– ¡Tess! ¿Qué… qué ocurre?

Miró por encima del hombro de él para comprobar que Lucy estaba ya dentro.

– Te estaba esperando fuera -le susurró al oído.

– Habíamos quedado a las ocho aquí, ¿no? -se pasó la mano por la frente en un gesto de confusión-. No he llegado tarde, ¿verdad?

– ¡No, para nada!

– ¿Estás bien?, ¿pasa algo? Estás un poco… sofocada.

Por lo menos ya no estaba pálida. Al fin había podido eliminar todos los restos de pintura de su cara.

– Es sólo que… estoy muy contenta de verte.

Tras decir esto, lo empujó aún más hacia la esquina, para evitar que su hermana lo viera.

– ¿Qué ocurre?

Tess continuó atenta a lo que sucedía en el recibidor. Su hermana hablaba con el maître y le pedía mesa con una de esas sonrisas arrebatadoras con las que conseguía siempre lo que quería y de inmediato.

– La verdad es que no tengo hambre -le dijo Tess.

Drew sonrió de medio lado.

– ¿Te quieres marchar sin haber cenado?

Tess asintió. El corazón le latía con tanta fuerza que temía que él pudiera oírlo. Su mirada se vio cautivada por el espesor de sus labios seductores. Podría besarlo, todo como parte de su plan vengador, claro estaba. Pero su instinto le decía que una vez que sus labios se juntaran, ya nunca nada volvería a ser lo mismo. Seguro que era un besador excepcional. Desde luego, unos labios como aquellos no se encontraban todos los días. Un leve encuentro de bocas sería su perdición…

– Quiero irme… ahora -la última palabra salió como un suspiro íntimo y sugerente.

Bueno, al fin y al cabo, si Drew pensaba que algo más interesante los aguardaría a la salida del restaurante sería más fácil que no pusiera impedimentos para salir de allí cuanto antes.

Así fue. Drew la agarró de la mano y, juntos, se dirigieron hacia la salida.

Varias miradas curiosas los siguieron y Tess se ruborizó ante la idea de lo que podían estar pensando. Después de todo habían sido testigos de una apasionado abrazo, un secuestro amoroso y algo de lo que no podrían dar cuenta, pues había sucedido en la oscuridad del rincón más alejado.

En cuanto llegaron a la calle, Drew la agarró de la cintura, un gesto casual, hecho sin excesiva pasión, pero que consiguió alterar todo el sistema nervioso de Tess.

Y si un abrazo tan leve y sin importancia tenía aquel efecto sobre ella, ¿qué podía suceder si el tacto era intencionado y apasionado?

Tess tropezó y Drew la agarró con más fuerza. Sus cuerpos se juntaron y ella sintió todo su masculino calor a través de la ropa. Tragó saliva y se preguntó, una vez más, qué demonios estaba haciendo, por qué se había metido en aquel juego de equívocos que no sabía a dónde la conduciría.

¿Por qué lo encontraba tan irresistible? Después de todo no era más que un hombre… guapo, adorable, inteligente…

¡Tenía que tener siempre presente que era el ex novio de su hermana y que la había abandonado!

– Bueno, ¿dónde quieres ir? -le preguntó mientras le apretaba cariñosamente la cintura.

Al llegar al coche, se vio atrapada entre una carrocería negra resplandeciente y un cuerpo imponente. Lentamente, comenzó a inclinarse hacia ella, una lógica respuesta al modo en que había actuado en el restaurante.

Iba a besarla, lo sabía y era inevitable. Ella sola se había metido en aquello y tendría que cargar con las consecuencias.

Así que, cerró los ojos y esperó lo inevitable. Trató de pensar en el dentista, en el dolor de pies que le daban los tacones o en la última fiesta nefasta que había organizado, cualquier cosa, con tal de evitar la catástrofe.

Y así esperó a que el shock eléctrico recorriera todo su cuerpo. Pero nunca llegó.

Abrió los ojos lentamente y se lo encontró allí, mirándola con un gesto de extrañeza.

– ¿Estás bien, Tess? Actúas de un modo muy extraño.

Tess respiró y tragó saliva.

– Pensé que me ibas a besar -le dijo.

Drew le acarició la barbilla y se rió suavemente.

– Me encantaría besarte. No recuerdo haber deseado jamás tanto besar a ninguna mujer.

– Y ¿a qué estás esperando? Acabemos con ello cuanto antes.

– Tess, cuando te bese por primera vez, no será en un aparcamiento y no va a acabar cuanto antes. Va a ser largo y dulce, algo que ninguno de los dos quiera concluir. Así que yo elegiré el lugar, si tú me lo permites.

– Sin problema -dijo ella con un aire casual del que carecía.

La idea de un beso largo, lento y dulce era en sí suficientemente sugerente como para encima imaginar el lugar.

Sin duda, sería un desastre. Tal vez, ya había llegado la hora de poner fin a aquel ridículo plan. De hecho, si no le permitía que la besara, jamás lograría enamorarlo y, si se lo permitía, sería, posiblemente, ella la que caería en sus redes.

Tenía que ser ella la que tuviera el control y, sin embargo, tenía la impresión de que lo único suyo que controlaba algo eran sus hormonas quienes, sin duda, la llevaban por el mal camino.

Si la base de su plan era que él se enamorara para luego abandonarlo, ¿cómo podría llegar a buen fin si luego iba a ser incapaz de dejarlo? Más bien acabaría siendo él el que se alejara.

Entonces, ¿por qué arriesgarse más? No podía fallar a Lucy… Lucy…

Era curioso, pero, cuanto más conocía a Drew, más le parecía que Lucy estaba equivocada. Aquel hombre no parecía capaz de romperle el corazón a nadie. Había tantas diferencias entre el hombre que Lucy lo describía y el hombre que Tess tenía delante que daba que pensar.

Tal vez era su propia ceguera la que le impedía ver la verdad. Quizás era ella la que tenía una percepción falsa de la realidad.

Tess forzó una amplia sonrisa.

– Bueno, ¿dónde vamos a cenar?

Drew frunció el ceño.

– ¿Cenar? Pensé que lo que querías era marcharte de aquí.

– Sí. Pero tengo hambre, mucha hambre. ¿Qué prefieres: pizza, chino? Hay un restaurante polinesio muy cerca de aquí.

Era un lugar ruidoso y poco íntimo, un lugar en el que la conversación era casi imposible, y donde podría lograr sobrevivir a su primera y última cita sin más peligros.

– De acuerdo. Si eso es lo que quieres, iremos allí.

– Yo voy en mi coche y tú en el tuyo.

– Esta es la cita más atípica que he tenido en mi vida -le murmuró Drew-. Una sorpresa por minuto.

Tess lo vio alejarse, no sin cierta desazón.

– Después de esta noche, no habrá más sorpresas. Drew Wyatt saldrá de mi vida para siempre.


El Rey Kamani no era en absoluto un restaurante de la categoría de el Bistro Boulet, pero a Drew parecía no importarle si ella estaba feliz. Y Tess se esforzó todo lo que pudo por parecer exultante y vivaz.

Efectivamente, aquel era el lugar perfecto para poner cierta distancia entre ellos.

Los colocaron en un discreto rincón, bajo una palmera.

Drew pidió una carta de vinos, pero la camarera del lugar le informó de que todo lo que tenían era un tinto de la casa y marcas desconocidas. La muchacha, ataviada con un pareo floreado le ofreció un cóctel de ron y coco, que Tess aceptó gustosa y Drew rechazó, prefiriendo una vulgar cerveza.

La camarera regresó enseguida y rompió el incómodo silencio que se había creado entre los dos. Dejó las bebidas, tomó nota de la comida y se marchó.

Tess se agarró a su coco como si fuera una tabla de salvación y sorbió gustosa.

Drew la observaba con curiosidad.

– ¿Sueles venir aquí a menudo?

Tess apartó la pajita de su boca.

– ¿Por qué?

– Porque es el último sitio en el que esperaría encontrarte -dijo él suavemente.

– Alquilé este sitio para una fiesta infantil. A los niños les encanta, aunque yo tuve dolor de cabeza durante varios días después… -señaló los altavoces-. Por los tambores.

Drew miró.

– ¡No los había notado hasta ahora! -se rió-. ¿Te gustan los niños?

– ¡Me encantan! -replicó Tess-. De uno en uno, niños calladitos y obedientes que no tengan las manos pegajosas. En manadas y enfebrecidos por la emoción de una fiesta, los detesto. ¡No volveré a hacer una fiesta para niños en mi vida!

Drew le agarró la mano y enlazó sus dedos con los de ella. El primer impulso de Tess fue apartar la mano, pero se contuvo al darse cuenta de qué, realmente, no quería hacerlo. Era, además, un gesto lo suficientemente inocente como para no necesitar su rechazo.

– Yo siempre he querido tener dos hijos -dijo él mientras estudiaba las cuidadas manos de su acompañante-. O quizás tres. ¿Qué te parecería tener tres niños?

A Tess se le puso un nudo en la garganta. ¡Aquel no era el tema más adecuado para una primera cita! ¿Estaba bromeando o hablaba realmente en serio? ¿Por qué insistía en atormentarla?

Tess se ruborizó.

– No creo que sea muy lógico que estemos hablando de nuestros… de niños. Después de todo, a penas si nos conocemos…

Él se encogió de hombros, recogió su mano y se aflojó la corbata.

– Quizás tengas razón. Es demasiado pronto para hablar de matrimonio. Deberíamos esperar a la segunda o tercera cita. Pero, entonces, ¿de qué debemos hablar en esta primera cita?

– Tú deberías saberlo mejor que yo -le dijo ella-. Estoy segura de que has tenido cientos de primeras citas.

– Pues, la verdad, no muchas últimamente -volvió a tomar su mano-. Te voy a decir un secreto: no he tenido una cita en meses.

– Mentiroso -dijo ella y apartó la mano rápidamente.

Él alzó las cejas con sorpresa.

– ¿No me crees?

– No estoy segura, pero me parece que juegas conmigo, que te empeñas en confundirme.

– ¿En qué te confundo? He sido completamente honesto contigo desde la primera vez que nos vimos. Pregúntame lo que quieras y te responderé la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.

Tess se acomodó en la silla y se inclinó hacia delante.

– ¿Me responderás a cualquier pregunta?

– Sí.

– De acuerdo. ¿Quién fue la última mujer con la que saliste?

– Cassandra Wentland -respondió él.

Tess frunció el ceño. ¿Cómo podía ser que no hubiera dicho el nombre de su hermana? A menos que entre Lucy y ella hubiera habido otra mujer.

– ¿Cuándo?

– ¿Cuándo? No sé… Hace unos seis o siete meses. Fue sólo un día. Después me tuve que marchar a Tokio y ella me abandonó por un hombre que estaba en el mismo hemisferio del globo que ella.

– De acuerdo. ¿Cuándo fue la última vez que le dijiste a una mujer que la querías?

– El mes pasado -respondió él-. Llamé a mi madre. Era su cumpleaños, me puse sentimental y perdí la cabeza. ¿Qué puedo decir? Espero que no te pongas celosa.

Ella frunció el ceño.

– Me refiero a una mujer que no sea de tu familia.

Drew se quedó pensativo.

– Bien. Fue a Sarah McKellar -respondió-. Cuando estaba en el instituto. Era la mujer más hermosa que había visto. Hasta que te he conocido a ti. Era la novia de mi mejor amigo. Pensé que, si era sincero con ella, abandonaría a mi amigo y saldría conmigo.

– ¿Y así fue?

– No. Se lo contó a su novio y un grupo de amigotes suyos me partieron la cara. Esa fue la última vez que le dije a nadie que la quería. Tú no tienes hermanos, ¿verdad?

Tess se rió a carcajadas. Aquel hombre era imposible. Lo que ella buscaba era una honesta confesión que acabara por delatarlo y con la que poder aclarar aquella situación.

Pero cada vez estaba más confusa.

No había mencionado a Lucy en ningún momento y, lo que era peor, su respuesta había sido una sutil insinuación de que algún día podría amarla a ella.

Así que, aparentemente, su hermana no había escuchado de aquellos labios tan sugerentes una declaración de amor eterno ni nada semejante.

Aquello no tenía lógica. ¿Por qué iba a ocultarle él esa información, cuando le estaba confesando cosas de la misma envergadura? Y, desde luego, Lucy no era una mujer fácil de olvidar.

Tess se frotó las sienes tratando de comprender. ¿A quién debía creer? ¿A aquel fascinante hombre que encendía todas sus aletargadas pasiones o a su emocional y alocada hermana? ¿Y si Lucy estaba mintiendo o exagerando lo que realmente él le había dicho? Entonces Drew no sería más que una pobre víctima de todo aquel enredo.

Pero, según Lucy, habían pasado semanas juntos. ¡Incluso se habían ido de viaje a Maui! Y los regalos… ¿Cómo podía Lucy haberse imaginado todo eso?

Tess dio un sorbo a su coco y él empezó a darle una visión más clara de las cosas. La única explicación que encontraba era que Andy Wyatt fuera un mentiroso patológico.

Tess alzó la mirada y fingió una sonrisa.

– Espero que nos traigan pronto la comida. Estoy hambrienta.

– Ahora me toca a mí -dijo Drew-. La verdad y nada más que la verdad.

– Quizás deberíamos cambiar de tema -dijo ella-. ¿Por qué no me hablas de tu trabajo?