ¿Qué le digo que haga con la bandeja de canapés que trae?

Tess tragó saliva y se quedó boquiabierta.

– ¿Canapés?

A Lucy se le iluminó la mirada.

– Me encantan los canapés -Lucy se dirigió hacia la puerta.

– ¡Espera un segundo! -le gritó Tess.

– No puedo -respondió Lucy-. Tengo hora en la peluquería.

Su hermana corrió hacia ella, aún con el teléfono en la mano y la sujetó del brazo.

– Clarise, llévate al caballero de los canapés a la cocina, mete la bandeja en el refrigerador. Ofrécele una taza de café -colgó el teléfono y se dirigió a su hermana- Te acompañaré hasta la puerta.

Abrió una pequeña rendija y vio cómo Clarise se llevaba a Andrew Wyatt a la parte de atrás.

Cuando vio que ya no había peligro, acompañó a su hermana.

Lo último que necesitaba en aquel momento era un emocional encuentro entre Lucy y Drew.

Después de librarse de ella, podría solventar la incógnita de qué demonios hacía el ex novio de su hermana con una bandeja de canapés en su oficina.

– ¿Tienes algún problema? -dijo Lucy.

– Yo no, pero tú si los tendrás si le haces algo más a Andrew Wyatt.

– Pero yo…

– Lucy, yo misma llamaré a la policía y es una promesa. Ahora, vete al peluquero y piensa sobre lo que te acabo de decir.

– ¿Por casualidad te estás queriendo librar de mí?

– Lucy, tengo un negocio que atender y un cliente esperando. Ya hablaremos cuando vuelva a casa.

Tess esperó con ansiedad a que su hermana saliera por la puerta.

Aquello era demasiado para ella: Lucy en la oficina y Drew con una bandeja de canapés. Tenía que poner fin a aquel enredo.

Hizo acopio de todo su valor y se dirigió a la cocina.

Allí se encontró a Drew con Clarise, quien servía con toda meticulosidad una elaboradísima taza de café.

Él sonrió al verla aparecer.

– ¡Tess!

Clarise pareció realmente aliviada. Le dio la taza a Drew y salió rápidamente de la habitación. Drew se aproximó a Tess.

– ¡Buenos días! -dijo, con esa voz suave y melosa que alteraba el sistema nervioso de Tess.

– Buenos días -respondió ella, con la mente completamente en blanco, mientras trataba de pensar en algo inteligente que decir-. ¿Qué haces aquí?

– Me pareció buena idea venir a verte -dijo él, mientras se acercaba un poco más-. ¿Estás bien? Te veo un poco pálida.

Tess apartó la cara. Claro que estaba pálida. ¿Qué podía esperarse, después de que se le había caído encima una lata entera de pintura blanca?

– Es que estoy cansada. No he dormido bien.

– Yo tampoco -murmuró él. Se aproximó otro poco más. Ella querría haber podido cerrar los ojos, haberse podido dejar embriagar por su aroma-. He estado pensando en ti toda la noche.

– ¡Vaya! -Tess se sintió desconcertada-. No es por eso por lo que yo no pude dormir… quiero decir, estuve pensando en ti… pero no…

Se interrumpió durante unos segundos que parecieron horas. Por fin reaccionó de nuevo.

– ¿Qué te trae por aquí? -volvió a preguntar.

– Pensé que, tal vez, podríamos comer juntos. Después del chasco de anoche…

– ¿El chasco?

– Me refiero a lo de las ruedas… íbamos a tomar café juntos. Se me ha ocurrido que podríamos empezar de nuevo y que un buen modo sería comer juntos.

Tess miró a la suculenta bandeja que había sobre la mesa, luego miró a Drew de nuevo.

– La verdad es que no tengo mucha hambre. Quizás en otra ocasión…

Drew la miró en silencio, mientras trataba de entender aquella reacción.

– ¿Estás bien? Te fuiste tan rápido anoche… Ni siquiera tuvimos la oportunidad de charlar un rato.

Tess se volvió hacia la cafetera y se sirvió una taza de café.

– No, la verdad es que no estoy bien. Te agradezco la invitación de anoche, pero creo que no deberíamos vernos.

De pronto, sintió su cálida mano sobre el brazo.

– ¿Por qué? Me pareció que…

– Pues no -dijo Tess, tratando de evitar sus ojos-. No eres mi tipo.

«Eres el tipo de Lucy», añadió en silencio. «Uno de esos individuos que no tiene escrúpulos con las mujeres, que es capaz de dejar tirada a una pobre e indefensa criatura, sin ningún tipo de explicación.

– Sencillamente, tengo la convicción de que salir contigo sería un error.

Drew se pasó los dedos por el pelo y agitó la cabeza.

– No lo entiendo. Nos sentimos atraídos el uno por el otro. Estoy seguro de eso. No estás casada. ¿Cuál es el problema?

– ¿Cómo sabes que no estoy comprometida con nadie?

– ¿Lo estás?

– No es de eso de lo que se trata ahora.

– ¿Y de qué, entonces?

– Pues… -Tess se aclaró la garganta-. De que estoy muy ocupada ahora. Tengo un montón de llamadas importantes que hacer y no estoy interesada en tener una relación ahora mismo. Así es que, ¿por qué no te acompaño a la puerta y olvidamos que nos hemos conocido?

Tess se dirigió hacia la puerta, pero él la detuvo.

La agarró por los hombros y ella sintió un escalofrío. ¿Cómo podía resistirse a semejante sensación?

Claro que no podía negar la atracción que sentía por él. Era una atracción como nunca antes había sentido.

¡Pero aquello era un error, un tremendo error! ¿No podría haber ocurrido con alguien menos adecuado?

Era el ex novio de Lucy y ella era su cabal y conservadora hermana Tess. No podía tener un romance con él, por mucho que aquel hombre alterara todas sus constantes vitales.

– No pienso darme por vencido -dijo él y la obligó a girar hacia él.

Tess sabía que si lo miraba estaba perdida. Pero su boca estaba tan cerca que podía sentir el calor de su aliento sobre la mejilla.

– Y yo no pienso cambiar de opinión.

Drew deslizó las manos por su brazo en una sensual caricia.

– Tal vez ha llegado el momento de que te arriesgues un poco. ¿Qué puedes perder?

Dicho esto, se dio media vuelta y salió.

– ¿Qué tengo que perder? -murmuró Tess-. Sólo mi corazón… y a mi hermana…

Capitulo 3

– ¡Soy un buen tipo! ¿O no? ¿Por qué no querrá salir conmigo?

Drew estaba recostado sobre el respaldo de su espléndido sillón de ejecutivo, los pies sobre la mesa y las manos bajo la nuca.

Elliot Cosgrove, su encargado, se sentó enfrente de él, abrió su maletín y sacó de él un montón de papeles.

Elliot Cosgrove era, sin duda, el hombre de confianza de la compañía. Llevaba casi diez años trabajando en Wyatt & Associates. Tenía un gran talento para administrar dinero y llevar un somero control de casi todo y Drew siempre confiaba en su buen juicio. Pero, hasta entonces, nunca le había pedido consejo en el tema de las mujeres.