Además, no eran lo que se dice amigos íntimos. Mientras que Drew lo llamaba por su nombre de pila, Elliot Cosgrove todavía mantenía un distanciado señor que marcaba el estatus.
– Necesitaría que firmara el contrato con Gresham Park, señor -dijo Elliot-. Tenemos una reunión preliminar con el comité cívico de la Junta Municipal en diez minutos. Ya le he mandado a Kim que haga las fotocopias del proyecto y los bocetos de la sala de conferencias. Los miembros del comité estarán a punto de llegar.
Drew se chascó los huesos de los dedos y continuó.
– La mayoría de las mujeres me encuentran atractivo -continuó-. No quiero decir que sea irresistible, pero a veces hay más de una detrás de mí.
Elliot alzó la mirada.
– No tengo mucha experiencia al respecto. Yo no suelo tener ni siquiera una con la que relacionarme.
– Tal vez he ido demasiado deprisa.-especuló Drew-. Pero es que nunca he conocido a ninguna mujer tan guapa, tan interesante y tan directa como ella. No se dedica a jugar.
– ¿Jugar, señor? ¿Se refiere a tenis, squash, etc.? -Elliot bajó la cabeza y sacó otro taco de papeles-. Según parece, Lubich ha presentado otro proyecto para la construcción del centro cívico.
– Ya conoces a las mujeres -dijo Drew-. Lo lían todo, hasta que no sabes dónde está la cabeza y dónde los pies. Es como tratar de construir una casa sólo con plumas. Y cuando el viento sopla con fuerza, ¿qué te dejan?
Elliot lo miró perplejo.
– No lo sé. ¿Plumas, señor?
– ¡Nada, no te dejan nada? -Drew dio un puñetazo sobre la mesa-. ¿Ha habido alguna mujer en tu vida?
– Sí, señor, la hubo. Una. Solamente una. Pero no funcionó. Tuvimos que romper -Elliot se ruborizó y siguió con la vista fija en los papeles-. Lubich podría causarnos problemas.
– ¿Por qué?
– Ya sabe. Hay hombres que no se detienen ante nada para llegar a donde quieren.
– No me refiero a eso, sino a por qué rompisteis.
– No era el hombre que ella creía que era -murmuró Elliot-. Sobre este contrato, creo que debería…
– Pero Tess ni siquiera me conoce. Sólo pasamos una hora juntos. Por eso no puedo entender que me rechace de ese modo. Generalmente causo una buena primera impresión. Suelen considerarme simpático. Quizás sean mis dientes -se los tocó preocupadamente.
– Es usted realmente simpático, señor y sus dientes son perfectos, se lo aseguro -el comentario de Elliot fue demasiado entusiasta, lo que hizo a Drew decidirse por un cambio de tema. El hombre no parecía sentirse cómodo con el tema-. Deberíamos hablar del viaje a Tokio.
Pero Drew seguía completamente perdido respecto a Tess.
Y el problema no era, en absoluto, que se sintiera mal por haber sido rechazado. El problema era que le gustaba de verdad. Estaba ansioso por oírla reír de nuevo, por ver sus grandes y expresivos ojos verdes iluminarse de emoción, por conversar con ella.
Podría enviarle flores… pero no, eso no funcionaría. Las joyas podrían haber convencido a otras mujeres, pero no a Tess. Estaba completamente perdido.
Lo único que sabía era que sólo algo muy especial podría traerla hasta él.
Para poder seguir atacando, tenía que poder verla.
Drew agarró el teléfono y marcó el número de su secretaria.
– Kim, necesito que me indagues sobre cierta información. Agarra toda la lista de fiestas que tienes sobre la mesa y comprueba cuáles han sido organizadas por Tess Ryan. A todas ésas les envías una carta de confirmación de asistencia.
Drew sonrió y colgó el teléfono. Tess no iba a tener más remedio que verlo, quisiera o no.
– ¿Está saliendo con Tess Ryan? -preguntó Elliot.
Drew se apoyó sobre el respaldo y suspiró.
– Me gustaría que así fuera, Elliot. De momento, nuestra relación está en un momento difícil. ¿La conoces?
Elliot negó con la cabeza.
– Creo… creo que conozco a su hermana.
– No sabía que tuviera una hermana.
– Quizás no la tenga -respondió Elliot, con una extraña expresión de ansiedad bastante poco común en él.
Drew se encogió de hombros.
– ¿Cómo han ido las cosas en mi ausencia? -preguntó Drew.
Elliot se aclaró la garganta.
– Mi… mi coche se rompió. Utilicé su BMW durante unos días. Espero que no le importe.
– No, en absoluto. Es un coche de empresa.
– Y asistí al concierto benéfico en su lugar… -añadió-. Pensé que…
– Perfecto -dijo Drew-. Es mejor que alguien use las entradas.
– Y… he estado durmiendo en su habitación de invitados durante todo el mes, mientras me pintaban la casa.
Drew frunció el ceño.
– ¿Has estado viviendo en mi casa?
Elliot se ruborizó de pies a cabeza.
– Lo siento, pero ha sido por Rufus, señor. No tenía otra opción. Estaba muy abatido.
Drew lo miró perplejo.
– ¿Rufus? ¿Mi perro?
– Sí, señor. Yo no quiero meterme en su vida familiar, señor, pero me da la sensación de que su estado anímico es causado por las cosas que ve en televisión cuando su asistenta está en casa. No tiene ningún cuidado. Mientras estuve con él, lo obligué a iniciar un programa de ejercicios y pasamos una gran parte del tiempo hablando.
– ¿Hablaba con mi perro? Por favor, no me diga que le respondía, porque tendría que empezar a buscarme otro encargado.
Alguien llamó a la puerta en aquel preciso instante.
– Señor Wyatt, hay una policía aquí. Parece que quiere hablar con usted. También ha llegado el señor Eugene, del comité.
Elliot frunció el ceño.
– ¿Policía, señor?
– Sí, alguien me desinfló las ruedas anoche y puse una denuncia. Pero, la verdad, no esperaba que respondieran tan rápido.
Elliot siguió a Drew y a Kim al área de recepción de la oficina.
Los miembros del comité estaban cómodamente instalados en su lugar correspondiente, mientras la policía aguardaba junto a la mesa de Kim.
La policía sonrió.
– ¿Señor Andrew Wyatt?
– Sí. ¿Ha encontrado usted al gamberro que me pinchó las ruedas?
La policía se aproximó a él, hasta que su boca estaba a sólo unos milímetros de la suya. Lentamente bajó la mirada hasta su bragueta.
– ¿Llevas una pistola en el bolsillo o es que te alegras de verme?
Nada más decir esto, metió la mano en la bolsa de lona que llevaba y una música sensual resonó lasciva entre las austeras paredes de la recepción.
Se volvió hacia Drew vigorosamente, se abrió de golpe la camisa, rebelando dos pechos turgentes y excesivos, sugerentemente ocultos bajo un sexy sujetador de encaje negro.
Aquella situación no podía estar dándose, no podía ser verdad. La policía no era tal.
Los miembros del comité cívico de la Junta Municipal estaban boquiabiertos. Kim ocultaba con horror la cara entre las manos, mientras miraba por entre los dedos. Y Drew… estaba mudo y perplejo.
Por fin la bailarina se quitó todo lo que la cubría menos un diminuto tanga y Drew no pudo por menos que soltar una carcajada ante lo absurdo de la situación.
¿Quién demonios podría haberle hecho eso?
Mientras la mujer se movía provocativamente entre los miembros del comité, Elliot le susurró una respuesta a la pregunta no formulada.
– Lubich, Esto es cosa de Lubich. Ya le dije que sería capaz de cualquier cosa.
La última vez, había intentado promulgar el bulo de que los materiales que utilizaba Wyatt & Associates eran de segunda categoría. Pero la empresa ya se había ganado la sólida fama de ser una industria de primera.
Tal vez, la desesperación le había llevado a hacer algo como aquello.
La bailarina se volvió hacia él y, disimuladamente, Drew le puso un billete en la mano.
– Gracias, con esto es suficiente.
Ella sonrió, le enroscó un brazo al cuello y lo besó amorosamente en la boca.
– Me alegro de que le haya gustado. También hago pases privados.
Drew le dio otro billete.
– ¿Quién te ha enviado?
Ella sonrió pícaramente.
– Eso es un secreto.
Drew se apartó de ella, la ayudó a recopilar la ropa que había ido dejando por todas partes y la guió hacia la puerta.
– Que tengas un buen día -le dijo con una amigable sonrisa.
Al volverse hacia la recepción, todos los ojos estaban fijos en él. ¿Qué debía hacer en aquella situación? ¿Debía fingir que no había sucedido nada? No parecía la opción más razonable. ¿Debía intentar explicar lo ocurrido? Pero, ¿qué explicación podía dar, cuando ni él mismo sabía explicárselo?
– Mi madre siempre aparece en el momento más inoportuno -optó por decir-. Generalmente, viene con una cesta llena de galletas, pero hoy…
Los miembros del comité lo miraron nerviosamente. No sabían muy bien qué decir o cómo tomarse el comentario. De pronto, una pequeña carcajada resonó. Era el señor Eugene. Cinco segundos después todos estaban riendo y recapitulando sus partes favoritas del striptease.
Drew los condujo hacia la sala de reuniones. Antes de entrar se volvió hacia Kim y Elliot.
– Quiero que averigüéis quién ha mandado a la bailarina. Si es necesario, contratad un detective privado.
– ¿Quiere decir que no sabe quién lo ha hecho?
– ¡Por supuesto que no! Puedo estar de acuerdo en que tal vez haya sido Lubich, pero no tengo la certeza de que así sea. Creo que, además, está vinculado con lo de las ruedas de anoche. Así es que quiero saber qué está pasando.
– ¿Qué hago, entonces: averiguo lo de la bailarina o lo de Tess Ryan? -preguntó Kim, con su habitual eficiencia.
Drew se quedó pensativo.
– Kim, tú te ocupas de Tess Ryan y Elliot de la bailarina. Quiero tener algo concreto para el final del día.
Nada más decir eso se volvió hacia la sala de juntas. Definitivamente, llevaba demasiado tiempo ya pensando en mujeres vestidas y desnudas. Era el momento de ponerse a trabajar.
– ¡Feliz cumpleaños!
Un montón de aplausos resonaron y Tess sonrió desde detrás de una enorme tarta con forma de cabeza de vaca.
Todos los asistentes al cumpleaños iban vestidos con trajes del lejano Oeste y el niño del cumpleaños sonrió alegre. Acababa de soplar sus cincuenta velas sin fallar ni una.
La esposa de Arthur Duvelle, Eleanor, lo besó en la mejilla.
Aquella resultó ser una de las mejores fiestas que jamás había organizado. Había balas de paja y la comida se servía en diligencias. La barbacoa resultó excelente y la banda de música country daba el toque perfecto.
Incluso había contratado a unos vaqueros para poner la guinda a la fiesta y unos cuantos asistentes ya lo habían intentado sobre un potro mecánico.
– ¡Una estupenda fiesta!
Tess se volvió con una sonrisa para recibir el cumplido que le acababan de hacer. Pero la sonrisa se le congeló en la boca.
– ¿Qué… qué diablos haces aquí?
Drew se aproximó a ella.
– ¿Te echaba de menos? ¿No tenía más remedio que verte? Te parecen buenas razones, ¿o quieres que mienta?
– ¡Esta es una fiesta privada! No puedes estar aquí.
– Te echaba de menos.
– ¡Tienes que irte!
– ¡Pero yo no quiero irme!
Tess miró nerviosamente a Arthur Duvelle. Éste acababa de volverse hacia ella. Era el momento de partir la tarta. Pero antes de seguir con su trabajo, tenía que librarse de Drew.
– Por favor -le dijo-. Dime qué quieres y márchate.
Se cruzó de brazos y la camisa vaquera que llevaba le marcó los músculos de los hombros. No podía estar más guapo. Incluso podría decirse que le quedaban mejor los vaqueros que el smoking. Sintió un ejército de hormigas en el estómago.
– Bien, ¿qué quieres? -le dijo.
– Quiero que salgas conmigo -le dijo-. Podemos ir a cenar o al cine.
Tess sabía que debía rechazar la propuesta, pero no estaba en situación de hacerlo.
– De acuerdo -le dijo-. Siempre y cuando te marches de inmediato.
Él sonrió.
– ¿Cuándo?
– Cuando quieras. Llámame a la oficina mañana por la mañana y decidimos una noche. ¡Ahora vete!
En aquel preciso instante, Arthur Duvelle comenzó a caminar hacia ellos.
– ¡Vete!
Pero Duvelle ya había visto a Drew. Frunció el ceño y se aproximó a él con un gesto de confusión.
A Tess se le congeló el corazón. Trataba de encontrar una excusa, pero su mente estaba igualmente paralizada.
¡Ya lo tenía! Le diría que Drew la había ayudado con la decoración.
– ¿Wyatt? -Duvelle se quitó el sombrero de vaquero-. ¡Vaya sorpresa!
Drew se aproximó a él con la mano extendida.
– ¡Arthur! Feliz cumpleaños. Supongo que ya te han dicho que cada día estás más joven.
Duvelle tomó la mano de Drew.
– Eleonor me dijo que no podrías venir, que estabas en Tokio.
– He vuelto hace unos días -le dijo Drew-. No podía perderme otra vez la oportunidad de hablar de mi proyecto favorito. ¿Cuándo me vas a dejar que añada el invernadero de Eleanor?
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