– Ya hablaremos de eso -le dijo Arthur-. Dentro de poco será su cumpleaños y sería un buen regalo, ¿no crees?

Drew se rió.

– Afilaré el lápiz y me pondré manos a la obra.

Con esto, Arthur se unió a la multitud de amigos que lo acompañaba, y dejó a Tess contemplando la paleta de cortar tartas que tenía en la mano.

Andy Wyatt le había hecho chantaje. ¿Por qué demonios siempre conseguía lo que quería?

Se aproximó a él, paleta en mano.

– ¿Debo temer por mi vida o me perdonarás por este pequeño juego?

Tess suspiró exasperada y se dirigió hacia la mesa, mientras él la seguía de cerca.

– ¡Me has engañado!

Drew se rió y tomó un bollo de crema de la mesa.

– Y tú has vuelto a sacar una conclusión errónea sobre mí. Soy un invitado más. No me he colado.

– Pero tú odias las fiestas. ¿Qué te hizo decidirte a venir a ésta?

Se chupó los dedos con deleite.

– Tú.

Ella se ruborizó.

– ¿De qué conoces a Arthur Duvelle?

– Diseñé su casa y varias de sus oficinas. Somos viejos amigos -la agarró del codo-. Somos tan amigos, que seguro que no le importa que te robe unos segundos.

Tess dejó la paleta. Por suerte, ya había repartido una gran parte de la tarta.

– De acuerdo, puedo escaparme un momento.

Drew la agarró de la mano, enlazando sus dedos con los de ella, y se fueron a un rincón del jardín.

– Bueno, supongo que tenemos una cita -dijo ella-. Aunque ha sido el resultado de la manipulación y el chantaje, mantengo mi palabra. A menos que sientas remordimientos y me quieras liberar de mi promesa.

Drew la miró con ojos de animalillo desvalido.

– ¿Por qué estás tan determinada a evitarme? -sus palabras dejaron patente su decepción.

Pero la pregunta, realmente, debía de ser otra. ¿Por qué él estaba tan empeñado en tener una cita con ella?

– Seguramente en Atlanta hay cientos de mujeres que se morirían por tener una cita contigo.

– ¿Y por qué tú no eres una de ellas?

– Ya te dije que no eras mi tipo. Es tan simple como eso. Sé que tu ego no te permite aceptar algo así, pero inténtalo por una vez.

– No me conoces. Soy un tipo estupendo. Pregúntales a Arthur y a Eleanor.

Tess se rió.

– No me cabe la menor duda. Pero seguro que has roto un centenar de corazones.

– No he tenido una cita en meses -dijo Drew-. Cualquier corazón que haya roto ya estará bien enmendado.

Tess apretó la mandíbula y lo miró con desconfianza, ¡Era capaz de decir cualquier cosa con tal de obtener lo que quería!

Pero si podía hacer que se enamorara de ella, tal vez ese sería el modo de vengar a su hermana. Luego lo abandonaría como a una zapatilla vieja.

– Se te ve un poco desesperado -dijo ella.

Drew respiró y posó las manos sobre sus hombros.

– Tess, lo estoy desde el primer momento que te vi. Estoy ansioso por conocerte un poco más. Eres hermosa, inteligente y yo…

– Adularme no te va a llevar a ninguna parte -dijo Tess, pero mentía. De no ser porque sabía muy bien quién era Andrew Wyatt, se habría dejado engañar por sus piropos. No obstante, y a pesar de su inmensa sabiduría, habría querido poder creerse lo que le decía. No todos los días un hombre se rendía a sus pies y le confesaba su admiración.

– No te estoy adulando -le aseguró-. No voy a mentir sólo para conseguir una cita.

«¡Será mentiroso!»

– Está bien, una sola cita. Si decido en ésa que no habrá más, respetarás mi decisión.

– ¡Me da la impresión de que aceptarías un fusilamiento con más entusiasmo!

– ¡No! De verdad que me apetece salir contigo -le dijo. Pero se aseguró a sí misma que por muy diferentes motivos a los de él. Ya había empezado a trazar un plan. Se vengaría de él por lo que le había hecho a Lucy. Le haría creer que estaba interesado en él y, cuando llegara el momento oportuno, le haría el peor de los desplantes.

Lo más fácil podría haber sido seducirlo, llevarlo a la cama y haberlo dejado hambriento durante el resto de su vida. Pero, por su falta de práctica, no confiaba en exceso en su capacidad de seducción, ni en sus habilidades en la cama.

Lo más práctico era enamorarlo locamente. Por supuesto que eso le llevaría más tiempo, pero iba bien encauzada. Su insistencia era una clara prueba de ello.

Tess sonrió.

– Llámame.

Él asintió y, sin previo aviso, se inclinó y besó sus labios.

– Creo que lo mejor que puedo hacer es marcharme ahora. Te llamaré mañana.

Le pasó un cálido dedo por el lugar exacto en que acababa de sembrar su beso y se marchó.

Tess se quedó con una agradable e inesperada sensación en el cuerpo.

No le debería haber gustado aquello, pero le gustó.

No debería de haberse quedado ansiando un beso más intenso, pero se quedó.

Y jamás debería haber aceptado una cita, pero había aceptado. Iba a tener que ejercer un extraordinario auto control para no caer irremisiblemente en sus redes.

Se sentó en el banco de mármol que tenía al lado. Iba a ser francamente difícil. Si acababa de besarla frente a toda aquella gente, era porque nada lo frenaría.

– ¿Qué demonios estoy haciendo? -se preguntó-. Este es un juego peligroso, Tess Ryan y tienes todas las papeletas de ser tú la que acabe con el corazón roto. Vas a perder, tal y como perdió Lucy.


– Tienes una cita, ¿verdad?

Tess miró a su hermana por encima del hombro.

Su hermana llevaba una elegante bata de seda y la cascada de pelo negro caía sobre sus hombros. Todavía lo tenía mojado.

– Es una cena de negocios -le aseguró Tess, mientras buscaba el vestido más apropiado en su armario.

– Te has puesto sombra de ojos -comentó Lucy-. Nunca te pones sombra de ojos para una cena de negocios. Y, si no me equivoco, te has puesto mi perfume.

Tess suspiró.

– ¡De acuerdo! Es algo más que una simple cena de negocios, pero se aproxima mucho.

– ¿Quién es él? ¿Cómo es?

Tess se encogió de hombros.

– No está mal, pero tampoco es nada del otro mundo.

No había dicho una mentira tan gorda jamás.

– No pareces muy entusiasmada. ¿Cuál es su problema esta vez?

– Ninguno -dijo Tess-. Es simplemente que…

– ¿Qué? Puedes hablar conmigo con toda confianza. Siempre eres tú la que me ayudas a mí. Esta vez puedo ser yo. Tengo mucha experiencia, ya lo sabes.

Tess la miró de reojo y dudó unos segundos.

– Está bien -le dijo-. Quizás tu opinión me sea útil. Vamos a imaginar una situación en la que yo tengo una buena amiga que solía salir con un hombre. Yo conozco al mismo hombre y me pide que salga con él.

– ¡Estas engañando a tu mejor amiga!

– ¡No! No exactamente. No era mi intención engañarla. De hecho, yo ni siquiera sabía que era el mismo hombre hasta que ya fue demasiado tarde. Y mi amiga ya no sale con él -Tess se sentó en la cama-. Pero me preocupa lo que ocurrirá cuando mi amiga se entere. Tal vez, debería contárselo.

– ¿Estás loca? -dijo Lucy alarmada-. Yo no se lo diría. No es como si estuvieras saliendo con él mientras está con ella. Es un juego limpio ahora.

– Pero ¿no piensas que es un poco inmoral? Es muy buena amiga mía.

– Las amigas vienen y se van -dijo Lucy-. Pero un hombre guapo es difícil de encontrar.

Tess se levantó indignada.

– ¡Esa es la actitud que te ha causado tantos problemas! Deberías tener más amigas y menos hombres en tu vida.

– ¡Pues cuéntaselo! -la retó Lucy-. Verás lo amiga que era ella cuando te saque los ojos.

En ese momento, sonó el teléfono.

Lucy corrió a agarrarlo, pero Tess se adelantó.

– ¿Diga?

Una voz masculina preguntó por Lucy.

– Es un hombre -dijo Tess.

– ¡Bien! -dijo Lucy satisfecha.

Tess continuó vistiéndose, mientras Lucy conversaba animadamente.

– Muy bien -dijo Lucy-. Nos vemos dentro de una hora en el Bistro Boulet.

Tess se volvió sobresaltada.

– ¿Bistro Boulet? ¡Allí es donde yo voy!

Lucy asintió, mientras colgaba el teléfono.

– Lo sé. Por eso pensé en ese sitio. Era Serge. Es diseñador de muebles. Lo conocí el año pasado en el lago Como. Está en la ciudad y quiere que salgamos a cenar. He quedado en el restaurante a las ocho.

¡Esa era la hora de su cita con Drew! ¡Cielo santo! ¿Qué iba a hacer? No podía darle plantón. Podría intentar localizarlo y cambiar el lugar de la cita, pero recordaba que le había dicho que iría directamente desde una reunión.

– ¿A las ocho? ¿De verdad que piensas que puedes estar lista a las ocho?

Lucy se levantó.

– Es sólo un amigo, no necesito ponerme nada especial. Tengo una idea, ¿por qué no vamos juntas? Puede ser divertido que cenemos los cuatro.

– ¡No! Bueno… quiero decir que no me parece buena idea.

En lo único que podía pensar Tess era en el desastre que se ocasionaría si Lucy sufría un ataque de histeria en mitad del restaurante al ver a Drew.

– ¡Se me está haciendo tarde! -dijo Tess-. Me tengo que ir.

– ¿Estás segura que no quieres que vayamos juntas?

– ¡No!

Sin decir más, Tess salió a toda prisa.

Lo primero que tenía que hacer era evitar el desastre y, después, buscar el modo de que su vida volviera a los cauces normales o algo aproximado, pues vivir con Lucy Courault Battenfield Oleska implicaba sobresaltos.

Capítulo 4

Tess observaba desde su privilegiado asiento de conductora a todos los vehículos, que entraban en el aparcamiento del restaurante.

Tenía un plan perfectamente tramado. Si Lucy aparecía la primera, permanecería oculta en su coche. Si era Drew el que primero llegaba, se apresuraría a rescatarlo del desastre que se avecinaba.

Pero, ¿qué ocurriría si los dos llegaban a la vez? Bueno, en ese caso lo único que podría hacer sería esconderse debajo del asiento y rogar al cielo por su vida.

– Esto se me está yendo de las manos -murmuró con disgusto-. Debería apartarme y dejar que lo que tenga que ocurrir ocurra.

Pero le importaba su hermana y, como siempre, trataba de protegerla. Y, aunque no sabía exactamente qué era lo que sentía por Andrew Wyatt, sí sabía que no se merecía una humillación pública.

Y, si no merecía eso, ¿qué se merecía? ¿Por qué demonios estaba ella haciendo todo aquello?

Quizás sólo buscaba una buena excusa para poder seguir viéndolo, una justificación que no la hiciera sentir como una rata.

Tenía que admitir que estaba encantada con la atención que le mostraba. Quería creer que la atracción que él decía sentir era real. Parecía ciertamente obsesionado por conseguir una cita y tenía más interés del que ningún hombre le había mostrado en los últimos años.

Tess suspiró. Si lo que quería era vengarse de Drew, ¿por qué estaba haciendo todo lo que podía por protegerlo de Lucy? Después de todo era el malo de la historia.

Estaba confusa, muy confusa y no sabía bien qué hacer.

De pronto, unos pasos resonaron en el silencio de la noche.

Tímidamente, Tess asomó un poco más la cabeza. El corazón se le encogió al ver a Drew. Llevaba un traje impecable con una camisa blanca.

La brisa de la noche agitaba sus cabellos negros. ¿Por qué tenía que ser tan arrebatadoramente guapo? ¿Y por qué a ella le gustaba de ese modo? ¡No había derecho!

Durante unos segundos estuvo tentada de arrancar el coche y salir huyendo de allí.

Sin embargo, por algún motivo, no se sentía capaz de hacerle eso. Conocía a su hermana y, de algún modo, no le extrañaba lo que le había sucedido. No era la primera vez, sino más bien la número cien mil y sabía que Lucy tenía cierta tendencia a excederse en su interpretación de lo que sus enamorados decían.

– ¡Deja de excusar a ese hombre! -se dijo-. Parece que estuvieras perdidamente enamorada de él.

Tess se quedó pensativa unos segundos. ¡No podía enamorarse de él, era una locura! No obstante, y siendo honesta consigo misma, tenía que admitir que no tenía nada claro lo que sentía.

A veces, Drew Wyatt la hacía sentir como si fuera la mujer más deseable del mundo, como si de verdad compartiera con ella algo especial. Sin embargo, otras no creía ni una sola palabra de lo que le decía.

Tess volvió en sí y se dio cuenta de que no era el momento de analizar sus sentimientos, sino de evitar una catástrofe.

Drew estaba a punto de entrar en el restaurante, cuando vio a Lucy y a su acompañante que se dirigían hacia el mismo lugar.

Tess salió del coche y corrió al rescate de Drew.

Lo alcanzó cuando ya había llegado al recibidor del restaurante y conversaba amigablemente con el maître.

Como un rayo, Tess entró, lo agarró y se lo llevó a un rincón, ante la perpleja mirada de cuantos estaban en el recibidor en aquel momento.